UNA CHARLA CON FRANCISCO DE QUEVEDO
Nacido
en Madrid en el mes de septiembre de 1580, Francisco de Quevedo y Villegas fue
un esclarecido humanista que hablaba griego, latín, italiano y francés, a más
de su lengua natal, el castellano. Tras
de cursar los estudios respectivos se graduó en Teología en la Universidad de
Alcalá ---fundada en el año 1499 por el
Cardenal Francisco Giménez de Cisneros---, sita en la población de Alcalá de Henares.
Cabe agregar que en la escuela de la
vida adquirió, a más de llevar estudios
teóricos y prácticos del manejo de la
espada, suma destreza para convertirse
en un avezado espadachín. De esta
habilidad dice Luis Astrana Marín lo siguiente: “Defendiendo, caballeroso, a
una dama, a quien abofeteó un petulante en el atrio de la iglesia de San Martín, mató al ofensor de un volapié hasta los
gavilanes, sin que por ello recibiera ovación alguna, sino la persecución de
unos corchetes y la saña de unos hombres de toga”.
Escribió
Quevedo, con incomparable dominio del idioma, lo mismo prosa que verso. Por igual incursionó, llevado por su
prodigioso talento literario, en la novela, la biografía y los temas políticos
y religiosos, mostrando su preclara erudición y su deslumbrante cultura. Su libro El Buscón (cuyo título completo es Historia
de la vida del Buscón llamado Pablos, ejemplo de vagabundos y espejo de
tacaños) es, al lado de El
Lazarillo de Tormes, impar modelo de la novela picaresca.
Resulta que no hace mucho, paseando por España, visité la encantadora ciudad
manchega de Almagro (en la Provincia de Ciudad Real, no lejos de Madrid), cuya
fundación data quizá del siglo XII, si bien se tienen noticias de que en la
Edad del Bronce fue habitada por los primeros pobladores de Hispania. Tras de visitar los principales atractivos
turísticos de esta urbe, cuya plaza
principal es en extremo cautivante por su impar arquitectura, abrumado por el tórrido
calor del medio día, entré al Corral de
Comedias, sito en la Plaza Mayor. Este recinto, construido en 1628 ---hace casi cuatro siglos--- , ha sido declarado Monumento Nacional. Año con
año aquí tiene lugar el Festival Internacional de Teatro Clásico, donde se
presentan numerosos grupos teatrales llegados de los cuatro puntos cardinales
del orbe. Cuando recorría este edificio vi a un hombre alto y menguado de carnes, de prominente nariz, poblado mostacho y rala mosca en el mentón. Iba ataviado con el elegante uniforme de Caballero de la Orden de Santiago, lo que contribuía a resaltar su esbeltez. Delante de sus ojos, pícaros y vivaces, llevaba unos pequeños quevedos. (Recibían este nombre unos pequeños lentes, que fueron muy populares en España entre los siglos XV y XVII, que estaban “formados por dos cristales redondos unidos por una montura simple de hierro sin patillas que se ajustaban en el tabique nasal y que podían estar sujetas por un lateral a un cordón para impedir su pérdida o rotura”, cuyo nombre proviene del literato español Francisco de Quevedo”). Estaba yo frente al virulento y mordaz Francisco de Quevedo, considerado por los estudiosos de las letras españolas uno de los más importantes escritores del siglo XVII.
Me acerqué a él y le pedí venia para conversar acerca de ese pícaro y socarrón personaje de su novela El Buscón, y él, con un gesto de aquiescencia, aceptó de inmediato charlar conmigo.
---Una
vez que don Alonso Coronel de Zúñiga puso a su hijo Diego Coronel en pupilaje,
Pablos, también llamado El Buscón, se
tornó su sirviente. ¿Qué tal suerte
conocieron ambos jóvenes con el licenciado Cabra, cuyo oficio era educar a los
hijos de los caballeros?
---Este
sujeto, claro ejemplo de los tacaños, era un clérigo largo sólo en el talle, sus
dientes le faltaban, no sé cuántos, y pienso que por holgazanes y vagabundos se
le habían desterrado. La cama tenía en
el suelo y dormía siempre de un lado, por no gastar las sábanas.
---Y
¿qué comieron la primera noche, cuando entraron a la pensión del licenciado
Cabra?
---Trajeron
caldo en unas escudillas de madera, tan
claro, que en comer en una de ellas peligrara Narciso más que en la
fuente. Y mientras decía Cabra a cada
sorbo: “Cierto que no hay mejor cosa como la olla, digan lo que dijeren: todo
lo demás es vicio y gula”.
---Ese
engendro del infierno les recomendaba a sus pupilos que fuesen parcos en el
comer, ¿no es así?
---Si
acaso había un nabo aventurero decía: “¿Nabos hay? No hay para mi perdiz que se
le iguale. Coman, que me huelgo de
verlos comer. Todo esto es salud. Coman buenos mozos, que me huelgo de ver sus
buenas ganas”
---Y
al caer la noche, ¿qué les recomendaba ese avaro preceptor?
---“Es
muy provechoso y saludable cenar poco, para tener el estómago desocupado”.
---Este
licenciado Cabra, que tenía muertos de hambre a los pupilos, ¿cómo se portaba
con los criados de los jóvenes educandos?
---Cuando
eran acabados de comer, y quedaban algunos mendrugos en la mesa, y en el plato
dos pellejos y unos huesos, decía el pupilero: “quede esto para los criados; no
lo queramos todo”.
---Una
vez que fueron liberados el hijo de don Alonso y el criado Pablos de tan
infernal prisión; ¿cómo pudieron recuperar las fuerzas perdidas después de
padecer varias semanas de inanición?
---Esos
dos hambrientos fueron colocados en las camas con mucho tiento; para que no se
les desparramasen los güesos de puro roídos
por el hambre. Luego vinieron los
médicos, y éstos mandaron que les diesen sustancias y pistos. Los levantaron a los cuarenta días, y aún
parecían sombras de otros hombres.
---Algún
tiempo más tarde Pablillo se topó con un presunto hidalgo, y llegó a pensar que
a su lado su suerte mejoraría. ¿Qué pasó
con aquél caballero?
---Cuando
Pablos le preguntó a dónde iba, ese hijodalgo le contestó que se dirigía a la
corte, que era la patria común, adonde caben todos y adonde
hay mesas francas para estómagos aventureros.
“La hacienda de mi padre, dijo, se perdió en una fianza, y sólo el don
me ha quedado por vender; y soy tan desgraciado que no hallo a nadie con
necesidad de ese título”.
---Estos
pícaros, quienes padecían privaciones y siempre estaban hambrientos, solían
buscar la forma de ser convidados a las casas ajenas, para saciar en ellas la
terrible hambre que los agobiaba, ¿no era así don Francisco?
---En
efecto, conociendo a uno se sabe la ubicación de su casa. Le iban a ver y siempre a la hora de mascar,
cuando se sabe que puede estar a la mesa.
Si acaso preguntan si se ha comido, si ellos no han empezado se les
responde que no; si ellos convidan, no se aguarda a un segundo envite, porque de estas aguardadas han ocurrido
grandes vigilias. Si han empezado a
comer, decimos que sí, para tener oportunidad de engullir unos bocados.
Unos
instantes más tarde, cuando iba yo a comentarle a don Francisco de Quevedo mi
sentir acerca de la triste condición de aquella miserable gente, que tan
apremiantes necesidades y hambrunas no bien satisfechas, padecían en una época
de brutales carencias sociales para España, vi que mi interlocutor se levantaba
de la silla que ocupaba, y haciendo un breve saludo con la cabeza no tardó en
alejarse presuroso de mi lado. Un
momento después, cual intangible sombra, la cual se difuminaba ante mis ojos, desaparecíó
de mi vista.
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