Nota
Bene
A
principios del año 1956 apareció mi primer
artículo periodístico, publicado en el
semanario
Argos, a la sazón publicado en
mi
ciudad natal, La Piedad, Michoacán, y
en
el cual seguí publicando, durante algunos
años,
infinidad de artículos.
Seis
décadas más tarde mi actividad como
periodista
continúa de manera activa, y
en
este tiempo he publicado varios miles
de
artículos, de los cuales 2.448
---aparecidos
de
enero de 1986 a diciembre de 2015--- versan
acerca
de diversos temas de gastronomía y
enología.
Para
celebrar esas seis décadas de ejercer
tan
fascinante tarea, aparecerán ahora, en el
blog
El
Legado de Dionisios dieciséis artículos
de
la serie que lleva por título Conversaciones
Gastronómicas
Intemporales,
ya que en
esos
textos recojo los comentarios ---alusivos
al
arte del biencomer y del bien beber---, que
diferentes
personalidades del mundillo de la
gastronomía
y la enología (todas ellas moradoras
de
otros espacios siderales, pues hace tiempo
las
Parcas las llevaron consigo) vertieron durante la
charla
intemporal que sostuvieron conmigo.
Cada
semana, a partir de hoy, lunes 11 de
abril
de 2016, publicaré en este blog una de
éstas
pláticas.
CONVERSACIONES GASTRONOMICAS INTEMPORALES (I)
Eran
casi las dos de la tarde, de un soleado día de verano, cuando vi llegar a las
termas, próximas a la Vía Apia (una de las calzadas más importantes de la
ciudad de Roma, considerada como la primera carretera de la historia), donde yo
me encontraba en el frigidarium,
atemperando un poco al acentuado calor que se dejaba sentir sobre la ciudad de
las siete colinas, a Cayo Petronio Turpiliano (¿?—65 DC), con quien hacía
tiempo yo deseaba charlar acerca de diversos temas gastronómicos. Mientras que sus sirvientes lo despojaban de
la lujosa indumentaria que lo cubría, recordé lo que Cornelio
Tácito ( c. 55-120 D.C.), quien fue
historiador, senador, cónsul y gobernador del Imperio romano, había
dicho de él. “Era un cortesano
voluptuoso, refiere el autor de los
anales, tan apto para el placer como para los negocios. Durante el día se
dedicaba a dormir y consagraba la noche a los asuntos importantes, a las
mujeres y a los banquetes. Idolatrado
por una corte corrompida, a la cual admiraba por su ingenio, su amabilidad y su
esplendidez, fue en ella durante largo tiempo el árbitro del buen gusto y de la
elegancia, y el predilecto del emperador Nerón”.
Con
uno de los esclavos que servían en esos marmóreos baños romanos mandé decir a
Petronio que me dispensase unos momentos de su tiempo, a lo que accedió de buen
grado. Así es que de inmediato me
aproximé al tepidarium donde se
hallaba, y tras de saludarlo con afabilidad le dije:
--Arbiter
Elegantiae, usted describe en su libro El Satiricón (obra que la posteridad
habría de considerar “el mayor clásico de la pornografía romana”), el decadente
mundo de la sociedad romana. Allí
muestra las licenciosas costumbres y los más bajos apetitos del ser
humano. Uno de los personajes en esa
obra retratados es Gayo Pompeyo Trimalción, uno de cuyos fastuosos y
extravagantes banquetes describe con lujo de detalles. Dígame, ¿Cómo fue esa comida?
--Una
vez llegados a la mansión de este acaudalado y crapuloso anciano nos instalamos
en la mesa, y seguidamente esclavos egipcios nos lavaron las manos con agua
nieve. Vinieron luego otros a hacernos
un pediluvio, así como a limpiarnos con destreza las uñas, mientras cantaban en
nuestro honor. Cuando trajeron el primer
plato, que por cierto tenía aspecto de muy exquisito y agradable, estábamos a
la mesa de todos, menos Trimalción. En
una de las fuentes veíase un borriquillo de bronce de Corinto cargado con unas
alforjas que contenían aceitunas verdosas y negras. Veíanse más allá salchichas asadas en
parrillas de plata, y debajo de éstas, ciruelas de Siria y granos de granada
---¿En
qué momento llegó Trimalción?
---En ese
momento apareció Trimalción. Se le transportaba al son de la música y fue
depositado en medio de pequeñísimos cojines. Lo imprevisto de la escena nos
hizo soltar la carcajada, y no era para menos: su cráneo afeitado sobresalía de
su palio escarlata. En sus hombros cargados con el vestido se había puesto una
servilleta con laticlavia, llena de flecos que colgaban por todos lados. En el
meñique de su izquierda tenía un gran anillo ligeramente dorado y, en la última
falange del anular, otro más pequeño que, según se veía, era de oro macizo pero
con una especie de estrellas de hierro engastadas, y como no le había parecido
bastante exhibir todo este lujo,
mostraba
desnudo su brazo derecho para lucir un brazalete de oro y una pulsera
de marfil
abrochada con una placa de esmalte.
---¿Qué
vinos bebieron en esa ocasión?
---Trajeron
luego frascos de cristal, sellados cuidadosamente, cada uno de los cuales
llevaba una etiqueta que decía “Falerno opiniano de cien años”. Habiendo todos leído los rótulos, exclamó
Trimalción, dando palmadas. “Verdad es,
por desgracia, que vive más el vino que el hombre, de modo que debemos
empaparnos como esponjas. El vino es la
vida, y el que os ofrezco es opiniano legítimo. Si no os gusta ese vino, os
traerán otro. Si os agrada, demostradlo
bebiendo a todo pasto. No tengo que
comprarlo. Gracias a los dioses lo
cosecho en una de mis haciendas que aún no he visto. Dicen que está cerca de Terracina y de
Tarento. Por cierto que tengo ganas de
adquirir la Sicilia, para anexionarla a unas tierras que poseo por allí”.
---¿Qué
manjares les fueron ofrecidos a los hedonistas comensales reunidos en la
residencia de Trimalción?
---En la
fuente destinada a las entradas habían colocado un pequeño asno de
bronce
corintio, con una albarda, que contenía aceitunas verdes en una alforja
y negras en
la otra. Encima del asnillo había dos bandejas de plata en cuyos bordes se
había grabado el nombre de Trimalción y el peso del metal. Se habían soldado
unas pasarelas de las que colgaban lirones aderezados con miel y adormidera. Se
veían también unos salchichones humeantes en un anafe de plata y, debajo de
este anafe,
ciruelas de
Siria con pepitas de granada. Estas magnificencias nos tenían deslumbrados.
---Supongo
que quien hacía gala de su esplendidez, así como de su mal gusto, no quiso
privarse de hacer ostentación de su riqueza. ¿Hizo algo al respecto?
---Después
de mondarse los dientes con un alfiler de plata , Trimalción nos dirigió estas
palabras: “No me apetecía todavía, amigos míos, venir al
triclinio pero lo he hecho para no incomodaros más con mi ausencia. Por
vosotros me he abstenido de todas mis
diversiones.
Me permitiréis, empero, terminar la partida”. El siervo lo seguía con un
tablero de terebinto y unos dados de cristal. Todo traslucía un refinamiento
exquisito. En lugar de peones blancos y negros, tenía monedas de oro y plata.
Al jugar soltaba todo el repertorio de groserías propias de tejedores.
---Supongo
que los invitados continuaron saboreando los deliciosos manjares que les eran
servidos.
---Todavía no habíamos acabado las entradas
cuando se nos sirvió un gran
repositorio
con una cesta encima. En ella había una gallina de madera con las
alas
desplegadas en torno, como suelen hacerlo las cluecas. Luego se
aproximaron
dos esclavos y, al son de la música, se pusieron a rebuscar en la
paja, y
sacaron de abajo varios huevos de pavo real que fueron distribuidos a los
comensales.
Trimalción, contemplando esta escenificación, nos dijo: “ Amigos, he hecho
incubar huevos de pavo real por una gallina y me temo, por
Hércules,
que ya estén empollados. Probemos, sin embargo, si todavía están
Sorbibles”.
Para ello recibimos unas cucharas que
por lo menos pesaban media libra cada una, y cascamos los huevos que estaban
muy bien hechos de pasta. Casi arrojé mi
porción pues
creí que ya estaba formado el pollo, pero oí decir a una vieja
comensal:
-No sé qué delicia debe de haber aquí. Continué, pues, descascarándolo con la
mano y me encontré con un gordísimo
papafigo
arrebolado en salsa de yema de huevo y pimienta.
---Me
gustaría saber si tan ostentoso anfitrión comió las delicias que eran servidas
a sus invitados
---Sí, Trimalción
suspendió la partida y también se hizo servir todo lo antedicho. En voz
alta nos
autorizó a escanciar, si queríamos, más vino-miel. De pronto a una señal de la
orquesta, un coro de cantores retiró los platos de la entrada. En el ajetreo se
cayó casualmente un azafate, y un esclavo lo recogió del suelo. Al mirar esto,
Trimalción ordenó castigar a puñetazos al muchacho y tirar otra vez al suelo el
azafate. Apareció el analectario, quien
empezó a barrer con una escoba la vajilla de plata junto con todos los restos
de comida.
---Estábamos
absortos con un interminable desfile de platillos, a cual más de refinados y
exquisitos, cuando de pronto crujió el techo con tal estruendo que tembló la
sala. Me levanté espantado, temiendo que
algo se viniera abajo, y los otros convidados, no menos sorprendidos, alzaron
los ojos para ver qué nueva aparición descendía de los cielos. Entreabrióse el artesanado y bajó un gran redondel desprendido de la
cúpula, ofreciéndonos coronas de oro y vasos de alabastro llenos de perfume:
invitados a aceptar aquellos obsequios, dirigimos la mirada a la mesa y vimos a
ésta cubierta como por ensalmo, de una grandísima bandeja repleta de
pasteles. Ocupaba al centro una
figurilla de Príapo hecha de pasta, y, según la costumbre, llevaba una cesta
colmada de uvas y otras frutas.
---¿Otros
anfitriones solían ser igualmente espléndidos con sus invitados?
---Scisa
celebró con gran magnificencia el novenario de Miselo, esclavo suyo, y sirvió
en un banquete un cerdo con morcillas y salchichas, mollejas bien
condimentadas, calabazas y pan moreno.
El segundo servicio consistió en una tarta fría, con miel española,
exquisita por demás. Trajeron, asimismo,
garbanzos, altramuces y nueces en abundancia.
Nos han servido una ración de osezno, del cual todos comimos opíparamente,
ya que parecía jabalí.
Cuando
me disponía a preguntarle a Cayo
Petronio cuál había sido el fin de este crapuloso sujeto, de nombre Trimalción,
una juncal esclava, quizá venida de Etiopía, por la negritud de su piel, se
acercó al triclinio donde se hallaba mi interlocutor, y tomándolo de la mano lo invitó a seguirla.
Cayo Petronio me sonrió, y con un leve gesto de la mano se despidió de mí.
1 comentario:
Genial estimado Miguel. Estaré esperando la siguiente conversación intemporal
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