UNA
CHARLA CON CÁNDIDO DE SEGOVIA
En
Segovia, primorosa ciudad castellana ubicada a noventa kilómetros de Madrid,
existe un restaurante cuyo renombre ha traspasado, desde hace muchas décadas ---bien podría yo decir centurias--- , las
fronteras de España, tanto por la extraordinaria calidad de su cocina como por
la sobria ornamentación de sus instalaciones.
Se trata del Mesón de Cándido, un feudo gastronómico cuya
fundación se asegura tuvo lugar en el
siglo XV, y además se ha dicho que fue obra de Pedro Cuéllar, un funcionario de
la corte del rey Enrique IV de Castilla (1425-1474), a quien sus
contemporáneos, y sobre todo la posteridad, conocería por el infamante
apelativo de “El Impotente”), quien mucho gustaba de agasajar a sus amigos y
vasallos con opíparos festines y abundantes libaciones. Varios
historiadores aseguran que este monarca fue envenenado por su propia hermana, Isabel la Católica, “para acelerar su ascenso
al trono, por cobdicia desordenada de reynar», junto a su esposo Fernando de
Aragón”
Una
mañana, después de desayunar, me dediqué
a visitar los lugares más atractivos, turísticamente hablando, de esta ciudad que es la capital de la Provincia
del mismo nombre. Primeramente admiré los recios sillares del acueducto de
Segovia, una célebre obra hidráulica de ciento setenta arcos (cuya longitud es
superior a los dieciséis kilómetros y cuya altura es de poco más de veintiocho
metros), edificada por los conquistadores romanos de Iberia a principios del
siglo II de nuestra era, cuando el emperador Trajano (Marco Ulpio Trajano fue un emperador romano ---nacido
en la población de Itálica, no lejos de Sevilla, en el año 53 d. C.----, quien reinó desde el año 98 hasta su muerte
en 117). Fue el primer emperador de origen hispánico) gobernaba el vasto
imperio romano. ”La parte más visible, y por lo tanto famosa, es la arquería
que cruza la plaza del Azoguejo”, en la cual se detienen los visitantes para
contemplar esta grandiosa obra de ingeniería hidráulica. Los especialistas
afirman que “El Acueducto de Segovia es la obra de ingeniería civil romana más
importante de España”.
Después
recorrí la imponente Catedral, la cual lleva por nombre “La Santa Iglesia Catedral de Nuestra Señora de
la Asunción y de San Frutos de Segovia, conocida como la
Dama de las Catedrales, por sus
dimensiones y su elegancia”. Se trata de un amplio recinto catedralicio edificado
entre los siglos XVI y XVIII, de estilo gótico con delicados
toques renacentistas, propios de la arquitectura que privaba en Europa en el
siglo XVI.
Al
salir de la Catedral me encaminé al Alcázar de Segovia, uno de los
monumentos más destacados de esta ciudad. Fue edificado en lo alto de una
colina, y es uno de los “castillos-palacio más distintivos
en España y toda Europa en virtud de su
forma de proa de barco”. Este
monumento ha sido, sucesivamente, fortaleza, palacio real, prisión estatal, un centro de artillería y una academia militar. Al presente es un hermoso museo cuyos lujosos
salones han sido ornamentados con gran suntuosidad.
Al
concluir esta detenida visita al Acueducto, a la Catedral y al Alcázar de
Segovia me encaminé a la Plaza del Azoguejo, ya que tenía programada una cita
con el Mesonero Mayor de Castilla, el reputado chef Cándido López Sanz,
ampliamente conocido como Cándido de Segovia, cuyo establecimiento,
ubicado a la sombra de las milenarias arcadas del
Acueducto de Segovia, es uno de los restaurantes más acreditados de
España. Previamente, en dos ocasiones
diferentes, había tenido yo el singular placer
gastronómico de comer y cenar en ese concurridísimo sitio, cuyo nombre
fue, y es, prácticamente conocido a
nivel universal: Mesón de Cándido,
saboreando el cochinillo y el cordero, platillos estos que tan justa fama han
conferido a la cocina de Castilla, en general, y a ese refectorio, en
particular, el de mayor prosapia en Segovia y uno de los más conocidos en
España y allende las fronteras hispanas.
Acercarme a Cándido y saludarlo fue todo uno, y luego le hice saber mi
intención de conversar con él acerca de su dilatada trayectoria como maestro
cocinero. Con una amplia sonrisa asintió, al tiempo mismo que me invitaba a
pasar a uno de los salones de su Mesón.
Allí dio comienzo la plática, de la siguiente forma.
---
Antes de abrir el Mesón de Cándido usted se inició como camarero, en el
“Café Unión” de Segovia, ¿no es así?
---En
efecto, el día 16 de abril de 1916, a los trece años, entraba yo a formar parte
de la plantilla del “Gran Café Restaurante de la Unión”, con la categoría de
botones. Permanecería en el
establecimiento hasta el año de 1931, y durante quince años recorrí toda la
escala social: desde botones hasta encargado.
---
¿Cuándo comenzó la actividad culinaria en el Mesón de Cándido?
---En
ese año de 1931 abrí mi propio restaurante, ya que recientemente le había
comprado a mi suegra, doña Micaela Casas, la viuda de Duque el Chato, el salón
comedor llamado Mesón de Azoguejo, que por muchos años fue de su
propiedad. En mi libro Yo, Cándido (Plaza & Janés Editores, S.A. Barcelona, 1987) describo pormenorizadamente aquellos
difíciles años, cuando empecé a servir comidas a los primeros comensales que
llegaban a mi feudo culinario.
---¿Qué
recuerdos tiene de aquellos lejanos años, hace poco más de ocho décadas?
---Una
fría mañana de noviembre de 1931empezamos a atender a la clientela. El personal
con el que contaba el Mesón, a más de Patrocinio, mi mujer (quien igualmente
era ameritada cocinera, cuya gustada especialidad era el guisado de cabrito con
patatas), se componía de un dependiente, encargado del bar, que ganaba veinte
pesetas al mes, y una muchacha, que realizaba todas las demás tareas, desde la
limpieza a la cocina, y que ganaba entre treinta y treinta cinco.
Es difícil pensar que todo el resto del trabajo, casi todo en realidad,
habríamos de llevarlo a cabo mi esposa y yo.
Y ello, desde las siete de la mañana, hora en que abría el bar, hasta
las doce de la noche, en que rendía la jornada.
---Seguramente
conserva hermosos recuerdos de aquellos días, cuando comenzaba a fincarse el
prestigio de su establecimiento. ¿Podría platicarme algunos otros recuerdos de
cuando el Mesón de Cándido empezó
a ser visitado por una clientela cada vez más creciente?
---En
la memoria tengo guardados aquellos momentos. Generalmente me preguntaban ¿qué tenemos hoy para comer? Y yo soltaba la
retahíla: merluza, cordero, conejo escabechado, asado y tostón, judiones de La
Granja,
sopa castellana, cordero asado al estilo de Sepúlveda, el cochinillo asado y la caldereta de cordero. Trabajábamos mucho todos nosotros. No teníamos
más equipaje que la ilusión y la juventud, deseosos de comenzar una nueva vida.
---Pasados
los años llegó la época de las vacas gordas, y usted fue nombrado, por su
dinámica labor en pro de la cocina castellana.
“Mesonero Mayor de Castilla”. ¿Cuándo
le hicieron a usted objeto de esa distinción?
---En
los últimos años de los cuarenta comenzó a venir por el Mesón una cofradía gastronómica
llamada de los “Los Doce Apóstoles”, que estaba formada por periodistas e
intelectuales. Cuando la cofradía venía
al Mesón, éste se vestía de gala. Se les
recibía a la puerta con gaita y tamboril, se adornaba la fachada del Mesón, las
mozas se vestían con trajes típicos del siglo XVIII y el mesonero de
mesonero. En 1949, al terminar la comida
uno de los “apóstoles” se levantó y con voz solemne dijo: “Propongo que Cándido
sea nombrado “Mesonero Mayor de Castilla”.
Más tarde, en 1983, con motivo de mi ochenta aniversario, su majestad el
Rey de España refrendó ese título. Años después,
en ocasión de un banquete que servimos para un congreso de notarios, un millar
de estos profesionales dieron fe de mi título de Mesonero Mayor de
Castilla, me regalaron el collar que
ostento, y un collar de oro macizo adornado con piedras preciosas y en el que
los eslabones de la cadena son cabezas de cochinillos.
---Desde
hace muchos años ha sido todo un rito, en el “Mesón de Cándido”, el corte del
lechón con el borde de un plato.
¿Quisiera explicarme en qué consiste esta exhibición que tanta fama como
restaurador le ha dado a usted, así como acendrado renombre a su feudo
culinario?
---Cortar
el lechón con el borde de un plato obedece a una razón muy sencilla: es la
manera de demostrar la calidad del cochinillo y de su perfecto asado. Cuando el cochinillo es seleccionado, tiene
la edad y el peso justos, ha sido asado
el tiempo conveniente y a la temperatura adecuada, no es preciso cuchillo
alguno para trincharlo. Basta el borde
de un plato para hacerlo.
---¿Piensa
usted que antaño se comía más que hogaño?
---Reconozco
abiertamente que los estómagos de la gente de hoy son menos resistentes, más
frágiles que los de, por ejemplo, mi generación. Nosotros, bueno, los que podíamos y teníamos eso que se decía “un buen pasar”,
nos engullíamos cuatro o cinco platos en una comida o en una cena. Y no pasaba nada, las digestiones eran apacibles,
abaciales, aliviadas por la charla entre amigos y comensales.
---¿Qué
me puede decir del platillo llamado tostón, a base de cochinillo lechal?
---Nada
mejor para describirlo que lo que escribió Santiago García acerca de este plato
tan castellano. “El tostón, manjar antiguo
y regio y que como tal reúne nada menos que siete nombres: tostón, cerdo, cochinillo, puerco, marrano,
guarro y lechón, empezó su fama en la
España contemporánea y de la mano de un francés, Jean Botin, quien montó su
negocio en los aledaños de la plaza de Herradores de Madrid, con un cartel a la
puerta que decía: “Hostería de Botín, tostones asados”.
Un
instante después, cuando ya tenía la siguiente pregunta en la punta de la
lengua, advertí que Cándido de Segovia, Mesonero Mayor de Castilla, se quitaba
la pipa de la boca ---por su forma una verdadera cachimba---, y apoyándose en su bastón con empuñadura de
plata (con la figura de un lechón) comenzó a bostezar mientras se iba quedando
dormido, de manera muy apacible. Su hijo Alberto se acercó a nosotros, y con
una sonrisa me dio a entender que su padre debía ir a sus habitaciones, a
descansar. Así concluyó mi breve charla
con este afamado cocinero español, quien en su momento alcanzó dilatada fama y
mundial prestigio, por su guiso más espectacular: el lechón fragmentado con el
borde de un plato.
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