UNA
CHARLA CON MANUEL ANTONIO CARREÑO
En
1934 apareció la primera edición del libro Manual de urbanidad y buenas maneras, escrito
por Manuel Antonio Carreño (1812-1874), un renombrado pedagogo, a la par que
músico y diplomático nacido en Venezuela, quien animado por mostrar las
virtudes de la urbanidad y la “etiqueta” redactó una obra que antaño, quizá
hace más de cinco o seis décadas, fue muy popular en el México de nuestros
ancestros. Recuerdo que en aquellos años
se decía de una persona incivilizada y grosera, cuyos modales dejaban mucho que
desear, que le hacía falta leer “El Carreño”, lo que pone de manifiesto la
amplia divulgación que por entonces alcanzó este ensayo que muchos, hoy en día,
pueden juzgar obsoleto y pasado de moda.
Hace
algunas semanas, me encontré, durante un ágape nupcial, con don Manuel Antonio
Carreño. Me hallaba yo observando el
inicuo comportamiento que mostraban algunos invitados a este banquete (en esos
momentos llegué a pensar que tal parecía
que la consigna a seguir de esos incivilizados sujetos, que hacían gala y
ostentación de su mala educación ---a
quienes en España se les llama gamberros---, era lo que preconiza el jocoso
refrán mexicano que recomienda: “!Atácate Matías, que de esto no hay todos los
días”, porque sin ningún miramiento se dedicaban
a atiborrarse, a más no poder, de las exquisitas viandas que en una bien
dispuesta mesa allí habían colocado), cuando advertí que un atildado anciano,
que se había percatado de mi desagrado por esa reprobable actitud de gente
supuestamente “bien”, me sonreía como mostrando cierta complicidad, y quizá
compartía mi incomodidad por tan
incorrecto proceder. Esa elegante
persona extendió su mano y me dijo su nombre, lo que me hizo, de inmediato, que
yo recordara su libro referente a las buenas maneras. Este acercamiento dio origen a una grata
conversación, una vez que nos alejamos un poco de ese bullicioso lugar.
---Dígame
señor Carreño, ¿qué es para usted la urbanidad?
---Llámese
urbanidad el conjunto de reglas que tenemos que observar para comunicar
dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y palabras, y para manifestar a los demás la
benevolencia, atención y respeto que les son debidas.
---Estas
normas de civilidad son necesarias durante una comida, y más aún en un
banquete. ¿Qué me dice de la actitud que antaño (y por supuesto que esa actitud no debe
perderse) era recomendable guardar al ir
a la mesa?
---Al
sentarse a la mesa, cada persona toma su servilleta, la desdobla y la extiende
sobre las rodillas, teniendo presente que ésta no tiene ni puede tener otro
objetivo que limpiarse los labios, y que aplicarla a cualquier otro uso es un
acto de muy mala educación.
---¿Era
prudente en su tiempo, manifestar en voz alta la satisfacción de haber comido
un guiso de gran apetitosidad?
---En
las mesas de etiqueta no está admitido elogiar los platos. En las reuniones pequeñas y de confianza
puede un invitado hacerlo alguna vez, mas en cuanto a los dueños de la casa
ellos apenas se permitirán hacer una
ligera recomendación de un plato cuando el mérito de éste sea tan exquisito que no pueda menos que ser
conocido por los demás.
---Confucio
aseveró que quien se embriaga no sabe beber, y Brillat-Savarin, en uno de sus célebres
aforismos, señaló que los que se indigestan o se emborrachan no saben comer ni
beber. ¿Cuál es su opinión al respecto?
---En
efecto, la sobriedad y la templanza son las naturales reguladoras de los
placeres de la mesa, las que los honran y los ennoblecen, las que los preservan
de los excesos que pudieran envilecerlos, y cual genios tutelares de la salud y
la dignidad personal nos defienden en los banquetes de los extravíos que conducen
a los sufrimientos físicos, y nos hacen capaces de ,manejarnos, en medio de los
más deliciosos licores y manjares, con aquella circunscripción y elegancia que
distinguen siempre al hombre civilizado y culto.
---¿Qué
me dice usted, quien en su época (¡oh tiempos!, ¡oh costumbres!, según aseguran
exclamó Cicerón para comentar las reprobables actitudes de algunos de los hombres de su tiempo) fue considerado un árbitro de la cortesanía,
de aquellos que no sólo se jactan de su parco comer, sino que cuando les sirven
deliciosos guisos simplemente pican la comida y la hacen retirar luego, sin
haberla degustado casi en su totalidad?
---Es
un signo de mala educación y de poco roce con la gente el mostrar en la mesa
cortedad o hastío, limitándose a probar de algunos platos y repugnando todos
los demás. Las personas de buena
educación, si bien no se exceden en la mesa, tampoco dejan de tomar lo bastante
para nutrirse, manifestando de este modo a los dueños de la casa la
complacencia que experimenta y haciéndoles ver que han tenido gusto y acierto en la elección y preparación de los
manjares.
---Usted
ha señalado, señor Carreño, que la mesa es uno de los lugares donde más claro y
prontamente se revela el grado de educación y de cultura de una persona, por
cuanto
son tantas y de naturalezas tan severa y sobre
todo, tan fáciles de quebrantarse las reglas y las prohibiciones a que está
sometida. ¿Qué podría usted agregar al
respecto?
---Jamás
llegará a ser excesivo el cuidado que pongamos en el modo de conducirnos en la
mesa, manifestando en todos nuestros actos aquella delicadez, moderación y
compostura que distinguen siempre en ella al hombre verdaderamente fino.
La
conversación en este momento se fue tornando cada momento más difícil, por la
algarabía imperante en ese salón, y cuando me disponía a proseguir la
entrevista a quien siempre hizo gala de una exquisita educación advertí que mi
interlocutor había desaparecido, dejándome a solas con mis pensamientos en
torno de las buenas maneras en relación con la gastronomía.
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