Alegría
del corazón y bienestar del
alma
es el vino bebido con sobriedad.
ECLESIASTICO
31:28
El adjetivo
sagrado, de acuerdo al Diccionario de la
Real Academia Española, hace referencia a la divinidad, a su culto o lo
relativo a ellos. Seguramente ese vocablo procede del verbo sacrare,
en lengua latina, cuyo significado es consagrar. Otra palabra semejante es sacrum, que alude a lo que
es objeto de culto.
De acuerdo
a la premisa anterior (in stricto sensu), los libros que recogen los
relatos de las diferentes mitologías deben ser considerados dentro de esa
categoría, ya que hacen alusión a las divinidades, en el caso particular de
este ensayo a las del vino. En esas sagas legendarias se atribuye a las
deidades tutelares de cada una de esas pretéritas civilizaciones la invención
del vino. Los pueblos helénicos imaginaban que Dionisios era el dios del vino. Para los vedas era Brama el creador de esa deleitable ambrosía. Los caldeos tenían en Xiutros a la misma deidad. Para los
sumerios, quienes habitaron --- hace aproximadamente treinta siglos--- una
región ubicada al sur de Mesopotamia (cuya civilización ha sido considerada la
primera y más antigua del orbe) la diosa Gestin
era honrada como deidad “madre cepa”. Otra divinidad conectada con el vino era
el dios llamado Pa-Gestin-dug, que
significa “buena cepa”, en tanto que el nombre de su esposa Nin-kasi significa “dama del fruto
embriagador”.
Los
egipcios, por su parte, honraban a Osiris
como el numen tutelar que había otorgado a su pueblo el inapreciable don del
vino. Baco era el nombre que esa
divinidad recibió entre los romanos, y Flufans
lo era entre los etruscos.. No resulta,
pues, nada extraño que en los libros sagrados de los pueblos de la antigüedad
sea mencionado el vino como uno de los dones más emblemáticos que el género
humano recibió de los dioses ---quienes,
en su augusta benevolencia, entregaron a los hombres tan preciado obsequio---, y que en esas obras literarias sean
descritos, con lujo de pormenores, los
cánticos y preces dirigidas a sus respectivas divinidades.
De igual
manera, los códices prehispánicos tienen el carácter, a mi juicio, de “sagradas
escrituras”, ya que en esos manuscritos se hace referencia a las divinidades de
los diversos grupos étnicos que habitaron el área hoy en día denominada
Mesoamérica. La bebida ancestral de varios de esos pueblos fue el pulque,
llamada en lengua náhuatl iztac octli, cuya traducción literal es
“bebida blanca”. La deidad del pulque fue Ome
Tochtli (“dos-conejo”), también llamada Centzontotochtli (“cuatrocientos conejos”).
El termino Biblia procede del griego y significa
“los libros”. Se trata del conjunto de libros canónicos del judaísmo y el
cristianismo, escritos primero en hebreo y arameo, y luego en griego, a lo largo de mil años, del 900 A.C. al 100
D.C.
En el
hermoso libro El cáliz de letras: Historia
del vino en la literatura, escrito por Miguel Ángel Muro Munilla
(editado por la Fundación Dinastía
Vivanco, que forma parte de la bodega vitivinícola española Dinastía Vivanco) queda asentado que
“La Biblia es, sin duda, el texto literario en el que el vino tiene mayor
implantación, mayor importancia y ofrece más facetas de lo humano”. El autor
agrega: “Es el libro fundamental del judaísmo, el cristianismo y, en parte, del
islamismo”.
En el
primero de los libros del Antiguo Testamento (llamado por los judíos Tanaj), el
Génesis, viene el relato de la
aventura náutica (no sabemos con precisión si fue lacustre o marítima) de Noé,
a quien Jehová le ordenó construir un barco en forma de casa: el Arca, donde él
y su familia, además de una pareja cada animal, habrían de refugiarse durante el Diluvio Universal.
Las dimensiones de ese extraño navío debían ser, según las precisas
instrucciones de Jehová, ciento treinta y cinco metros de largo (eslora), veintidós de ancho (manga), y trece de alto.
Como punto de comparación diré que el “Titanic” medía 270 metros de largo por
28 de ancho.
El escritor
argentino Víctor Ego Ducrot es el autor de un interesante artículo que lleva
por título Algunas notas sobre el vino en el Corán, el Talmud y la Biblia,
donde consigna que Noé es la versión bíblica de otros héroes diluviales, como
Xixutros, de Caldea; Hasisadra, de Sumeria; Utnapistim, de Babilonia y
Decaulion, de Grecia.
La Biblia menciona que el Diluvio tuvo una
duración de cuarenta días y cuarenta noches, y que la inundación se mantuvo por
cincuenta días, y luego comenzó a menguar. Y una vez que Noé abandonó el Arca,
donde había bogado (Bernard Pivot, autor del libro Dictionaire Amoreux du Vin
así lo refiere) durante un año, un mes y diecisiete días, tomó los aperos
de agricultor y sembró viñas. Luego cosechó uvas, elaboró vino y bebió
demasiado y se embriagó, quedándose dormido, desnudo, en su tienda. Así de
escueta es la Biblia al narrar ese episodio de la primera borrachera que
registran las Sagradas Escrituras. Es un poco más explícita al relatar que Cam
les comentó a sus hermanos Sem y Jafet que Noé estaba ebrio por el vino ingerido. Ellos fueron a ver a su
padre y lo cubrieron pudorosamente con un manto, y cuando éste despertó, y se
enteró que Cam no lo había cubierto (evitando, de esta manera, el impúdico
espectáculo que daba dando ---¿a
quiénes, porque se supone que estaba en su tienda, alejado de los ojos de los
demás mortales que viviesen por allí?---)
lo maldijo con altisonante voz,
condenándolo a ser siervo de los siervos de sus hermanos.
Otra
borrachera, a todas luces inmoral, es la del justo varón (en la Biblia al
referirse a Lot se asienta que era un varón “justo”) llamado Lot. Los ángeles enviados por Jehová a la ciudad
de Sodoma le indican a Lot que debe salir, de inmediato, de esa población donde
proliferaban los sodomitas, ya que del cielo caería lluvia de fuego. Lot acata
la orden divina y sale acompañado de su esposa y de sus dos hijas. Los mensajeros (este es el
significado de la palabra ángel, en lengua griega) les habían dicho que no
volviesen la cabeza para contemplar la ígnea destrucción de esa urbe, pero la
mujer de Lot se volvió a mirar, movida por la curiosidad, y quedó convertida en
estatua de sal. Los tres sobrevivientes,
Lot y sus hijas, llegaron a lugar seguro, y en una caverna moraban, aislados de
cualquier otro grupo humano. La hermana mayor le dijo a la menor: “Nuestro
padre es ya viejo, y aquí no hay hombres que entren en nosotras, como en todas
partes se acostumbra. Vamos a embriagar a
nuestro padre y a acostarnos con él, para ver si tenemos descendencia”.
En un
delicioso libro titulado La Biblia contada a los mayores,
de Fernando Díaz-Plaja, queda descrito ese hecho de la siguiente manera: “.Así
lo acordaron y, según menciona la Biblia (Génesis 19), se acostó con su padre
la mayor “sin que él la sintiera al
acostarse ni al levantarse”. En vista de lo cual a la noche siguiente
repitieron la operación, con vino
incluido, y se deslizó en su cama la menor, sin que la sintiera él en toda la
noche. Lo cual demuestra que el buen varón Lot, el único puro de Sodoma, tenía
el sueño más bien pesado”. Cabe agregar que ambas hermanas quedaron embarazadas
de su propio padre, y tuvieron sendos hijos.
En el Eclesiástico,
uno de los libros del Antiguo Testamento, consagrado a predicar virtuosas
enseñanzas y honestos preceptos preñados
de gran sabiduría, queda recogida una nutrida serie de recomendaciones en torno
al vino. Aquí transcribiré una sentencia preñada de gran certeza: ”El vino fortalece si es bebido con
moderación, pues ¿qué vida es la de los hombres que del todo carecen del
vino?”.
De todos
los Libros de la Biblia (Salmos, Samuel,
Ester, Daniel, Macabeos, Ezequiel, Proverbios, etc) únicamente el de Jonás carece de referencias a la vid o
al vino. Los especialistas en la Biblia señalan que hay más de cuatrocientas
menciones al vino en esta obra, de las cuales la inmensa mayoría se hallan en
el llamado Antiguo Testamento.
Salomón fue
el tercero y último rey de todo Israel, incluido el reino de Judá. Era hijo de
David y de Betsabé, y según la Biblia
fue el hombre más sabio que ha existido en las faz de la Tierra. En esta obra
se menciona que “tuvo setecientas mujeres reinas y trescientas concubinas, y
sus mujeres le desviaron el corazón”. A
este hombre, sabio cual ninguno, según refiere ese libro sagrado (a quien Jehova le permitió dar rienda suelta
a sus desmedidos apetitos sexuales), se atribuye el Libro denominado Cantar
de los Cantares (también
llamado “Canción de Canciones”
o “Canticum Canticorum”), en el cual
se exaltan los amores de una pareja, Salomón y la Sulamita, con encendidas
palabras que los exegetas afirman son alegóricas y hacen referencia a la
Iglesia, y que solamente los malévolos y mal pensados traducen literalmente
como un cántico de amor sexual.
Para
muestra basta un botón de las ardientes frases que ambos esposos se prodigan:
¡Oh si él me besara con ósculos
de su boca! Porque mejores son tus
amores que el vino.
Llévame en pos de ti, correremos.
Metióme el rey en sus cámaras: Nos gozaremos y alegraremos en ti; Acordarémonos
de tus amores más que del vino: Los rectos te aman.
He aquí que tú eres hermosa,
amiga mía; He aquí que eres bella: tus ojos de paloma.
He aquí que tú eres hermoso,
amado mío, y suave: Nuestro lecho también florido.
Las vigas de nuestra casa son de
cedro, Y de ciprés los artesonados.
Llevóme á la cámara del vino, Y
su bandera sobre mí fue amor.
Tus dos pechos, como dos cabritos
mellizos de gama, Que son apacentados entre azucenas.
¡Cuán hermosos son tus amores,
hermana, esposa mía! ¡Cuánto mejores que el vino tus amores, Y el olor de tus
ungüentos que todas las especias aromáticas!
¡Cuán hermosos son tus pies en
los calzados, oh hija de príncipe! Los contornos de tus muslos son como joyas,
Obra de mano de excelente maestro.
Tu ombligo, como una taza redonda,
Que no le falta bebida. Tu vientre, como montón de trigo, Cercado de lirios.
Tus dos pechos, como dos cabritos
Mellizos de gama.
¡Qué hermosa eres, y cuán suave,
Oh amor deleitoso!
Y tu estatura es semejante á la
palma, Y tus pechos á los racimos!
Yo dije: Subiré á la palma, Asiré
sus ramos: Y tus pechos serán ahora como racimos de vid, Y el olor de tu boca
como de manzanas;
Y tu paladar como el buen vino,
Que se entra á mi amado suavemente, Y hace hablar los labios de los viejos.
En otra versión
del Cantar de los Cantares (que a mí
me agrada sobremanera, por su encendido erotismo y bellas imágenes
poéticas) figuran estos versos:
Un olor de manzanas parecía el
huelgo de tu boca, tan graciosa.
Y como suave vino bien olía tu
lindo paladar, oh esposa mía.
Cual vino que al amado bien
sabía.
Y a las derechas era dulce cosa
Que dispuestos los labios ya
caídos
gobierna la lengua y los
sentidos.
(Huelgo significa resuello,
respiración, aliento)
Fray Luis
de León (1527-1591), monje agustino y catedrático en la Universidad de
Salamanca, tradujo el Cantar de los
Cantares del griego al castellano. Por ello, y porque el Tribunal de la
Inquisición de Valladolid consideraba a
este ilustre humanista un herético propagador de peligrosas interpretaciones
bíblicas, fue encarcelado durante cinco años, de 1572 a 1576. Al día siguiente
de haber sido puesto en libertad volvió a su cátedra en la Universidad
salmantina, y al reanudar sus lecciones fue entonces cuando pronunció las
palabras “Decíamos ayer”.
En el Nuevo Testamento, escrito en griego, que
es aceptado por los cristianos y rechazado por el judaísmo, leemos lo que Juan
el evangelista escribió acerca del primer milagro de Jesús, ocurrido durante
unos esponsales celebrados en la población
de Caná de Galilea. Así queda descrito ese hecho portentoso, en la Sagrada
Biblia (edición preparada por Eloíno Nácar y Alberto Colunga, que
cuenta con los debidos Nihil Obstat e Imprimatur): “Al tercer día hubo una boda
en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también Jesús
con sus discípulos. .No tenían vino
porque el vino de la boda se había acabado. En esto dijo la madre de Jesús a
éste: No tienen vino. Dijole Jesús: Mujer ¿qué nos va a mí y a ti? No es aún
llegada mi hora. Dijo la madre a los servidores: Haced lo que él os diga. Había
allí seis tinajas de piedra para las purificaciones de los judíos, en cada una
de las cuales cabían dos o tres metretas. Díjoles Jesús: Llenad las tinajas de
agua. Las llenaron hasta el borde, y Él les dijo: Sacad ahora y llevadlo al
maestresala. Se lo llevaron, y luego que el maestresala probó el agua
convertida en vino ---él no sabía de
dónde venía, pero lo sabían los servidores, que habían sacado el agua--- llamó al novio y el dijo: Todos sirven
primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor, pero tú has guardado
hasta ahora el vino mejor”. Hasta aquí la cita alusiva a ese episodio, según el
Evangelio de San Juan.
Las tinajas
utilizadas por los judíos para sus abluciones rituales, por medio del
agua,. tenían una capacidad de dos a
tres metretas. La palabra metreta era el nombre de una vasija, generalmente de
piedra, en la cual los griegos y los romanos guardaban vino o aceite. (Este
vocablo tuvo su origen en el término helénico metretés, que designaba una
antigua medida de capacidad para líquidos, equivalente a unos treinta y seis
litros). Existen diversas opiniones al respecto, pero se acepta que la metreta equivalía a un
volumen de treinta y seis a cuarenta litros. Por lo tanto, cada tinaja contenía entre setenta y dos y ochenta litros (si cada
metreta fuese de 36 litros) y ciento ocho y ciento veinte litros (si la metreta
tuviese una capacidad de 40 litros) tuviesen . Las seis tinajas de piedra
llenas de agua habrán contenido entre cuatrocientos ochenta y setecientos
veinte litros. Con estas cantidades
podríamos llenar entre 640 y 960 botellas de 750 centímetros cúbicos (tres
cuartos de litro, el contenido usual de una botella de vino de nuestros días).
Fue, sin duda alguna, además de un hecho milagroso un espléndido regalo para
los contrayentes, tanto por la cantidad como por la calidad del vino que Jesús
les obsequió
En
algún portal de internet encontré lo siguiente: “quedarse sin vino en una
fiesta de bodas es una calamidad tremenda en la mentalidad hebrea, y en la de
muchas personas. Sería tomado como un reflejo de la familia. Esto pasó,
probablemente, porque la cantidad de personas era mayor a la esperada y duró
más largo de lo planeado. El milagro podría haber sido realizado durante el
segundo o tercer día, en una fiesta que duraba siete días. El día tres podría
aplicarse al tercer día después del último acontecimiento, habiéndose gastado
todo durante la fiesta, y ésta es la intención probable de Juan 2:1. Como esto
era en Caná de Galilea, en el camino de Nazaret a Tiberiades, el Mesías, su
familia y sus amigos estuvieron allí. Probablemente esta fiesta incluyó a la
mayor parte de Caná y Nazaret. Tal vez, muchos cientos estuvieron relacionados
con ella. Cualquier proveedor de festejos testificaría el hecho que 72 a 180
galones apenas alcanzarían cuatro días para un grupo semejante y sobre la base
de esto, la porción sería aproximadamente de 18 a 45 galones (68 a 170 litros)
de vino por día”.
Por
otro lado, conviene tener en cuenta que, entre los judíos, “No se concebía
ningún casamiento sin vino, porque el Talmud
dice: “donde no hay vino no hay alegría”, y en el Salmo 104:15 leemos que “El
vino alegra el corazón del hombre”. Por eso, cuando faltó el vino, María se
alarmó, porque era algo vergonzoso para el novio, y para toda la familia
anfitriona”
En el Nuevo Testamento ocupa primordial lugar
la Cena Pascual, llamada la “Última Cena”. Los evangelistas Lucas, Marcos y
Mateo, quienes no hacen referencia a la
transmutación del agua en vino, en las bodas de Caná, como lo hizo Juan en su
Evangelio (quien no menciona la institución de la Eucaristía, en la postrera
cena de Jesús con sus discípulos), relatan las palabras de Jesús al darles el
pan y el vino a los apóstoles: “Tomad y comed de este pan, que es mi cuerpo”, y
a continuación los invitó a degustar del vino servido en el cáliz, diciéndoles
“Tomad y bebed, que es sangre de mi sangre, que será derramada por
vosotros”.
Para concluir diré que en la obra denominada El Corán, el libro sagrado de los
musulmanes, (quienes tienen terminantemente prohibido el consumo de vino) se
describe que el cielo (igualmente designado con otros nombres: la morada de los justos: al-jann: el jardín, el Jardín del Edén: jannat-adan, y el
Jardín de las Delicias: jannat al-na’im) en realidad se halla formado por
siete cielos, era la mansión a donde iban los seres elegidos de Alá. Allí había
“hermosos jardines, regados por corrientes de cristalinas aguas y con arroyos de vino, que será la delicia de
quienes lo beban....(y) exquisitos frutos al alcance de todas las
manos....disfrutarán de vírgenes de grandes ojos negros, púdica mirada y tez de
incomparable hermosura, que no han sido tocadas ni por hombres ni por genios,
las cuales permanecerán así eternamente”. Estas juncales mujeres, las
huríes, fueron prometidas por Mahoma, el
profeta de Alá, a los fieles seguidores de la religión musulmana, una vez que
hubiesen llegado a ese recinto, donde
los que allí habitaban permanecían por siempre en un estado de inmarcesible
lozanía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario