viernes, 21 de octubre de 2011

PRUEBA DE MENU EN EL RESTAURANTE "NICOS"


Una buena comida debe consistir de un solo y buen plato,

precedido por otros dos que entonen el estómago y

hagan boca, y seguido de otros dos, que sean la trancisión

hasta llegar al postre.

JULIO CAMBA ( 1882-1962)


En el extenso panorama del arte culinario nacional figura de manera preponderante Gerardo Vázquez Lugo, un excelente chef que ha conferido al restaurante “Nicos” ---de su propiedad--- un renovado prestigio, cimentado en la gran creatividad que ha alcanzado su cocina. Utilizo las palabra renovado porque deseo señalar que fueron sus padres, Raymundo Vázquez Estévez y María Elena Lugo, quienes, en el año 1957, inauguraron dicho restaurante en el sitio que actualmente ocupa, después de 54 años de ininterrumpido funcionamiento, en la avenida Cuitláhuac 3102, esquina con avenida Clavería, en la Delegación Azcapotzalco.

Antes de ponderar los méritos de este chef señalaré dos hechos a mi parecer dignos de ser enfatizados. El primero está dado por el hecho de que, desde sus comienzos, el menú en “Nicos” estaba basado, y así ocurre ahora, en infinidad de apetitosos guisos de la cocina mexicana tradicional (en muchas ocasiones los platillos estaban confeccionados siguiendo antiguas recetas de ancestral aplicación culinaria) presentados en forma por demás elegante y atractiva a los ojos del comensal. El segundo es que hace 44 años, cuando casi nadie en México se preocupaba por fomentar una verdadera cultura gastronómica y enológica, en agosto de 1967 Raymundo Vázquez Estévez inició la encomiable costumbre, que perdura al presente, de que los comensales acompañaran sus platillos con vinos, vendidos éstos a precios sumamente razonables. Así nació el festival “Agosto el mes del vino en “Nicos”, que tanto éxito ha tenido al paso de más de cuatro décadas.

Hace diez años Gerardo Vázquez Lugo se hizo cargo de la cocina y de la dirección de “Nicos”. En este tiempo ha mostrado cabalmente sus dotes de creatividad, al diseñar platillos de extraordinaria sabrositud, que la repetitiva clientela de este salón comedor ha celebrado con creces, y como asiduo comensal me he percatado del. crecimiento profesional de este chef ---con quien me ligan lazos de entrañable afecto, iniciado éste hace más de tres décadas, cuando tuve la suerte de conocer a sus progenitores---, saboreando sus guisos y observando que en muchísimas publicaciones gastronómicas su nombre es cada día más mencionado, en forma encomiástica.

A una pregunta mía acerca de cuáles son los países del mundo donde ha presentado muestras gastronómicas de su cocina, me dijo que son los que a continuación enlisto: Argentina, Bolivia, Canadá, China, Colombia, España, Estados Unidos de América, Francia, Guatemala, Kenia, Italia, Japón, Perú, Puerto Rico y Uruguay. Por supuesto que en infinidad de estados de la República Mexicana.

Hace unos días comí de nueva cuenta en “Nicos”, y Gerardo Vázquez Lugo me mostró el libro “Lista Gourmand de los cincuenta mejores restaurantes 2011 en México”, una lujosa publicación realizada por Bancomer. De esta guía supe días más tarde que “refleja el consenso de un equipo experto de “gourmands”, quienes visitaron cada restaurante un mínimo de seis ocasiones, durante un período de un año, practicando un ejercicio ajeno a intereses particulares o comerciales”. En esta selecta guía aparece incluido el restaurante “Nicos” de la ciudad de México (es conveniente mencionar que en la ciudad de Querétaro funciona otro “Nicos”, también creación de Raymundo Vázquez Estévez, y cuya cocina es supervisada por Gerardo Vázquez Lugo), quedando señalados los atributos que distinguen este feudo culinario, de grata atmósfera, excelente cocina, magnífica carta de vinos y encomiable servicio.

En la ocasión más reciente que comí en “Nicos” Gerardo Vázquez Lugo me brindó una espléndida “prueba de menú”, para tener la primicia de saborear algunos de los guisos que habrá de incorporar, en fecha próxima, a la carta. El deleite palatal comenzó con dos deliciosas tostadas, la primera de ceviche estilo Colima, hecha con robalo, y la otra una tostada Tuxtleca, de carne tártara. Luego sirvieron jaiba suave en huatape, con salsa de tomate verde, nopales y unas gotas de chile serrano. A continuación vendría una trucha Atapacua (guiso purépecha cuya denominación puede ser traducida como “guiso que sustenta la vida”.), con un mole espesado con granos de maíz y aguacate, a la manera de un mole amarillito de Oaxaca.. El acompañamiento de estos manjares fue con el magnífico vino blanco Chardonnay Casa Grande, de Casa Madero.

En seguida sirvieron conejo deshuesado en salsa de sidra y chile pasilla, con relleno de ciruelas pasa. Toda una ambrosía al paladar. Hicimos el maridaje con el vino tinto Cabernet Sauvignon Casa Grande, de Casa Madero.

El festín de aromas y sabores concluyó con un postre. Elegí, de la bien surtida carta de postres, donde aparecen quince melindres de gran sabor, la espuma helada de limón en caldillo de cítricos al perfume de tomillo.

Para terminar, quiero expresar mi satisfacción al advertir el crecimiento que ha tenido, en su aún breve vida profesional, Gerardo Vázquez Lugo, chef propietario de “Nicos”, un restaurante capitalino tan próximo a mi corazón.

.

miércoles, 12 de octubre de 2011

LA COMIDA EN LAS CARABELAS DE CRISTOBAL COLON

En alguna ocasión, hace años, escribí un articulo periodístico titulado “El Almirante de las cien patrias”, para hacer mención a la gesta épica de Cristóbal Colón, un navegante cuyos orígenes están nimbados por una densa oscuridad. Los historiadores no se han puesto de acuerdo si Colón había nacido en Génova (Italia), en Cataluña (España), en Pontevedra, Galicia o en la isla de Mallorca (España), en Portugal o si bien era judío. Ese mismo misterio rodea el lugar donde se encuentran sus restos, ya que hay opiniones de que se hallan en la Catedral de Sevilla,, en la Catedral de la ciudad de Santo Domingo, e incluso de que se localizan en La Habana.

(No hay que olvidar que está cabalmente demostrado, por los hallazgos de las primitivas construcciones vikingas que han sido debidamente estudiadas, que los primeros en pisar suelo del continente americano, en el actual Golfo de San Lorenzo, fueron los vikingos, en el año 1000 de nuestra era. Esos navegantes venían encabezados por Leif Eriksson, quien fundó un establecimiento denominado Leifboundir, en la costa de Terranova (Canadá). A la región por ellos vislumbrada le dieron el nombre de Visland, en lengua islandesa, y a la cual nosotros conocemos como Vinlandia, por la abundancia de viñas que allí encontraron).

Hoy, miércoles 12 de Octubre, se cumplen 519 años de la llegada de Cristóbal Colón, a una pequeña isla del Mar Caribe. Habiendo zarpado del puerto de Palos de la Frontera (también llamado Palos de Moguer) el viernes 3 de Agosto de 1492, a bordo de una nao, la “Santa María” (anteriormente denominada la “Marigalante”), y dos carabelas, “La Pinta”, y “La Niña”, desembarcó ---tras 70 días de navegación--- en Guanahaní (una isla a 400 kms al norte de Cuba, del grupo de las Bahamas), a la cual Colón bautizó con el nombre de San Salvador.

Es casi seguro que no pocos se habrán preguntado qué comían los tripulantes de esas tres embarcaciones, en aquel histórico periplo náutico. Y acerca de este asunto de notoria importancia, ya que alimentarse durante los setenta días que tardaron en cruzar el Atlántico debió ser motivo de preocupación, tanto para Colón como para los marinos que lo acompañaron en aquel tormentoso viaje, comentaré que en el libro Las Naves de Colón, del historiador español José María Martínez Hidalgo, leo los pormenores de la pitanza de los noventa hombres que viajaron con Colón. “”Para la comida tenían gamellas (recipientes para colocar los alimentos), platos de madera, escudillas de barro y cuchillos, así como liarias (vasos rústicamente hechos) para la ración de agua. Los víveres embarcados comprendían agua, vino, aceite, manteca de cerdo, harina, bizcocho o galleta, tocino, sal, vinagre, judías, lentejas, cebollas, habas, ajos, aceitunas, pescado seco y en salazón, arroz, azúcar, carne de membrillo (sic), miel, queso, almendras, pasas y otras frutas secas en cantidad suficiente para un año. La base de la alimentación era el bizcocho, tocino, garbanzos, salazón y queso. Fernando Colón (hijo del Almirante) decía haber visto a muchos comer de noche la mazamorra, cuando no eran perceptibles los gusanos que, con la humedad y el calor de la bodega, pronto hacían su aparición”.

La escritora española María Inés Chamorro Fernández consignó en su libro Gastronomía del Siglo de Oro Español (2002) que “Se llamaba mazamorra al guiso con el que se alimentaba a los galeotes (remeros, casi siempre forzados, en los navíos llamados galeras) y a los marineros, que consistía en las legumbres disponibles, generalmente lentejas y garbanzos, cocidos juntos, y aliñados con algunos vegetales disponibles, normalmente pimientos”.

Al continuar con la lectura de Las Naves de Colón, me entero que ”Es probable que sólo hicieran una comida caliente al día, a eso de las once de la mañana, antes del relevo de la guardia, y siempre que el tiempo lo permitiera. No debía resultar cosa fácil, mientras la nave daba fuertes bandazos y se encapillaban golpes de mar, hacer una simple mazamorra en el fogón, reducidos a trébedes sobre una plancha de hierro o una losa con mamparos para resguardarlo del viento, y tierra para aislar el fuego de la cubierta. El capitán, el maestre, el piloto y el escribano comían en mesa, y el anuncio para sentarse a ella lo hacía un grumete diciendo: “tabla, tabla, señor capitán y maestre. Tabla en buena hora. Quien no viniera, que no coma”.

En otro párrafo leo que ”Los marineros, sin esperar llamadas rimbombantes ni discretas, irían a las inmediaciones del fogón ---la isla de la olla, le decían--- cuando su olfato adivinara que estaban hervidos los ollaos, y alargando la escudilla al paje en funciones le dirían: ¡Por la mesana!, acomodándose luego encima de unas adujas de cabo, en los cuarteles de la escotilla o en el sitio más resguardado que encontraran”.

“”Salazar describe la comida de la marinería: “En un santiamén se sienta la gente marina en el suelo, y sin esperar bendición sacan los caballeros de la tabla redonda sus cuchillos y gañavetes de diversas hechuras, que algunos hicieron para matar puercos, otros para desollar borregos, otros para cortar bolsas, y cogen entre sus manos los pobres huesos, y así los van desforneciendo de sus nervios y cuerdas, y en un credo los dejan más tersos y limpios que el marfil. Los viernes y vigilias comen sus habas guisadas con agua y sal. Las fiestas recias comen su abadejo. Anda un paje con la gaveta del brebaje en la mano, y con taza, dándoles de beber harto menos y peor vino, y más bautizado que ellos querían. Pedid de beber en medio del mar, moriréis de sed, que os darán agua por onzas, después de estar hartos de cecina y cosas saladas, que la señora mar no conserva carnes ni pescados que no vistan su sal. Y así todo lo que más se come es corrompido y hediondo””.

Esta era, según lo relata José María Martínez Hidalgo la comida en las embarcaciones de Cristóbal Colón (a quien el historiador Luis Amador Sánchez llamó “”el primer Quijote español””) hace 519 años.

En otro hermoso libro, Pasajeros de las Indias, escrito por el historiador mexicano José Luis Martínez, se describen las peripecias de quienes, una vez “descubierto” el Nuevo Mundo, conquistadas y a punto de ser colonizadas sus principales ciudades, decidían viajar, décadas más tarde, a las tierras allende los mares. En ese interesante volumen leo lo siguiente, acerca de la alimentación de aquellos viajeros: “”Lo primero que tenían que tenían que hacer quienes decidían viajar a América era llegar a Sevilla, donde contrataban e iniciaban el viaje. En seguida, se requería tener el permiso expedido por la Casa de la Contratación de las Indias, o bien de las Reales Audiencias, los virreyes o los gobernantes de las Indias, en el caso de los viajes a Europa. Una vez instalados en el puerto de salida y provistos de los permisos correspondientes, los pasajeros debían tratar con el dueño de un barco, su capitán o su maestre, para establecer el pago del pasaje, además de que se debían prevenir para llevar consigo todo el matalotaje y los alimentos que hubieran menester para el viaje. Salvo el agua de que los proveía, parca y malamente el barco, los pasajeros debían llevar cuanto necesitasen para su persona y alimentación. Los pasajeros que se embarcaban en España se proveían en Sevilla con relativa facilidad, y los que lo hacían en Veracruz, La Habana, Cartagena o Santo Domingo, de lo que allí hubiere. Las provisiones constaban, por lo general, de bizcocho, vino, puerco y pescados salados; vaca, probablemente como cecina; habas, guisantes y arroz; queso, aceite y vinagre.

“”Ya en espera en el puerto, obtenidos los permisos, compradas las provisiones y los ajuares personales y pagado el pasaje, el traslado y acomodo de cuanto tenía que llevar el pasajero , debió ser difícil y después un problema permanente. Además de la ropa, objetos personales, cama, cacharros para preparar los alimentos, guardados en fuertes y pesados baúles, el pasajero tenía que llevar su alimentación y bebidas para dos o tres meses de travesía. El peso de los víveres por hombre oscilaba entre ochocientos y novecientos kilogramos en la salida.

“”Una vez superados los mareos y adaptados al ritmo de vida del barco, y a su monotonía mientras no se presentaran tormentas y peligros, los primeros días de navegación debieron ser agradables a los pasajeros. El agua, el vino y las provisiones eran aún abundantes y frescas; y para quienes no supieran cocinar ni llevaran un criado que los auxiliara, el intento por prepararse un potaje caliente debió ser motivo de diversión para los demás. En el desayuno se comía cualquier cosa fría. La comida del medio día era la más importante, y probablemente la única caliente. Entonces se prendía un fogón colectivo, siempre que hubiera buen tiempo, y allí acercaban todos sus sartenes, asadores y pucheros para cocinar sus alimentos. Si no se tenía amistad con el cocinero la preparación de los guisos se tornaba bastante problemática, dada la afluencia de quienes deseaban acercar sus cacharros al fogón.

“”Es posible que los momentos más gratos del viaje fuesen las escalas, en las Canarias, apenas iniciado el viaje, y en las islas del Nuevo Mundo, cuando ya estaba a punto de concluir la navegación oceánica. Eran un descanso de las incomodidades del barco, y la ocasión de beber agua fresca, lavarse y probar las comidas y las frutas americanas”

Para concluir, quiero señalar que no es fácil imaginar lo que en su momento significó cruzar el Atlántico, hace poco más de cinco siglos, en una lenta embarcación movida por el viento. Ese viaje seguramente fue considerado por muchos de los pasajeros como una verdadera penalidad, especialmente en lo que concierne a la alimentación a bordo. El hecho de no disponer de suficiente agua fresca y de alimentos en buen estado de conservación durante la dilatada travesía de poco más de dos meses, debió ser motivo de incomodidad y desaliento para aquellos viajeros, quienes se vieron obligados a comer carnes secas, saladas y agusanadas, con tal de cumplir su anhelo de llegar a las tierras recientemente descubiertas, en las cuales pensaban encontrar grandes riquezas.

CATA "CIEGA" DE VINOS DE MONTE XANIC


El cielo hizo el agua

para Juan-que-llora,

e hizo el vino para Juan-que-ríe

ANTOINE DESAUGIERS (1772-1827)

Las catas “ciegas” del Grupo Enológico Mexicano, de periodicidad mensual, dieron comienzo en enero de 1995. Estas degustaciones también han sido llamadas “doble ciegas”, en virtud de que los participantes ignoran la marca del vino, con cuál o cuáles cepas ha sido elaborado, así como la procedencia (país y región) del mismo. Estas catas tienen la finalidad de analizar las características organolépticas de ocho vinos en cada ocasión, y permiten que cada vino reciba, mediante la puntuación otorgada por los catadores participantes, una calificación determinada, que de alguna manera muestra cuáles son sus atributos de calidad y finura, o bien si esa valoración no es alta daría cuenta de algún defecto o minusvalía del vino.

Desde enero de 1995 hasta octubre de 2011 han sido realizadas, en dieciséis años, diez catas con vinos de la bodega vitivinícola Monte Xanic, la cual, desde sus comienzos, vino a marcar una pauta en la elaboración de vinos de notable finura y excelente calidad enológica.

Acerca de sus orígenes, hace casi un cuarto de siglo, transcribiré un párrafo de un documento oficial de la bodega que señala que En 1987, se reunieron cinco amigos (Hans Backhoff, Manuel Castro, Tomás Fernández, Eric Hagsater y Ricardo Hojel), todos grandes amantes del vino, que se lanzaron a la aventura de crear un gran vino mexicano. Soñaban con elaborar vinos que expresaran el terruño del Valle de Guadalupe, Baja California, con fineza y distinción, con personalidad propia y de la mejor calidad posiblequienes tenían como común denominador su afición, podría yo decir, verdadera pasión, por degustar vinos de gran clase, y de ellos nació la idea de ”crear un gran vino mexicano, ya que soñaban con elaborar vinos que expresaran el terruño del Valle de Guadalupe con fineza y distinción, con personalidad propia y de la mejor calidad posible. Así nació la bodega Monte Xanic. “El nombre Monte Xanic es una combinación de la palabra “Monte” y del vocablo “Xanic” que proviene de los indios Cora, quienes todavía habitan regiones de Nayarit, entre Puerto Vallarta y Mazatlán, en la costa del Pacífico de México, y quiere decir "flor que brota después de la primera lluvia". En noviembre de 1987, durante la primer visita a las veinte hectáreas que hoy forman parte de nuestros viñedos, iniciaba la temporada de lluvia y los montes estaban cubiertos de flores; esta señal nos pareció indicar que este nombre "Monte Xanic" era el más apropiado”.

Hasta el año 2008 los vinos de la marca Monte Xanic habían sido galardonados ---en poco más de veinte años de elaborar caldos de excelente calidad--- con más de ochenta premios internacionales (medallas de oro, de plata y de bronce, además de reconocimientos diversos). En el año 2007 recibieron mayor número de preseas que en los años anteriores. Estos certámenes internacionales han sido celebrados en Alemania, Bélgica, Canadá, Estados Unidos de América, Francia y Portugal. Entre todos ellos sobresalen la medalla de oro y el reconocimiento “Best of Class”, concedido al vino”Gran Ricardo”, cosecha 2002, en el Pacific Rim International Wine Competition, que tuvo lugar en el año 2007, en California, Estados Unidos de América, así como la medalla de oro otorgada, en el mismo año, al vino.Sauvignon Blanc (“Viña Kristel”),cosecha 2004, en el Challenge International du Vin, que se llevó a cabo en Francia.

En el presente año, 2011, las medallas de oro, plata y bronce conferidos a los vinos de Monte Xanic se han multiplicado, y hasta septiembre sumaban cincuenta y cinco estos galardones, en certámenes tan prestigiados como Challenge International Du Vin, de Bourg, Francia; Wine Masters Challenge (XIII World Wine Contest), de Estoril, Portugal; Pacific Rim Wine Competition, de San Bernardino, California (U.S.A.; Tasters Guild International Wine Judging, de Grand Rapids, Michigan (U.S.A) y Riverside International Wine Competition, Murrieta, California (U.S.A.)

Cabe agregar que la producción anual de Monte Xanic es, actualmente, de cuarenta y dos mil cajas (52.400 botellas de 750 mililitros) , distribuidas en cuatro grupos: Monte Xanic, Gran Ricardo, Ediciones Limitadas y Calixa. En la clase Monte Xanic, figuran los siguientes vinos: Chenin Colombard, Chenin Blanc Cosecha Tardía, Sauvignon Blanc y Chardonnay, en los blancos. En el renglón tintos figuran: Cabernet Sauvignon, Merlot y Cabernet Sauvignon/Merlot. El vino Gran Ricardo es una vino super premium.. Y en el segmento Ediciones Especiales están Petit Verdot, Sangiovese, Malbec, Syrah, Toscano, Nebbiolo/Anglianico, Syrah/Cabernet Sauvignon y Petit Syrah. Por lo que respecta a lalínea Caliza, ésta cuenta con tres vinos: Cabernet Sauvignon/Syrah, Chardonnay y Grenache.

Para la cata número 212, correspondiente al mes de octubre de 2011 (la número 212, desde enero de 1995) , nuevamente fueron seleccionados ocho vinos de esa empresa, varios de los cuales (de las añadas degustadas por los catadores abajo citados) obtuvieron importantes preseas ---este año de 2011--- en dichos concursos. El vino Chenin Blanc Cosecha Tardía, vendimia 2010, fue distinguido con cinco medallas. Dos de oro: una en el Challenge International du Vin; y otra en el Tasters Guild International Wine Judging. Y tres de plata: una en el Wine Master Challenge; otra en el Pacific Rim Wine Competition; y la tercera en el Riverside International Wine Competition.

El vino Sauvignon Blanc, cosecha 2010 recibió tres medallas de plata: una en el Challenge International du Vin; otra en el Tasters Guild International Wine Judging, y la tercera en el Wine Master Challenge. Y dos medallas de bronce: una en el Pacif Rim Wine Competition y otra en el Riverside International Wine Competition.

El vino Cabernet Sauvignon/Merlot, cosecha 2008, fue premiado con medalla de plata en el Wine Master Challenge.

El vino Calixa Chardonnay, cosecha 2010, recibió dos medallas de plata: una en el Tasters Guild International Wine Competition y otra en el Wine Master Challenge.

Esta degustación evaluativa se llevó a cabo en la nueva sede del Grupo Enológico Mexicano: un salón privado del restaurante “La Finca Española”, en Polanco. La Mesa de Catadores estuvo integrada esa tarde por los siguientes enófilos: Alejandra Vergara, Patricia Amtmann, José del Valle Rivas, Mauricio Romero, Mauricio Millán, Carlos Ruíz y Miguel Guzmán Peredo.

Las calificaciones están basadas en los parámetros que maneja el Grupo Enológico Mexicano. Aquellos vinos cuya calificación oscila entre los 50 y los 59 puntos son considerados “no recomendables”. Si la puntuación se halla comprendida entre los 60 y los 74 puntos, son juzgados “bebibles”. Una calificación entre los 75 y los 84 puntos permite evaluarlos como “buenos”. Si el puntaje oscila entre los 85 y los 94 puntos, son juzgados “muy buenos”. En el caso de que la calificación esté comprendida entre los 95 y los 100 puntos, entonces alcanzan la categoría de “extraordinarios”.

Los resultados fueron los siguientes:

Vinos Blancos

1.- Chenin Blanc Cosecha Tardía, cosecha 2010. 13.5% Alc. Vol. 100% Chenin Blanc. . Calificación: 83.86 puntos. Precio: $ 179.00

2.- Calixa Chardonnay, cosecha 2010. 13.5% Alc. Vol. Monovarietal 100% Chardonnay. Calificación: 81.57 puntos. Precio: $ 199.00

3.- Chenin Colombard, cosecha 2009. 13.5% Alc. Vol. Coupage de 98% Chenin Blanc y 2% Colombard.. Calificación: 81.14 puntos. Precio: $ 150.00

4.- Sauvignon Blanc Viña Kristel, cosecha 2010. 13.5% Alc. Vol. Monovarietal 100% Sauvignon Blanc. Calificación: 77.86 puntos. Precio: $ 179.00

Vinos Tintos

1.- Cabernet Sauvignon, cosecha 2007. 13.5% Alc. Vol, Monovarietal 100% Cabernet Sauvignon. Crianza de 18 meses en barrica de roble francés. Calificación: 86.71 puntos. Precio: $325.00

2.- Cabernet Sauvignon/Merlot, cosecha 2008. 13.5% Alc. Vol. Coupage de 70% Cabernet Sauvignon, 20% Merlot y 10 % Petit Verdot. Crianza de 18 meses en barrica de roble francés. Calificación: 82.71 puntos. Precio: $ 369.00.

3.-.Calixa Cabernet Sauvgnon/Syrah, cosecha 2009. 13.5% Alc. Vol. Coupage de 80% Cabernet Sauvignon y 20% Syrah. Crianza de 12 meses en barrica de roble francés. Calificación: 81.57 puntos. Precio: $ 199.00

4.- Merlot, cosecha 2008. 13.5 % Alc. Vol. Monovarietal 100% Merlot. Crianza de 18 meses de crianza en barrica de robla francés. Calificación: 79.00 puntos. Precio: $325.00

Los catadores eligieron mejor etiqueta la del vino Calixa Chardonnay, en los blancos, y la de Calixa Cabernet Sauvugnon/Syrah, en el caso de los tintos.

Al finalizar esta interesante degustación organoléptica fue servida una exquisita cena, confeccionada por Estela Pérez, cocinera propietaria del restaurante “La Finca Española”, la sede de estas catas “ciegas” del Grupo Enológico Mexicano.

El primer platillo fue Croquetas de Bacalao, que armonizamos con el vino Calixa Chardonnay, cosecha 2010. En seguida llegó el manjar principal, una deliciosa Merluza a la Cazuela, maridada con dos vinos: Cabernet Sauvignon/Merlot, cosecha 2008, y Calixa Cabernet Sauvgnon/Syrah, cosecha 2009. El postre consistió en Fresas con Natas, que acompañamos con el magnífico vino Chenin Blanc Cosecha Tardía, cosecha 2010, estableciéndose un singular maridaje.

.