Las
preocupaciones huyen y se disipan con abundante vino
PUBLIO OVIDIO
NASON (43 A.C.—17 D.C.)
Ayer,
domingo 3 de mayo de 2015, el Papa Francisco confirmó que el día 23 de
septiembre de este año declarará santo al sacerdote Junípero Serra, durante la
misa que celebrará en el Santuario Nacional (National Shrine), en la ciudad de
Washington, D.C. Este monje franciscano
fue canonizado el 25 de septiembre de 1988, por el Sumo Pontífice Juan Pablo II,
en la Basílica de San Pedro, en Roma, declarándolo objeto de culto religioso.
En
estricto apego a la verdad diré que la inicial beatificación y próximamente la
canonización de Junípero Serra no fue debida a sus actividades enológicas, encomiable
tarea que desplegó lo mismo en las Misiones que él fundó en la Sierra
Gorda de Querétaro que en la Alta
California, desde San Diego hasta San Francisco, que constituyeron el comienzo
del desarrollo urbano de lo que, pasados los años, habrían de convertirse en
importantes núcleos de población en la actual California.
Fray
Junípero Serra nació el 24 de noviembre de 1713, en la villa de Petra, en la
isla de Mallorca, en el archipiélago de las Baleares. Su nombre fue Miguel Serra y Ferrer. A los 19
años ya era doctor en teología, y durante varios años fungió como profesor de
filosofía en el convento de San Francisco, en Palma de Mallorca. Como era común
en esa orden religiosa, integrada por fieles seguidores de las ascéticas
prédicas del santo varón de Asís, Miguel Serra cambió su nombre por el de
Junípero.
En
agosto de 1749 salió del puerto de Cádiz con rumbo a la Nueva España. Algunas
semanas más tarde, el 7 de diciembre, desembarcó en el puerto de Veracruz, y
desde esa urbe hizo el viaje, a pie y descalzo, hasta la capital del
virreinato, llegando a instalarse en el convento de San Francisco, en la ciudad
de México. Algún tiempo después sus superiores le dieron el encargo de llevar
el evangelio a la zona septentrional de lo que hoy en día es el Estado de
Querétaro, donde habitaban los belicosos
indígenas pames, quienes tantos dolores de cabeza ocasionaban a las autoridades
virreinales por sus atrevidas correrías,
hasta que finalmente fueron pacificados por José de Escandón, en la cuarta
década del siglo XVIII. Fray Junípero
Serra, quien ostentaba el cargo de presidente de la Misión de Santiago de
Jalpan, hizo de esta población ---hoy en día la urbe más importante de toda la
Sierra Gorda--- su centro de operaciones, para llevar la luz del evangelio a
las zonas circunvecinas.
Cinco
fueron las misiones que Fray Junípero Serra y sus compañeros misioneros
establecieron en aquellos agrestes sitios de la Sierra Gorda (una hermosa región hoy en día llamada
Huasteca Queretana), la cual es una serranía formada por la parte oriental de
la Sierra de Zacatecas. A cada una de
ellas destinó el monje mallorquín a dos misioneros franciscanos para que
edificaran los templos de esas comunidades, las cuales llevan por denominación
Santiago de Jalpan, San Miguel de Concá, Santa María de las Aguas de Landa, San
Francisco de Tilaco y Nuestra Señora de la Luz de Tancoyol, y se trata de
edificaciones barrocas muy semejantes entre sí.
Las
fachadas de estas pequeñas iglesias son consideradas por la investigadora Elisa
Vargas Lugo (en su documentado libro Las
portadas religiosas de México) “una variedad popular del barroco de
argamasa, que cubre todas las superficies con relieves y
esculturas…probablemente hayan sido construidas por un mismo grupo de
artesanos, dada la cercanía en que se encuentran unas de otras” De estos cinco templos, edificados en
el siglo XVIII, la de Concá es la de ornamentación más sencilla ---de hecho es la más pequeña de todas--- y
en ella vemos por doquier, embelleciendo la fachada, infinidad de racimos de
uvas, que lo mismo es un símbolo eucarístico que una clara apología de la vid,
precursora del vino.
Una
vez conseguida la pacificación de los pobladores aborígenes fue llamado
Junípero Serra a la ciudad de México. Entonces sus superiores le dieron la
tarea de hacerse cargo de las misiones fundadas, en lo que hoy llamamos Baja
California, por los misioneros jesuitas, a quienes el monarca hispano Carlos
III había expulsado de todos los
dominios de España. En 1768 llegó este
incansable misionero a Loreto, la capital de ambas Californias: la Baja y la Alta, que hoy en día pertenece a
los Estados Unidos de América. Allí, en los alrededores de Loreto, continuó
Serra con la tarea de fomentar el cultivo de la vid, como lo habían hecho sus
antecesores, los jesuitas, y un año más tarde acompañó a la expedición del
capitán Gaspar de Portolá, la cual hizo rumbo a la Alta California.
El
16 de junio de 1769 fundó la Misión de San Diego de Alcalá (a la cual siguieron
otras cuatro más) en torno a la cual habría de crecer y desarrollarse la ciudad
estadounidense que hoy en día lleva el nombre de San Diego. Cabe agregar que
Junípero Serra llevo el cultivo de la vid a aquellas tierras, a la sazón
lejanas regiones dependientes de la Nueva España, lo que hoy en día es
considerado el antecedente histórico del viñedo californiano, que actualmente
goza de merecido prestigio mundial.
Este
monje franciscano falleció el 28 de agosto de 1784, en San Carlos de Monterey
(sic), y un siglo más tarde, en 1884, se
reunieron en congreso “los diputados del Estado de California y acordaron la
celebración periódica de una fiesta del centenario y la erección de una gran
estatua, que perpetuase la memoria de tan preclaro colonizador. La estatua fue
inaugurada el mismo año de 1884, y fue levantada en Monterey (sic), California,
lugar donde descansan sus restos mortales”.
En
la Sala Nacional de las Estatuas (en inglés National Statuary Hall), un hermoso recinto semicircular de
dos pisos, también conocida como la Antigua Sala de la Casa (en inglés The
Old Hall of the House), en el Capitolio de los Estados Unidos,
en Washington D.C., se hallan las estatuas de los hombres y
mujeres más notables de la Unión Americana. En ese sitio hay rotonda donde
están ubicadas 100 estatuas “que recuerdan a importantes figuras de la historia de la nación”. Una de
esas esculturas representa
a Fray Junípero Serra, con la leyenda que a la letra proclama: “como un tributo
a su colosal temple de evangelizador y
fundador de California”.
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