UNA NUEVA VISITA AL VALLE DE GUADALUPE
(ENOTURISMO Y GASTRONOMADISMO)
NACEMOS EN
UN MOMENTO Y EN UN
LUGAR
DETERMINADO, Y AL IGUAL QUE
LAS COSECHAS DE
VINOS ADQUIRIMOS LAS
CUALIDADES DEL
AÑO Y DE LA ESTACIÓN
EN LA CUAL
VIVIMOS.
CARL GUSTAV JUNG
(1875-1961)
Tengo en mi biblioteca un precioso
libro, cuyo título es Las Misiones de Baja California, 1683—1849, escrito por el
Dr. Michael Mathes y publicado originalmente por la Universidad de San
Francisco. La Editorial Aristos, de La Paz, Baja California, lo publicó en 1977, algunos años después de
su edición original en lengua inglesa. Esta obra --así queda señalado en el
prólogo-- trata de “los establecimientos jesuíticos, dominicos y franciscanos, virtuales
civilizadores de Baja California, y abarca, por lo tanto, los siglos XVII,
XVIII y parte del XIX….Se trata de un libro enriquecido con una bibliografía de
quinientos títulos, actualizada al día de hoy”.
Una de esas misiones evangelizadoras,
lleva por nombre Misión Nuestra Señora de Guadalupe del Norte, asentada en Ojá Cuñurr (“piedra pintada”, en
lengua kiliwa), fundada por los monjes dominicos en 1834. Fue la última misión
establecida en las dos Californias. En el año 1840 , después de padecer las belicosas
incursiones de los indígenas locales, fue abandonada por completo. Al presente
únicamente quedan escasas ruinas de ese establecimiento religioso.
Me inclino a pensar que el nombre “Valle
de Guadalupe”, que ostenta la principal
región vitivinícola de México, proviene
de la denominación de aquella misión bajacaliforniana, fundada por los misioneros dominicos hace ya
casi doscientos años. El Valle de Guadalupe está ubicado entre los municipios
de Ensenada y de Tecate, en el área septentrional del estado de Baja
California, y cubre una extensión de poco más de sesenta y seis mil hectáreas,
si bien dentro de ese nombre suelen
quedar incluidas, usualmente, otras zonas vinícolas, denominadas San Vicente
Ferrer, San Jacinto, Santo Tomás, San Antonio de las Minas, Las Palmas y Ojos
Negros, antaño llamado Valle de San Rafael. Se estima que la producción de vino
en el Valle de Guadalupe alcanza el noventa por ciento del total nacional.
(Considero conveniente anotar, en este
momento, que --de acuerdo a la información considerada oficial, del Consejo
Mexicano Vitivinícola-- existen en México 1950 productores de vino y están en
funcionamiento 207 bodegas. La producción actual es de 2.1 millones de cajas de
12 botellas de vino, de 750 mililitros. Y el consumo per cápita, que era de 450
mililitros en el año 2012, en 2018 se incrementó
a 960 mililitros de vino. Como necesario punto de comparación anotaré que el
consumo en Francia es de 46.6 litros por persona, mientras que en Portugal es
de 43.8; y en España de 19.7 litros per
cápita.
Una vez señalado lo anterior, quiero
mencionar ---como ya lo he anotado en alguna ocasión anterior, que el
Enoturismo es una palabra que ha adquirido, a nivel mundial, una gran importancia. Por
doquier se habla de esta forma especial de turismo (llamada wine tourism
entre los angloparlantes; enoturisme, en Cataluña: enoturismo en
España y en Italia; y rota do vinho, en Portugal), que comenzó en Estados Unidos de América, en
el estado de California, ya que fueron las bodegas vitivinícolas de Napa y de
Sonoma, en las cuales la producción de vino alcanza cifras en verdad
estratosféricas, las pioneras en
promover las visitas de nutridos grupos de personas, interesadas en adentrarse en
el fascinante mundo del vino.
En una página de internet de la ciudad de Zamora, España, leí que “en su fórmula más sencilla, el enoturismo consiste en la realización de recorridos por las comarcas de tradición vinícola, con la posibilidad de visitar sus bodegas, realizar cursillos de cata, catar a su vez los mejores vinos de la bodega y conocer la ancestral cultura de la vid. En nuestro país va creciendo el número de bodegas que, además, ofrecen la posibilidad de alojamiento en un hotel de su propiedad, como es el caso de las adscritas a la marca Haciendas de España. La cultura del vino se extiende hasta el punto de haber generado un tipo de turista de alto poder adquisitivo, interesado en conocer las zonas de procedencia de los vinos que consume”.
En una página de internet de la ciudad de Zamora, España, leí que “en su fórmula más sencilla, el enoturismo consiste en la realización de recorridos por las comarcas de tradición vinícola, con la posibilidad de visitar sus bodegas, realizar cursillos de cata, catar a su vez los mejores vinos de la bodega y conocer la ancestral cultura de la vid. En nuestro país va creciendo el número de bodegas que, además, ofrecen la posibilidad de alojamiento en un hotel de su propiedad, como es el caso de las adscritas a la marca Haciendas de España. La cultura del vino se extiende hasta el punto de haber generado un tipo de turista de alto poder adquisitivo, interesado en conocer las zonas de procedencia de los vinos que consume”.
En ese mismo portal queda señalada la
siguiente información, la cual me parece digna de ser transcrita en este texto:
“En Estados Unidos, la cantidad de turistas que visitan las bodegas de la zona
vitivinícola de Napa Valley (California) supera en número a los que se
desplazan a Disney World. Tras el estreno en 2004 de la película "Entre
copas" se dispararon las visitas a las principales bodegas californianas,
especialmente a las del Valle de Santa Inés, donde se desarrolla el filme”.
“Por lo que concierne a Francia, en el
año 2002, tantas personas visitaron las bodegas de Francia como el Museo del
Louvre, en París. Se trata, además, de un turismo de alto nivel adquisitivo:
hay personas que por pasar una noche en un "chateaux" de la región
francesa de los vinos del Loire pagan hasta 2.000 dólares. Otros países de
tradición vinícola nos llevan una gran ventaja en el camino de la promoción
turística de las zonas del vino. Australia recibe al año más de cuatro millones
de turistas, muchos de los cuales acuden a la llamada de sus pujantes caldos”.
Lo mismo acontece en Chile, donde en fecha reciente fue organizada una visita (programada por la Corporación Chilena del Vino) a las principales bodegas de ese país, con la finalidad de aprovechar la experiencia de los estadounidenses, quienes en esta materia han sentado las bases de un formidable movimiento turístico, estrechamente relacionado con el vino. Y en España acontece un fenómeno similar, ya que cada día es mayor el número de bodegas que, en La Rioja, Cataluña, Valdepeñas y Ribera del Duero promueven las visitas a sus instalaciones.
En México, el enoturismo viene cobrando una singular auge. Las bodegas vitivinícolas del Valle de Guadalupe, en las cercanías de la ciudad de Ensenada, han incrementado --lo cual me parece en extremo plausible-- la promoción de sus productos y las visitas a dichas empresas, que actualmente gozan del interés que se ha despertado por conocer las instalaciones donde se elabora el vino.
Lo mismo acontece el Valle de Parras, donde se localiza Casa Madero, ubicada en el sitio donde fue fundada, en el año 1597, la primera bodega vinícola del continente americano. José Milmo, el artífice del prestigio de esta empresa, impulsó notoriamente el número de visitantes, especialmente durante la temporada de la vendimia, muchos de los cuales son alojados en la espaciosa hacienda llamada “Casa Grande” (denominación de la línea de vinos premium de esta empresa mexicana), para luego recorrer las diversas instalaciones de una bodega que es orgullo de la vitivinicultura mexicana.
Un tercer ejemplo del enoturismo en nuestro país lo constituye la Finca Doña Dolores, sede de la empresa Freixenet de México, ubicada a corta distancia de la población de Ezequiel Montes, en el estado de Querétaro. En este lugar dio comienzo, hace poco menos de una década, una acertada promoción del vino mexicano, y al presente, según me comentó en su momento Jordi Fos (quien fungió, hace algunos años, como el enólogo y director de esta bodega vitivinícola queretana), el número de visitantes es superior, con creces, a cien mil, cada año, cifra que representa una cantidad de visitantes similar a los que recorren cada año la ciudad de Querétaro.
Lo mismo acontece en Chile, donde en fecha reciente fue organizada una visita (programada por la Corporación Chilena del Vino) a las principales bodegas de ese país, con la finalidad de aprovechar la experiencia de los estadounidenses, quienes en esta materia han sentado las bases de un formidable movimiento turístico, estrechamente relacionado con el vino. Y en España acontece un fenómeno similar, ya que cada día es mayor el número de bodegas que, en La Rioja, Cataluña, Valdepeñas y Ribera del Duero promueven las visitas a sus instalaciones.
En México, el enoturismo viene cobrando una singular auge. Las bodegas vitivinícolas del Valle de Guadalupe, en las cercanías de la ciudad de Ensenada, han incrementado --lo cual me parece en extremo plausible-- la promoción de sus productos y las visitas a dichas empresas, que actualmente gozan del interés que se ha despertado por conocer las instalaciones donde se elabora el vino.
Lo mismo acontece el Valle de Parras, donde se localiza Casa Madero, ubicada en el sitio donde fue fundada, en el año 1597, la primera bodega vinícola del continente americano. José Milmo, el artífice del prestigio de esta empresa, impulsó notoriamente el número de visitantes, especialmente durante la temporada de la vendimia, muchos de los cuales son alojados en la espaciosa hacienda llamada “Casa Grande” (denominación de la línea de vinos premium de esta empresa mexicana), para luego recorrer las diversas instalaciones de una bodega que es orgullo de la vitivinicultura mexicana.
Un tercer ejemplo del enoturismo en nuestro país lo constituye la Finca Doña Dolores, sede de la empresa Freixenet de México, ubicada a corta distancia de la población de Ezequiel Montes, en el estado de Querétaro. En este lugar dio comienzo, hace poco menos de una década, una acertada promoción del vino mexicano, y al presente, según me comentó en su momento Jordi Fos (quien fungió, hace algunos años, como el enólogo y director de esta bodega vitivinícola queretana), el número de visitantes es superior, con creces, a cien mil, cada año, cifra que representa una cantidad de visitantes similar a los que recorren cada año la ciudad de Querétaro.
Ahora bien, en algunas ocasiones anteriores he
mencionado, en mis colaboraciones periodísticas, la palabra gastronomadismo. Este término es un
neologismo, acuñado por Maurice Edmond Sailland (1872-2012),
ampliamente conocido en los círculos gastronómicos franceses por su
seudónimo de Curnosnky, quien se ocupó, en sus libros, artículos y charlas --la mayor parte referentes al arte culinario
de Francia--, de las impresiones que le motivaban sus paseos por diversas
regiones de su país natal, así como de la degustación de las especialidades
culinarias de esos lugares. Maurice
Edmond Sailland fue un hombre de acentuada corpulencia, ampliamente conocido y
admirado en Paris por el aristocrático título que le dieron sus contemporáneos:
“Príncipe de los Gastrónomos”. Néstor Luján, renombrado escritor hispano, autor
de magníficos libros acerca de la historia de la gastronomía, agrega que el vocablo gastronomadismo se aplica acertadamente al gastrónomo viajero,
aquel que enlaza el placer de visitar diversas ciudades con la apreciación
palatal de los guisos propios de esas regiones.
Cabe mencionar que fue en el año de 1993
cuando visité por primera ocasión la ciudad de Ensenada y el Valle de
Guadalupe, animado por el deseo de participar en los diferentes festejos y
actividades de la concurrida Feria del
Vino de Ensenada. Diez años antes, en
1983, Octavio Jiménez Gutiérrez, junto con otros entusiastas enófilos, había
fundado la Cofradía del Vino de Baja California, y habían organizado la primera
Feria del Vino de Ensenada, antecedente histórico de las actuales Fiestas de la
Vendimia, de tan brillante celebración, que actualmente han alcanzado señalado
prestigio al paso de los años.
Después de aquella primera experiencia
enológica --gratísima en grado
superlativo—regresé, al paso de los años.
quizá una decena de ocasiones al Valle de Guadalupe, invitado por diferentes
bodegas vitivinícolas: Domecq, L.A.
Cetto, Bodegas Santo Tomás y
Monte Xanic, principalmente, para participar en sus respectivas festividades de
la vendimia. Posteriormente, ya en la década más reciente, el Grupo Enológico
Mexicano realizó dos visitas (en las cuales la decena de enófilos participantes
disfrutamos del enoturismo y el
gastronomadismo, de manera muy deleitable), durante casi una semana en cada
ocasión, a numerosas bodegas vitivinícolas, las cuales nos brindaron muy gratas
degustaciones de sus vinos. De aquellas visitas de 2007 y 2009 sobresalen cuatro
bodegas –a las cuales manifiesto mi reconocimiento, por su reiterada y calurosa
acogida; Roganto (Vides y Vinos Californianos), Bodegas Santo
Tomás, Monte Xanic y L. A. Cetto, Pero junto a éstas figuran otras, que nos ofrecieron magníficas degustaciones
de sus exquisitos vinos: Viña Liceaga, Viña Tierra Santa, Vinisterra, Barón
Balché, Santo Tomás, Bodega Santo Tomás, y Vinícola Xecué.
Ahora bien, deseoso de repetir aquellas
deleitables experiencias enológicas y
gastronómicas –si bien ahora nuestra
visita enológica fue únicamente a dos bodegas vitivinícolas-- , viajé en fecha
reciente, en compañía de mi familia (esposa, hijo, hija y yerno), a la ciudad
de Ensenada, preciosa urbe poseedora de numerosos encantos escénicos y urbanísticos,
pero principalmente enológicos y gastronómicos.
Me sorprendió gratamente el funcional
aeropuerto de Tijuana. Recordaba yo, de visitas anteriores, las instalaciones
de esa terminal aérea. Ahora lo encontré atinadamente remodelado, con
excelentes y funcionales áreas de servicio para los pasajeros. De este sitio salimos (en la camioneta de mi
hijo) hacia Rosarito, donde habríamos de almorzar al filo del medio día. En
esta ocasión no saboreamos ---como
usualmente solíamos hacerlo-- la
langosta con frijoles, propia de los restaurantes del poblado de Puerto Nuevo.
Ahora fuimos al restaurante “El Nido”,
en la ciudad de Rosarito. Ubicado en la avenida Benito Juárez, número 67, la
principal vía citadina, en el centro de la población, es un establecimiento muy
agradable, que invita a saborear los diversos
platillos
que allí cocinan. Nosotros degustamos algunos de los exquisitos cortes de
carnes (que allí suelen llamar exóticas), venado, búfalo, conejo, codorniz y
cordero. El maridaje fue con dos botellas del vino Nebbiolo Reserva Privada,
cosecha 2015, recordando a su creador, el enólogo Camillo Magoni, de toda mi
admiración por su encomiable quehacer enológico de tantísimos años.
Luego de tan deleitable comida nos
dirigimos a la ciudad de Ensenada, ya que estaríamos alojados, durante cinco
días, en una hermosa residencia en el fraccionamiento Bajamar, a muy corta
distancia de la urbe ensenadense. Gracias a la gentileza de Rubén Cruz, un
amigo de mi hija, pudimos disponer de una amplia casa en tan preciosa
urbanización frente al océano Pacífico. Al día siguiente, fuimos a desayunar en el restaurante “Estación Uno Por la Hormiga”, en el
kilómetro 103 de la carretera que enlaza Ensenada con Tecate, a la entrada al
Valle de Guadalupe. Allí nos encontraríamos con Antonio Escalante, enólogo –y propietario, junto a Rogelio Sánchez-- de Roganto, una bodega productora de vinos de
excelente calidad, la cual está ubicada en el kilómetro 114 de dicha carretera
bajacaliforniana.
Al terminar el desayuno, muy delicioso, por cierto, fuimos a recorrer los diferentes espacios de las nuevas instalaciones de esta renombrada empresa vitivinícola (cuyas actividades dieron comienzo en el año 2001), la cual se hallaba en la ciudad de Ensenada. Contemplamos el funcionamiento de la maquinaria en la zona de recepción de las uvas, procedentes del Valle de San Jacinto, al sur de Ensenada, las cuales eran descargadas en el sitio donde serían despalilladas y prensadas. Luego fuimos al laboratorio y al área de los tanques de fermentación, donde comenzamos a probar algunos de los vinos (espumoso y diversos vinos rosados, blancos y tintos) allí contenidos. Más tarde fuimos a la amplia sala de barricas, donde son sometidos a cuidadoso envejecimiento los vinos elaborados por la vitivinícola Roganto, cuyos vinos han sido evaluados, en numerosas ocasiones, por los catadores del Grupo Enológico Mexicano. Después de recorrer la sala de embotellado y etiquetado pasamos a la sala de degustación, donde degustamos, en compañía de Antonio Escalante y de Vicky, su esposa, una amplia variedad de los vinos de esta bodega.
Al terminar el desayuno, muy delicioso, por cierto, fuimos a recorrer los diferentes espacios de las nuevas instalaciones de esta renombrada empresa vitivinícola (cuyas actividades dieron comienzo en el año 2001), la cual se hallaba en la ciudad de Ensenada. Contemplamos el funcionamiento de la maquinaria en la zona de recepción de las uvas, procedentes del Valle de San Jacinto, al sur de Ensenada, las cuales eran descargadas en el sitio donde serían despalilladas y prensadas. Luego fuimos al laboratorio y al área de los tanques de fermentación, donde comenzamos a probar algunos de los vinos (espumoso y diversos vinos rosados, blancos y tintos) allí contenidos. Más tarde fuimos a la amplia sala de barricas, donde son sometidos a cuidadoso envejecimiento los vinos elaborados por la vitivinícola Roganto, cuyos vinos han sido evaluados, en numerosas ocasiones, por los catadores del Grupo Enológico Mexicano. Después de recorrer la sala de embotellado y etiquetado pasamos a la sala de degustación, donde degustamos, en compañía de Antonio Escalante y de Vicky, su esposa, una amplia variedad de los vinos de esta bodega.
Esa deleitable actividad –la cual consistió, en realidad, en un
exquisito ejercicio de maridaje, pues probábamos cada vino, a partir del segundo, con diferentes manjares—comenzó con el vino
espumoso rosado (Non Vintage) elaborado con la cepa Cabernet Sauvignon, de
exquisito aroma y sabor. Lo acompañamos con jamón serrano y quesos. Luego fue
servido el vino Sauvignon Blanc, cosecha 2018, y en seguida el vino Fumé Blanc,
igualmente cosecha 2018, que armonizamos con una deliciosa sopa de almejas
blancas. Después sirvieron el vino Syrah 2016, que tuvo una guarda de 18 meses
en barricas de roble francés y estadounidense. El agasajo palatal continuó con
la degustación del vino Malbec 2014, un monovarietal que tuvo una guarda de 24
meses en barricas de roble francés y estadounidense. Cabe decir que este vino
fue galardonado con la presea Gran Medalla de Oro (una de las dos otorgadas a
vinos mexicanos durante la reciente celebración del Concurso Internacional de
Bruselas, en su edición 2019, celebrada en la ciudad de Aguascalientes, en el
cual participaron 517 vinos mexicanos, elaborados en quince entidades de
nuestro país). Este excelente vino fue armonizado con un platillo de tres
diferentes carnes; cordero, res y pollo, lo que hizo más sápido su maridaje.
Vendría a continuación el vino Mezcla Bordalesa, cosecha 2015, del
cual nos comentó nuestro anfitrión que está “compuesto de cinco
varietales clásicas de la región de Burdeos, en Francia, como lo son Cabernet Sauvignon, Merlot, Cabernet Franc, Petit
Verdot y Malbec, El resultado es un vino aromático, corpulento, complejo,
sutil, con excelente ataque en boca y buen retrogusto”.
La cata concluyó con la prueba del delicioso vino
de postre que lleva por nombre Cosecha Tardía 33, de la cosecha 2009. Un incomparable vino elaborado con uvas de la
cepa Cabernet Sauvignon, cuyo grado alcohólico es de l8.5 % de alcohol por
volumen, y que tuvo un reposo de 18 meses en barricas de roble francés.
Maridado con un exquisito melindre la experiencia palatal fue completa.
Al día siguiente salimos muy temprano hacia el
Parque Nacional Sierra de San Pedro Mártir, donde está ubicado el Observatorio Astronómico
Nacional, a una altitud de 2.800 metros sobre el nivel del mar. Nos
había recomendado Antonio Escalante que debido a la distancia ---240
kilómetros-- a la que se encuentra ese
centro de investigación de la UNAM con respecto de la ciudad de Ensenada, y al
curveado camino carretero, por una zona en extremo boscosa, era conveniente
iniciar el recorrido carretero en las primeras horas de la mañana.
El desayuno lo hicimos en el restaurante Acámbaro,
sito en la avenida Iturbide 526, en el municipio de Ensenada, siguiendo la
carretera transpeninsular hacia el sur, en dirección a la comunidad de San Vicente.
Antonio Escalante nos ponderó este local por la sabrositud de su cocina, y porque más
adelante ya no habría un lugar donde pudiésemos almorzar deliciosamente. Es un
abigarrado local, decorado con toda clase de trebejos y chácharas que podrían
ser consideradas como inservibles (por su antigüedad y estado de conservación),
pero que aquí contribuyen a darle un toque de cierto atractivo. La atención brindada por las dos meseras (quienes bien pudieran ser modelos de Rubens,
por su atractiva corpulencia) es
magnífica, y los guisos que nos sirvieron nos parecieron muy exquisitos.
Después del exquisito almuerzo en ese sitio continuamos el viaje hacia la
Sierra de San Pedro Mártir, Dejamos atrás San Telmo, a 140 kilómetros de
Ensenada, y continuamos hacia el Este,
siguiendo un angosto camino carretero, moderadamente curveado, lo que hace el
recorrido un poco más lento. Poco después nos internamos en una hermosa zona
boscosa, de abetos, pinos y frondosos álamos.
En un relato alusivo a este alejado y muy hermoso rincón de México (al
cual llegaron los colonizadores españoles alrededor del año 1701, y donde los misioneros dominicos fundaron,
casi cien años más tarde, una misión que
llevó por nombre San Pedro Mártir de Verona, de la cual hoy en día hay
únicamente unas pocas ruinas), leí que
allí existe “una
importante población de aves y mamíferos, como el puma, borrego cimarrón, venado bura,
gato montés, águila real y el cóndor de California.”. Nosotros tuvimos la
oportunidad de contemplar varios coyotes y una nutrida –nutridísima, es la palabra exacta-- cantidad
de ardillas y de liebres y de pequeños conejos, llamados por los lugareños "juanitos".
En nuestro recorrido serrano hacia el Observatorio
Astronómico Nacional pasamos frente al Rancho Meling (en el cual, con toda antelación, habíamos
hecho la respectiva reservación de habitaciones para esa noche). Este hotel,
sito en un paraje de encantadora belleza boscosa, se halla a 190 kilómetros al sur de la ciudad de Ensenada. Cincuenta
kilómetros adelante está la oficina del Parque Nacional Sierra de San Pedro
Mártir. Aquí los visitantes cubren una módica cantidad por el derecho de entrada
a esa zona de reserva ecológica. Momentos
más tarde conversamos con Armando García,
funcionario del Observatorio Astronómico Nacional, instalado a los 2.830
metros sobre el nivel del mar, en cuya compañía hicimos una detenida visita a
los diversos telescopios que dan forma a este importante centro de
investigación científica.
Primeramente estuvimos en la Cabaña Roja, construida en el año de 1969, donde se acomodaban los primeros astrónomos que tenían a su cuidado la instalación de los equipos requeridos para esas complejas tareas científicas. Desde diferentes puntos escénicos se contempla la magnificencia de la naturaleza de esta alta serranía. El Picacho del Diablo, cuya altitud es de 3.095 metros, es el punto más elevado de la península de Baja California, lo hace el sitio más imponente de tan extensos parajes.
Primeramente estuvimos en la Cabaña Roja, construida en el año de 1969, donde se acomodaban los primeros astrónomos que tenían a su cuidado la instalación de los equipos requeridos para esas complejas tareas científicas. Desde diferentes puntos escénicos se contempla la magnificencia de la naturaleza de esta alta serranía. El Picacho del Diablo, cuya altitud es de 3.095 metros, es el punto más elevado de la península de Baja California, lo hace el sitio más imponente de tan extensos parajes.
Armando García, nuestro atento cicerone, nos
comentó que en la época invernal suelen caer copiosísimas nevadas, que llegan a
bloquear el acceso a este lugar, pues la cantidad de nieve impide que los vehículos
terrestres puedan circular por la cinta asfáltica. Nos dijo que la mejor
temporada del año, para visitar estos preciosos lugares, es la comprendida
entre los meses de abril y noviembre.
Concluida la detenida visita, que nos permitió
adentrarnos en los sofisticados procedimientos de observación del cosmos, que
los numerosos astrónomos allí reunidos llevan a cabo cada noche, volvimos sobre
nuestros pasos –-siempre a bordo del
vehículo en el cual nos desplazábamos— y
nos detuvimos, al filo de las cuatro de la tarde, en un bello sitio, en medio
del bosque, para degustar los bocadillos que el día anterior había preparado
Francisco Bernal (mi yerno), en la cocina de la casa que ocupábamos en el
fraccionamiento “Bajamar”, en Ensenada. Resulta que estábamos informados que en
el sitio donde se halla el Observatorio Astronómico Nacional no hay un lugar en
el cual haya servicio de restaurante, y por ello los visitantes deben estar
provistos de lo necesario para sus necesidades alimenticias. Por ese motivo, y
considerando que estaríamos en el Hotel Meling Ranch al caer la tarde (y allí
habríamos de cenar, a las siete de la tarde), tuvimos la precaución de llevar
con nosotros algún sabroso refrigerio.
Tomamos la cena, de exquisito
sabor, en el comedor comunitario de este rústico y funcional hospedaje
campestre, sito en una explanada en medio del frondoso bosque, y luego fuimos a
nuestras respectivas habitaciones. Nos informaron que a las diez de la noche
quedaría interrumpida la corriente eléctrica, la cual sería reanudada a las
cinco de la mañana siguiente, pero que en cada cabaña había una lámpara de
petróleo.
Al día siguiente nos levantamos
temprano, ya que habíamos decidido ---y
así lo informamos la noche anterior a la
persona indicada-- no desayunar en Meling
Ranch, pues el servicio de alimentos daba
comienzo a las ocho de la mañana, sino
viajar hasta Ensenada, lo que nos permitiría encontrar la carretera con menor
cantidad de vehículos y tardar menos tiempo en este recorrido de casi
doscientos cincuenta kilómetros, para
hacerlo en el restaurante “Los Naranjos”,
un encantador sitio campestre ubicado en el kilómetro 82.5 de la
carretera que enlaza Tecate con Ensenada, en San Antonio de las Minas. Es un
hermoso salón comedor, rodeado de jardines, donde saboreamos un magnifico
almuerzo a base de machaca de borrego, deliciosamente condimentada.
A corta distancia del lugar donde
desayunamos se ubica el nuevo Museo de la Vid y del Vino Valle de Guadalupe, en
el kilómetro 81.3 de esa carretera. Es un hermoso edificio inaugurado en agosto
de 2012, que contiene una pequeña ---insisto, pequeña-- exposición museográfica de la historia de la
vitivinicultura en Baja California. En tales instalaciones podría tener cabida
una amplia muestra de la forma como esta ubérrima región de México ha alcanzado
un formidable desarrollo, para convertirse en la principal región productora de
vino en México, con el 90% de la producción nacional.
Al salir del Museo de la Vid y el
Vino fuimos a la contigua localidad de Francisco Zarco (distante 29 kilómetros
de Ensenada), en el Valle de Guadalupe. Allí nos esperaba el doctor Alberto
López –físico y astrónomo de
profesión--, director del Observatorio Astronómico Nacional, quien por su
acendrada pasión por los buenos vinos fundó, en el año 2007, la Vinícola Solar Fortún, dando comienzo a un interesante proyecto vitivinícola. Cabe decir que las parras del viñedo proceden
del vivero francés Mercier, del Valle de Napa, en California, y que su hijo
Santiago López Viana es el enólogo responsable de la elaboración de estos
deliciosos vinos.
En tan grata compañía tuvo lugar la
detenida cata de algunos de sus vinos. Estuvimos en un área al aire libre,
debidamente protegida de los rayos solares, en medio de frondosos árboles, muy
próximos al área de los viñedos, desde donde contemplábamos un hermoso panorama.
Inicialmente probamos el vino rosado La Viña en Rosa, cosecha 2015, elaborado
con la cepa Mourvedre, y el vino blanco
Viognier, cosecha 2016, ambos de grata frescura, delicado aroma y magnífico sabor. Luego vino
la degustación de los vinos tintos (el enólogo de Solar Fortún, Santiago López
Viana, maneja cuatro variedades tintas para la elaboración de sus magníficos
vinos rojos: Cabernet Sauvignon, Syrah, Petit Verdot y Mourvedre). Primeramente
saboreamos el monovarietal Mourvedre, cosecha 2017. Después el también
monovarietal Syrah, cosecha 2016, de
espléndido sabor. Este vino fue premiado con Medalla de Oro en el reciente
Concurso Mundial de Bruselas, edición Aguascalientes 2019.
A continuación catamos el vino Confabulario, cosecha 2015, resultado de un
coupage de 50% de Mourvedre y 50% Petit Verdot, cuyo añejamiento en barrica
nueva de roble francés se prolonga por diez meses. “O Positivo”, cosecha 2017, es otro excelente coupage de dos cepas:
Cabernet Sauvignon y Syrah (50% de cada variedad) , de gran finura enológica. Y
cabe agregar que fue galardonado, igualmente con Medalla de Oro en el Concurso
Mundial de Bruselas, edición Aguascalientes 2019.
Otro vino de sobresaliente calidad
es el que lleva por nombre Noble Cru, cosecha 2013, resultado de un coupage de
cuatro cepas: Mourvedre --40%--, Syrah
–20%-, Petit Verdot –20%-- y Cabernet Sauvignon –20%--). Se trata de un
vino de calidad sorprendente,
cuyo añejamiento tiene lugar en barricas nuevas de Francia y Estados
Unidos de América.
Para concluir con la referencia al
Viñedo Solar Fortún diré que la producción de esta bodega, productora de
excelentes vinos, especialmente los tintos,
asciende aproximadamente a unas cuatro mil quinientas cajas de doce botellas de vino,
cada año.
Al finalizar tan deliciosa
degustación de vinos fuimos al restaurante Finca Altozano (anunciado en su
publicidad como Asador Campestre). Está ubicado en el kilómetro 83 de la carretera
Ensenada a Tecate, en el mismo paraje de Francisco Zarco, en el cual nos
encontrábamos. Es un magnífico lugar ---en extremo concurrido por los paseantes
del Valle de Guadalupe-- , cuya carta es muy extensa y sus platillos en verdad deliciosos,
Allí saboreamos una abundante y exquisita comida, debidamente rociada con un
vino de excelente calidad.
Al día siguiente desayunamos en el
restaurante “El Patio”, en la parte más céntrica de Ensenada. Después fuimos a
“La Bufadora”, en Punta Banda, a corta distancia de Ensenada, para contemplar
este fenómeno natural, consistente en que en un sitio del acantilado rocoso el
oleaje, cuando es fuerte, penetra en un orificio y allí es comprimido y
expulsado violentamente hacia arriba, alcanzando, en ocasiones una altura de
casi treinta metros, lo que lo hace el segundo en el mundo, después de uno
semejante en Hawaii. El resoplido que se escucha dio origen al nombre “La
Bufadora”, que algunos consideran, erróneamente, un géiser marino.
La comida del postrero día en
Ensenada fue programada para realizarla en “La Guerrerense”, un restaurante que
goza de bien ganado prestigio, por la gran calidad de sus manjares, a base de
diversos pescados y mariscos, servidos en tostadas y en cocteles. Establecido
en el año 1960, cuenta con casi seis décadas de funcionamiento. Allí degustamos
infinidad de deliciosos platillos, a base de diferentes mariscos: pulpo,
calamar, cangrejo, almejas, jaiba y mejillones, así como algunos cocteles de
caracol, pata de mula, abulón, callo de hacha y erizo. Todos estos bocadillos
de gran exquisitez.
Al dejar este concurrido
restaurante, sito en la Avenida López Mateos 917, en el centro de Ensenada,
tuvimos el deseo de visitar --ya con el
estómago debidamente saciado con tan sápida comida— el Mercado de Mariscos citadino, llamado
“Mercado Negro”, fundado en el año 1980 en su sitio actual, junto al Malecón,
cerca de la calle Miramar. Allí se halla
a la venta una amplísima variedad de pescados y mariscos, propios de las aguas
que bañan esta ensenada bajacaliforniana. Nos deleitamos visualmente
contemplando las numerosas especies de
pescados: marlín, pez espada, atún, lenguado y curvina, entre muchas otras, así
como una amplia variedad de mariscos, ya enumerados.
El último día de nuestro paseo por
Ensenada y Valle de Guadalupe, después de haber saboreado la cena, preparada
por mi yerno Francisco Bernal, la cual tuvo lugar en la mansión donde nos
estuvimos alojados durante cinco días, en Bajamar, alistamos las maletas pues
al día siguiente viajaríamos a Tijuana, para abordar el vuelo que nos
conduciría de regreso a casa. Apenas pasadas las doce de la noche fuimos
despertados por las fuertes voces del personal de seguridad de este
fraccionamiento, quienes nos dijeron que, de inmediato, y sin llevar con
nosotros nada que nos impidiera el rápido desplazamiento hacia un lugar seguro,
nos dirigiéramos a un sitio predeterminado. pues se habían avivado
violentamente las voraces llamas de un incendio comenzado el día anterior.
Salimos hacia la parte alta de esta urbanización, donde se localiza el salón
comedor del hotel allí ubicado. Al
llegar, quizá a las cero horas con
treinta minutos, ya se habían congregado allí unas cien personas, todos ellos
residentes permanentes de tan hermoso
complejo urbanístico.
Desde ese lugar contemplábamos en torno
nuestro, y un poco a la distancia, el violento incendio que consumía los
pastizales de esa zona. Por fortuna no es un sitio arbolado, lo que hubiera
incrementado el daño ocasionado por esta conflagración. Las personas que
estábamos allí congregadas éramos informadas, de tiempo en tiempo, de los
progresos del trabajo de los bomberos
por controlar el fuego. Al filo de las siete de la mañana, cuando el personal
de seguridad consideró que ya había pasado el peligro para las residencias de
este fraccionamiento, los residentes permanentes comenzaron a regresar a sus
respectivas casas.
Nosotros fuimos los únicos que permanecimos en ese salón, pues la carretera que enlaza las ciudades de Ensenada y Tijuana –en ambos sentidos—estaba cerrada por las autoridades locales. A las nueve horas nos informaron que ya podíamos dejar Bajamar, pues había sido abierto un carril de esa vía. Nos dijeron, igualmente, que a la altura de Rosarito aún continuaban los incendios, lo que pudimos constatar cuando pasamos por esa población.
Nosotros fuimos los únicos que permanecimos en ese salón, pues la carretera que enlaza las ciudades de Ensenada y Tijuana –en ambos sentidos—estaba cerrada por las autoridades locales. A las nueve horas nos informaron que ya podíamos dejar Bajamar, pues había sido abierto un carril de esa vía. Nos dijeron, igualmente, que a la altura de Rosarito aún continuaban los incendios, lo que pudimos constatar cuando pasamos por esa población.
Llegamos a Tijuana y fuimos a Plaza del
Río, a desayunar al restaurante Café de la Flor, un agradable sitio, con muy buena cocina. Unas
horas después abordamos el vuelo que nos traería a la ciudad de México, dando
por concluido este gratísimo recorrido por la ciudad de Ensenada, el Valle de
Guadalupe y la Sierra de San Pedro Mártir.