miércoles, 11 de septiembre de 2013

CATA DE VINOS BLANCOS DE PROLONGADA GUARDA EN BOTELLA




Con los vinos acontece lo mismo que con las mujeres.
A veces están un poco tiernos y son calificados
como vinos “jóvenes”, por ese motivo conviene dejarlos
reposar algún tiempo para que alcancen su cabal madurez.
En otras ocasiones, los caldos báquicos están en el momento
exacto para ser degustados. Y suele ocurrir que al probar
otros vinos solemos decir: hace unos pocos años
éste vino debió haber estado extraordinario.

M.G.P.

En varias ocasiones me he referido a la deleitable sensación olfativa, y también gustativa, que nos proporciona el hecho de ingerir ---y previamente advertir sus efluvios aromáticos--- vinos que han tenido un largo periodo de reposo en botella, en una cava cuyas condiciones son las idóneas para la guarda de vinos, tanto tintos como blancos.  Los vinos de esta manera conservados en un espacio apropiado adquieren, al paso de los años, características sensoriales a mi parecer dignas de encomio, pues ese dilatado reposo en el interior de la botella le confiere cualidades que los enófilos saben apreciar gustosamente.

Dentro de la larga lista de las catas “ciegas” mensuales que el Grupo Enológico Mexicano ha realizado, desde enero de 1995  hasta el mes septiembre de 2013, las cuales suman doscientas treinta y cinco (en las cuales son evaluados, usualmente, vinos de vendimias recientes, digamos de cosechas de tres o cuatro años anteriores a la fecha de su apreciación sensorial), figuran nueve degustaciones en las cuales los catadores participantes juzgan y califican vinos  ---en ocho ocasiones previas han sido tintos y en una ocasión fueron blancos--- que han sido conservados en óptimas condiciones de conservación en una cava, durante un lapso no menor a tres a cuatro lustros..

Hasta ahora el vino más antiguo que hemos degustado fue en la cata número 140, celebrada el 13 de  Noviembre de 2006. Se trató del vino tinto que en la etiqueta señalaba la siguiente información:  Chateau Perigueux Premier Grand Cru Classé, cosecha 1948. Appellation Gascuña Grand Cru Classé Controlée. Perigord, Francia. Debo agregar que no encontré la menor información, en internet, acerca de este vino, cuya  etiqueta me ha parecido punto menos que cierta, pues los vinos de Perigord no llevan esa clasificación de Appellation Gascuña Grand Cru Classé Controlée. Este vino fue calificado con 74 puntos, lo que resultó sorprendente, ya que había sido elaborado con uvas de una cosecha realizada cincuenta y ocho años antes, y los catadores no solamente opinaron que aún era bebible, sino que mostraba calidades todavía estimables.

Cabe citar ahora lo que en otras ocasiones he expresado, a propósito de este tipo de catas: “La finalidad es la de evaluar los visibles cambios, en el color, en el aroma y en el sabor,   que tienen lugar en esos caldos al paso de los años. La degustación de esta clase de vinos suele resultar  sorprendente, en cuanto a que hay vinos que «se resisten a envejecer», y manifiestan, transcurridos tres, cuatro o quizá cinco lustros, gran vitalidad y una «juventud prolongada» que a los catadores no deja de parecer en extremo interesante por ser una experiencia gustativa poco frecuente ».

Acerca de los visibles cambios que experimentan los vinos, durante una prolongada guarda en botella, comenta André Dominé en el libro El Vino lo siguiente, respecto a los vinos tintos, cuyo color rojo rubí cambia, al paso del tiempo, a una tonalidad aladrillada, en la cual los matices rojos varían hacia colores más pálidos ; « Los sedimentos de la botella son fundamentales para determinar el estado de los vinos tintos en proceso de maduración, considerando también el tipo de cepa y la cosecha. Los sedimentos rojizos y marrones están compuestos de fenoles polimerizados, es decir, de tanino y sustancias colorantes. Estos producen enlaces tan fuertes que no pueden mantenerse diluidos en el líquido. Cuanto más poso se forme y más claro se vuelva el color del vino, más suave será éste. Un Cabernet Sauvignon rico en tanino y en sustancias colorantes durante su juventud, formará considerablemente más heces que un sedoso Pinot Noir.

“Los vinos blancos maduros también cambian de color. Sin embargo, durante la estancia en la botella, el vino blanco no se tornará más claro sino más bien amarronado, a causa de la oxidación progresiva de los fenoles. En este caso hay que tener en cuenta que los vinos dulces y generosos pueden madurar mucho más tiempo que los vinos secos. A su vez, entre estos últimos maduran mejor los vinos previamente fermentados y elaborados en barricas, que aquellos que proceden de tanques de acero inoxidable””.  El mismo autor señala que “La denominación de “vino añejo” no está claramente definida ni química ni organolépticamente. No hay ningún criterio para definir el tiempo mínimo que una botella de vino debe madurar en la bodega. De igual modo hay pocas indicaciones acerca de cómo debe oler y saber un vino añejo”. Hasta aquí esa cita.

En el blog Vinos Kupel, de España, leo lo siguiente, acerca del atractivo que tiene la degustación de vinos que han sido guardados por varios años en su recipiente apropiado, la botella: “El prestigio del que suelen gozar los vinos viejos tiene mucho de mito. La cuestión radica en la carga emotiva que provoca esa aureola de historia con que el tiempo sella una botella del pasado. Es difícil saber con exactitud cuánto dura el vino. El fervor por el vino viejo es una cuestión de gusto mediatizado por esa ineludible subjetividad que se genera ante el bien escaso o raro, frente a lo abundante o cotidiano. En definitiva se puede afirmar que gusta lo viejo. Y ese gusto puede alcanzar lo sublime si se trata de un vino antiguo e irrepetible, cuyo descorche ha privado al resto del mundo de disfrutar una sensación parecida. Ante este espectáculo, el equilibrio calidad/precio deja de ser considerado y el precio se dispara a medida de que los compañeros de viaje de esa marca son bebidos en el transcurso de los años”.

La degustación sensorial de la cual ahora  me ocupo es la décima  ---este tipo de evaluaciones dio comienzo en la cata número 140, del 13 de novembre de 2006. En ellas  los catadores del Grupo Enológico Mexicano analizan esta categoría de vinos “añosos” (de ninguna manera podría yo decir que fuesen caducos o bien estuviesen decrépitos, y sin ningún interés desde el punto de vista de la apreciación de sus características organolépticas), que han resultado, las más de las veces, sorprendentes, por las cualidades que presentan esos caldos, aún encomiables al paso de los años.

La cata “ciega” mensual número 235, correspondiente a septiembre de 2013, tuvo lugar el martes 10 de ese mes, en un salón “Decanter”, del hotel St. Regis México City, Para esta degustación analítica fueron seleccionados seis vinos blancos de cosechas comprendidas entre los años 1981 y 1999. procedentes de la cava privada de uno de los Miembros de Número de este Grupo. El vino más antiguo fue elaborado con uvas vendimiadas treinta y dos años antes de ser degustado, y el más reciente fue de veintiún años. La procedencia de los vinos fue, por orden alfabético, Australia, Chile, España, Estados  Unidos de América (2) y México.  
En esta cata de seis vinos blancos, de prolongado reposo en botella, cuatro de los caldos fueron elaborados con la cepa Chardonnay, otro fue el resultad de un coupage de dos variedades (Viura y Malvasía) y uno más con la cepa Sauvignon Blanc, de la cual conviene transcribir lo que al respecto aparece en el blog Univinum:  Si la Sauvignon Blanc tiene una travesía (sic) por madera, es conocida como “Fumé Blanc”. Debe tenerse en cuenta que esto sucede en menos ocasiones que la Chardonnay, que pasa a menudo por barricas de roble. Entre los otros nombres que se le suele dar a la variedad Sauvignon Blanc, encontramos los siguientes: Muscat Silvaner, Puinechou, Surin, Sauternes (no confundir con la Semillon,  con la que se hacen vinos de Sauternes), Fié, Neuvillois y  Sercial. La palabra Sauvignon Blanc etimológicamente deriva de la palabra latina “silva” (que significa bosque) y se compone de vocablos franceses “sauvage” y “vignon” (que significan salvaje y viña, respectivamente). Aunque en Francia también se le suele llamar “Pierre a Fusil” debido al olor que produce la yesca al surgir la chispa. Otro de los detalles que se podrían ser calificados hasta de “curiosos”, se refiere a su aroma denominado “pipi de chat” (pipí de gato). Esto se debe al aroma que se asemeja mucho a la orina del felino, aroma característico de esta uva, que en otra variedad de uva sería un defecto”. Hasta aquí esa cita.


En el diario on-line Elcomercio.com, de Perú, queda asentado que “en Francia también se la conoce como Blanc Fume; Muskat–Silvaner, en Austria y Alemania; y Fumé Blanc, en California, Sudáfrica, Australia y Nueva Zelandia”.
La Mesa de Catadores estuvo integrada esa tarde por los siguientes enófilos: Patricia Amtmann,  José Del Valle Rivas, Salomón Cohen, Philippe Seguin, Darío Negrelos y Miguel Guzmán Peredo.

En estas degustaciones analíticas, en las cuales los catadores ignoran la marca y la procedencia del vino que van a degustar  ---motivo por el cual reciben el nombre de  “ciegas”---,  los enófilos que participan en esas degustaciones sensoriales califican las características visuales, olfativas y gustativas de cada uno de los vinos, escribiendo junto con la puntuación otorgada en cada uno de estos tres renglones, sus comentarios respecto al color, al aroma o bouquet y al sabor de cada uno de los vinos sometidos al examen organoléptico de los miembros de la Mesa de Catadores que en esa ocasión participaron en dicha degustación. Una vez que los jueces analizaron esas características sensoriales, y  que se tiene inmediato conocimiento de cuál fue la calificación alcanzada por cada vino (momento éste en el que son descubiertas las botellas y se conoce de qué vino se trata en cada caso), cada catador  formula en voz alta sus propios comentarios, con la finalidad de escuchar las opiniones de los restantes catadores, enriqueciéndose, de esta manera, el imparcial juicio emitido por cada uno de esos enófilos.

 Las calificaciones están basadas en los parámetros que maneja el Grupo Enológico Mexicano. Aquellos vinos cuya calificación oscila entre los 50 y los 59 puntos son considerados “no recomendables”. Si la puntuación se halla comprendida entre los 60 y los 74 puntos, son juzgados “bebibles”. Una calificación entre los 75 y los 84 puntos permite evaluarlos como “buenos”. Si el puntaje oscila entre los 85 y los 94 puntos, son juzgados “muy buenos”. En el caso de que la calificación esté comprendida entre los 95 y los 100 puntos, entonces alcanzan la categoría de “extraordinarios”.

Es prudente señalar que en esta ocasión no se consignan los precios de cada uno de los vinos, porque se trata de añadas que no se encuentran en el mercado.

Antes de mencionar los resultados de esta evaluación organoléptica considero conveniente señalar que los seis vinos degustados mostraron ---cada uno de ellos--- bella gama cromática de tonalidades doradas, con un sorprendente brillo, que iban desde un color oro líquido hasta matices ambarinos no acentuados. Con esto quiero decir que ninguno de los seis vinos mostró un color amarronado o caoba. Ninguno de ellos se apreciaba opaco o turbio. Sus cualidades odoríferas, igualmente, fueron, a juicio de los catadores, gratamente expresivas: aromas de frutos secos, con sugestivos dejos florales .A la boca, en general, mostraron cualidades muy encomiables.  El vino Viña Tondonia Gran Reserva, cosecha 1981, resultado de un coupage de 85% Viura y 15% Malvasía, fue elaborado con uvas que fueron vendimiadas en el año 1981, treinta y dos años antes de su degustación. Sus excelentes cualidades fueron notorias.

Los resultados fueron los siguientes:

1.- Chardonnay  Casa Grande Gran Reserva, cosecha 1993. Varietal Chardonnay 100%. 13.0 % Alc. Vol. Fermentación en tanques de acero inoxidable a 15 grados centígrados, la cual concluye en barricas de roble blanco francés. Casa Madero. Parras, Coahuila. México. Calificación: 82.00  puntos.

2.- Fumé Blanc, cosecha 1992. Varietal 100% Sauvignon Blanc. 13.5% Alc. Vol. Robert Mondavi Winery. Oakville, California. Estados Unidos de América. Calificación: 80.33 puntos.

2.- (Empate) Chardonnay  Lindemans Bin 65, cosecha 1997. Varietal 100% Chardonnay ( South Eastern Australia). 13.0% Alc.Vol. Lindemans Winery Ltd. Edey Road, Karadoc. Australia. Calificación: 80.33  puntos.

3.-  Viña Tondonia Gran Reserva, cosecha 1981. Coupage de 85% Viura y 15% Malvasía. 12.0% Alc. Vol. Denominación de Origen Calificada Rioja. Permanece durante 6 meses en depósitos de madera. Criado durante 6 años en viejas barricas de roble americano de 225 litros. El vino es sometido a 2 trasiegos manuales cada año. Clarificado con claras de huevo frescas. Embotellado directamente de la barrica.  Sin filtrar. Lacrado especial para favorecer su mejor evolución en botella y preservarlo de contaminaciones. Producción limitada a 20.000 botellas. Descansa un mínimo de 44 meses en botella antes de ser comercializado. Bodega: R. López de Heredia Viña Tondonia. Haro, Rioja Alta. España. Calificación: 79.83  puntos.

3.- Don Ángel Chardonnay Reserva Especial, cosecha 1998.  Varietal 100% Chardonnay. 12.5% Alc. Vol. Viña Canepa, S.A. Valle Central. Maipu,, Chile. Calificación:  79.83         puntos.

4.- Chardonnay Reserve, cosecha 1993. Varietal 100% Chardonnay (Mendocino County).
13.0% Alc. Vol. Fetzer Vineyards. Redwood, Caliornia. Estados   puntos.

Los catadores eligieron “mejor etiqueta” y “mejor botella” la del vino Chardonnay  Casa Grande Gran Reserva, cosecha 1993.

Una vez concluida la degustacion  evaluativa fue servida una exquisita cena, preparada por Guy Santoro, Chef de Cuisine del hotel St. Regis México City. Para empezar sirvieron un plato de Hongos Silvestres, Foie Gras Caliente, Salsa de Frijoles Champignons sauvages, Foie Gras Chaud, Jus de Haricots. A continuación : Ravioli Rellenos de Flor de Calabaza y Camarones, Salsa de Bogavante  (Ravioli de Fleurs de Courgette y Gambas a l´Emulsion de Bisque de Homard. El manjar principal consistió en Filete de Pato Rostizado con Arándanos, Pera confitada, Nabo Glaseados, Hongos Portobello (Filet de Canard Roti aux Airelles, Poire Confite,  Navet Glacé, Champignons Portobello. El postre fue un Vacherin Helado, Mango y Guanábana (Vacherin Glacé, Mangue, Guanabana).

El maridaje, tomando en consideración los vinos catados previamente, los cuales habían sido guardados en una cava durante un tiempo muy prolongado, fue con el vino Double Blanc Rincón del Barón, cosecha 2001, de Bodegas Barón Balche (Valle de Guadalupe, Ensenada, México) Se trata de un coupage de Sauvignon Blanc y Chenin Blanc. Los comentarios emitidos por los catadores acerca de este vino fueron unánimes, en que sus cualidades sensoriales, tanto visuales, aromáticas como gustativas, mostraban un vino en plena vitalidad, lo que comprobamos al armonizarlo con los diferentes platillos servidos.   

viernes, 6 de septiembre de 2013

LA GASTRONOMIA EN EL PARAÍSO



Se habla del Paraíso donde hay huríes, donde corre el Río Celeste,
Donde abundan vino límpido, miel y azúcar.
¡Bah! Llena pronto una copa de vino y dámela,
porque un gozo presente vale por mil gozos futuros.

OMAR KHAYYAM (siglo XI-XII) 


Aquí en la tierra es la región del momento fugaz.
 ¿También así en el lugar donde de algún modo
se vive? ¿Allá se alegra uno? ¿Hay allá amistad?
¿O sólo aquí en la tierra hemos venido a
conocer nuestros rostros?

AYOCUAN CUETZPALTZIN  (Tenochtitlan: siglo XV-XVI)

Buena comida y buenos vinos: ese es el paraíso
en la tierra”.
ENRIQUE IV, de Francia  (1553-1610),

 Cuando me refiero a la gastronomía en el paraíso no estoy haciendo alusión a ningún restaurante que lleve ese nombre, sino que me ocupo de la región celestial a la cual ---según aseguran los libros sagrados de diferentes religiones--- se encaminan los justos y bienaventurados una vez concluido su ciclo de vida terrenal, así como de las principales características de lo que allí degustaban  (porque en muchos de esos relatos se hace hincapié en lo que comían y  bebían)  los seres que moraban en ese  privilegiado sitio, común a muchas religiones y mitologías de la antigüedad.

La palabra paraíso proviene del vocablo paradesha, en lengua sánscrita, que significa “región elevada”. Otra versión es que la palabra paraíso (paradiso, en italiano; paradise, en inglés  ---el término heaven tiene un significado similar, y al hacer referencia a la bóveda celestial tiene por voz contraria Infierno---; paradies, en alemán;  paradis, en francés) deriva de la voz griega paradeisos, de origen persa, que tiene el significado de “parque, jardín cerrado”.  Para muchos grupos étnicos de la antigüedad, en sus respectivas mitologías, el paraíso estaba ubicado en la parte más elevada de una montaña, casi tocando el cielo, las etéreas regiones donde moraban los justos, aquellos seres privilegiados a quienes los dioses   ---o bien su único dios---  colmaban de dichas y venturas. Tres religiones monoteístas: el judaísmo, el islamismo y el cristianismo, incorporan la creencia de un sitio en el cual existe cabal ausencia de sufrimiento y se caracteriza por la completa satisfacción de los deseos corporales. A ese lugar se le denomina paraíso.  El término Edén significa en idioma griego “delicia”, y frecuentemente se dice “jardín del Edén”, para nombrar el  primer lugar de residencia del género humano. Por cierto, Edén proviene de la palabra Eddin, nombre sumerio de la llanura de Babilonia, que para algunos autores era una planicie de hermosísimos jardines.

Otro vocablo repetidamente utilizado en los relatos mitológicos helénicos es Arcadia, una imaginaria región ubicada en la parte central del Peloponeso, donde moraba el dios Pan, la deidad tutelar de la naturaleza. Virgilio, el poeta latino, fue el primero en referirse a las múltiples bellezas de ese paraje. Por otro lado, el Jardín de las Hespérides, de acuerdo a la mitología griega, era el cautivante sitio donde moraban las hijas de Atlas, o de Hesper, cuidando del árbol que tenía no solamente las ramas y las hojas de oro, sino también los apetecibles frutos, las manzanas que de allí colgaban. Este Jardín de las Hespérides estaba  ubicado en las regiones más occidentales del mundo,  y era el sitio reservado a los seres perfectos, quienes habían alcanzado un envidiable nivel de excelsitud y superación espiritual. Otto Seeman, autor del libro Mitología Clásica Ilustrada, consigna que “en los confines occidentales del mundo poseía Helios, el dios del Sol, un espléndido palacio y un jardín famoso, cuyo nombre era Jardín de las Héspérides, puesto bajo la custodia de las Hespérides (las Ninfas de Occidente, también llamadas las Hijas del Atardecer). Ese fabuloso recinto era muy renombrado porque había un frondoso árbol del cual pendían manzanas de oro”. 

Muchas religiones  --leo en la Enciclopedia Británica--  incluyen la noción de una existencia, de gran felicidad y deleite anímico y corporal,  después de la muerte. Una vida en la cual el tiempo no significa nada, y que se distingue por la cabal ausencia del sufrimiento físico o emocional, con plena satisfacción de los deseos corporales. Para el cristianismo el paraíso es el sitio de postrer descanso, donde los seres bendecidos por Dios gozan eternamente de su presencia.

Para los pueblos escandinavos el paraíso recibía el nombre de Walhalla, mientras que en otras sagas occidentales el Elíseo, situado en los confines occidentales de la tierra, era un hermoso sitio, colmado de jardines tapizados de fragantes flores, donde sus habitantes vivían en un estado  de permanente felicidad. En diversos relatos se habla de los Campos Elíseos, denominación que procede de la mitología griega. Era el sitio reservado a los muertos, a las almas plenas de virtud  --un paraje del todo semejante al paraíso de los cristianos—,  que allí hallaban el descanso eterno. Conviene señalar que la residencia del Presidente de Francia, en Paris, lleva el nombre de Palacio del Elíseo (en lengua francesa se denomina Palais de l'Élysée).

Este encantador lugar era, seguramente, una especie de Shangri-lá, nombre de un mágico recinto, ubicado en los valles occidentales del Himalaya, donde sus habitantes disfrutan de bienestar y paz. Este lugar de ficción fue descrito en la novela Horizontes Perdidos, de James Hilton, como un utópico paraíso terrenal, una tierra de permanente felicidad. La historia descrita por ese escritor británico está basada en el concepto de Shambhala, una ciudad mágica en la tradición budista del Tibet.

En el Corán se describe que el cielo (igualmente designada con otros nombres:  la morada de los justos: al-jann: el jardín,  el Jardín del Edén: jannat-adan, y el Jardín de las Delicias: jannat al-na’im)en realidad formado por siete cielos, era la mansión a donde iban los seres elegidos de Alá. Allí había “hermosos jardines, regados por corrientes de cristalinas aguas y  con arroyos de vino, que será la delicia de quienes lo beban....(y) exquisitos frutos al alcance de todas las manos....disfrutarán de vírgenes de grandes ojos negros, púdica mirada y tez de incomparable hermosura, que no han sido tocadas ni por hombres ni por genios, las cuales permanecerán así eternamente”. Estas juncales mujeres, las huríes,  fueron prometidas por Mahoma, el profeta de Alá, a los fieles seguidores de la religión musulmana, una vez que hubiesen llegado a ese recinto donde los que allí habitaban permanecían por siempre en un estado de inmarcesible lozanía.

Estas regiones celestiales,  a las que he venido haciendo referencia, fueron llamadas también Empíreo (el diccionario define esta palabra como la parte más alta del cielo), a la cual llegó el poeta Dante Alighieri, de acuerdo al inmortal relato de La Divina Comedia,  conducido por Beatriz Portinari, su idolatrada musa, en el décimo cielo del paraíso. Empíreo es, según Tolomeo, astrónomo y matemático griego, la parte más sublime del cielo, casi tan luminosa como el fuego. La palabra empíreo, en lengua castellana, deriva del latín empyreus, y éste vocablo proviene del griego empyrios, que puede ser traducido como incandescente, lleno de fuego El empíreo es aquella celestial mansión en la cual los ángeles, los santos y los bienaventurados gozan de la presencia de Dios.

En la mitología china el paraíso recibía el nombre de Tierra de la Suma Felicidad, y estaba ubicado en la cumbre del monte Kuen-luen. Allí había un palacio de jade, de nueve pisos, rodeado de jardines, donde vivían los justos.

Conviene recordar que la montaña más alta del mundo, el Everest, de 8.848 metros sobre el nivel del mar, lleva el nombre de Sagarmatha, en sánscrito, que significa “Diosa Madre del Mundo”, y que en  lengua tibetana se le llama Chomolungma, que tiene el significado de “Lugar donde no vuelan los pájaros”).

Los pueblos prehispánicos que habitaron Mesoamérica imaginaban que el paraíso de Tláloc  --el dios de la lluvia--, llamado Tlalocan, era un sitio de deleites corporales, donde había hermosos jardines y  manantiales de frescas y cristalinas aguas, pletóricos de peces, y por doquier se veían volar mariposas multicolores. En Tepantitla, dentro del perímetro de Teotihuacan, es posible contemplar el mural que representa el Tlalocan, el cual fue pintado, según aseveran los arqueólogos, allá por el año 550 de nuestra era.

Por su parte, los quichés (indígenas de Guatemala estrechamente vinculados con los mayas), por su parte, suponían que el paraíso, llamado Xibalba, estaba localizado en un lugar subterráneo.

Ahora bien, a diferencia de los paradisíacos lugares  (donde disfrutaban de una placentera existencia, saboreando exquisitos manjares y deliciosos vinos) que era cada uno de los recintos líneas arriba mencionados, el paraíso de Adán y Eva,  y el de los cristianos en su totalidad,  era algo mucho más modesto, casi podría yo decir una sencilla y rústica morada   ---casi una vivienda de interés social---, en la cual los placeres del gusto (y también los otros, llamados carnales, a pesar de que no hacen referencia a la ingestión de productos cárnicos)  estaban bastante soslayados.

En la Sagrada Biblia  (edición de Eloíno Nacar y Alberto Colunga; Madrid, 1952),  en el Libro del Génesis, en la primera parte, titulada La Creación del Universo, leemos lo que a continuación transcribo: “Formó Yavé Dios al hombre del polvo de la tierra y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así  el hombre ser animado. Plantó luego Yavé Dios un jardín en Edén (sic), al oriente, y allí puso  al hombre, a quien formara. Hizo Yavé Dios brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar  (pregunto yo: ¿ qué  acaso el primer hombre,  a quien todavía no se le había dado nombre, comía árboles, o bien comía los frutos de éstos?). Y el árbol de la vida, y en el medio del jardín, el árbol de la ciencia del bien y del mal”. Líneas adelante, en el mismo capítulo “El Paraíso”, en el versículo 15,  se menciona lo siguiente: “Tomó pues, Yavé Dios al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivase y lo guardase (me parece que no están en lo correcto quienes aseguran que Adán, aquel remoto ancestro del género humano, vivía una vida de holganza, un delicioso  “dolce far niente”,  pues ya tenía la tarea de cuidar del jardín donde moraba), y Yavé le dio este mandato: “De todos los árboles del paraíso puedes comer (más bien debió quedar escrito en ese libro de la Biblia que podía comer de los frutos de todos los árboles, porque alimentarse de ramas y cortezas como que no resultaba nada apetitoso)  pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”.

Fue entonces,  líneas adelante,  en dicho libro del Génesis,  cuando dijo Yavé Dios: “No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él. Y Yavé Dios trajo ante Adán (este es el momento en el cual el primer hombre tuvo ya nombre, cuyo significado en lengua hebrea es “tierra”) todos cuantos animales del campo y cuantas aves del cielo formó de la tierra, para que viese como los llamaría, y fue el nombre de todos los seres vivientes el que él (Adán) les diera. Y dio Adán nombre a todas las aves del cielo y a todas las bestias del campo (muy difícil tarea debió ser para Adán formular la taxonomía de todos los seres vivos, pero no hay que olvidar que se hallaba inspirado por Dios). Pero entre todos ellos  --los animales—   no había para Adán ayuda semejante a él (nótese que es la segunda ocasión, en el mismo capítulo, que la Sagrada Biblia menciona “ayuda semejante a él”, no dice compañera, ni mujer; únicamente “ayuda semejante a él”). Hizo, pues, Yavé Dios caer sobre Adán un profundo sopor; y dormido tomó una de sus costillas, cerrando el lugar con carne, y de la costilla que de Adán tomara formó Yavé Dios a la mujer, y se la presentó a Adán. Adán exclamó: “Esto sí que ya es hueso de mis huesos, y carne de mi carne. Esta se llamará varona, porque de varón ha sido formada”.

No deja de parecerme sorprendente que en muy diversas mitologías, en la ancha faz de la tierra, anónimos cronistas se refirieron  a los gozosos  placeres de los que disfrutaban, principalmente al deleitar su paladar con suculentos platillos y muy exquisitos vinos, quienes estaban aposentados en aquellas elevadas regiones siderales. No se diga los moradores del Olimpo, quienes, presididos por Zeus (un insaciable Don Juan, que se deleitaba en seducir a las féminas que tenía a su alrededor),  gozaban de báquicos festines, en los que Ganímedes  -- el antecesor de los sommeliers de nuestros días—   servía el vino a los dioses, que habían sido convidados a esos luculianos banquetes.

Nada de esto ocurre en el relato de la Biblia  concerniente a la diaria pitanza de Adán y de Eva, su consorte, la cual, por haber tenido lugar en el Edén, debió haber sido digna de ser comentada en esa antiquísima crónica.   Las escuetas noticias giran en torno a que se alimentaban de frutos de aquel celestial jardín, pero nada más se dice acerca de otros placeres palatales. No fue sino hasta después de haber sido desahuciados  del paraíso, tras de haber comido ese fruto  (por primera vez en las Sagradas Escrituras  se consigna que comieron un fruto, y se asienta que comieron una manzana, que les ofreció la serpiente),     cuando Adán llamó a  Eva por este nombre. Para entonces ya Adán había sido advertido que, a partir del instante de su expulsión de aquel lugar de extraordinaria hermosura natural, acción ejecutada por un ángel de flamígera espada), habría de alimentarse con el sudor de su frente. Las palabras precisas con las que fue acremente amonestado fueron las siguientes: “Por tí será maldita la tierra. Con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida. Y comerás las hierbas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan. Hasta que vuelvas a la tierra”.

Todas estas amenazas alusivas al  terrible y azaroso porvenir que les aguardaba fuera del paraíso (en otras mitologías no he encontrado situación similar, relativa a que un inquilino de ese celestial recinto haya sido violentamente puesto de patitas en la calle, privándosele del derecho de seguir habitando en él)  me llevan a suponer que, cuando Adán disfrutaba de las delicias del Edén, su vida era plena de placeres, principalmente en lo concerniente a los deleites gastronómicos  (sin olvidarme de aquellos otros jubilosos momentos en los que contemplaba la radiante hermosura del Edén,  escuchaba el gorjeo de las aves y  aspiraba los delicados aromas de las flores que, por doquier, cubrían ese sitio de increíble belleza), puesto que las frases que iracundo profirió Yavé Dios se referían, casi de manera exclusiva, a lo que les esperaba a Adán y a Eva en su cotidiana actividad manducatoria, una vez que estuviesen privados de las bondades propias del paraíso,  la cual significaría un constante esfuerzo para disponer de “los sagrados alimentos”, nombre que el vulgo da a la comida, primordial requerimiento para mantener  en buen funcionamiento la máquina corporal.

La imagen que ilustra este articulo es la pintura mural del Tlalocan: el Paraíso de Tláloc, en Teotihuacan

martes, 3 de septiembre de 2013

CATA DE DOS AÑADAS ANTIGUAS DE CHATEAU LAFITE, PREMIER CRU CLASSÉ



El vino es cosa maravillosamente apropiada
al hombre si, en salud como en enfermedad,
se  le administra con tino y medida.

HIPOCRATES
(460 AC- 370 A.C.

Napoleón III, el emperador de Francia ---sobrino de Napoleón Bonaparte---  decidió que  tuviese lugar en Paris, en el año 1855, una Exposición Universal, para mostrar al mundo los grandes logros y avances que ese país había alcanzado en los años anteriores.  Esa exhibición internacional tendría verificativo en el Campo de Marte, del 15 de mayo al 15 de noviembre de dicho año, y su lema oficial sería  “Exposición universal de los productos de agricultura, de la industria y las Bellas Artes de Paris”.

Ese gobernante galo, a quien el escritor Víctor Hugo llamó Napoleón el Pequeño,  designó una comisión para que organizara esa magna muestra de los productos agropecuarios franceses, especialmente de  los mejores vinos. Para ello fue encargada la Cámara de Comercio de Burdeos, para que  hiciese una selección de los vinos más prestigiados de Burdeos, no sólo del área de Médoc, que era la zona de mayor renombre vitivinícola en el Departamento de la Gironda, sino también de otras zonas circunvecinas.

La Cámara de Comercio de Bordeaux,  nombre en lengua francesa de esa hermosa ciudad portuaria, capital de la región de Aquitania, conjuntamente con la asociación denominada Sindicato de Agentes de Comercio de la Bolsa de Burdeos  (cuyos integrantes  tenían la  función era fungir como agentes intermediarios de las bodegas vitivinícolas y las empresas comercializadoras), cuyo conocimiento de la calidad de los vinos de todas las comunas de ese Departamento, les permitía evaluar y fijar los precios alcanzados por cada uno de los vinos elaborados en todos los chateaux de las diferentes regiones) hicieron, el día 18 de abril de 1855,  una clasificación de esos vinos en cinco categorías, llamadas Premier Cru, el nivel más alto, Deuxieme Cru, Troisieme Cru, Quatrieme Cru y Cinquieme Cru.

Clive Coates, autor del voluminoso libro Grands Vins: the finest chateaux of Bordeaux and their wines (University of California Press. Berkeley, Los Angeles, 1995) menciona que “no se pensó que esta clasificación tuviese un carácter permanente, pero ha permanecido por 130 años”. En ese listado figuraron como Premier Cru tres vinos tintos del área de Médoc: Chateau Lafite, Chateau Latour y Chateau Margaux. Otro vino tinto seleccionado para esa codiciada lista fue  Chateau Haut-Brion, del área de Graves, y uno más, blanco del área de Sauternes, igualmente ubicada en Burdeos, Chateau d’Yquem.

Conviene tener presente que antes de la 1855 había habido varias clasificaciones: la de Tastet y Lawton (la cual enlistó los vinos de  máxima calidad desde los años 1741 a 1774); la de Thomas Jefferson, de 1787; la de André Simon, a finales del siglo XVIII; la de Lawton, de 1815; la de André Jullien; y la de Wilhelm Franck, de 1845.  En todas ellas aparecen los mismos cuatro vinos  Chateau Lafite, Chateau Latour, Chateau Margaux y Chateau Haut-Brion, ocupando los mismos primeros lugares.

El libro Larousse de los Vinos (Editorial Larousse, Barcelona, 2002) consigna que “La clasificación de 1855 se ha mantenido inalterable hasta nuestros días (a excepción del vino Chateau Mouton-Rothschild, promovido de Deuxieme a Premier Cru en 1973). Aparte del vino Chateau Haut-Brion, Premier Cru situado en Graves, solo concierne a los vinos tintos de Médoc. Esta escala de Crus fue establecida durante la Exposición Universal de 1855, en función de la media de los precios de los vinos a lo largo del siglo anterior. Desde esa fecha han cambiado muchas cosas: algunos chateaux se han dividido, otros han sido ampliados, pero la clasificación ha permanecido inalterada. Ello significa que la jerarquía de los Pagos de origen era correcta”. Cabe agregar que en esa lista figuraron originalmente cinco vinos como Premier Cru. Trece como. Deuxieme Cru. Catorce como Troisieme Cru. Diez como Quatrieme Cru, y dieciocho como Cinquieme Cru.    
En el portal Wikipedia leo que “Para esta exposición, Napoleón III solicitó un sistema que permitiese clasificar y elegir los mejores vinos de Burdeos, que serían expuestos a los visitantes de todas partes del mundo. Los agentes comerciales de la industria vinícola categorizaron los vinos de acuerdo a la reputación del château del que provenían, y también por el precio de venta en el mercado, las cuales eran, en aquel tiempo, las características que estaban directamente relacionadas a la calidad”.
Igualmente interesante, a mi parecer, es este texto que transcribo del mismo portal de internet: “La necesidad de una clasificación de los mejores vinos de Burdeos surgió con motivo de la Exposición Universal de París del año 1855. El resultado fue la Clasificación Oficial del Vino de Burdeos de 1855, una lista de los mejores vinos, denominados los Grand Crus Classés. Con varios miles de diferentes châteaux produciendo sus propios vinos en Burdeos, ser clasificado significaba llevar una marca de gran prestigio.
“Dentro de la lista de Grand Cru Classés los vinos fueron aún más categorizados y colocados en una de cinco divisiones. Los mejores vinos tuvieron la categoría más alta: primer "cru"; sólo cuatro vinos, Château Latour, Château Lafite Rothschild, Château Margaux y Château Haut-Brion, fueron merecedores de esta distinción. De los 61 grandes vinos clasificados, todos salvo uno venían de la región de Médoc. La excepción fue el primer "cru" Château Haut-Brion, elaborado en Graves.
“La lista de 1855 permaneció inalterada durante un siglo hasta que finalmente Mouton Rothschild fue promovida a la categoría de primer "cru", en 1973, después de décadas de presión sin descanso por su poderoso propietario. De menor importancia, en 1988 el primer "cru" Château Haut-Brion cambió su denominación de Graves a Pessac-Leognan para representar cambios aparentes en la estructura del suelo causados por la urbanización de las zonas alrededor de Burdeos”. Hasta aquí esa cita.
Del vino Chateau Lafite-Rothschild, Premier Cru Classé, encontré información en internet, que a la letra transcribo: “El gran vino de Chateau Lafite Rotschild no necesita mucha presentación, pues estamos ante uno de los vinos más caros del mundo, que ya a principios del siglo XIX había sido calificado como el de mayor elegancia, delicadeza y fina esencia entre los millesimés Grand Cru. Es un vino elaborado con un coupage de 80 a 95% Cabernet Sauvignon y de 5 a 20% Merlot, y 3% de Cabernet Franc y Petit Verdot. (El vino de la añada 1961 fue elaborado como varietal: 100% Cabernet Sauvignon).  Su crianza en barrica nueva se prolonga de dieciocho a veinte meses. La producción anual oscila entre las ciento ochenta mil y las doscientas cuarenta mil botellas”.

Esta bodega vitivinícola remonta sus orígenes al siglo XVI, si bien se habla de un señorío Lafite que fue fundado en el siglo XIV. El vino Chateau Lafite ha sido considerado en Burdeos Premier Grand Cru desde el siglo XVIII, y a partir de 1868 esta propiedad pertenece a la familia Rothschild. El Barón James de Rothschild adquirió esta propiedad, el 8 de Agosto de 1868, la cual se vio devastada por las plagas de la  phylloxera y el mildew, y por las dos guerras mundiales. No fue sino hasta el año 1945 cuando, con el Barón Elie de Rothschild, la bodega Chateau Lafite recobró su antiguo esplendor, ya que fue él quien transformó la propiedad y fue, así mismo, el principal promotor de los grandes vinos de Medoc. Los vinos de las vendimias 1955, 1959 y 1961 figuran entre las más emblemáticas de esta bodega. Posteriormente, el Barón Eric de Rothschild se hizo cargo del Chateau Lafite, y construyó una nueva cava de añejamiento, y con el apoyo de los mejores enólogos hizo de este vino un referente a nivel mundial de la extraordinaria calidad de los vinos de Burdeos.

Conviene señalar que el vino Chateau Lafite fue distinguido, hace siglos, como “El vino del rey Luis XV”, gracias a la intervención del Mariscal Richelieu (un aristócrata de nombre Louis François Armand de Vignerot du Plessis (1696-1788), sobrino nieto del Cardenal Richelieu, quien influyó en el ánimo de ese monarca (recuérdese que ese rey pronunció la frase “Después de mi, el diluvio”, vaticinando que con su pésima gestión administrativa no pasaría mucho tiempo en registrarse la Revolución Francesa) para que dicho caldo báquico fuese su favorito.

El viñedo de Chateau Lafite Rothschild, ubicado en el extremo septentrional de la Comuna de Pauillac, en la zona denominada Haut-Médoc, es el más extenso de todos los Premier Cru, al poseer una extensión superior a las 94 hectáreas (En otra fuente de información encontré que la superficie del viñedo es de 120 hectáreas). Únicamente es elaborado este vino, el cual señala su añada en la etiqueta, en los años en que el enólogo considera que las condiciones climatológicas imperantes en ese año en particular fueron apropiadas para producir un gran vino. De no darse a plenitud esas condiciones, entonces es elaborado un vino el cual recibe la designación de Second Vin, o segunda marca. Hasta el año 1967 esa segunda marca llevó el nombre de Carruades de Lafite. Desde 1967 hasta 1974 la denominación fue Moulin de Carruades, pero a partir de 1975 volvió a la denominación original: Carruades de Lafite. La etiqueta de este vino es muy semejante a la del vino Chateau Lafite-Rothschild.

En la página oficial de Chateau Lafite queda asentado que “A juzgar por la forma en que ha evolucionado el Grand Vin en los últimos veinte años, es posible afirmar que los vinos Carruades se le asemejan, aunque mantienen una personalidad propia producto de la mayor proporción de Merlot en su composición, y de parcelas identificadas como productoras de Carruades. El origen del nombre proviene de la meseta de las Carruades, nombre dado a un conjunto de parcelas ubicadas detrás del Château, que fueron adquiridas por Château Lafite en 1845. En el siglo XIX, los vinos provenientes de las Carruades se comercializaban independientemente de Château Lafite, pero finalmente fueron absorbidos. Se retomó luego el nombre Carruades para designar al Second Vin de Château Lafite, primero llamado “Moulin des Carruades” y luego “Carruades de Lafite”, Las cepas utilizadas en el vino:son 50 a 70% Cabernet Sauvignon, 30 a 50% Merlot, 0 a 5% Cabernet Franc y Petit Verdot. El periodo de envejecimiento en barricas de roble es de 18 a 20 meses con un 10% en barricas de primer uso. La producción anual promedio es de 20 000 a 30 000 cajas anuales”. 

Los  vinos, que en la etiqueta ostentan la leyenda Premier Cru Classé, de ostensible finura enológica, están elaborados para ser guardados, por largo tiempo, en una cava que cumpla con las condiciones idóneas para preservar tan costosos caldos. En el portal Wikipedia señalan que “una Cava, o Bodega, es el nombre que recibe la habitación destinada al almacenamiento de vino en botellas o barriles. También puede ser (aunque en forma menos común), el empleo de damajuanas, ánforas o contenedores plásticos, o cualquier otro almacenamiento de salazones o aceites. Se trata de una bodega climatizada de vinos, en la cual los factores importantes, como la temperatura y la humedad, son mantenidos por un sistema de control climático.

“Por el contrario, las bodegas pasivas o naturales no son de clima controlado, y por lo general se construyen bajo tierra para reducir las oscilaciones de temperatura. Una bodega aérea es a menudo llamada "cuarto de vino", mientras que una pequeña bodega (menos de 500 botellas) a veces es llamado “armario de vino” .Las bodegas de vino protegen a las bebidas alcohólicas de las influencias externas, potencialmente dañinas para éstas, proporcionando la oscuridad y una temperatura constante para su conservación. El vino es un producto perecedero natural. Al dejarlo expuesto al calor, la luz, las vibraciones o fluctuaciones en la temperatura y la humedad, puede hacer que cualquier tipo de vino se deteriore y se eche a perder. Cuando se almacena adecuadamente, no sólo los vinos mantienen su calidad, sino que aquellos que disponen algún tipo de crianza, pueden mejorar en aroma, sabor y complejidad a medida que maduran.

“El vino puede ser almacenado de forma satisfactoria entre los 7 °C y los 18 °C, siempre y cuando las variaciones de temperatura sean graduales. La temperatura de 13 °C  es encontrada principalmente en las cavas vinícolas usadas para almacenar el vino en Francia, mientras en España en el llamado cementerio de la Bodega Marqués de Murrieta, donde se conservan vinos que tienen varias décadas de edad, la temperatura oscila entre 13 °C de media en invierno y 16 °C en verano. Debe tomarse en cuenta que el vino madura en general, de manera diferente y de forma más lenta a temperaturas bajas, contrario a lo que hace a una temperatura superior. Algunos expertos sostienen que la temperatura óptima para la crianza de vinos es de 13 °C. Por otro lado, la Alexis Lichine's Encyclopedia dice que a los 10 °C y 14 °C  los vinos han de envejecer de forma normal”.  Hasta aquí esa cita.

Los vinos Premier Cru Classé generalmente son conservados por muchos años en una cava, para su correcta evolución, ya que el reposo dentro de la botella afina notablemente esos caldos báquicos, tornándolos más equilibrados, suaves y elegantes, y, por ende, más deliciosos. Factor importante para esta crianza en botella es el corcho que obtura el cuello de la botella. Acerca del corcho, que permite la adecuada guarda de estos vinos provectos, quiero recordar que Hugh Johnson menciona en su libro Historia del Vino  que  ”en cuanto a su duración, el corcho se torna quebradizo con el paso del tiempo, entre 25 y 30 años. Las bodegas cuidadas con todo esmero (algunos de los grandes chateaux de Burdeos, por ejemplo) substituyen los corchos de los vinos cada 25 años, aproximadamente, y otras, inclusive, envían personal experto a cambiarlos a las bodegas de sus clientes. No obstante, muchos corchos aguantan más de medio siglo”.

Clive Coates, citado párrafos arriba, menciona en su libro Grands Vins, que el vino de la añada 1990 se hallaba en óptimas condiciones de ser degustado entre los años 2000 y 2025. El de la vendimia 1986 tenía características organolépticas para ser bebido entre los años 1998 y 2026, en tanto que el de la cosecha 1949 era apto para ser bebido entre 1995 y 1996. Con esto quiero enfatizar en el hecho de que se trata de vinos que deben ser guardados, apropiadamente,  por muchos años, antes de que llegue el momento en que tengan las características sensoriales idóneas para un cabal deleite palatal.

Ahora voy a ocuparme de los precios, en Francia, de algunos de estos vinos, de la marca Chateau Lafite-Rothschild, cuyo costo varía en relación con su respectiva añada.

Una caja de seis botellas de la cosecha 2002 tiene un precio de 4.850 Euros. Cada botella cuesta, en pesos mexicanos, $ 13.750.00
Una caja de seis botellas de la cosecha 2003 tiene un precio de 6.950 Euros. Cada botella cuesta, en pesos mexicanos, $ 19.700.00
Una caja de seis botellas de la cosecha 2004 tiene un precio de 5.500 Euros. Cada botella cuesta, en pesos mexicanos, $ 15.500.00
Una caja de seis botellas de la cosecha 2005 tiene un precio de 7.000 Euros. Cada botella cuesta, en pesos mexicanos, $ 19.800.00
Una caja de seis botellas de la cosecha 2006 tiene un precio de 5.100 Euros. Cada botella cuesta, en pesos mexicanos, $ 14.600.00
Una caja de seis botellas de la cosecha 2008 tiene un precio de 5.500 Euros. Cada botella cuesta, en pesos mexicanos, $ 15.500.00
Una caja de seis botellas de la cosecha 2009 tiene un precio de 9.000 Euros. Cada botella cuesta, en pesos mexicanos, $ 25.000.00
Una caja de seis botellas de la cosecha 2010 tiene un precio de 6.950 Euros. Cada botella cuesta, en pesos mexicanos, $ 19.800.00
Una caja de seis botellas de la cosecha 2011 tiene un precio de 2.970 Euros. Cada botella cuesta, en pesos mexicanos, $ 11.600.00
Una caja de seis botellas de la cosecha 2012 tiene un precio de 2.280 Euros. Cada botella cuesta, en pesos mexicanos, $ 6.450.00

En una subasta celebrada en la ciudad de Londres, por la compañía Christies, en diciembre de 1985, fue vendida una botella de  Chateau Lafite, de la vendimia de  1787, en 105.000 libras esterlinas, cantidad equivalente, en ese momento, a unos 160.000 dólares. “Este vino de Bordeaux perteneció a la colección privada del tercer presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson, y tenía grabadas sus iniciales “Th.J” en el cristal”. Conviene agregar que ese vino, comercializado en dicha subasta, ha sido motivo de sospechas, ya que se piensa  que no tenía la antigüedad que afirmaban los vendedores, ni que haya pertenecido a la cava de Thomas Jefferson.

(Como necesario ---a mi parecer--- punto de comparación, mencionaré que la tienda Evinité, de la ciudad de Paris, anuncia una botella, de 750 ml, del vino Romanée Conti (Appellation Romanée-Conti Controlée), de la añada 1937, en poco más de 20.000 Euros. Esta cantidad es equivalente a $ 343.000.00 pesos mexicanos. Por otro lado, la tienda Elvizer, de la capital gala, ofrece a la venta una botella del vino Romanée Conti, cosecha 1960, en casi cinco mil Euros, que vienen a ser, en números redondos,  casi $ 85.000.00 )

Es fácil advertir que, en términos generales, los vinos de mayor antigüedad tienen precios
más altos. Esto suele deberse a que algunas añadas fueron calificadas por los especialistas como “excepcionales”, mientras que otras lo fueron como “muy buenas”. (En diferentes listados de añadas de Francia ---designadas como Tableau des Millesimés--- encuentro que algunas han sido calificadas como “excepcionales”, otras como “excelentes” y otras como “muy buenas” o “buenas”).  La diferencia hace que se incremente el costo de una botella de vino, dependiendo del año de la vendimia de las uvas con que fue elaborado. Son las condiciones climatológicas de un año determinado, el calor, el frío, las lluvias o bien la ausencia de éstas, entre varios otros factores, las que establecen que las uvas recolectadas (palabras sinónimas de esta acción de recoger el fruto de la vid son cosechar y vendimiar) tengan características muy especiales, lo que se permite que el enólogo ---también llamado winemaker--- disponga de una excelente materia prima para hacer vinos de encomiable calidad, lo mismo el de mayor categoría y precio que los demás vinos cuyo costo es más reducido, pues son las uvas las que han resultado beneficiadas por las condiciones climáticas imperantes en un año en especial.

Por otro lado, en los grandes restaurantes, en todo el mundo, aquellos en los que priva el lujo y el refinamiento culinario, en la Carta de Vinos aparece el precio de los vinos Premier Cru Classé (y también los de las otras categorías ya mencionadas) con las variantes que dependen  de la añada de ese caldo. Es común que los vinos de añadas más recientes sean menos caros que los de añadas anteriores. El motivo de esa diferencia es que ese establecimiento de restauración ha guardado, por muchos años, esos vinos, y el reposo en botella los ha afinado, madurado y tornado más delicados y exquisitos, lo que justifica el incremento en el precio, en relación con un vino más joven y de menor tiempo de guarda en la botella, en una cava apropiadamente instalada. 

Al hacer énfasis en el elevado precio de estos vinos de la marca Chateau Lafite Rothschild, conviene transcribir la nota periodística publicada el día 20 de junio de 2013,  en el periódico El Mercurio, de  la ciudad de Santiago de Chile, que hace alusión a la colosal falsificación que tiene lugar en China de vinos y destilados, entre muchos otros productos considerados de lujo. La nota en cuestión señala que “Reproducir etiquetas, así como las botellas,  y usar un vino barato o mezclar el original con agua, usar aromas artificiales y más, puede ser un mecanismo simple, pero en China este tipo de falsificación se ha convertido en todo un negocio. Los vinos franceses son generalmente los más copiados, como el Château Lafite-Rothschild. Así, por ejemplo, una botella de Chateau Lafite, cosecha 1982, considerada como una de las grandes añadas del siglo XX, puede costar en China, unos 9.300 dólares.
“Casos como éste es lo que ha llevado a generar una gran industria de la falsificación en el gigante asiático, donde las personas suelen dejarse llevar más por la apariencia que por la calidad. Y si bien las exportaciones desde la Unión Europea a China alcanzaron los 257 millones de litros en 2012, por cerca de 1.000 millones de dólares, las autoridades chinas aún no han logrado cifrar la cantidad de millones que puede mover esta industria ilegal”. 

Jancis Robinson, Master Wine, incluyó en su portal www.jancisrobinson.com un reportaje publicado el 22 de junio de 2013, en el cual hace referencia a la falsificación de vinos y de etiquetas en China, lo que representa un negocio floreciente para los falsificadores. En una de estas etiquetas el vino lleva por nombre “Chateau Royal Lateet”, que para algunos consumidores de vinos del gigante asiático puede tener cierto parecido al nombre Lafite. 

Ahora bien, Raymundo López Castro, Miembro de Número del Grupo Enológico Mexicano, tuvo la feliz idea de celebrar una cata con dos vinos Chateau Lafite-Rothschild: uno de la cosecha 1968 y el otro de la cosecha 1987. Además se degustaría en esa ocasión el Champagne Dom Perignon Millesimée 1990, de la casa Moët & Chandon. Tomando en consideración que son  dieciséis los catadores de este Grupo (del cual son Miembros de Número veintitrés enófilos), Raymundo  llevó a cabo un sorteo privado para seleccionar a cinco de sus compañeros, pensando que con él serían seis quienes saboreasen estos vinos, degustando una cantidad apropiada para su evaluación sensorial.. Los restantes catadores tomarán  parte en una segunda y tercera degustación de este tipo.

Con respecto al precio de los vinos que ese día serían analizados a la vista, al olfato y al gusto, diré que en la tienda Evinité (su portal en internet señala que son “especialistas internacionales de los más grandes vinos de Francia”), anuncian la venta de una botella de Chateau Lafite Rothschild, cosecha 1968, en 974 Euros,  cantidad equivalente, en números redondos, a $ 15.600.00. Una botella de este mismo vino, de la cosecha 1987, en



$  14.700.00. En tanto que la botella de Champagne Dom Perignon, de la empresa Moët & Chandon (sita en la ciudad de Epernay, en esa región de Francia), de la añada 1990, tiene un precio aproximado de $ 4.400.00

Movido por la curiosidad de conocer un poco más acerca del precio que alcanza el vino Chateau Lafite Rothschild, cosecha 1968, en otros países, consulté el portal Wine Searcher y encontré que el establecimiento (o quizá la razón social en internet) Finest Wine, de Francia, señala tener a la venta una botella de este vino, a un precio, en pesos mexicanos, de $ 22.460.00.  Otra  tienda, ésta en Hong Kong, cuya razón social es Y18 Elegant Spirits Ltd, lo ofrece al precio de $ 11.418.00 pesos mexicanos. 

Por lo que concierne al Champagne señalaré que las diferentes empresas vitivinícolas (las cuales están localizadas en la región homónima: esa zona geográfica es denominada la Champagne y el vino es el Champagne)  elaboradoras de este néctar etílico, símbolo de celebración  y festejo, suelen producir un vino espumoso de este nombre, que puede ser de dos tipos: uno es calificado como vintage, aquel para el cual son utilizadas las uvas cosechadas en un año determinado. La designación de non vintage es para aquellos champagnes hechos con uvas de diferentes cosechas. Las bodegas más importantes elaboran ---cada una de ellas--- un champagne de la máxima calidad, el cual siempre es vintage, al que le dan un nombre que es sello de distinción enológica para esa empresa en particular. Citaré ahora unas cuantas marcas de esa categoría superior: Dom Perignon, de Moët & Chandon.  Cristal, de Louis Roederer. La Grande Dame, de Veuve Clicquot Ponsardin. Comtes de Champagne, de Taittinger. Dom Ruinart,  de Ruinart. Winston Churchill, de Pol Roger. Louise, de Pommery. Y Grand Siecle, de Laurent Perrier. 

El Champagne Dom Perignon lleva ese nombre en recuerdo de Pierre Perignon, nacido en 1638 y fallecido en 1715, a quien le daban el respetuoso tratamiento de “Dom”, porque a partir de 1668 se hizo cargo de las bodegas de la abadía benedictina de Hautvillers, próxima a la ciudad de Epernay, en el corazón de la región de Champagne. La leyenda, preñada de gran fantasía, menciona ---sin ningún fundamento---  que este monje fue el creador de los vinos espumosos. Cabe agregar que este delicioso champagne es resultado de un coupage de 55% de la cepa Chardonnay y 45% de la Pinot Noir, y que el celebrado enólogo Robert Parker calificó este  vino espumoso con 96 puntos sobre 100.

Acerca del tiempo que puede ser guardada una botella de Champagne en una cava, comentaré que en 1974 visité la casa Moët & Chandon, en la ciudad de Epernay, (próxima a Reims, la urbe más importante de la región de Champagne, donde fueron coronados los reyes de Francia hasta el año 1825),  y allí recorrí una parte de las cavas subterráneas, a 35 metros de profundidad, en compañía de Philippe Coulon, el enólogo de esa acreditada empresa. A él le pregunté qué tanto tiempo podían ser guardadas las botellas de este vino. Su respuesta fue que un  Champagne Non Vintage está listo para ser degustado al ser puesto a la venta, y que puede ser guardado un año. Un Champagne Millesimé puede ser conservado en una cava idónea hasta por cinco años. Más tiempo no es recomendable, ya que al paso de los años se pierden las burbujas, principal característica de este excelente vino.

Yo he tenido la oportunidad de saborear, en dos ocasiones anteriores, sendas botellas muy antiguas de dos marcas en extremo prestigiadas, que en la etiqueta lucían el año en que fueron vendimiadas las uvas para su elaboración.  Una fue del Champagne Comtes de Champagne de 25 años de edad, de la empresa Taittinger (la cual fue fundada en Reims, en el año 1734)  Y la otra fue de La Grande Dame, de 20 años de edad, de la bodega Veuve Clicquot Ponsardin, establecida igualmente en Reims, en 1772.   Al servir el vino, en las dos ocasiones que yo puedo calificar de memorables, porque no fácilmente se tiene la oportunidad de saborear un Champagne de tanta “ancianidad”  (palabra que ahora tomo prestada a don Miguel de Cervantes Saavedra, cuando él se refería a vinos provectos)  era visible la casi absoluta ausencia de burbujas, y el color, que usualmente en un Champagne de reciente elaboración es amarillo paja, muy pálido, con iridiscencias verdosas,  era más bien ambarino, con tonalidad caoba. A la nariz, en ambas ocasiones, fue posible advertir deleitables notas de frutos secos  --almendras, avellanas, nueces, castañas--, aromas de caramelo y vainilla, así como una complejidad en verdad muy grande de estas percepciones olfativas, que me hicieron recordar las características olfativas que distinguen a un Jerez Oloroso muy viejo. A la boca su ataque fue en extremo delicioso. Nada que ver con un Champagne, pero quiero enfatizar que la sensación gustativa me pareció de sorprendente exquisitez.

La Mesa de Catadores estuvo integrada, en la cata número 234 del Grupo Enológico Mexicano (la cual, a diferencia de todas las anteriores no fue “ciega”, pues los catadores tuvieron conocimiento de la marca y  de la añada de los vinos que degustarían), celebrada el sábado 31 de agosto, en la casa del anfitrión,  por los siguientes enófilos: Patricia Amtmann, Gustavo Riva Palacio, Gabriel Iguiniz, Darío Negrelos, Raymundo López Castro y Miguel Guzmán Peredo.

Las calificaciones están basadas en los parámetros que maneja el Grupo Enológico Mexicano. Aquellos vinos cuya calificación oscila entre los 50 y los 59 puntos son considerados “no recomendables”. Si la puntuación se halla comprendida entre los 60 y los 74 puntos, son juzgados “bebibles”. Una calificación entre los 75 y los 84 puntos permite evaluarlos como “buenos”. Si el puntaje oscila entre los 85 y los 94 puntos, son juzgados “muy buenos”. En el caso de que la calificación esté comprendida entre los 95 y los 100 puntos, entonces alcanzan la categoría de “extraordinarios”.

Los dos vinos tintos fueron descorchados 30 minutos antes de ser servidos en las copas. Fueron trasvasados a sendas jarras decantadoras Riedel, las cuales –como es bien sabido—propician que el líquido se oxigene en contacto con el aire y que exista un incremento en la emisión de los aromas del vino.  

Los resultados fueron los siguientes:

Vino espumoso:

Champagne Dom Perignon, millesimée 1990.  Coupage de 55% de la cepa Chardonnay y 45% de la Pinot Noir,  Moët & Chandon. Epernay, Champagne, Francia. Calificación: 89.16  Puntos.  Temperatura de servicio: 10°C

Descripción organoléptica: El corcho se encontraba en perfecto estado de conservación.
A la vista el vino mostró presencia de burbujas finas y constantes, de prolongada permanencia.  Color oro viejo, ambarino pálido con reflejos cobrizos. Al olfato: Aroma de caramelo de mantequilla, pan tostado, suaves notas herbales de espárragos. Percepción ligera de  flores marchitas (clavel blanco) y sensación olfativa de mar (notas yodáceas).  Al gusto: grata acidez, sensación de mantequilla y de cítricos, leve dejo de amargor final. Retrogusto prolongado.

Vinos tintos:

1.-    Chateau Lafite-Rothschild, Premier Cru, cosecha 1987. Coupage de 80 a 95% Cabernet Sauvignon y de 5 a 20% Merlot, y 3% de Cabernet Franc y Petit Verdot. Crianza en barrica nueva francesa, de dieciocho a veinte meses. Pauillac, Bordeaux,  Francia. Calificación: 85.66  puntos.

Descripción organoléptica: El corcho se encontraba en buen estado de conservación, totalmente impregnado por el vino, después de casi cinco lustros de reposo en la cava. Fue extraído con un sacacorcho de láminas (también llamado de “mayordomo”, el cual es el más apropiado para remover el corcho de una botella, que ha tenido muchos años de guarda,  y cuyo corcho al estar en extremo húmedo corre el riesgo de fragmentarse con el sacacorcho de “dos pasos”. A la vista el vino mostró un color rojo rubí intenso, con leve halo violáceo, Capa alta. Al olfato: nariz compleja. Aromas de trufa, tabaco, ciruela pasa, cuero, regaliz, barrica vieja, notas herbales, principalmente espárragos. A la boca: vino carnoso. Se confirman los aromas previamente señalados. Retrogusto prolongado.

2.-    Chateau Lafite-Rothschild,  Premier Cru, cosecha 1968. Coupage de 80 a 95% Cabernet Sauvignon y de 5 a 20% Merlot, y 3% de Cabernet Franc y Petit Verdot. Crianza en barrica nueva francesa, de dieciocho a veinte meses. Pauillac, Bordeaux,  Francia. Calificación: 66.00  puntos.

Descripción organoléptica: El corcho fue extraído, igualmente, con el sacacorcho de lámina, pero por estar demasiado friable se fragmentó en dos partes.  A la vista color marrón pálido, carente de brillo. A la nariz: aromas acéticos, barrica, pimienta negra. A la boca: vino avinagrado (con excesiva presencia de ácido acético),  con acidez alta. A juicio de los catadores este vino no sólo fue encontrado senecto sino cabalmente mortecino,  cuyas cualidades sensoriales ya habían expirado. .

Cabe agregar que las calificaciones emitidas por los catadores fueron lo más objetivas posibles, dentro de la notoria complejidad dada por un juicio a todas luces subjetivo.

Al concluir esta cata de vinos extraordinarios los participantes degustaron una deliciosa comida ---elaborada por el propio anfitrión, quien es un magnífico cocinero---, que constó de las siguientes sabrositudes:

Primer tiempo: Pasta (fusilli) en salsa de jitomates cherrys, albahaca y jamón serrano.
Segundo tiempo: Robalo en salsa de tres chiles, servido en cazuela de barro.

Para armonizar estos dos manjares bebimos Cava Vilarnau Brut Rosé, elaborado con un assemblage de la cepa Pinot Noir  y la cepa Trepat (algunos ampelógrafos consideran que esta variedad de uva es similar a la cepa País, de Chile, y por lo tanto semejante a la variedad Misión, de México), por la empresa Bodega Castell de Vilarnau. La variedad Trepat es autóctona de la zona delimitada por la Denominación de Origen Conca de Barberá, en Cataluña. Este vino tiene una crianza de dieciocho meses.

Luego fue servido el Tercer tiempo: Crepas de mango al ron. Y como bien establecen los cánones gastronómicos este agasajo culinario concluyó con “Café, copa y puro”. El café fue procedente de Cuba. El ron fue Zacapa XO Centenario, de Guatemala. Y el puro, de la marca Te Amo, de México.

Para concluir con esta crónica diré que hace dos años, en ocasión de otra memorable cata y comida, semejante a la que he referido en el presente artículo, mencioné que “Las palabras para describir el “caleidoscopio de sabores” (pensamiento que tomo prestado de Alfonso Reyes) que significó esta extraordinaria manducatoria, serán siempre exiguas, pues de la misma manera que describir la impactante hermosura de un atardecer es, a mi parecer, bastante difícil, así resulta en el caso de referirse a un convivio en el cual los manjares y los vinos alcanzaron niveles de excelencia. Quede, pues, en la memoria de quienes disfrutaron ese día de los placeres efímeros del gusto, el recuerdo de esos deleites palatales”

A manera de colofón transcribiré un aforismo de Jean-Anthelme Brillat-Savarin, el autor del precioso libro Meditaciones de Gastronomía Trascendente: “ El placer de la mesa es para todas las edades, para todas las condiciones, para todos los países y para todos los días. Puede asociarse a todos los demás placeres, y se queda el último para consolarnos de la pérdida de los otros”