No existe manjar más
delicioso que la carne humana.
DIEGO MARIA DE LA
CONCEPCION
JUAN NEPOMUCENO
ESTANISLAO
DE LA RIVERA Y
BARRIENTOS.
DIEGO RIVERA
.(1886-1957)
Para
comprender de manera precisa el complejo asunto de la antropofagia, es
conveniente tener cabal conocimiento del significado de algunas palabras. Se
define este término como la acción de comer seres humanos, y deriva de los
vocablos griegos antropos = hombre, y fagos = comer. “Es el acto de incluir
carne u otros tejidos (excepto sangre, en cuyo caso se habla de hematofagia,
palabra formada por las voces hematos = sangre, y fagos = comer) de seres
humanos en la dieta”. El tigre de Bengala, el león, el leopardo, el tiburón blanco
y el oso son animales antropófagos, ya que en ocasiones se alimentan de
personas. Incluso se ha dicho que –en
el caso de los dos primeros--- cuando
prueban la carne humana quedan “cebados”, y buscan la manera de seguir
alimentándose de este tipo de comida, dejando de lado la ingesta de otros de
los animales que constituyen habitualmente su dieta cotidiana.
El vocablo
pagano proviene del latín paganus, voz
derivada de pagis, pagus, que denota,
desde hace por lo menos veinte siglos,
el espacio ubicado fuera de las ciudades. Designa, de una manera
literal, al habitante de los pueblos,
aquellos que no moraban en las urbes, es decir a los campesinos, quienes vivían
en pequeños villorrios. Se ha querido ver en la palabra pagano ciertas raíces
milenarias del culto que realizaban los primitivos pobladores de los espacios
rurales alejados de las ciudades, sitios éstos donde se rendía culto tutelar a
las deidades que el imperio romano aceptaba
como las únicas dignas de veneración.
En la noche
de los tiempos, cuando se gestaron los relatos que posteriormente darían forma
a diversas mitologías, comenzaron a
tener vigencia aquellas narraciones que,
a pesar de parecernos ahora inverosímiles, bien pudiera ser que
guardaran algún fondo de veracidad. En la
mitología helénica figura Cronos (en la romana su equivalente es Saturno), el
dios del Tiempo --el más joven de los Titanes, hijo de Urano, el Cielo, y de
Gea, la Tierra--, a quien el oráculo le profetizó que sería destronado por sus
hijos, ya que él había dado muerte a su progenitor, para despojarlo del
gobierno del Universo.
Para burlarse de ese vaticinio decidió comerse
a sus propios hijos, en el momento en que
su esposa Rea los diese a luz. De esta manera devoró a Hestia, Deméter,
Hera, Poseidón y Hades. Cuando su mujer se cansó de ese canibalismo, al dar a
luz a Zeus le entregó a Cronos una piedra envuelta en un lienzo, salvando de
esta manera a su último hijo. Zeus destronó a su padre, y antes de matarlo hizo
que vomitase vivos a sus cinco hermanos.
Diversos relatos mitológicos hacen, igualmente,
referencia a la antropofagia. En el Laberinto, (un tortuoso recinto
construido por el arquitecto Dédalo, en el Palacio de Cnosos, en la isla de
Creta) estaba encerrado el Minotauro,
que era un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro, el cual se alimentaba de seres humanos. El héroe
griego Teseo ingresó en ese lugar y mató a tan terrible bestia. Luego,
sirviéndose de un hilo que le había dado Ariadna, pudo salir de esos
intrincados rincones. Otra gesta legendaria, la que hace referencia a Hércules,
describe que dos de los doce trabajos que llevó al cabo consistieron en matar a
dos clases de animales que eran antropófagos, pues se alimentaban de seres
humanos. En un caso mató a las 4 yeguas del rey Diomedes, y en el otro a las
aves que moraban en el Lago Estinfalo..
Otra clase
de aves de rapiña, que de acuerdo a la leyenda solían comer seres humanos,
estaba dada por la Sirenas. Antes de ser consideradas míticas criaturas mitad
pez y mitad mujer, eran tenidas por aves marinas cuyo melodioso canto hacía que
los marinos perdiesen el control de las embarcaciones a vela, en las que
navegaban, y se estrellasen en los acantilados costeros. Allí quedan a merced
de esas aves depredadoras, las cuales mataban y comían seres humanos, en una
clara alusión a las costumbres antropofágicas que privaban en aquellos
remotísimos tiempos..
El
vocablo antropofagia fue utilizado por
varios escritores de la antigüedad. Herodoto (484-425 AC), Aristóteles (384-322 AC) y Plutarco (50-120 DC) se ocuparon de este
asunto, lo que a juicio de varios investigadores es señal inequívoca de las
ancestrales costumbres que privaban en aquellos lugares de la parte oriental de
Europa, que de ninguna manera podrían quedar incluidos en el término “pueblos
primitivos”.
La palabra
que mejor define, a mi parecer, el hecho de unos seres humanos coman a sus semejantes es canibalismo, definida
por el Diccionario de la Lengua Española como la “costumbre de comer carne de
seres de la propia especie, sobre todo por parte de los hombres”. El término canibalismo
es muy parecido en diversos idiomas europeos. En lengua francesa es cannibalisme.
En italiano es cannibalismo. En el idioma portugués es canibalismo,
y los países anglofónos se habla de cannibalism.
A este
respecto Clara Tahoces escribió lo siguiente: “ La práctica del canibalismo se pierde en la noche de los tiempos. Desde
luego, existía mucho antes de que los españoles arribaran al Caribe, y la raíz
de este término fuese desvirtuada: carib-calib-canib = caníbales. Esta práctica se ha consumado
desde hace más de medio millón de años, y en lugares muy dispares.
Investigadores como Loeb afirman que el canibalismo era muy frecuente en África
central, mientras que en la parte occidental del continente la ingestión de
carne humana iba, además, precedida de sacrificios rituales. Y es que antaño
existían dos motivos por los que un ser humano decidía comerse a otro: por
hambre (en los pueblos más primitivos) o como consecuencia de un ritual (pueblos
más avanzados)”.
Esa autora agrega que “En el
transcurso de la Historia el hombre blanco se ha creído superior en muchos
aspectos a otras razas. Ha pensado que podía introducirse en otras culturas y
arrasar con todo aquello que se interpusiese en su camino.. Pero a veces,
parece que quien juega con fuego termina por quemarse. Esto fue lo que les
sucedió a cuatro reporteros estadounidenses que decidieron internarse en los
pantanos del Orinoco, en el Amazonas, en busca de los antropófagos shamatari. Querían
conseguir el documento del siglo, el reportaje que les proporcionara el premio
Pulitzer o un Oscar. Sin embargo, tanto los escurridizos yamamomo como los ya
mencionados shamatari, evitaban cruzarse con ellos, hasta que los desaprensivos
reporteros, a fin de atraer su atención decidieron quemar un poblado de
shamataris, así como violar y empalar a una mujer que hallaron en su camino.
Querían fingir haber encontrado a la mujer empalada para poder filmarla como si
se tratase de un ritual propio de esos pueblos. No obstante, como es de
suponer, los shamataris decidieron comerse a los reporteros y las escenas
quedaron filmadas en cintas de dieciséis milímetros. Se tuvo conocimiento de
todo este increíble caso gracias a un antropólogo que se atrevió a ir en su
búsqueda, alarmado por su prolongada desaparición. Fue este hombre quien
recuperó las latas de película que se hallaban colgadas de los árboles, tras
ser invitado a comer carne humana. Todo el asunto dio bastante que hablar,
puesto que al contemplarse las imágenes, muchos se preguntaban ¿quienes eran
los salvajes en aquella historia? La reconstrucción de lo ocurrido dio paso a
una película titulada Holocausto caníbal (1978), dirigida por Ruggero
Deodato. El lema hablaba por sí solo: "Jamás el ojo humano contempló tanto
horror".
Mariano
Arnal asienta lo siguiente: “Por supuesto que la antropofagia está en
los mismísimos cimientos de muchas mitologías, justamente en la fundación del
mundo. Cronos se come a sus hijos (ojo al dato, no a sus enemigos vencidos,
sino a sus hijos). Lo mismo hace Saturno (que suponen los romanos que es su
primer dios-rey). Otro tanto hace Moloc-Baal y todos los dioses del oriente
medio, de los que debían apartarse los israelitas para no dejarse arrastrar por
ese culto antropofágico. Si hiciésemos una síntesis bien estructurada de todas
las prácticas antropofágicas de la humanidad, tanto las recogidas en mitos y
ritos como las obtenidas en vivo de los pueblos primitivos que se han podido
estudiar, y las utilizásemos como piezas no desechadas a priori en la
reconstrucción de las grandes etapas del hombre, llegaríamos a la conclusión de
que la antropofagia marcó un antes y un después, no en algunos pueblos
aislados, sino en toda la humanidad.
“Y si analizásemos en
clave antropofágica el rito de la Misa y de la Comunión con las doctrinas y
prácticas que forman su constelación, ganaríamos unas cuantas cosas: en primer
lugar insertaríamos la religión en la antropología, que es donde mejor se
entiende desde la racionalidad; que también es bueno que la religión se pueda
entender y respetar desde fuera de su ensimismamiento. En segundo lugar
convertiríamos en patrimonio común de la humanidad mitos, ritos y doctrinas que
se consideran coto exclusivo de la religión. La misma Comunión, sin ir más
lejos”.
Los cronistas españoles que
describieron la conquista de los principales reinos prehispánicos de América
del Sur hacen mención al hecho de que el caudillo araucano Lautaro capturó a
Pedro de Valdivia, a quien (para castigarlo
por las atrocidades que previamente había hechos a los naturales) sometió a
cruel tortura, arrancándole carne de los antebrazos y asándola ante los
desorbitados ojos del español, y luego comió de esa carne. Se dice también --y es un hecho no comprobado— que Atahualpa, el último monarca quechua,
comió partes del cuerpo de su hermano Huáscar,
a quien disputaba el dominio de ese poderoso imperio sudamericano.. En
realidad, de acuerdo a los cronistas, Atahualpa ingería diversas bebidas en el
cráneo de Huáscar. Este hecho no nos debe asombrar, si recordamos que los
antiguos habitantes de los países escandinavos solían hacer sus brindis diciendo ¡Skoal!, vocablo
proveniente (como señalo en mi obra El libro del vino,
publicado en Barcelona, en 1983)) del nombre de un recipiente ---un cráneo--- donde bebieron también sus
antepasados. Es de pensarse que esos cráneos alguna vez fueron de personas a
quienes se comieron ritualmente.
De Atila (406-453), el rey de los
Hunos, quien se proclamaba el “Azote de Dios”, igualmente se comenta sus
aficiones canibalescas, ya que hay testimonios
(para algunos se trata de la “leyenda negra”, que trata de denigrar a
quien fue un gran guerrero) de que se
comió el corazón de su hermano Bleda.
Dos célebres exploradores, el
portugués Fernando de Magallanes y el inglés James Cook, fueron comidos por los
aborígenes que los capturaron. El primero cayó en manos de los indígenas de
Mactan, en las proximidades de las Islas Filipinas, en 1521, y luego sirvió de
alimento a los miembros de esa tribu. Lo mismo aconteció con el segundo, en
1779, al caer en poder de los indígenas de Hawai. Casi un siglo más tarde, a
finales del siglo XIX, la reina Lilioukalani, la última soberana de ese grupo
insular, visitó Inglaterra y se asegura que expresó “llevo sangre inglesa,
porque un ancestro mío tomó parte en el festín con el cuerpo de James Cook”.
En la historia contemporánea del continente africano figuran
dos seres, despreciables en grado superlativo, por haber sido notorios
criminales: Uno de ellos, Idi Amin Dada (a
quien se le calificaba como el “Carnicero de Uganda”), se hacía llamar ”Su
Excelencia Presidente Vitalicio. Dr. Idi Amin Dada, Mariscal de Campo y Señor
de todas las bestias de la Tierra y de los peces del Mar. Conquistador del
Imperio Británico en África en general, y de Uganda en Particular”. Este
risible tratamiento honorífico que se otorgó a sí mismo resultaría pintoresco,
sino fuera porque resultó un abyecto personaje de la política en su país, un
feroz criminal que ordenó la masacre de miles de sus compatriotas, a más de
proyectar su vesania a extremos inconcebibles, como hacer gala,
públicamente, de su inclinación al canibalismo
El otro,
Jean Bedel Bokassa, Emperador de África Central en la década de los años
ochentas del siglo pasado (quien imitó en su coronación el boato y esplendor de
aquella ceremonia de Napoleón Bonaparte),.tenía especial predilección por comer
seres humanos, especialmente niños, cuyos cuerpos solía almacenar en
frigoríficos especiales.
A principios de noviembre de 1992 la Editorial Plon, de
Paris, publicó el libro ¡Canníbales! (título
original, en lengua francesa), de los escritores Pierre Antoine Bernheim
y Guy Stavrides, que es “un verdadero recetario para cocinar carne humana. En
ese obra se menciona que Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra, mostraba
especial predilección por degustar un platillo a base de pechos de mujer
sarracena, “bien dorados por fuera y tiernos por dentro”. En ese tratado de
cocina antropofágica refieren sus autores que “entre las partes del cuerpo
humano más apreciadas figuran los sesos, la médula espinal y la lengua. Pero la
sublima golosina, según los entendidos, es el hígado, órgano cargado de
significados simbólicos y misteriosos, que ha sido el guiso más valorado en
América del Norte y del Sur y en China, donde lo comían corrientemente hasta el
año 1400”.
En el documentado libro Bueno para comer, escrito
por el antropólogo estadounidense Marvin Harris, hay un capítulo dedicado a la
antropofagia, en el cual el autor consigna que el enigma del canibalismo tiene
que ver con el consumo de carne humana, sancionado socialmente cuando se
dispone de otros alimentos. No voy a explicar la práctica de la
antropofagia ---escribe Harris--- cuando el único alimento disponible es la
carne humana. Tal clase de antropofagia se produce de vez en cuando en todas
partes. Independientemente de que los devoradores y los devorados procedan de
sociedades que la aprueban o la
reprueban. No hay ningún enigma en cuanto al por qué de dicha práctica. Los
marineros que navegan a la deriva en botes salvavidas, los viajeros bloqueados
por la nieve en zonas de montaña, y la gente atrapada en ciudades sitiadas
deben devorar, en ocasiones, los cadáveres de sus compañeros o morir de
inanición. Nuestro enigma no se refiere a tales emergencias, sino al hecho de
que las personas se coman unas a otras, teniendo acceso a recursos alimentarios
alternativos”.
El mismo antropólogo (un apasionadlo investigador de las
costumbres alimenticias de infinidad de sociedades antiguas y modernas) escribió el libro Caníbales y reyes,
que incluye un capítulo titulado “El Reino Caníbal”. Allí se ocupa de las
costumbres de los pueblos precolombinos de América, especialmente de los
aztecas, quienes realizaban sacrificios humanos para ofrecer la sangre a sus
deidades tutelares. Una vez cumplido con
ese rito ceremonial fragmentaban los cuerpos inmolados a sus dioses y comían de
él.
Maite Pelayo escribió
(el 9 de marzo de 2007, en un
texto que lleva por título “Caníbales de ayer, caníbales de hoy”, aparecido en
el portal www.consumaseguridad.com)
lo siguiente:”Los
primeros europeos practicaban el canibalismo de forma habitual y no
diferenciaban la carne animal de la humana como fuente de proteína. Cuando pensamos en prácticas caníbales nos imaginamos
escenas de tribus primitivas situadas en continentes exóticos muy alejados. Sin
embargo, los estudios demuestran que nuestros antepasados geográficamente más
cercanos y de los cuales procedemos, los primeros europeos occidentales,
practicaban el canibalismo de manera habitual. Esto no sucedió ni hace un siglo
ni dos, sino hace unos 800.000 años. Casi un millón de años son los que nos
separan, pues, de estos primeros pobladores que habitaron la burgalesa Sierra
de Atapuerca, y que constituyen la más antigua evidencia de canibalismo
documentada de la historia de la humanidad...
La
Sierra de Atapuerca, paraje declarado Patrimonio de la Humanidad en el año
2000, por la gran multitud y antigüedad de restos paleoarqueológicos que
contiene, es el escenario donde los primeros europeos que poblaron nuestro
viejo continente, el Homo antecessor, recolectaron, cazaron y
practicaron el canibalismo. Este probable descendiente de grupos que partieron
de África hace más de dos millones de años, se asentó en el entorno
privilegiado de la Serranía de Atapuerca por la gran cantidad de refugios
naturales que posee, como simas y galerías, además de por la enorme
disponibilidad de alimento, ya que era lugar de paso migratorio obligado de
grandes manadas de mamíferos. Si sumamos estos hechos a las características geológicas y climáticas
de la zona, que favorecieron la conservación de los restos, convierten
Atapuerca en un yacimiento único en el mundo que permite a los expertos interpretar
la forma de vida de estos antecesores.
“Para los investigadores,
las evidencias que apuntan a la práctica del canibalismo entre estos homínidos
se encuentran en el llamado Estrato Aurora del Yacimiento Dolina. Entre los
restos de raíces, frutos y semillas que indican el carácter vegetariano de su
dieta, se encuentran pruebas que demuestran que también incluían carne en su
alimentación. El Homo antecessor era cazador y carroñero, y así lo
demuestran las herramientas de piedra y restos de mamíferos, entre los que se
encuentran también restos humanos, fundamentalmente niños, con signos de haber
sido devorados, localizados en esta capa del yacimiento. Pero lo que más llamó la atención del equipo
que lidera el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, fue la gran cantidad de
restos humanos mezclados de manera homogénea con los de diversas especies
animales junto al yacimiento. Esto hace pensar que no se trataba de hechos
aislados de canibalismo sino que los humanos fueron un elemento más de la dieta
de nuestros antepasados. Es decir, no se trataba de prácticas rituales o
puntuales frente a la falta de alimento, sino de un verdadero canibalismo
gastronómico en el que no se diferenciaba la carne animal de la humana como
fuente de proteínas”. Hasta aquí la trascripción del interesante texto de Maite
Pelayo..
Otro autor que hace
referencia al canibalismo que era común, hace milenios, en diversos sitios del
continente europeo, es Agustín Remesal. En su obra Un banquete para los dioses
consigna que “en una gruta de Fontbregoua (Provenza) los arqueólogos encontraron,
a principios de 1987, huesos humanos con trazas de canibalismo, cuya antigüedad
fue calculada en seis mil años. Las pruebas de antropofagia europea conmovieron
mucho a los etnólogos, y se reabrió la polémica acerca de los fundamentos de
esa práctica cuya imaginería más abundante se contiene en los grabados del
siglo XVI de la América recién revelada”.
La información anterior queda ratificada por los comentarios aparecidos en
el periódico El Universal, de la ciudad de México, el 13 de agosto de 2007,
donde se recoge un cable de la agencia periodística EFE, emitido en la ciudad
de Granada, España, que a la letra dice:
”El canibalismo era
una actividad sistemática y ritual en el México prehispánico, y durante el
Neolítico prácticamente en toda Europa, según ha constatado un equipo de
antropólogos tras el estudio de las marcas que su práctica dejaba en los huesos
humanos. Así lo explicó
el director del Laboratorio de Antropología Física de la Universidad española
de Granada, Miguel Botella, quien efectúa esta investigación en colaboración
con expertos de la Universidad Autónoma de México y el Instituto de
Antropología de México..
“Desde finales del 3,000 al 2,500
antes de Cristo, el canibalismo era común en toda la cuenca mediterránea
europea y en Finlandia, y la carne de los fallecidos se tomaba tras hervirla
unas tres o cuatro horas, “tal vez para asimilar sus características”, dijo
Botella. Los huesos estudiados, con marcas de cuchillos y de dientes humanos y
procedentes de hombres, mujeres y niños, aparecieron en basureros mezclados con
restos de los animales que conformaban su dieta, lo que constata el canibalismo
en el Neolítico, especialmente en un periodo del que apenas se han encontrado
sepulturas. Sólo en Granada se han encontrado 11 lugares donde esta práctica
era “habitual”, pero también son numerosos en la fachada mediterránea del resto
de España y en Europa.
“En cuanto a las culturas
mesoamericanas, los más de 20 mil restos óseos estudiados por estos expertos
han demostrado que el canibalismo era “sistemático” en toda América, lo que
“posiblemente indica que lo llevaron los humanos que pasaron el estrecho de
Behring cuando ocuparon el continente por primera vez.
“El antropólogo señaló que en el
México prehispánico, tras los sacrificios rituales en los que se ofrecían los
corazones de la víctima a las deidades, el resto del cuerpo se cocía con maíz y
era repartido entre todos los participantes en el acto “como en la comunión
cristiana” o sólo entre determinados sacerdotes.
“En la investigación se han recabado
recetas de cocina de carne humana que recogieron los frailes españoles durante
su labor evangelizadora tras la Conquista, que señalan que nunca se tomaba
asada y que era habitual añadirla al pozole, un guiso típico mexicano en el que
hoy se usa carne de cerdo o de pollo. Según el testimonio de uno de estos
frailes, la carne humana “sabía como la del cerdo”, de ahí que, tras ser
prohibido su consumo durante la cristianización de los indígenas, fuera
sustituida por el puerco.
“La manipulación de los cuerpos
humanos para su ingesta —cortes,
desuello, descarnado o cocción, entre otros—
dejó marcas en los huesos, analizados por estos expertos, que han
permitido determinar “la metodología utilizada en lo que constituían
acontecimientos ritualizados”.“Botella subrayó que es “interesantísimo” comprobar que las
descripciones de estos rituales por parte de los frailes españoles “corresponden con las marcas de los huesos
estudiados”. . El equipo de investigadores, que lleva 10 años en este estudio,
trabaja ahora en “unir las celebraciones
de las que hablan los frailes españoles con las evidencias de canibalismo”.
“Otra muestra de que el canibalismo
era “sistemático” es que este antropólogo ha estudiado en la ciudad mexicana de
Guadalajara más de dos mil herramientas hechas con huesos humanos, desde
punzones a arpones pasando por instrumentos musicales, lo que evidencia “una
industria artesana establecida”. Es decir, el cuerpo humano no sólo sirvió para
alimentar a esos pueblos, sino que generó una industria del hueso, que era
considerado “el mejor material para las herramientas”. Hasta aquí esta extensa
cita que corrobora el canibalismo en Europa y en Mesoamérica.
Yólotl González Torres es la autora
de un libro (El sacrificio humano entre los Mexicas) publicado
conjuntamente por el Instituto Nacional
de Antropología e Historia de México y el Fondo de Cultura Económica. Allí asienta esa investigadora lo siguiente:
“En un extremo de las interpretaciones sobre el sacrificio humano de los mexicas
tenemos, por un lado, a investigadores como Eulalia Guzmán, quien por un
nacionalismo mal entendido niega, sino la práctica del sacrificio humano, sí
los excesos a los que llegaron los aztecas..En el otro extremo tenemos a
Michael Harner, quien sostiene que las mayoría de los especialistas en la
civilización azteca han “encubierto, consciente o inconscientemente, las
pruebas de que la práctica del
canibalismo tenía motivos extrarreligiosos entre los aztecas”, acusación que,
por otra parte, provocó luego una respuesta irritada de diecisiete
especialistas en historia de México, en su mayoría norteamericanos, quienes
alegaron que la antropofagia era exclusivamente religiosa...Es decir, se acepta
el canibalismo dentro de cierto marco moral, si forma parte de un rito
religioso que incluso se pueda comparar a la comunión cristiana. Pero si se
trata de un festín gastronómico, el pueblo en cuestión se verá expuesto a los
juicios moralizantes de los antropólogos. ¿Por qué se justifica el canibalismo
si es parte de un rito religioso y no si es simple gourmandise? Nosotros
no creemos que en este caso la causa del sacrificio haya sido el hambre, como
alega Harner, sino el gusto por la carne humana”
En otra parte de su documentado
volumen, Yólotl González Torres menciona
que después de haber tenido lugar el sacrificio ritual “los cuerpos de los
niños y de las jóvenes no eran comidos,
sino que se enterraban, a diferencia de los de las otras víctimas” (subrayado por mí)
En el Principado de Asturias, España
(en las proximidades de la población de Vallobal), se localiza la Cueva de Sidrón, en donde se
han realizado, en fecha reciente,
importantes hallazgos paleoantropológicos, que permiten confirmar el
canibalismo que practicaban, hace milenios, los moradores de esos sitios. En la
página www.lavozdeasturias.es apareció
(el 5 de diciembre de 2006) un reportaje, del cual transcribo cuatro
párrafos:“El estudio sobre el yacimiento de Sidrón, que publica la revista Proceedings, de la Academia
Nacional de Ciencias estadounidense (PNAS), confirma que los neandertales de la
cueva asturiana practicaban el canibalismo. Se trata de una cuestión con la que
ya se había especulado en anteriores ocasiones. Sin embargo, la investigación del
Centro Superior de Investigaciones Científicas, dirigida por Antonio Rosas, ha
confirmado este hecho, no sólo por las fracturas en los huesos, sino por
evidencias de que fueron machacados con el objetivo de llegar a la médula, para
comérsela.
“Este es sólo uno de los
puntos que avanza el artículo sobre Sidrón. La investigación de Antonio Rosas
también abre nuevas vías sobre el conocimiento de los neandertales, al desvelar
que existieron diferentes tipos en la especie, según vivieran al sur o al norte
de Europa, con lo que se destaca la influencia del clima en su evolución.
“Además de los
resultados acerca de la práctica del canibalismo en Sidrón, la nota del Centro
Superior de Investigaciones Científicas señala las pruebas halladas sobre
importantes episodios de hambre que padecieron los individuos hallados en la
cueva. Gracias al estudio de los dientes encontrados en el yacimiento
asturiano, los investigadores han confirmado la presencia de líneas de
hipoplasia --crecimiento
reducido-- una dolencia que se atribuye
a la falta de alimentos o a la enfermedad.
“En concreto, las marcas
de hipoplasia en los dientes revelan que esos periodos de hambre se daban
especialmente en el momento del destete (en torno a los 3 ó 4 años), y en la
adolescencia. Es esa marca del hambre prueba de que los neandertales se
alimentaron de otros de su especie, a falta de otras presas? Demasiado pronto
para decirlo, al menos en opinión de Rosas”.
.
Norberto Eugenio Petryk
es el autor de un interesante artículo, publicado en el boletín on-line A
fuego lento (www.afuegolento.com,),
de España. En la edición numero 141, correspondiente al 18 de septiembre de
2007, allí aparece lo siguiente: “Había escuchado hablar de un plato llamado
Caldo Ava, pero fue en una madrugada, al
salir de una discoteca en Asunción del Paraguay, cuando una amiga me invitó a
desayunar en el mercado. Es costumbre del campesino el desayuno fuerte, más de
los trabajadores del mercado que comienzan con sus tareas tan de madrugada en
el campo. Allí estábamos degustando este placer de dioses, yo ya iba por el
segundo plato, cuando me enteré de la historia de esta comida: “avá” en guaraní
significa “los hombres”, “persona”, “gente”, y había sido que antes y aún
durante la llegada de los españoles, los guaraníes ya lo consumían pero con sus
enemigos dentro. Fueron los Jesuitas los encargados, cansados de ir a parar
dentro de las hoyas, de cambiarles los gustos y la receta.
“Los
guaraníes eran antropófagos, al igual que muchos pueblos de cultura amazónica,
eran comedores de carne humana, pero esto sólo iba dirigido a los prisioneros
de guerra (conquistadores europeos o tribus vecinas), y tenía carácter ritual.
A los prisioneros que no se mataba en el acto, se les trataba bien, se les daba
mujer y mucha comida para engordarlos. ...El sacrificio mismo se efectuaba en
un acto público, frente a una gran multitud, y uno de los guerreros era
designado para ejecutar al prisionero con una macana. Después de muerto se
despedazaba el cuerpo y se repartían los trozos. Todo el mundo debía tomar y
probar la carne, y dice el padre Lozano, que cuando ella no alcanzaba por ser
varios millares los concurrentes, entonces se hacía hervir un buen pedazo y se
repartía el caldo; hasta las madres daban un sorbo a sus hijos. El gustar la carne
de un enemigo sacrificado daba derecho o imponía la obligación de cambiarse el
nombre”.
Acerca del canibalismo recuerdo el
cuento escrito por Edgar Allan Poe, titulado El relato de Arthur Gordon Pym, en el cual describe cómo unos
náufragos dejaron a la suerte el destino de uno de ellos, quien habría de ser
muerto primero y luego engullido por sus famélicos compañeros de desventura,
cuando la situación se torno insostenible, ya que estaban en alta mar en una
embarcación , y sin alimentos.
Otro autor, Jonathan Swift, describe
en su libro Los viajes de Gulliver, los peligros que pasó ese viajero
cuando llegó a la tierra de los gigantes, donde sus habitantes trataron de engullírselo.
Otros dos libros hacen referencia al
drama ocurrido en la Cordillera de los Andes, a finales de 1972. Uno lleva por
título La tragedia de los Andes, escrito por Pier Paul Read, y el
otro Supervivientes de los Andes, de Clair Blair Jr. Ambos
describen la dantesca circunstancia de un avión caído en ese macizo montañoso
de América del Sur. El 13 de Octubre de 1972 se estrelló un avión de la Fuerza
Aérea de Uruguay, con 50 pasajeros a
bordo. En el momento del impacto murieron 22 pasajeros, y a los pocos
días perdieron la vida nueve personas más, a causa de un alud. Los
sobrevivientes, al enterarse por medio de una emisión radial, que habían sido
canceladas las tareas de rescate ---y
después de prolongadas deliberaciones entre los hambrientos sobrevivientes,---, decidieron comer la carne (cruda, sin
ninguna preparación) de sus compañeros fallecidos, para salvar sus propias
vidas. Diez interminables semanas de agonía
permanecieron allí, en esos agrestes parajes andinos, antes de ser
rescatados.
Un aspecto a mi parecer en extremo
interesante al ocuparme del tema dado por la antropofagia y el
canibalismo, es el concerniente a la teofagia. Esta palabra está formada
por dos vocablos griegos: teo = dios; y fagos = comer; comer a la
divinidad. (Antes de continuar adelante
quiero señalar que la palabra Teo, que en griego significa dios, tenía la misma
acepción entre los aztecas. La casa del
dios era el Teocalli)..Al igual que en numerosos grupos étnicos de Asia, África
y Europa, en América se ha acostumbrado, a través de las centurias, ingerir diversos
alimentos que representan a las deidades tutelares de cada grupo tribal. Los
antiguos mexicanos solían comer un alimento elaborado con amaranto (Amaranthus
hibridus) que representaba a Tláloc, el dios de la lluvia, como si fuese
una comunión ritual que permitiese que la divinidad penetrase al cuerpo del
feligrés que lo ingería. Este acto sacramental recibía el nombre de teoquallo,
vocablo náhuatl que significa “comer al dios”.
Sir James George Frazer, en su
monumental estudio La rama dorada, precisamente en el
capítulo que lleva por título “La teofagia azteca” consigna que “la costumbre
de comer pan sacramental como cuerpo de un dios era practicada por los aztecas
antes del descubrimiento y conquista por los españoles...Los antiguos
mexicanos, aún antes de la llegada de los misioneros católicos, estaban
plenamente familiarizados con la doctrina de la
transubstanciación y actuaban en sus solemnes ritos religiosos
fundándose en ella, Creían que por la consagración del pan, hecha por sus
sacerdotes, podía convertirse en el verdadero cuerpo de su dios, para que todos
los que participaban del pan consagrado entrasen en comunión mística con la
deidad, al recibir una parte de su sustancia divina dentro de sí mismos”.
Los primeros misioneros europeos
llegados a la entonces Nueva España
(quienes aceptaban fervorosamente que durante la comunión, acto en el cual el comulgante recibe del
sacerdote la Eucaristía, la Hostia
representa el cuerpo de Dios) consideraban un sacrilegio que los indígenas hiciesen uso
ritual de los panes sacramentales elaborados con amaranto, y por ello el
cultivo de esta planta quedo tajantemente prohibido a los naturales del país
recién conquistado.
Quizá sean meras
reminiscencias de aquellos tiempos inmemoriales en que el canibalismo era una
práctica más o menos común, pero hoy en día no es raro que alguien diga ¡no la
trago!, refiriéndose a una persona que le es antipática. Tampoco parece
reprobable que un enamorado (a) le diga al objeto de su apasionamiento ¡te voy
a comer a besos!
Entre todos los
integrantes del arte pictórico nacional del siglo veinte únicamente uno, Diego
Rivera (considerado, en forma unánime, uno de “los tres grandes de la pintura
mural mexicana”) , hizo público alarde
---yo me inclino a pensar que haya sido resultado de su irrefrenable
fantasía y desbordada personalidad, tan
proclive a llamar la atención del público--- de su afición a comer carne humana. Su
biógrafo Alfredo Cardona Peña consigna
en el libro El monstruo en su laberinto “yo lo oí decir a un grupo de estudiantes del Estado de Puebla que la carne
humana tiene un sabor ligeramente dulce, superior a la de cualquier animal comestible”. Y agrega el escritor:
“los estudiantes lo escuchaban espantados, y él reía por dentro”.
En este ensayo, cuyo tema
central está dado por el canibalismo, como rito pagano o como resultado de
hambre extrema, dejo intencionalmente de lado la referencia a la antropofagia
criminal (que no es acto ceremonial ni tampoco una angustiante situación de
hambre), caracterizada por el consumo de seres humanos a cargo de entes
patológicos, quienes, afectados en sus facultades mentales, ingieren la carne
(principalmente el cerebro, el corazón y los órganos sexuales) de las personas
a quienes previamente han dado muerte. Esta práctica ha sido repetitiva, especialmente en la última década del siglo
pasado, y todavía, a principios del mes de septiembre de 2007, en Alemania, se
registró un caso similar de canibalismo, de un desquiciado que se alimentó con
el cuerpo de un ser humano al que había asesinado.
Para concluir con
este ensayo acerca del canibalismo haré mención a diversos alimentos cuyos
nombres evocan, de cierta manera, las prácticas antropofágicas que por tantos
milenios han tenido vigencia en el planeta Tierra. En la cocina de México
figura un platillo cuyo nombre es “Niño envuelto”. Otro es llamado “Brazo de
gitano”. Y qué decir del arte de la panadería en nuestro país. Los nombres de
esos melindres son claramente descriptivos de una especie de canibalismo, ya que allí aparecen
los siguientes: “Ojos de Pancha”, “Orejas”, “Huesitos”, “Besos”, “Magdalenas”,
“Gendarmes” y “Lolas”. No olvido el “Pan de Muertos”, propios de las
festividades tradicionales de los días 1 y 2 de noviembre. Y tampoco omito las
gustadas “Calaveritas de azúcar”, las cuales incluso llevan en la frente un
pequeño papel con el nombre de alguno de nuestros seres queridos. En la ciudad de
Azuay, en Ecuador, hay un alimento llamado “Dedos de dama”, y otro más que
recibe el nombre de “Rodillas de
Cristo”.
En Italia hay un
tipo de pasta llamado “Capellini d’angelo” (“cabellitos de ángel”), y en la
ciudad de Nápoles nació un postre cuyo nombre es “Ossi di zucchero”
(“huesos de azúcar”), en forma de una
tibia
---uno de los dos huesos de la
pierna---, muy apreciados en el arte de la repostería de aquel país
mediterráneo.