UNA
CHARLA CON OMAR KHAYÀM
Dentro
de la poesía cuyo asunto principal es el vino, dionisíaca bebida celebrada lo
mismo en las Sagradas Escrituras que en Las Mil Noches y una Noche, y
ponderada por Cervantes, Shakespeare y Baudelaire --entre muchos otros literatos--, figuran
poetas de todas las latitudes y de todas las épocas. Desde Anacreonte hasta
Alfonso Reyes, pasando por Hafiz, Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, Rabelais,
Moliere, Pablo Neruda y Sor Juana Inés de la Cruz, infinidad de escritores han
cantado hermosas loas al vino (entendiendo por vino únicamente el producto que
se obtiene de la fermentación del jugo proveniente del prensado de las uvas),
el báquico néctar llamado por el enófilo hispano Luis Fernández Olaverri “la
única obra de arte que se puede beber”.
Uno
de los libros consagrados por entero al vino es el “Rubaiyat”, escrito por el
sensual literato persa Omar Khayam. De este volumen se ha dicho que es “un
exquisito poema, formado por un conjunto de cuartetas o redondillas, obra de un epicúreo que canta los placeres
del amor, para los cuales no quiere más acompañamiento que “unas gotas de vino
rubí, un trozo de pan y un libro de versos”, y que prefiere eso al lujo, al
boato y al imperio de un sultán”.
Nacido
en el año 1040 de nuestra era, en la ciudad de Nishapur, una urbe que entonces
formaba parte de Persia, una región histórica del Oriente Medio, y que hoy en día pertenece a Irán, su nombre
fue Ghiaz-ed-din-Abdul Teda Omar ibn-lbrahim-al-Kahayàm. Atraído por el estudio de las más diversas
disciplinas, incursionó lo mismo en la astronomía que en la poesía, y, como lo
afirma Nuria Parés, estudiosa de su obra,
“fue hombre de interés abierto a todas las cosas, el nombre de Kahayàm brilló entre los matemáticos, exégetas,
jurisperitos, astrónomos, poetas e, incluso, médicos de su época. A él se debe la reforma del calendario musulmán,
obra que muchos consideran superior a la que siglos después, emprendería el Papa
Gregorio XIII, al reformar el calendario juliano”.
Omar
Khayàm ---como también es escrito su
nombre--- es ampliamente conocido en el
mundo occidental por haber escrito más de cuatrocientas cuartetas, reunidas en
una obra denominada “Rubáiyat (esta palabra significa en lengua persa
cuarteta). Su precisión en la rima es
admirable, así como la concisión de sus palabras, para expresar en sólo cuatro
líneas un hermoso pensamiento. Con el
mágico e invisible malabarismo de la palabra, como dijo Félix Martí Ibáñez, el
poeta persa volcó sus más íntimos sentimientos, esculpiendo en esas frases
ideas preñadas de regocijo, angustia, placer y esperanza. Es Omar Kahayàm, sin duda alguna, un excelso
cantor del vino y del amor, un hedonista absoluto, que supo referirse tanto al
fruto de la vida como a la pasión carnal por la mujer amada, con los términos
exactos, sin falsos eufemismos que disimularan el verdadero significado de las
palabras de las cuales él se servía para plasmar, en bellos términos, su
epicureista sensibilidad.
A
este singular humanista de la Persia islamizada del siglo XII tuve el placer de
encontrarlo en la ciudad de Shiraz (a
donde había yo llegado con el objeto de conocer la vitivinicultura de la región
–muy renombrada desde hace muchas centurias—,
tras de recorrer detenidamente las
ruinas de Persépolis), en la zona meridional de la actual Irán. Seguramente que el hecho de haber estado
pensado en que me hallaba recorriendo la tierra de Omar Khayám propició que, en un momento dado, estuviésemos frente a frente. Habiendo él dejado por algún rato el Paraíso
de los musulmanes, poblado de gráciles huríes, que el profeta Mahoma prometió a
los seguidores de Alá, pude conversar durante una hora con tan hedonista
personaje, tras de haberme identificado como sincero admirador de su obra
poética.
---Dígame, Omar
Khayám, ¿cuáles eran para usted los elementos que en mayor grado contribuían a brindarle placer, como seguidor de los
pasos de Epicuro?, quien alguna vez dijo que “Así como el sabio no escoge los alimentos más
abundantes, sino los más sabrosos, tampoco ambiciosa la vida más prolongada,
sino la más intensa”.
---Lo
que yo pedía era una botella de vino rojo, un libro de poesía, un poco de
reposo y un pedazo de pan. Y además el
hecho de que pudiera descansar junto a la mujer deseada, en un lugar solitario,
me haría sentirme más feliz que un sultán en su reino.
---Omar,
usted llamó al vino “el soberano alquimista, que en un instante puede
transmutar en oro el metal plomizo de la vida”.
¿Quisieras decirme por qué motivo en sus composiciones poéticas alabó tanto
al vino?
---Y
bien, si el vino es obra de Dios, ¿Quién se atreve a blasfemar contra las guías
entrelazadas de la vid, como si fueran una trampa? Si el vino es una bendición, debemos usarlo.,
¿Por qué no? Si es una maldición… bueno,
entonces, ¿Quién lo trajo? Bebe vino,
porque el vino acabará con tus inquietudes, y evitará que te preocupes por
cosas fútiles. No renuncies a ese elíxir,
porque si bebes una sola medida te quitará mil penas.
---Se
podría suponer que su agnosticismo le hizo escribir con aparente frialdad
acerca de la vida y la muerte, a usted, que tan apasionadamente cantó el placer
sensual. ¿Qué puede decirme de esa
inclinación tan característica de su sensibilidad?
---El
Ayer preparó la locura de Hoy, el Mañana es silencio, triunfo o derrota. ¡Bebe , pues no sabes por qué te vas, ni a
donde! Ten cuidado, amigo, porque serás
separado de tu alma, tendrás que ir atrás de la cortina de los secretos de
Dios. Bebe vino, porque no sabes de dónde
viniste; alégrate, porque no sabes a dónde irás.
---Me
parece, Omar, que gozabas infinitamente al jactarte de tu propensión al vino,
que por lo demás es una deliciosa ambrosía que los dioses concedieron a los
hombres.
---Así
es, en efecto. De la vid brotó una fibra que se adhirió a mi ser, aunque el
Dervis se burlara. Si bebo vino, y todo
el que como yo sea vidente encontrará que eso es insignificante a los ojos de
Dios. Desde la eternidad Dios ha sabido
que yo bebería vino. Si no lo bebiera,
su previsión sería pura ignorancia.
---En
los momentos de tristeza, ¿Cómo lograbas atemperar el pesar que invadía tu
corazón?
---Bebía
vino, el remedio para mi triste corazón.
Vino perfumado con almizcle. Vino
del color de las rosas. Vino para apagar
el incendio de mi tristeza.
---Hubieras
estado dispuesto, Omar, a realizar cambios en tu conducta, buscando siempre lo
verdaderamente valioso?
---¡Siempre
lo estuve! Todos los reinos por una copa
de vino. Todos los libros y toda la
ciencia de los hombres por el aroma suave del vino. Todos los himnos del amor por la canción del
vino. Toda la gloria de Féridum por el
reflejo del vino en un cántaro.
---Cuáles
fueron tus postreras indicaciones que formulaste a tus seres queridos?
---¡Oh,
mis queridos compañeros! Servidme vino,
para volver así a mi cara amarilla como ámbar, el color del rubí. Cuando yo esté muerto, lavadme con vino, y
que hagan m ataúd con madera de la vid.
Que hasta de mis cenizas sepultadas se exhale y suba el aire tal
fascinación de vendimia, que ni un verdadero creyente que pase por allí deje de
embriagarse sin advertirlo. Más todavía,
amigos míos, cuando yo haya partido para siempre, concertad una cita, y una vez
reunidos, alegraos juntos, y cuando el escanciador levante en su mano una copa
del vino añejo, recordad al pobre Khayam y bebed en su memoria.
---Omar,
puedes decirme, con ánimo verdadero, ¿alcanzaste la felicidad en tu vida?
---De
la felicidad sólo sabemos el nombre.
Nuestro mejor amigo es el vino nuevo.
Acaricia con la vista y con la mano ese único bien que jamás falla: el
ánfora llena de la sangre de la vid.
En
ese momento, ofreciéndome una copa de vino de Shiraz, que escanció de una
pequeña ánfora helénica, hizo el gesto de beber a mi salud, y en seguida se
disipó su figura al ser alcanzada por un
brillante rayo de luz solar.
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