UNA CHARLA CON LEONARDO DA VINCI
Después
de visitar los castillos de Blois, Chambord, Chenonceaux, Cheverny y Chinon, en
un fascinante viaje por el valle de Loira, llegué a Amboise deseoso de conocer
la que otrora fuera la palaciega mansión de Francisco I de Francia, cuya corte
fue una de las más suntuosas y brillantes de su tiempo, en los primeros años
del siglo XVI. También me llevaba el
interés de ir a Clos-Lucè, la residencia donde Leonardo da Vinci habitó los
postreros años de su luminosa existencia, ya que ese monarca francés lo había
invitado a que viviera cerca de él, dando brillo y lustre a su corte.
Una
vez que hube recorrido el castillo de Amboise me detuve unos momentos en los
jardines, para captar varias fotografías.
Fue en ese momento cuando reparé que muy próximo a mí se hallaba un
corpulento sujeto, ataviado con un traje de terciopelo negro. En su rostro, enmarcado por una nívea barba,
brillaban sus ojos de un intenso color azul celeste. Su pelo era rizado y su apostura corporal
llamaba poderosamente la atención de quien se hallaba junto a él.
Calculé
mentalmente que su edad aproximada sería de unos 60 años, y cuando me invitó a
que lo acompañara a Clos-Lucè, diciéndome que deseaba ver en qué estado se
encontraba la que una vez había sido su residencia, no tuve la menor duda de
que se trataba de Leonardo da Vinci, uno de los hombres más geniales que han
existido sobre la faz de la tierra.
Di, pues, in pectore, gracias al Altísimo por ese
extraordinario don que me concedía, al poder conversar con quien lo mismo fuera
pintor, escultor, ingeniero, y músico, entre muchas cosas, sin olvidarme que,
asimismo, sorprendió a sus contemporáneos por su acendrada afición (más que una irrelevante afición se trató, en
su caso, según afirmaron algunos de sus contemporáneos, de una verdadera
pasión, ante la cual sus otros trabajos pasaban inadvertidos a sus propios ojos)
a la gastronomía.
Fue
Leonardo (1452-1519) un polifacético genio, que lo mismo creaba obras maestras
como pintor (La Gioconda, La Madona de las Rocas y La ültima Cena son
tres de sus cuadros más conocidos) que diseñaba las comidas más refinadas para
la corte de su amigo y protector, Ludovico Sforza.
Conociendo
que mi interlocutor era un verdadero sibarita le rogué accediera a contestarme
algunas preguntas, y él, con suave voz, me invitó a que conversásemos mientras
nos encaminábamos a Clos-Lucè.
---Dígame,
maestro, ¿Cuáles eran los modales que privaban en la ducal mesa de su mecenas,
Ludovico Sforza, llamado “El Moro”, de quien usted era el maestro de festejos y
banquetes?
---La
costumbre de mi señor Ludovico de amarrar conejos adornados con cintas a las
sillas de los convidados a su mesa, de manera que puedan limpiarse las manos
impregnadas de grasa sobre los lomos de las bestias, se me antoja impropia del
tiempo y la época en que vivimos.
Tampoco apruebo la costumbre de mi señor de limpiar su cuchillo en los
faldones de sus vecinos de mesa.
---Me
parece que entre muchos otros diseños suyos figura el de una servilleta, que en su tiempo,
maestro Da Vinci, no se utilizaba. ¿Qué lo orilló a poner en práctica sus ideas
de que con este adminículo se podría ser pulcro en la mesa?
---Al
inspeccionar los manteles, luego que los comensales habían abandonado la sala de banquetes, me hallé
contemplando una escena de tan completo desorden y depravación, más parecida a
los despojos de un campo de batalla que a ninguna otra cosa.
---A
su juicio, ¿Cuáles son los equipos
materiales que se requieren para disponer de una buena cocina?
---En
primer lugar es necesaria una fuente de fuego constante. Además, una provisión de agua hirviente. Después un suelo que esté siempre
limpio. También aparatos para limpiar,
moler, rebanar, pelar y cortar. Además,
un ingenio para apartar de la cocina los tufos y hedores, y así ennoblecerla
con un ambiente dulce y fragante. Y
también música, pues los hombres trabajan mejor y más alegremente allí donde
hay música.
---Participar
en una comida en la corte de Ludovico “El Moro” ha de haber sido una singular
experiencia por los modales que imperaban en la sociedad en aquella época. Por ese motivo me permito preguntarle ¿Cuáles
eran para usted las conductas indecorosas en la mesa del gobernador de Milán
que usted con sus prédicas trató de corregir?
---Las
disposiciones que yo establecí fueron, entre varias otras, las siguientes: ningún invitado ha de sentarse sobre la mesa,
ni de espaldas a ésta, ni sobre el regazo de cualquier otro invitado; tampoco
ha de poner la pierna sobre la mesa; no ha de tomar comida del plato del
vecino, a menos que antes haya pedido su consentimiento, no ha de tomar la comida de la mesa y ponerla
en su bolso o faltriquera para comerla más tarde; no ha de escupir frente a él,
ni tampoco de lado; y no ha de pellizcar ni golpear a su vecino de mesa.
---Dígame,
maestro Da Vinci, ¿Qué recuerda usted de la actitud del papa León X cuando éste
se hallaba a la mesa, en público?
---En
Cuaresma, Su Santidad comía poco y mantenía una devota expresión en su
semblante, pero luego abandonaba la mesa temprano y se encaminaba a otra sala
donde tenía sus alojamientos privados (con una cocina completa, cocineros y
también buenos manjares) y allí se atiborraba de capón, codorniz y focha,
cuando nadie lo observaba..
---Tengo
entendido que Ludovico Sforza le pidió que diseñase un aparato para comer de la
mejor manera las alcachofas.
---Mi
señor Ludovico me dijo un día que debía ingeniar yo un medio por el cual comer
alcachofas sin escupir sobre la mesa nueva décimas partes de lo que uno se ha
metido en la boca. Este medio es sencillo. Las hojas se quitan del fruto antes de la
comida y se deja solamente el corazón, que es todo comestible y del que no
hay necesidad de escupir parte alguna.
---Cuando
iba yo a preguntarle a Leonardo da Vinci acerca de las recetas que él fue
creando al paso de los años, este genial sujeto, con voz pausada y tenue, me
dijo que lo estaba llamando su cocinera, y que a ella no le gustaba que la
hicieran esperar. Mucho lamenté que se
truncara tan súbitamente la charla que yo tenía con ese portentoso artista del Renacimiento, quien de manera tan
brillante incursionó en las artes culinarias.
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