martes, 7 de diciembre de 2010

LOS ORIGENES DE LA NAVIDAD


Félix Martí Ibáñez fue un médico español cuya actividad literaria fue en extremo fructífera, y por demás brillante. Entre sus numerosos libros figuran en mi biblioteca Ariel, Centauro, De noche brilla el sol, Ensayos sobre literatura y Los buscadores de sueños –obras que para mí tienen el valor agregado de las generosas dedicatorias que las enriquecen-- en los que se pone de manifiesto, de manera reiterada, que el autor supo hacer suyo el pensamiento del escritor estadounidense Walt Whitman, quien expresó en forma galana el atinado pensamiento “Concededme el don de decir bellas palabras, y podéis quedaros con todo lo demás”.

Como ya se aproximan los días navideños, durante los cuales es costumbre disfrutar de exquisitas comidas y cenas, he elegido ahora un fragmento de un hermoso ensayo alusivo a la Navidad, que Félix Martí Ibáñez escribió para su libro Surco. Transcribir ahora ese texto constituye, para mí, una modesta forma de rendir homenaje a ese médico y escritor, cuya gigantesca tarea literaria ha sido motivo de inalcanzable ejemplo para quien pergeña estas líneas, a sabiendas de que sería punto menos que imposible hacer mía su conducta vital de cumplir con la “preocupación de un hombre errante y laborioso que pasa su vida alternando la acción del errante peregrino, con la pluma del galeote voluntariamente encadenado al remo de su galera de papel”, como él bellamente lo dijera. Pero ha quedado el ejemplo a seguir, y por ello ahora lo recuerdo con fraternal admiración.

Dejo, pues, la palabra, o la pluma, al Maestro, quien así escribió:

“La Navidad que hoy celebramos es una fiesta originada en Roma hace dieciséis siglos, pero la verdadera Navidad se originó hace cuatro mil años en Mesopotamia, hoy llamada Irak, el viejo país bíblico situado entre los ríos rumorosos de leyendas, el Tigris y el Eufrates. Los sacerdotes mesopotamios, de la túnica flotante y la barba rubia, que en pie sobre las crestas de piedra de sus colinas espiaban el paso por el cielo de la blonda caravana de astros, aceptaban que el dios Marduk, de un mundo todo confusión, caos y tinieblas, creó la Tierra y el hombre. Cada otoño, cuando las plantas marchitas presentaban signos de muerte, Marduk tenía que volver a derrotar a los monstruos del caos para impedir la muerte del planeta y renovar el mundo. Al terminar cada año, los mesopotamios se renovaban y purificaban de sus pecados buscando un chivo expiatorio sobre el que mágicamente transferir sus culpas. En su Zagmuk o fiesta del Año Nuevo se quemaba una efigie del enemigo de Marduk, celebrándose fiestas, banquetes, mascaradas y batallas simbólicas, danzándose a la luz de las hogueras.

“Más tarde, el emperador Aureliano (270 a. De C), acordó celebrar el nacimiento de Cristo en una fecha determinada que coincidía con la de Dies Natalis Invicti, fecha en la que se veneraba a Baal, el dios asirio del Sol, identificado con Mitra, y que durante muchos años disputó a Cristo su supremacía en el alma de los creyentes. El cristianismo y el mitraísmo, religiones monoteístas que aceptaban la existencia de un Juicio Final, un Redentor, una vida del más allá y el domingo como el día sagrado, batallaron muchos años hasta el triunfo final del cristianismo.

“Desde mediados de diciembre hasta el día de Navidad se celebraban las Saturnalias, en las que se festejaba, cantaba, comía, bebía y hacía el amor, sacrificándose finalmente una efigie del dios Saturno. A estas Saturnalias seguían casi en seguida las Kalendas, en las que el pueblo se entregaba a celebraciones paganas que terminaban el miércoles de Ceniza, primer día de Cuaresma. En dichas fiestas todo estaba permitido. Disfrazados y con los rostros cubiertos de máscaras, vestidos de pieles de fieras en los que sobrevivían los dioses animales que precedieron a los antropomórficos, las gentes se entregaban a toda suerte de licencias amorosas, gastronómicas y báquicas. La última noche todos salían a la calle con antorchas encendidas, intentando juntar su llama con la de los vecinos, haciéndose toda suerte de simulacros de heroicidades, encubriendo la ansiedad reinante con la máscara de las celebraciones.

“La iglesia cristiana intentó combatir el paganismo adoptando como política histórica la de practicar de modo sutil sus rituales. El año 601, el Papa Gregorio el Grande ordenó que se adaptaran a la cristiandad los rituales paganos y que el devorar reses asadas, danzar y hacer el amor se llevaran a cabo fuera de las iglesias y en honor de Dios, en vez de adentro de los templos y en loor del diablo.

“La Navidad no figuró, pues, entre las festividades más antiguas de la iglesia. Antes del siglo V no existía una opinión generalizada sobre cuándo se señalaría dicha fiesta en el calendario. En un pasaje de Teófilo de Antioquia (c.180) se indica que el nacimiento de Cristo debería de celebrarse el 25 de diciembre, opinión confirmada en el calendario de Filocalus (354), quien, con otros autores latinos, transladó la fecha del nacimiento de Cristo desde el 6 de enero al 25 de diciembre, que era entonces una fiesta mitraica, el Natalis Invicti Solis, o cumpleaños del Sol, lo que valió a los romanos ser acusados de paganismo e idolatría por sirios y armenios, quienes mantuvieron la fecha del 6 de enero para el nacimiento de Cristo.

“En realidad, la fecha del 25 de diciembre fue originalmente una fiesta solar, motivada por el temor de los habitantes del planeta, cuya vida dependía del sol, de que éste no retornara de su celestial viaje anual. Para congraciarse con él, se hacían ofrendas paganas en el solsticio de invierno, como modo adecuado de rendir tributo al dios solar de la abundancia. En las heladas tierras nórdicas el solsticio de invierno era el momento de encender grandes hogueras para prestarle fuerza al sol de invierno y devolverlo a la vida. La idea del solsticio de invierno –el retorno a la luz- cristalizó en el símbolo del nacimiento de Cristo, luz de la Humanidad.

“Los Padres de la Iglesia eligieron (440) la más importante festividad del año, el solsticio de invierno, de todos conocido y celebrado, como el mejor día para celebrar el nacimiento de Cristo, uniendo simbólicamente su conmemoración con una fecha de enorme importancia pagana. La Navidad fue así recogiendo rituales y símbolos de todo el mundo: el arbolito de Noel, originario de Alemania, que reemplazó a los robles de Odín; las guirnaldas de flores de las Saturnalias romanas; el muérdago druida y el acebo sajón; los presepios italianos y las posadas mexicanas de hoy en día.

“En las viejas Kalendas, las mesas de los banquetes de Navidad estaban atestados de ofrendas rituales a dioses y a muertos, entre ellos a las Parcas. Desde entonces la Navidad es época de consejas de trasgos, duendes y brujas. Robert Louis Stevenson compuso para Navidad su más aterrador cuento de aparecidos, The Body Snatcher, y Dickens escribió para publicarse en Navidad sus más escalofriantes historias de fantasmas. El propio Cristo nació a la medianoche, la hora de las brujas; y en la madrugada de Navidad, según dice la leyenda, cantan los gallos con mayor robustez para espantar a los duendes. De ahí también la floración de símbolos mágicos en la Navidad, como el leño que arde en la chimenea y es símbolo del sol y la fertilidad, y del enemigo de Marduk quemado por los mesopotamios, como la costumbre de comer pastel especiado recuerda que la fruta y las especias fueron las ofrendas de los Reyes Magos al Niño Rey”.

Hasta aquí el texto del ensayo escrito por Félix Martí Ibáñez referente a la Navidad. Y quiero yo agregar que mis deseos sinceros, para todos los lectores que estas líneas lean, son acerca del argentino sonido de las doce campanadas, que se desgranarán jubilosas como si quisieran llevar a todos los corazones un mensaje de paz y fraternidad , anunciando las doce de la noche, el momento en que todos juntos, amigos y familiares, disfrutarán de la cena de Nochebuena. Espero que la faltriquera esté bien provista --–para disponer de una exquisita y abundante manducatoria--- para tan memorable ocasión. Pero, a mi parecer, lo realmente importante será que esa noche, y los demás días por venir, reine la paz y la tranquilidad en el corazón de todos los mexicanos.

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