viernes, 6 de diciembre de 2013

MITOS, LEYENDAS Y REALIDADES ACERCA DEL CHAMPAGNE



El  Champagne es el único vino que le permite a la mujer
conservarse hermosa después de haberlo bebido.

MARQUESA DE POMPADOUR
(JEANNE-ANTOINETTE POISSON 1721-1764


Un escritor francés mencionó que la anécdota era “la tienda donde se adquiere la historia al menudeo”. Con ello quería significar, a mi parecer, que un hecho anecdótico queda indeleblemente grabado en la memoria,  de manera más profunda que la escueta y fría realidad. Las más de las veces la posteridad recuerda claramente un relato carente de comprobación, pero que ha sido narrado en forma tal que al ser repetidamente descrito  pareciera que es indudablemente verídico,  y conforme transcurre el tiempo el hecho así descrito cobra visos de irrefutable certeza..

Digo lo anterior porque de cien personas que se precien de ser entendidas en materia de vinos, especialmente acerca del vino espumoso por excelencia: el Champagne (doy una cifra aproximada, sin ninguna base sólida de sustento, pero lo hago para señalar lo que bien puede ser un creíble porcentaje de opinión), noventa de ellas, interesadas en este tema, no dudarán en afirmar que esta báquica bebida fue “inventada”, o por lo menos “descubierta”,  por un monje llamado Dom Perignon.

Néstor Luján menciona en el libro Allegro Vivace (cuyo subtítulo es Historia del Champagne, el Cava y los vinos espumosos) que acerca de la biografía de Pierre Perignon, nacido en 1638 y fallecido en 1715,  “no conocemos apenas nada, al menos en noticias contemporáneas. Cabe agregar que en un libro escrito sesenta y dos años después de la muerte de Dom Perignon  (a quien le daban el respetuoso tratamiento de “Dom”, porque a partir de 1668 se hizo cargo de las bodegas de la abadía benedictina de Hautvillers, próxima a la ciudad de Epernay, en el corazón de la región de Champagne) se le recuerda como ameritado vitivinicultor, pero no se comenta nada acerca de que hiciese vinos espumosos. La leyenda dio comienzo cien años después de la muerte de Pierre Perignon, cuando se le atribuyó la invención del vino espumoso que hoy en día es mundialmente conocido con el nombre de Champagne”.

A propósito del nombre Dom Perignon diré que es la marca más prestigiada de la bodega Moët & Chandon  (fundada en la ciudad de Epernay   ---en el corazón de la región de Champagne--- en 1743,  por un vinicultor de nombre Claude Moët, quien ya años atrás, en 1730, elaboraba vinos espumosos), en recuerdo al monje más famoso en la historia del Champagne, aquel a quien se atribuye (¡de nueva cuenta surge la narración anecdótica, la leyenda preñada de notoria fantasía!)  la  hermosa frase: “¡venid, venid, hermanos, que estoy bebiendo estrellas!”, pronunciada, según se cuenta, cuando estaba degustando, por primera vez, una copa del vino espumoso por él producido. Cabe agregar que este delicioso Champagne es resultado de un coupage de 55% de la cepa Chardonnay y 45% de la Pinot Noir, y que el celebrado enólogo Robert Parker calificó este  vino espumoso con 96 puntos sobre 100.

En el portal web  www.avizora.com leo que “Dom Jean Oudart (1645-1725) encargado de la bodega de la abadía de Pierry, perfecciona la técnica de embotellado, decide añadir el licor de tiraje y es uno de los primeros en usar el tapón de corcho. Nuevamente la leyenda y la realidad se mezclan, y es difícil saber quién fue el primero que decidió utilizar un tapón de corcho para obturar la botella. Algunos aseguran que fue Dom Pérignon, tras visitar el monasterio benedictino de Sant Feliu de Guixols  (en la Provincia  de Gerona,  en la Comunidad Autónoma de Cataluña), quien aplicó tapones de corcho a las botellas que contenían ese vino burbujeante. No existen datos fiables sobre este hecho y mientras Oz Clarke se lo atribuye a él en su libro Atlas del vino, Hugh Jonhson lo desmiente en su obra El vino. Nuevo atlas mundial. Algunas de estas leyendas son debidas a la imaginación de Dom Grossard, el último bodeguero de la Abadía de Hautvillers, quien la abandona cuando los bienes de esa comunidad de religiosos son confiscados durante la revolución francesa, y desaparecen los archivos.

En el libro cuyo título es Enciclopedia del Champagne y los vinos espumosos, escrito por Tom Stevenson, se consigna que fueron los ingleses los primeros en elaborar vinos espumosos. En esa obra asienta el autor que Christopher Merret reportó, en 1662, a la British Royal Society, cuya sede estaba en la ciudad de Londres,  los resultados de sus observaciones e investigaciones en torno a los vinos espumosos. Otra referencia a la antigüedad que los vinos espumosos tienen en Inglaterra es el comprobable hecho de que en la literatura inglesa anterior al año 1660 existen varias menciones a la degustación de este tipo de vinos efervescentes.

Las antiguas crónicas  refieren que hace muchísimas centurias el emperador romano Domiciano, teniendo noticias del auge que alcanzaban los vinos de la región de Champagne   (y temeroso de que los vinos de la península itálica dejaran de ser comercializados en las Galias),  ordenó ---a finales del siglo I de nuestra era---  que todos los viñedos sembrados en el país de los galos fuesen arrancados, y las tierras destinadas a otros cultivos. Esta irracional medida (semejante a la que, en el siglo XVI,  decretó el rey Felipe II de España con respecto a los viñedos de la entonces Nueva España) tuvo efecto poco menos de doscientos años, y después fueron reimplantadas las viñas y reanudado ese cultivo.

El nombre de Champagne deriva, seguramente, del latín campus, de donde procede el vocablo campiña, que hace referencia a una extensa superficie de tierra. Dicho sea de paso, el vino espumoso es “el” Champagne: y la región de donde procede tan reputado vino espumoso es “la” Champagne).

El Champagne era el vino tradicional que se bebía, ceremonialmente, en las coronaciones de los reyes de Francia, que tenían lugar en la catedral de Notre-Dame, en la ciudad de Reims.  En el libro Larousse de los Vinos leo que “Entre el año 816 y 1825,  treinta y siete reyes de Francia fueron coronados allí, después de que San Remigio bautizara en ese recinto a Clodoveo, en el año 496”.

A propósito de Clodoveo, bautizado el día de Navidad del año 498 (fecha ésta que yo encontré en otra fuente de información), las crónicas históricas refieren que además de recibir las aguas lustrales fue ungido con vino de Champagne. .Mas no se piense que ese néctar báquico era el que ahora conocemos. Aquel era un vino tinto, de tonalidades pálidas, no espumoso, llamado “gris”,  que por su calidad y sabor tenía amplio mercado allende las fronteras regionales y nacionales. Pero sucedía que frecuentemente la fermentación no se desarrollaba en forma correcta, y el vino se echaba a perder. Por otro lado, la presión del gas contenido en el seno del vino hacía saltar los tapones, motivo por el cual recibía el nombre de “vin diable” (vino del diablo”). 

Antiguas consejas narran que Dom Pierre Perignon observó, en cierta ocasión, las botellas de vino que portaban dos monjes españoles alojados en la Abadía de Hautvillers, y se percató que los tapones de esos envases eran de corcho, en lugar de los comunes tapones de madera envueltos en lienzos impregnados de aceite. Se dice que Dom Perignon aplicó el casual descubrimiento que había hecho y  que allí comenzó el proceso de la segunda fermentación en botella, que daría origen a la elaboración controlada del Champagne.

En la historia del Champagne figuran tres religiosos (conviene tener presente que en la Edad Media los mejores viñedos, en Europa, eran propiedad de diferentes órdenes eclesiásticas, y los monjes que habitaban esos cenobios solían combinar sus deberes piadosos con las tareas vitivinícolas), que fueron Thierry Ruinart (1657-1709), Jean Oudart (1654-1742) y Pierre Perignon (1638-1715). Ellos fueron los primeros protagonistas de la gesta que habría de desembocar, siglos más tarde, en el prestigio mundial de tan exquisita bebida. No faltan comentaristas que afirman que, a más de ser contemporáneos fueron buenos amigos,  y que intercambiaron experiencias acerca de la elaboración del vino espumoso que ahora me ocupa.   

 A ciento cincuenta kilómetros de Paris se localiza la región de Champagne, que por sus características  geológicas y climáticas  ---aunadas a las cualidades del suelo, el empleo de cepas seleccionadas, estrictos métodos de cultivo y de vinificación---  propicia la elaboración de un vino de prestigio mundial: el Champagne. La región vitivinícola de Champagne está comprendida en cinco Departamentos: Marne (donde se localiza el 80% del viñedo), Aube (allí se ubica el 15%),. Aisne, Haute-Marne y Seine-et-Marne. Las  cinco principales áreas geográficas, llevan los nombres de “ Montaña de Reims”, “Valle del Marne”, “Viñedos de Aube, “Costa de Sézanne” y “Costa de los Blancos”. Fuera de estas zonas de cultivo no es posible (de acuerdo con la legislación vitivinícola francesa) la producción  de un vino que lleve la denominación Champagne.

En la parte noreste de Francia  el viñedo de Champagne, el más septentrional de ese país, cubre una extensión aproximada de treinta y cuatro mil hectáreas, de las cuales el sesenta por ciento está cubierto de viñas. Allí hay doscientas sesenta mil parcelas,  cuyos propietarios son dieciséis mil viñadores, quienes siembran las  tres variedades de uvas autorizadas para la elaboración de este delicado vino burbujeante: Chardonnay, Pinot  Noir y Pinot Meunier,  en áreas clasificadas como Grands Crus, las más importantes  por la clase de las uvas que allí son vendimiadas,  y  Premiers Crus,  las que ocupan el segundo lugar en la categoría de terrenos más apropiados para el cultivo de las cepas  apropiadas  para elaborar  el Champagne. El 48 % del viñedo de Champagne está cubierta con la cepa Pinot Meuniere; el 28% con la variedad Pinot Noir, y el restante 24 % con la cepa Chardonnay.

En el caso de que un  Champagne haya sido elaborado únicamente con la variedad  Chardonnay recibe el nombre de “Blanc de Blanc” (Blanco de Blancas), y si es el resultado de la vinificación de las dos cepas tintas (Pinot Noir y Pinot Meunier), entonces es llamado “Blanc de Noirs” (Blanco de Negras). Hay otro Champagne cuyo nombre es Brut Rosé, resultado de cualquiera de estos dos procedimientos: o bien se le agrega vino tinto seleccionado,  o bien el mosto reposa algún tiempo en contacto con la piel de las uvas tintas.

En el libro The Companion to Wine escribe Steven Spurrier lo siguiente: “Champagne es la única entre las appellation controlée  de Francia  que omite la mención  Appellation d’Origine Controlée (Denominación de Origen Controlado” en la etiqueta. Sin embargo, el vino elaborado en Champagne es objeto de rígidos controles”.

Para elaborar Champagne son utilizadas las tres variedades de uvas ya señaladas: Pinot Noir y Pinot Meunier, ambas cepas son tintas, y la variedad Chardonnay, que es blanca. Las uvas, cuidadosamente seleccionadas, son llevadas a las enormes prensas, cada una de las cuales recibe cuatro mil kilogramos de ese fruto, del cual son extraídos 2.666 litros de mosto (parece ser que hoy en día la norma indica que únicamente deben obtenerse 2.500 litros). La primera prensada produce  dos mil litros y la segunda los restantes 666 litros. El mosto obtenido más allá de este límite, según establece la ley francesa, no puede ser  utilizado para producir tan extraordinario vino espumoso. La primera fermentación tiene lugar en las cubas donde es colocado el mosto. Allí permanece durante varias semanas, y se obtiene un vino “tranquilo”.

Durante el invierno se trasiega varias veces, de modo que llegue a ser perfectamente claro. Meses más tarde, al llegar la primavera, se prepara una mezcla de veinte o treinta vinos diferentes, con objeto de obtener un tipo de vino  que tenga equilibrio y semejanza con los vinos de años anteriores.  Esta es una operación denominada cuvée, la más delicada e importante, ya que viene a ser el toque mágico de cada casa productora de Champagne. Es muy frecuente que a la cuvée se le agregue una cierta proporción de vino de reserva de años anteriores  (que por su calidad es utilizado para mejorar la producción de otros años),  obteniéndose de esta manera un vino que es llamado Champagne Non Vintgage (Champagne sin añada). Pero cuando en un año determinado la vendimia permite obtener uvas de calidad muy señalada,  entonces el Champagne alcanza la categoría de Millesimé, que es una verdadera delicia al paladar de quien lo degusta. Conviene agregar que en la década de los años ochentas, en el siglo veinte, únicamente cuatro vendimias fueron consideradas “extraordinarias”: 1982, 1983, 1985 y 1986.

Por arriba de la categoría Millesimé existe el nivel de mayor excelencia, ocupado por los Champagnes denominados Cuvée de Prestige, que viene a ser el emblemático de cada casa productora de Champagne. Los más conocidos de todos son Dom Perignon, de la casa Moët & Chandon; Cristal, de la empresa Louis Roederer; La Grande  Dame, de Veuve Clicquot Ponsardin; Cuvée Sir Winston Churchill, de Pol Roger; Blanc des Millenaires, de Charles Heidsieck; Rosé Fleur de Champagne, de Perrier-Jouet; y Comtes de Champagne, de la firma Taittinger.

La extraordinaria calidad y el señalado renombre de estos vinos se halla en  razón directa a su precio, las más de las veces muy costoso. Por ello, no son pocos quienes opinan que la mejor relación calidad/precio de un Champagne corresponde a la clase Non Vintage.

Una vez elaborada la cuvée se le agrega una pequeña cantidad de azúcar de caña y de levaduras. Luego el vino es embotellado. En cavas profundas y frescas, excavadas en la creta del subsuelo, (la empresa Moët & Chandon tiene veinticinco kilómetros de  galerías subterráneas, a una profundidad de treinta y cinco metros) son colocadas las botellas en posición horizontal. Allí comienza la segunda fermentación. Las levaduras del vino transforman el azúcar en gas carbónico, y   éste se disuelve en el seno del líquido, de donde escapará más tarde en forma de burbujas, Esta fermentación producirá también un poso o sedimento.

Las botellas que hasta entonces estuvieron acostadas horizontalmente son colocadas en estantes inclinados, llamados “pupitres”, de manera que el cuello quede en la parte de abajo,  La leyenda, ¡nuevamente la leyenda!,  asegura que fue Madame Nicole Barbe Ponsardin, mejor conocida como “Viuda de Clicquot” (ya que enviudó, en 1805,  de su esposo Francois Clicquot y se hizo cargo de la empresa familiar), la inventora de este artefacto, en el año 1818, para efectuar el “removido” de los sedimentos contenidos en el interior de las botellas. Actualmente, obreros especializados  remueven las botellas, día a día, durante varios meses, para que el sedimento que se halla adherido en el costado de la botella se vaya deslizando, por acción de la gravedad,  a la parte inferior, al cuello del envase, y pueda ser expulsado en posterior maniobra.

Una vez que el poso está en contacto con el tapón que obtura la botella, se procede a la expulsión del mismo. Para ello se introduce el cuello de la botella en una solución refrigerante, de modo que se forme un trozo de hielo donde está incluido el sedimento. Mediante un movimiento preciso, fruto de la experiencia, el operario levanta la botella, la destapa, y sale un chorro de espuma, impulsado por el gas del interior, y el pedazo de hielo, donde están contenidos los posos, que podían afectar la transparencia del Champagne. En seguida se rellena el espacio vacío  con vino de la misma Cuvée, y con cierta cantidad de “licor” que es una mezcla de azúcar de caña y vino viejo de Champagne. Esta proporción va en relación con el tipo de Champagne que se desea elaborar: Brut  (el más seco, que contiene menos de 5 gramos de azúcar residual),  Extra Sec igualmente llamado Extra Dry, que tiene de 12 a 20 gramos de azúcar residual. Otro tipo es el  Sec, que es medianamente seco, con un porcentaje de azúcar residual de 17 a 35 gramos y Demi Sec, que es dulce, con un porcentaje de azúcar residual que oscila entre 30 y 50 gramos. Y el Doux, muy dulce, con más de 50 gramos de azúcar residual. Hay una clase de Champagne a la cual no se le agrega dicho  “licor”, y es la de carácter más Brut,  Este Champagne es llamado Extra Brut, Brut Integral y Brut Zero.

Una vez efectuada esta maniobra la botella queda definitivamente tapada por el corcho, que está firmemente sujetado por un alambre trenzado. Luego se le coloca el collarín, y la cápsula de estaño y la etiqueta. Entonces  la botella está lista de ser puesta a la venta.

El Champagne así elaborado puede ostentar en la etiqueta la leyenda “Methode Traditionale”, antaño llamado “Methode Champenoise”. Cuando el vino espumoso es producido por una segunda fermentación en tanques (en lugar de que ese proceso haya tenido lugar en la botella en la cual saldrá a la venta) se habla del Método Charmat, o de los grandes envases (en España es conocido como granvas). En el año 1919 Eugéne Charmat inventó un procedimiento para producir un vino espumoso que fuera parecido al Champagne, pero más económico. El vino así elaborado no puede, de acuerdo a la ley, llevar en la etiqueta la palabra “Champagne”   

A propósito de los vinos espumosos (cuyo representante de mayor excelencia es el Champagne, elaborado en la región homónima de Francia), es prudente referir que en este país reciben el nombre de Vin Mousseux si no proceden de dicha área   –Champagne—  y deben haber sido producidos de acuerdo a los lineamientos establecidos por el “Methode Traditionale”. Otra designación a estos vinos es Vin Pétillant  (vino chispeante, llamados en Alemania Spritzig), que en realidad es un vino semiespumoso, ya que el gas contenido en el interior de la botella no excede de las dos y media atmósferas de presión, a diferencia de las cinco o seis atmósferas (equivalente a 72.5 libras y a 87.0 libras, respectivamente) que hay dentro de una botella de Champagne, Entre los Mousseux y los Pétillants están ubicados los Crémants (cremosos), que son unos vinos de burbujas poco abundantes. La presión ejercida por el gas de estos vinos sobre la botella que los contiene es un poco superior al de los Pétillants, de 2 a 2.5 atmósferas,  y un poco inferior a la de los Mousseux, de 5 a 6 atmósferas. (La presión de estos vinos   –Cremants--  es de 3.6 atmósferas) Dos ejemplos de los Vins Crémants están dados por el  Crémant de Alsace y el Cremant de Limoux.

En los países anglófonos esta clase de vinos, genéricamente denominados espumosos,  recibe el nombre de Sparkling. En Italia son llamados Spumanti, si bien hay otros cuya denominación es Frizzanti, que corresponde a una categoría de semiespumosos. En España y el resto de los países hispanoparlantes su denominación es Espumosos, si bien los producidos en la región de Penedés (de donde procede el 70% de esos caldos) son llamados Cava. Otras áreas productoras de Cava en este país son La Rioja, el País Vasco, Navarra, Aragón, Extremadura y Valencia. En Alemania y en Austria se les conoce con el nombre de Sekt, y también como  Qualitatschaumwein. En estos países existen vinos gasificados artificialmente, los llamados Perlwein.

Actualmente, de acuerdo a la información del boletín on-line Vitisphere (del 13 de septiembre de 2007), son cincuenta los países productores de esta categoría de vinos. Francia y Alemania producen más del 50% del total mundial. Allí mismo aparece que “de acuerdo a la legislación vitivinícola francesa existen en este país 33 denominaciones VMQPRD (Vins Mousseux de Qualité Produits dans une Region Determinée, que significa Vinos Espumosos de Calidad Producidos en una Región Determinada ), en las regiones siguientes: Champagne, Alsace, Bourgogne, Bordalais, Sud-Ouest, Vallée du Rhone, Jura, Bugey, Savoie, Vallée de la Loire, Anjou, Saumurois, Toraine y Languedoc”.

La botella de tamaño convencional tiene una capacidad de setecientos cincuenta centímetros cúbicos (750 ml). Hay dos más pequeñas: la “media” y la de un cuarto, cuyas respectivas capacidades son de 375 y 187 mililitros, respectivamente. A esta botella se le da en España el nombre de “Benjamín”. Las de mayor tamaño reciben los nombres siguientes: Magnum, que tiene el doble de capacidad que la botella normal, es decir un litro y medio. La llamada Jeroboam equivale a cuatro botellas convencionales, con tres litros de contenido. La Rehoboam equivale a seis botellas de tres cuartos de litro, cuyo contenido es de cuatro litros y medio. Luego viene la Matusalén, cuyo contenido es equivalente al de ocho botellas de tamaño corriente,  y su capacidad es de seis litros. La botella llamada Salmanazar equivale a doce botellas de 750 ml., y contiene nueve litros. La Baltasar tiene una capacidad de doce litros, equivalente a dieciséis botellas de tamaño normal. Hay otra más grande, en tamaño y en capacidad: la Nabucodonosor, que contiene 15 litros y equivale al contenido de veinte botellas. Otros tamaños colosales de botellas son las siguientes: Salomón (en un par de páginas de internet leí que también se le llama Melchor), cuya capacidad es de dieciocho litros, equivale a la capacidad de veinticuatro botellas.  Soberano, que contiene poco más de veintiséis litros, equivalente a treinta y cinco botellas. Primat, con veintisiete litros (capacidad de treinta y seis botellas corrientes de 750 ml, y Melquizidec, con treinta litros de espumoso, como si se tratara de cuarenta botellas.

Mientras que de una botella de 750 ml pueden ser servidas de siete a ocho copas, de una del tamaño llamado Baltasar se obtienen 130 copas, y de una botella gigantesca, como la Nabucodonosor es posible servir 175 copas. De la botella llamada Melquisidec pueden ser servidas 260 copas. Para ello se requiere de balancines metálicos especiales, para manipular botellas tan voluminosas y de tanto peso como éstas.

En la página de internet  Wikipedia leo que “Sólo la media botella, la botella común y el tamaño Mágnum se usan para criar el vino. Los otros formatos se rellenan con vino ya fermentado. La tradición dice que el tamaño idóneo es el Mágnum, que permite que el Champagne envejezca mejor. Los tamaños de Salomón en adelante son recientes y se consideran un tanto extravagantes. Las dimensiones de las botellas superiores al Jeroboam son infrecuentes, porque éstas son difíciles de manejar, frágiles y caras de producir. Los nombres de botellas superiores al Mágnum vienen de reyes de la Biblia, salvo el Soberano y el Primat” Yo agrego que, igualmente, el nombre de Matusalén no corresponde a un rey, como sí es el caso de Jeroboam, Rehoboam, Salmanazar, Baltasar, Nabucodonosor y Salomón, mencionados en  el Antiguo Testamento, en las Sagradas Escrituras. 

Respecto de las copas para servir el Champagne, existen tres modelos diferentes. La primera, conocida como “champañera”, es muy amplia en la parte superior y ello facilita que se pierdan rápidamente las burbujas, la característica distintiva de este vino (mientras más pequeñas sean las burbujas, y mientras más tiempo se vayan desprendiendo del líquido contenido en la copa, se considera que ese vino espumoso es más fino). Las otras dos formas de copas  ---que a mi parecer son las apropiadas para degustar tan exquisito néctar etílico---  reciben los nombres de “flauta” y “tulipán”, por su diseño alargado y angosto. Por el reducido diámetro de la boca de estas copas, así como su mayor profundidad, se propicia que las burbujas no se pierdan tan fugazmente, y que lo que yo llamo “cascada invertida” (las burbujas escapando del seno del líquido, donde estaban disueltas a presión) sea visible durante un tiempo más prolongado. Acerca de la forma de estas tres copas existe la leyenda  (ningún otro vino ha generado tantas leyendas y mitos) que asegura que la copa “champañera” fue moldeada en el pecho de Helena de Troya, de quien se enamoró Paris, mientras que las otras dos copas (“tulipán” y “flauta”) fueron diseñadas en el busto de María Antonieta de Francia. Otra versión es la que encontré en la página de internet www.directoalpaladar.com, donde se hace referencia a la llamada copa “champañera”, comentando que “ya casi queda descartada, desde hace unos años, la llamada “Pompadour”. Dicen que fue diseñada a semejanza de los senos de la amante de Luis XV, madame Pompadour, en el Palacio de Versalles, en el siglo XVIII. Sea como fuere,  es una copa sin interés enológico. El gas se escapa, el vino se calienta y es casi imposible apreciar cualquier aroma en esa gran obertura”.

Ahora se avizora un cambio (¿cuánto tendrá de impacto mercadológico esta nueva tendencia?) en lo referente a cuáles son las copas más apropiadas para servir el Champagne, y por ende también los demás vinos espumosos,  ya que apenas hace dos días leí, en el boletín Día a Día del Vino, publicado en Argentina el pasado 4 de diciembre de 2013,  que “la tendencia ahora es beber espumante en copa para blancos”. De acuerdo con lo que preconiza Richard Geoffroy, chef de cave de Dom Pérignon, quien en una presentación del Champagne Dom Pérignon Vintage 2004, manifestó que "No usamos más copas flautas, usamos copas Chardonnay”. La razón, dijo es que "la copa flauta envía el vino de manera directa donde menos papilas gustativas hay. Esto no permite disfrutar y percibir la calidad del champagne en todo su esplendor". Como contrapartida, enfatizó que "la copa más amplia, como la de vino blanco, da más volumen y permite que el champagne logre una mayor expresión y relieve". Incluso, fue un paso más allá al asegurar que "para un champagne de más de 30 años utilizaríamos copas incluso más grandes".

Las once casas productoras de Champagne más antiguas son las siguientes. Entre paréntesis figura el año de su fundación: Ruinart (1729; es la casa más antigua); Taittanger (1734); Moët & Chandon (1743); Henri Abelé ( 1757); Veuve Clicquot (1772) ; Heidsieck (1785);
Henriot (1808); Perrier-Jouët (1811); Boizel (1834); Bollinger (1829); Deutz (1839) y Paul Roger (1840)

Acerca del tiempo que puede ser guardada una botella de Champagne en una cava, comentaré que en 1974 visité la casa Moët & Chandon, en la ciudad de Epernay, (próxima a Reims, la urbe donde fueron coronados los reyes de Francia hasta el año 1825),  y allí recorrí una parte de las cavas subterráneas, a 35 metros de profundidad, en compañía de Philippe Coulon, el enólogo de esa acreditada empresa. A él le pregunté qué tanto tiempo podían ser guardadas las botellas de este vino. Su respuesta fue que un  Champagne Non Vintage está listo para ser degustado al ser puesto a la venta, y que puede ser guardado un año. Un Champagne Millesimé puede ser conservado en una cava idónea hasta por cinco años. Más tiempo no es recomendable, ya que al paso de los años se pierden las burbujas, principal característica de este excelente vino.

Yo he tenido la oportunidad de saborear, en tres ocasiones anteriores, el Champagne (Cuvée de Prestige) de sendas botellas muy antiguas de tres marcas en extremo prestigiadas, que en la etiqueta lucían el año de su elaboración.  Una fue del Champagne Comtes de Champagne, de la empresa Taittinger, de una cosecha realizada veinticinco años atrás. Otra fue de La Grande Dame, de la bodega Veuve Clicquot Ponsardin, producto de una vendimia que tuvo lugar veinte años antes de haber sido degustado. Al servir el vino, en estas  dos ocasiones que yo puedo calificar de memorables, porque no fácilmente se tiene la oportunidad de saborear un Champagne de tanta “ancianidad”  (palabra que ahora tomo prestada a don Miguel de Cervantes Saavedra, cuando él hablaba de vinos provectos)  era visible la casi absoluta ausencia de burbujas, y el color, que usualmente en un Champagne de reciente elaboración es amarillo paja, muy pálido, con iridiscencias verdosas,  era más bien ambarino, con tonalidad caoba. A la nariz, en ambas ocasiones, fue posible advertir deleitables notas de frutos secos  --almendras, avellanas, nueces, castañas--, aromas de caramelo y vainilla, así como una complejidad en verdad muy grande de estas percepciones olfativas, que me hicieron recordar las características olfativas que distinguen a un Jerez Oloroso muy viejo. A la boca su ataque fue en extremo delicioso. Nada que ver con un Champagne, pero quiero enfatizar que la sensación gustativa me pareció de sorprendente exquisitez. 

En la tercera ocasión, en agosto de 2013, degusté  --en la grata compañía de unos amigos muy cercanos a mí--- una botella de Champagne Dom Perignon, millesimée 1990, la cual fue servida a una temperatura de servicio de 10° centígrados. Este vino fue elaborado con las uvas procedentes de una vendimia efectuada veintitrés años atrás.En mis notas de cata apunté lo siguiente: El corcho se encontraba en perfecto estado de conservación. A la vista el vino mostró presencia de burbujas finas y constantes, de prolongada permanencia.  Color oro viejo, ambarino pálido con reflejos cobrizos. Al olfato: Aromas de caramelo de mantequilla, de pan tostado, con suaves notas herbales de espárragos. Percepción ligera de  flores marchitas (clavel blanco) y sensación olfativa de mar (notas yodáceas).  Al gusto: grata acidez, sensación de mantequilla y de cítricos, leve dejo de amargor final. Retrogusto prolongado. Como es posible advertir por este comentario sensorial, saborear un Champagne  como éste, de casi 23 años de edad, constituye un deleite gustativo pocas veces experimentado.

Para concluir diré que la fama, el prestigio, el renombre y la seducción del Champagne han permeado las bellas artes. En la literatura, la pintura y el cine son frecuentes las alusiones a esta bebida, sinónimo de festividad y de alegría. En la música, por referirme únicamente a una de esas manifestaciones artísticas, aparece el Champagne en el “Brindis”,  de la ópera “La Traviata”, de Giuseppe Verdi.  En la ópera “Don Giovanni”, de Wolfgang Amadeus Mozart, figura un fragmento musical  ---aria--- dedicada  al Champagne.  En la ópera “Cavalleria Rusticana”, de Pietro Mascagni, se hace referencia a un vino “spumeggiante”, palabra que en lengua italiana significa efervescente, y también tiene la connotación de espumoso. En las operetas “El Murciélago”, de Johann Strauss hijo, y “La Viuda Alegre”, de Franz Lehar, hay bellos pasajes musicales en los cuales este vino es el protagonista.

A manera de colofón transcribiré nueve frases célebres acerca del Champagne:

1.- Champagne: el gran civilizador. Charles Maurice de Talleyrand. 1754-1838
2.- Yo soy abstemio de cerveza, no de champagne. George Bernard Shaw. 1856-1950
3.- En la victoria mereces beber champagne; ¡en la derrota lo necesitas!. Napoleón Bonaparte.1769-1821
4.- El champagne es uno de los extras elegantes de la vida. Charles Dickens. 1812-1870
5.- El monarca de todos los vinos es el Champagne. Benjamin Cummings Truman (1874-1969)
6.- Puedes tener mucho champagne; pero nunca tendrás suficiente. Elmer Rice. 1892-1967
7.- El Champagne es el lujo de los amantes del vino. Jancis Robinson  1950--
8.-  Señores, en el breve instante que nos queda entre la crisis y la catástrofe, ¡bien podemos beber una copa de Champagne!. Paul Claudel   1868-1955
9.-  Bebo Champagne cuando estoy feliz y cuando estoy triste. Algunas  veces lo bebo cuando estoy sola. Cuando estoy acompañada lo considero obligatorio. Como con él si no tengo hambre y lo bebo cuando sí la tengo. En cualquier otro caso no lo bebo, a menos que tenga sed.  Lily Bollinger (1899—1977),  (Su nombre de soltera fue Elisabeth Law de Lauriston-Boubers, quien fue la viuda de  Jacques Bollinger, fallecido en 1941. En otras notas biográficas aparece con el nombre de Emily.  Ella dirigió la empresa hasta el año de 1971.
 

martes, 3 de diciembre de 2013

EL HERMOSO LIBRO BEBIENDO NUESTRA TIERRA



Nada se compara con el placer visual de contemplar
el verdor de las viñas, que bajo el cálido sol mexicano
hacen su trabajo para entregar a tiempo su generoso fruto,
bajo la mirada vigilante del viticultor, quien, revisando
amorosamente una por una todas sus parras, las cuales,
inmóviles y en formación perfecta, lo ven pasar orgulloso,
con el mismo señorío que ostenta un mariscal de campo que
pasa revista a sus tropas.

PABLO ALDRETE COSSIO

¡Qué se entiende por un libro de arte?  A mi parecer, es aquella obra literaria en la cual el autor incursiona en un tema determinado, del cual tiene amplio conocimiento y una acendrada pasión, como para volcar en ella el fruto de muchos años de aprendizaje, de investigación y de búsqueda de la más amplia información con respecto a lo que va a escribir. Para que alcance el calificativo de artístico ese libro debe haber sido publicado con un diseño tipográfico de primer orden, impreso en un papel de alto gramaje,  es decir, que es de un grosor acentuado, a más de ser del  tipo de papel llamado couché, también  denominado recubierto y esmaltado, lo que le brinda una superficie suave y brillante. Sus dimensiones deben ser mayores a las de un libro ordinario, al tiempo mismo que debe ser de un peso superior al de cualquiera de estos. Aunado a lo anterior,  ese libro debe estar ilustrado  (podría yo decir, engalanado) con infinidad de hermosas fotografías, las cuales confieren a ese trabajo literario el requerido aporte gráfico,  para que los conceptos allí expuestos estén  debidamente presentados, con infinidad de bellas imágenes que permitan apreciar de mejor manera lo que el autor expresó en sus textos.

Las características arriba señaladas se cumplen a plenitud en el libro Bebiendo nuestra tierra, resultado de una encomiable tarea de investigación histórica en torno a los vinos elaborados en México.  Pablo Aldrete Cossío, un enófilo de cepa (con quien antaño compartí, en el Claustro de Sor Juana,  la sede temporal de la Asociación Mexicana de Cata  ---de la cual ambos fuimos socios fundadores en 1987---,  gratos momentos y deliciosos vinos),  quien se dio a la apasionada tarea de escribir un libro  que reuniese el secular devenir de la vitivinicultura mexicana.  Lleva a cabo esa plausible labor de búsqueda documental partiendo desde aquellos lejanos días, en marzo de 1524  (dentro de una década se cumplirán cinco siglos de aquel memorable comienzo),  cuando el capitán extremeño Hernán Cortés,  una vez conquistada la gran Tenochtitlan,  expidió el decreto mediante el cual daba nacimiento al cultivo de la vid en el país entonces llamado Nueva España, hasta el momento actual, en el cual se advierte en nuestro país un acentuado florecimiento de esta industria,  la cual brinda a los consumidores vinos de extraordinaria calidad, cuya finura ha sido reconocida en todo el orbe, mediante varios cientos de medallas  ---tanto de oro, como de plata y de bronce---, conferidas a muchas bodegas mexicanas  en innumerables certámenes enológicos celebrados por doquier.

Considero conveniente agregar ahora un par de párrafos, que escribí hace algunos años, en un artículo alusivo a la historia del vino en México,  en el cual señalé que “corresponde a Hernán Cortés el mérito de haber sido el primer promotor del cultivo de la Vitis vinífera en México, el primer sitio del continente americano donde comenzó a ser cultivada regularmente la vid. El 20 de marzo de 1524  -–otros dicen que ello tuvo lugar el 24 de marzo del mismo año–  firmó las Ordenanzas de buen gobierno dadas por Hernán Cortés para los vecinos y moradores de la Nueva España. Luis Hidalgo, enólogo español, afirma que estas Ordenanzas se hallan  en el Archivo del Duque de Terranova y Monteleone, en el Hospital de Jesús, de la ciudad de México. En el decreto signado por Cortés queda asentado quecualquier vecino que tuviese indios de repartimiento sea obligado a poner en ellos en cada año, con cada cien indios de los que tuviera de repartimiento, mil sarmientos, aunque sean de la planta de su tierra, escogiendo la mejor que pudiera hallar”.

Luis Hidalgo es certero al afirmar: “Es indudable la gran visión de Hernán Cortés al llegar a establecer, en el año 1524, la injertación de la Vitis vinifera como práctica vitícola, cuando ello no se realizaba en el resto del mundo, con más de 350 años de anticipación a cuanto la mencionada práctica se hizo necesaria en el cultivo de la vid, como consecuencia de la invasión filoxérica en Europa”.  Hasta aquí aquella cita.

En uno de los primeros capítulos de su libro Bebiendo nuestra tierra, titulado “El vino mexicano en la actualidad”, Pablo Aldrete Cossío hace una pormenorizada referencia al desarrollo de la actividad vitivinícola nacional, que ha tenido  ---como lo refiere, atinadamente, el autor--- una serie de descalabros que han impedido su armónico desenvolvimiento al través de las centurias, ya que por infinidad de factores, en unas ocasiones de índole fiscal y en otras por erróneos argumentos políticos, la industria vitivinícola en nuestro país se ha visto constreñida a un menguado crecimiento, tanto porque la superficie del viñedo mexicano ha experimentado, en repetidas ocasiones, un decrecimiento muy considerable, como por los elevados tributos fiscales que deben cubrir los productores de vino nacionales, quienes, a diferencia de otros países, donde suelen ser apoyados por el fisco para incrementar su producción, entre  nosotros no reciben estímulos para llevar a cabo su labor con mejor productividad.

En la magnífica reseña histórica que Pablo Aldrete Cossío hace de la vitivinicultura mexicana, se remonta a la época colonial, señalando la propagación de la vid a diferentes zonas del entonces territorio de la Nueva España,  mencionando el primordial papel que jugaron los misioneros de las órdenes religiosas de los jesuitas, dominicos y franciscanos, quienes difundieron este cultivo agrícola por la extensa superficie del entonces virreinato novohispano.  Luego pasa revista a lo que, en su momento, fue la incipiente producción de vino  en México, en lo que hoy en día son los estados de Puebla,  Querétaro, Oaxaca, Guanajuato, Aguascalientes, Zacatecas, Coahuila y Baja California.  Así como a las  diversas bodegas nacionales que en esas entidades fueron siendo establecidas, al paso de los años, hasta llegar, al momento actual, que permite augura una época de bonanza para esta industria.   

En el libro Bebiendo nuestra tierra figura como coautora María Guadalupe Palau,  quien escribió el interesante capítulo titulado “El viaje del vino a través de la historia”, en el cual se ocupa de los orígenes del vino, hace de ello 6.000 u 8.000 años, en tierras de Mesopotamia, o bien de Armenia, así como de las narraciones legendarias las cuales, al paso de las centurias, han hecho del vino una bebida que actualmente goza de aceptación casi mundial. También  pone su mirada en los mitos, principalmente el de Dionisios, llamado por los romanos Baco, en cuyo honor (en una y en otra tierra) eran motivo de jubilosas libaciones rituales.

Otro interesante capítulo de esta excelente obra de divulgación vinícola es el que lleva por título “La Vid”, en el cual Pablo Aldrete Cossío describe pormenorizadamente todo lo relacionado a esta planta, cuyos orígenes son situados por los paleobotánicos en la Edad Terciaria. Líneas  adelante se ocupa del tema “La vid en el campo”, donde hace una minuciosa descripción de todo lo que conlleva el cuidado de esta delicada --a la vez que resistente-- planta, en sus diferentes etapa de desarrollo: la poda, el injerto, el desborre, la brotación, la floración y el cuajado, el  envero, la maduración y, finalmente, la vendimia.   Más tarde, en el siguiente capítulo del libro Bebiendo nuestra tierra (que lleva por nombre  “La vid en la bodega”) ,  se refiere a la vinificación, que es el complejo procedimiento bioquímico mediante el cual el mosto se transforma, por acción de las levaduras, en vino.

Otro asunto abordado en esta obra es “El  vino en la sociedad”, el cual fue encargado a Paulina Vélez. Allí  se ocupa esta reconocida enófila de la forma como los vinos mexicanos son vistos en la actualidad, por los consumidores en nuestro país, quienes ahora comienzan a reconocer la gran calidad de estos caldos báquicos, otrora considerados o bien costosos o bien de escasa calidad enológica, juzgando erróneamente que no eran apropiados para hacer un  sápido maridaje con los platillos de la cocina mexicana.  

El capítulo que lleva por título “Regiones vitivinícolas de México” quedó  integrado por los textos de cuatro personas: Pablo Aldrete Cossío, Hugo D’Acosta, Joaquín Madero y Miguel Ángel de Santiago. El primero de ellos escribió la Introducción,  para presentar un panorama general de la vitivinicultura nacional, en las diferentes áreas geográficas de México: el Altiplano Norte,  ubicada al Norte del Trópico de Cáncer (que comprende los estados de Baja California, Chihuahua, Coahuila y Nuevo León) y el Altiplano Sur (en el cual están comprendidas las siguientes entidades: Aguascalientes, Guanajuato, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí y Zacatecas).   

Memo García aborda, al alimón con Hugo D’Acosta, el tema “Baja California”, ya que le hace una extensa entrevista a una de las personalidades más reconocidas del vino bajacaliforniano, quien en esta sección del libro Bebiendo nuestra tierra narra  sus inicios como vitivinicultor, describiendo la tarea que ha emprendido, en extremo plausible, al  frente de la Estación de Oficios (mejor conocida como “La Escuelita”), que ha permitido que un crecido número de personas se adentren en la emocionante actividad de elaborar vinos de calidad, mediante el conocimiento y la experiencia que ese mentor les ha transmitido.

El siguiente capítulo del libro Bebiendo nuestra tierra, dentro de la sección  Zonas Vitivinícolas de México, concierne a la región del Altiplano Norte de México, que comprende los estados de Chihuahua, Coahuila y Nuevo León. Este texto recoge la transcripción de la charla que sostuvo María Guadalupe Palau  ---coautora de dicha obra---  con Joaquín Madero. Este primer inciso se halla enfocado a los vinos elaborados en el Valle de Vallas, en Coahuila, del cual el entrevistado tiene amplio conocimiento. En su plática hace mención a las diferentes bodegas que, al correr de los años, fueron siendo establecidas en estas feraces tierras, las cuales, en el tiempo presente, son la sede de las siguientes empresas: Bodegas El Vesubio,   Bodega Rivero González, Vinícola Ferriño y Casa Madero, ésta última la más importante de todas, cuyos orígenes se remontan al año 1597, hecho que le confiere la distinción de ser la bodega vitivinícola más antigua del continente americano, hoy en día aún en funcionamiento desde aquella lejana fecha.      

A continuación viene un interesante escrito de Pablo Aldrete Cossío, en el cual hace detenida descripción de lo que él llama “Regiones emergentes”, dentro de las cuales ubica a Chihuahua y Nuevo León. Allí se ocupa de las bodegas que actualmente elaboran vinos en esas entidades: Vinícola del Valle de Encinillas, Bodegas Pinesque, Casa Chávez, Casa Boutique Reyes Mota y Bodegas Valles Villalpando, en Chihuahua; y Vinícola Maravillas, en Nuevo León.

Por  lo que concierne al área geográfica denominada Altiplano Sur, que en este libro hace mención a la vitivinicultura de los estados de Zacatecas, San Luis Potosí, Aguascalientes, Querétaro, Guanajuato, Puebla y Distrito Federal, leemos inicialmente el relato hecho por María Guadalupe Palau,  el cual se basa en una entrevista a Miguel Ángel de Santiago, hoy en día el enólogo de Vinícola La Redonda, de Tequisquiapan, Querétaro, cuya permanencia en estos lares se remonta a los días, en el año de 1970, cuando comenzó  a elaborar vinos para la empresa Cavas de San Juan (anteriormente Vinos Hidalgo).  Años más tarde estuvo en Freixenet de México, cuando esta bodega, de ascendencia catalana, comenzó a sembrar sus propios viñedos en el municipio de  Ezequiel Montes, en el estado de Querétaro.

Otra sección, páginas adelante, igualmente denominada “Regiones emergentes”, permite a Pablo Aldrete Cossío hacer una extensa mención de la elaboración de vino en las entidades mencionadas en el párrafo anterior  (Aguascalientes, Querétaro, Guanajuato, Puebla y Distrito Federal), donde actualmente la industria vitivinícola viene adquiriendo renovada importancia. Esta parte de la obra que ahora me ha ocupado me parece muy interesante, en virtud de la extensa descripción hecha de todas y cada una de las bodegas, principalmente de las más recientes, que en esas entidades vienen funcionando, con halagüeños resultados. 

El libro Bebiendo nuestra tierra incluye dos capítulos más: “La Cata” y “Armonías entre el vino y los alimentos”. El  primero es una  amplia lección de lo que significa la acción de catar organolépticamente un vino, mediante los sentidos de la vista, del olfato y del gusto, principalmente. Aquí veo a un experto catador, con muchos años de atinada práctica, que vuelca sus conocimientos en la hedonista tarea de describir un vino, por sus cualidades y sus posibles defectos.

El otro tema, el final de esta obra, es la conversación entre Agustín Bertheau  (quien actualmente imparte la materia de Enología, Cultura del Vino y Mecánica de la Cata en el Instituto Suizo de Gastronomía y Hotelería, de la ciudad de Puebla) y María Guadalupe Palau. El ameno tema de la armonización ---maridaje--- entre los platillos y los vinos es acertadamente presentado, mostrando todas las  implicaciones  que en el fascinante mundo de la gastronomía entraña-

Como remate final el libro contiene la lista de todas las bodegas vitivinícolas de México.

En el primer párrafo de este escrito mencione que para que un libro fuese calificado “de arte”  debía estar ilustrado con infinidad de hermosas fotografías, las cuales confirieran a ese trabajo literario el requerido aporte gráfico. Bebiendo nuestra tierra cuenta con trescientas bellas fotográficas, captadas por la lente de Memo García, un fotógrafo del cual leo (en la solapa de este libro) que ha participado en múltiples exposiciones tanto colectivas como personales, y cuyo trabajo ha sido publicado en libros y revistas de diferentes países. Mi opinión personal es que el trabajo fotográfico de Memo García es sobresaliente en grado superlativo,  como para permitir que la obra que ahora me ha ocupado resulte en verdad extraordinaria.