UNA CHARLA CON FRANCOIS RABELAIS
En
el pequeño poblado de Chinon, en la
parte central de Francia, vino al mundo Francois Rabelais, en 1594, hoy en día
reconocido de manera unánime como uno de los escritores más importantes del
siglo XVI en el país galo.
Mientras
que muchos historiadores lo consideran, de
un modo superficial, un hombre de vida escandalosa, ebrio
consuetudinario y frenético de placeres reprobables, Anatole France, seguido de
muchos otros estudiosos de la obra de aquel formidable humanista francés, juzga
que Francois Rabelais llegó a ser, por su vastísima cultura un “gran filósofo,
teólogo, matemático, jurisconsulto, músico, aritmético, astrónomo, pintor y
poeta”.
Tras
de haber cursado estudios en el seminario de los monjes franciscanos, a los
veintiséis años de edad recibió las órdenes religiosas, haciendo luego su
ingreso en el convento de Fontenay. Allí
se dedicó con ahínco al estudio de la cultura helénica, y en pocos años llegó a
dominar plenamente la lengua griega. Más
tarde, no contento con sus tareas en el claustro, abandonó Rabelais la vida
monástica y se inscribió, el 18 de septiembre de 1530, en la Escuela de
Medicina de Montpellier. Allí se graduó
de bachiller, truncando sus estudios sin haberlos concluido. Otros biógrafos
suyos aseveran que alcanzó el doctorado en medicina en el año 1537.
En
1532 publicó su primer libro Pantagruel, y dos años más tarde vio
la luz su segunda obra: Gargantúa, que son magnífico ejemplo
de su notable vena humorística y de su fina ironía, describiendo la
socarronería e irreverencia de los personajes de sus novelas, unos bonachones
gigantes de extraordinario y nunca bien saciado apetito, que desde
entonces recibió el calificativo de
pantagruélico.
Una
mañana de invierno, no hace muchos meses, me encontré a Francois Rabelais en la
población de Castelnaudary, a donde yo había
ido desde la cercana ciudad de Toulouse
para saborear la especialidad regional:
el cassoulet, maridado con el
delicioso vino de Corbieres. En el restaurante “La Belle Epoque”, de esa
primorosa ciudad de la región de Languedoc-Rosellon, lo vi saboreando este suculento guiso, considerado la
especialidad culinaria emblemática de la
cocina de Toulouse. Se trata de un manjar elaborado con alubias blancas de la
región, carne de cerdo, confit de pato, salchicha de Toulouse, tocino y grasa de oca. Su cocción es a fuego
muy lento. Lleva ese nombre por el hecho de estar cocinado en una cazuela
de barro (en francés cassole).
Mientras yo saboreaba una suculenta ración de
este platillo, uno de mis preferidos dentro de la cocina francesa, acompañado con el delicioso
vino de Corbieres, esperé a que Francois Rabelais terminara la ración que le habían servido ---muy abundante por cierto--- antes de
acercarme a su mesa. Tras de saludarlo le pregunté si me permitía conversar con
él. Accedió de buena manera a mi
petición, y habiéndome instalado en su mesa dio comienzo nuestra charla.
---Cuénteme,
doctor Rabelais, ¿Cómo fue el nacimiento de Gargantúa, el colosal hijo de
Grandgousier y de la hermosa Gargamella?
---Tras
de un prolongado embarazo de once meses dio a luz Gargamella a un infante,
cuyas palabras, al ver la luz primera, fueron ¡De beber! ¡De beber! Entonces,
para tranquilizarlo, le dieron de beber a chorro. Se le prepararon diecisiete mil novecientas
tres vacas de Pautillè y de Brehemond para su ordinaria lactancia, porque no
hubiera sido posible encontrar una nodriza suficiente en todo el país, dada la
gran cantidad de leche que necesitaba
para su alimentación.
---Casado
Gargantúa con Badedec; ésta diò a luz a
Pantagruel. Tengo entendido que en la
cuna hizo cosas verdaderamente admirables.
---En
efecto, quiero decir que se sorbía en cada uno de sus tentempiés la leche de
cuatro mil seiscientas vacas y su sopa se hizo en una gran campana, que todavía
existe en Bourges; los dientes del muchacho eran ya tan fuertes y crecidos, que
mordió un buen pedazo de dicha campana, como todavía puede comprobarse hoy en día.
---Doctor
Rabelais, ¿En qué opinión tiene usted a Noé, nieto de Matusalén y padre de
Jafet, de Set y de Cam, a quien las Sagradas Escrituras considera que fue el
primer hombre que elaboró vino?
---Noé
fue un santo hombre a quien estamos tan obligados, porque plantó la viña de
donde viene ese nectárico, delicioso, precioso, celestial, gozoso y deífico
licor que se llama vino.
---¿Quisiera
decirme qué piensa de aquellos que beben vino en exceso?
---Con
el abuso del vino padece el cuerpo humano alteraciones de los nervios,
disipación de la semilla germinativa, embotamiento de los sentidos perturbación de los movimientos. Así vemos que a Baco, dios de los borrachos,
lo pintan sin barba, en ropa de mujer, como afeminado; eunuco o castrado. Otra cosa sucede con el vino tomado de manera
moderada. Nos lo dice claro el antiguo
proverbio: Venus se aburre sin la
compañía de Ceres y de Baco. Esta es
también la opinión de los antiguos, como dice Diódoro Siciliano, y de los
lamsacierses, como atestigua Pausanias, cuando dice que Maese Priapus fue hijo
de Baco y Venus.
---Habiendo
llegado Pantagruel a la isla donde se levantaba el templo a la diosa Bacbuc,
que en la fachada lucía la inscripción:
“En el vino, la verdad”, con letras de oro, encontró allí una prodigiosa
fuente de la cual, a la vista, manaba agua cristalina. Dígame, ¿qué virtud encerraba esa fantástica
fontana?
--Quienes
bebían de esa agua e imaginaban que se
trataba de un licor mirifico en particular, así tenían el gusto de ese
vino. Antes de beber el agua pensaban en
un vino en especial y ese mismo gusto tenía.
“Bebed, les dijo la pontífice Bacbuc a Pantagruel y a sus acompañantes, una, dos o
tres veces. Cambiando cada vez de
imaginación, lo encontraréis del gusto, sabor y aroma del licor que hayáis
imaginado”.
Quise,
en seguida, hacerle otra pregunta a Fraancois Rabelais, con el objeto de
conocer otros pormenores de los hábitos gastronómicos de Gargantúa y de
Pantagruel. Mi interlocutor me hizo
silente seña de seguirlo hacia la Colegiata Saint Michel (un hermoso edificio
estilo gótico meridional, construido hacia el año 1200), y cuando cruzábamos el recio portón de esa
iglesia súbitamente desapareció de mi vista, dejando en mi ánimo una indefinible
sensación de frustración y contento.
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