UNA
CHARLA CON JULIO CAMBA
Hace
unas semanas estaba yo paseando por la ciudad de La Coruña, una primorosa urbe
portuaria gallega cuyo desenvolvimiento urbanístico, especialmente en las cuatro últimas décadas, ha sido en verdad sorprendente, cuando me
encontré en una plazoleta con Julio Camba, escritor nacido en Galicia en 1882 (y fallecido en 1962), autor del simpático libro La Casa de Lúculo. El sitio donde me topé con don Julio, inesperadamente
por cierto, se llama Plaza del Humor
---ubicada no lejos de la Plaza de María Pita y del Mercado de San
Agustín---, y está dedicada a quienes, a nivel mundial, han descollado en esa
difícil faceta de la literatura, y del humorismo en general. Allí han sido colocados bustos e imágenes y
los nombres de numerosos personajes
(lo mismo escritores que actores o bien los personajes por ellos creados y
hechos famosos) considerados figuras cimeras de este género, como Mark Twain, Antón
Chejov, Enrique Jardiel Poncela, Gilbert
Keith Chesterton, Alfonso Rodríguez Castelao, Wenceslao Fernández Flores, Groucho
Marx, Charles Chaplin, Mario Moreno “Cantinflas”, Mafalda, Asterix, Obelix y La Pantera Rosa, entre muchos otros.
Una
escultura en nívea piedra representa a
Alvaro Cunqueiro (humorista y gastrónomo
gallego), y un busto en bronce a Julio
Camba, en cuyo rostro destaca la nariz aguileña que caracterizó el perfil de
este escritor. Ni el paso ---¿o debía yo decir, el peso?--- de los años
ni la frialdad del metal, que de manera tan atinada muestra su característico contorno,
pudieron impedir que entre el autor de La Casa de Lúculo, y quien estas
líneas escribe se entablara un agradable diálogo, cuyas partes sobresalientes
ahora recojo en este escrito.
---Dígame,
don Julio, ¿qué le parecer hallarse en este lugar, rodeado por tantos
humoristas?
---Me
parece muy bien, pues estoy en mi elemento, ya que a más de haber escrito La
Casa de Lúculo, obra por la cual soy más conocido, también soy autor de
La
Ciudad Automática, Aventuras de una Peseta y La Rana Viajera, donde
aflora el filón de humoristas de mi estro creador.
---Quien
como usted fue un distinguido gastrónomo,
¿qué opinión tiene de la cocina peninsular?
---En
mi sentir, la cocina española está todavía a merced del aire y del sol, de los
días y de los vientos. Todo lo que nos da la naturaleza es
excelente. Todo lo que necesita de nuestro cuidado es
deplorable.
---Y
de la cocina vegetariana, hoy en día tan de moda en todo el mundo, por aquello
de reducir el colesterol y los triglicéridos, ¿qué piensa usted?
---Los
vegetarianos constituyen una secta entre científica y religiosa, formada por
hombres de poco humor y de menos jugo
gástrico. Esta clase de hombres ha sido
siempre muy aficionada a fundar sectas.
---Acerca
de la concordancia existente entre los vinos y los alimentos, que aconseja los
vinos blancos para acompañar pescados y mariscos, y tintos para las carnes
rojas, ¿cuál es su sentir al respecto?
---Qué
razón hay para no tomar, por ejemplo, vino tinto con el lenguado o vino blanco
con la perdiz?
---Pues
sencillamente la misma razón que existe
para no tomar la perdiz con salsa de tomate o lenguado con confitura de
fresas. La misma, no otra ninguna.
---Dígame,
Don
Julio, de todos los pescados que puede usted comer, aquí, en Galicia,
¿cuáles son sus preferidos?
---El
lenguado es bueno, quizá el mejor de todos los pescados.
---¿Y
de los mariscos?
---La
nècora, el buey, los percebes, las veneras o vieiras, las zamoriñas y
berberechos, los erizos y mejillones, los linguerones o cuchillos. Y no hablemos de las ostras, aunque las de
Puente de San Payo, en la ría de Vigo, son las mejores del mundo.
---Usted
dijo que los franceses han creado una gran cocina, la mejor cocina del mundo,
por no decir la única, mientras que de la italiana, concretamente la
napolitana, señaló que exige tanto de la mandolina como del tomate, ya que es
una cocina lírica. Ahora bien. permítame preguntarle su opinión de la cocina
norteamericana.
---¿Qué
clase de cocina quieren ustedes que tengan los que han sido capaces de
implantar la “ley seca”? No hay, no ha
habido, no habrá nunca cocina en Norte América.
Parece imposible que en un país que se extiende por todas las zonas y
bajo todos los climas, con un océano a un lado y otro océano al otro, no haya
podido lograrse aún una cocina algo específica; pero así es y debemos
consignarlo. Los americanos no han
tenido nunca una cocina propia, y tampoco llegarán jamás a tenerla.
---Para
concluir con esta conversación, quisiera decirme, usted, quien de manera tan
castiza y acertada escribió acerca de la gastronomía, ¿cuáles son las normas
del perfecto invitado?
---Le
diré tres de ellas, las que son mis favoritas, ya que describen perfectamente
mi pensamiento acerca del tema.
1.-
Cuando aparezca en la mesa un plato notoriamente inferior a todos los otros, elógiese
sin reserva. Indudablemente, ese plato
es obra de la dueña de la casa.
2.-
El agua del aguamanil, con su rajita flotante de limón, es para limpiarse los
dedos. No vaya usted a confundirla con
una taza de café o de té a la rusa y se crea obligado a tomarla por cortesía.
3.-
Cuando en el restaurante le pase a usted el anfitrión la lista de vinos con el
designio evidente de que elija usted el más barato, elija el más caro. Así los anfitriones irán aprendiendo a elegir
por sí mismos unos vinos pasables.
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