lunes, 31 de enero de 2011

EL CELULAR Y LA URBANIDAD EN LA MESA



Hace ya muchos ayeres, cuando yo cursaba la instrucción primaria, fue publicado un voluminoso libro cuyo título fue Etiqueta, Urbanidad y Distinción Social . El autor, según creo recordar, ocultó su nombre en el seudónimo Irma Carlota, y llevó a cabo en su obra --publicada en los comienzos de los años cincuentas-- una brillante descripción de las buenas maneras que deben imperar en todos los momentos de la vida en sociedad. Para tener una idea exacta, precisa, del significado del término etiqueta, he consultado un venerable libraco de mi biblioteca: Novísimo Diccionario de la Lengua Castellana (que comprende la última edición integra del publicado por la Academia Española), que fue editado en 1883, en Paris, por la Librería de Garnier Hermanos. Allí leo que la palabra etiqueta tiene el siguiente significado: “ceremonial de los estilos, usos y costumbres que se deben observar y guardar en las casas reales; por extensión, ceremonia en la manera de tratarse las personas particulares, o en actos de la vida privada, a diferencia de los usos de confianza o familiaridad”. Casi cien años después, en 1977, fue editada en la ciudad de Barcelona la Enciclopedia Teide, que recoge idéntica explicación, palabra más, palabra menos, para ese vocablo, que bien puede tener como sinónimos cortesía y buenos modales.

Ahora bien, en 1934 apareció en la ciudad de México la primera edición del libro Manuel de Urbanidad y Buenas Maneras, escrito por Manuel Antonio Carreño, quien animado por mostrar las excelencias de la urbanidad y las buenas maneras (la “etiqueta”, en una palabra) redactó una obra literaria la cual, hace casi ocho décadas, fue sumamente popular en el México de nuestros ancestros, quienes estaban imbuidos de los sólidos principios determinados por las buenas maneras. Recuerdo muy bien que en aquellos años se decía de una persona incivilizada y grosera, cuyos modales dejaban mucho que desear, que le hacía falta leer “el Carreño”, lo que puso de manifiesto la amplia difusión que por entonces alcanzó este libro, que hoy en día muchos pueden juzgar, equivocadamente, obsoleto y pasado de moda.

En su libro, Manuel Antonio Carreño señala que “la mesa es uno de los lugares donde más clara y prontamente se revela el grado de educación y de cultura de una persona, por cuanto son tantas, y de naturaleza tan severa y, sobre todo, tan fáciles de ser quebrantadas las reglas y las prohibiciones a las que está sometida”. Señalo lo anterior ya que tengo la clara impresión de que los usos y costumbres, referentes a la educación y a las buenas maneras que deben ser observados en la mesa, se han relajado notoriamente, al grado que actualmente es muy frecuente observar en numerosos restaurantes la triste actitud individuos zafios e incultos, cuya incivilidad salta a la vista, a quienes no parece preocuparles nada el mostrarse ante los ojos de quienes los rodean como sujetos carentes de la menor educación.

Entre las diversas situaciones propicias a mostrar el grado de estulticia que distingue a estos gamberros (en nuestro país, un término parecido, si bien de menor alcance que el que está dado por la palabra española que yo he usado en este párrafo, sería naco, pero pienso que éste no describe tan claramente la deplorable, y muy censurable, actitud de esos cretinos), la más ilustrativa es el empleo indiscriminado del teléfono celular en los restaurantes. Allí se pone de manifiesto no sólo la carencia de educación, sino también los complejos y muy profundos sentimientos de frustración e inseguridad que, a mi parecer, presentan quienes hacen cabal ostentación de su seudo importancia, y de su mínima educación, al recibir o hacer una llamada telefónica, informando a propios y extraños (porque, además, elevan el tono y engolan la voz para que los que están cerca de ellos escuchen la mayor parte de la conversación) de lo que se supone es una charla privada, o en el mejor de los casos una plática de negocios, a todas luces fuera de lugar, porque un restaurante no es el sitio más apropiado para esta clase de intercambio de opiniones.

(Quiero extenderme en este asunto mencionando que ha llegado a tal extremo el uso de los teléfonos celulares, lo mismo utilizados por hombres que mujeres, que ahora no resulta nada insólito observar que en los automóviles, en el supermercado, en una iglesia (lo mismo si es velorio que matrimonio), o en un concierto sinfónico y en una representación de ópera, tanto jóvenes como personas adultas entornan los ojos al contestar alguna llamada telefónica. Y cuando cualquier hijo de vecino pensaría que van a decirle, a la persona que se comunicó con ellos mediante la telefonía celular, que no pueden atenderla, pues resulta que sí, que toman la llamada y se extienden en una insulsa charla, en el lugar y el momento menos apropiado).

Este asunto me hizo pensar en cuáles hubieran sido los temas de una posible conversación con don Manuel Antonio Carreño, si acaso hubiésemos coincidido en una elegante mesa, bien en el Olimpo, bien en el Parnaso (en ambos parajes degustaríamos deliciosos platillos, y un émulo de Ganímedes nos llevaría una jarra de vino, quizá conteniendo un exquisito caldo de Lesbos, o de Chío, o de Naxos), o bien deambulando por los Campos Elíseos, aquella etérea región próxima al Jardín de las Hespérides. Dejando volar la imaginación, en esa charla yo le habría formulado, como primer pregunta, la siguiente: ¿Qué es para usted la urbanidad? Mi interlocutor seguramente me habría contestado las siguientes palabras: “Llámase urbanidad al conjunto de reglas que tenemos que observar para comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y palabras, y para manifestar a los demás la benevolencia, atención y respecto que les son debidos”.

Ahora creo recordar que en seguida le hice la siguiente pregunta: ¿Era prudente, en su tiempo, manifestar en voz alta la satisfacción de haber comido un guiso de acentuada suculencia?. Manuel Antonio Carreño me contestó, diciendo que “En las mesas de etiqueta no está admitido elogiar los platos. En las mesas pequeñas y de confianza puede un invitado hacerlo alguna vez, mas en cuanto a los dueños de la casa, ellos apenas se permitirán hacer una ligera recomendación a un plato, cuando el mérito de éste sea tan exquisito que no pueda menos que ser conocido por los demás”.

A continuación, yo le hice el comentario a aquel Petronio de las buenas maneras --del México de hace ya casi ocho décadas--- que Confucio había dicho que quien se embriaga manifiesta no saber beber, y que Brillat-Savarin , en uno de sus célebres aforismos, había asentado que los que se indigestan y se emborrachan no saben comer ni beber. Cuando estaba a punto de formularle una pregunta al respecto, él me dijo, esbozando una gran sonrisa, que era indudable que “la sobriedad y la templanza son las naturales reguladoras de los placeres de la mesa, las que los honran y los ennoblecen, las que los preservan de los excesos que pudieran envilecerlos, y cual genios tutelares de la salud y la dignidad personal nos defienden en los banquetes de los extravíos, que conducen a los sufrimientos físicos, y que nos hacen capaces de manejarnos, en medio de los más deliciosos licores y manjares, con aquella circunspección y elegancia que distinguen siempre al hombre civilizado y culto”.

Momentos más tarde le pregunté cuál era su opinión de aquellos que se jactan no sólo de su parco comer, sino que cuando les sirven deliciosos platillos simplemente pican desganadamente la comida, y la hacen retirar luego de haber utilizado ese plato como cenicero, habiendo dejado caer, de manera indolente, la ceniza sobre los manjares tan deliciosamente cocinados. Fue entonces cuando me pareció advertir, quizá la única ocasión durante nuestra charla, que un ceño de disgusto ensombrecía su rostro, tranquilo y sereno. Haciendo un esfuerzo por contenerse me dijo lo siguiente: “Jamás llegará a ser excesivo el cuidado que pongamos en el modo de conducirnos en la mesa, manifestando en todos nuestros actos aquella delicadeza, moderación y compostura que distinguen siempre al hombre verdaderamente fino”.

Es muy probable que no falte quien asegure que, en pleno siglo XXI, este asunto de las buenas maneras y la urbanidad en el comportamiento sea materia obsoleta y pasada de moda. Yo tengo la certeza de que nada tiene que ver la época en que transcurre nuestra existencia con la urbanidad que nos debe caracterizar en todo momento. Por ello he querido ocuparme ahora de este tema, de permanente vigencia en la vida social, para que nuestra relación con quienes nos rodean sea más agradable y placentera.

martes, 18 de enero de 2011

EL LIBRO NUEVA GUIA DE DESCARRIADOS


El escritor francés Guy de Maupassant señaló, manifestando con ello el sentimiento que le merecía la gastrosofía, “Sólo los tontos no son golosos. Se es gourmet como se es artista, como se es poeta. El gusto es un órgano delicado, perfectible y respetable como la vista y el oído”. Y es que el autor de novelas tan hermosas como “Bola de Sebo” y “Bel Ami” había sabido asimilar las sabias enseñanzas de Jean Anthelme Brillat Savarin ---denominado con acierto el “pontífice universal de la gastronomía”---, quien en su libro “Fisiología del Gusto” sentó las bases de esta deleitable actividad, que lo mismo es intrincada ciencia que delicado arte, y que en las desquiciantes complicaciones de la vida moderna significa un remanso de paz y tranquilidad para aquellos que han hecho suyas las atinadas enseñanzas del escritor Francois La Rochefoucauld, quien en el siglo XVIII aseveró que “el comer es una necesidad, pero el comer inteligentemente es un arte”.

Las palabras anteriores sirven de preámbulo para la presente nota bibliográfica, en la cual me ocuparé de un precioso libro (publicado originalmente en octubre de 1977, por la Editorial Joaquín Mortiz, y cuya segunda edición, en la Editorial Grijalbo, se remonta a noviembre de 1991) que no ha tenido en México la difusión que, a mi parecer, merece, por sus indudables méritos literarios y gastronómicos. Se trata de la obra “Nueva Guía de Descarriados”, del escritor mexicano José Fuentes Mares ---prestigiado historiador---, en la cual deja correr la pluma con amenidad y desenfado, con ostensible elegancia y donaire, para presentarnos sus muy particulares puntos de vista acerca de un asunto de capital importancia: el arte del bien comer y del mejor beber, que a muchos debía interesar sobre manera, por lo que a la salud del cuerpo y del alma concierne.

Con el gracejo que lo caracterizaba, e ironizando y pontificando a placer, José Fuentes Mares se ocupó en este libro (que todos aquellos que gustan de los placeres de la buena mesa debían leer, una y varias veces, por las sabias sugerencias que a raudales prodiga, con ingenio y galanura) de las mil y un deleitosas cuestiones que convergen en la gastronomía, a la vez que hizo befa y escarnio de la cultura ---¿no sería mejor que yo dijera, de la incultura?--- que está dada por el hecho de comer de pie, en una farmacia, al estilo estadounidense, alimentos chatarra, ya que la costumbre de ingerir esas bazofias han incidido, severa y lamentablemente, en los hábitos alimenticios de muchos mexicanos, quienes se sienten motivados por el estilo “fast food” de nuestros vecinos del Norte.

En la solapa de este interesante libro leo que “cuando alguien le preguntó a José Fuentes Mares por qué abordaba un tema como el de la gastronomía, respondió que si el rabino Maimónides había escrito, en el siglo XII, su “Guía de Descarriados” para salvar almas mediante la correcta interpretación del Talmud, él había concebido la “Nueva Guía de Descarriados” para salvar cuerpos a punto de perderse”. Y en las páginas iniciales, en donde aparece una Advertencia, a manera de prólogo, el autor escribió que “Comer y beber como seres ideados a imagen y semejanza del Creador es el pretexto más sabroso para escribir un libro. Si usted es de los que piensan que la gastronomía nada tiene que ver con la salvación de las almas, ahora mismo le sugiero ahorrarse la lectura de las páginas que siguen. Mas si dista de ser un protozoario con hábitos sociales y es un hombre cabal, orgulloso de su especie, le invito a seguirme. Sin ufanía ni postín, que no merezco, le aseguro que la pasará fenomenal en mi compañía”.

Así la he pasado yo las numerosas ocasiones que he leído y releído este amenísimo libro, en el cual he encontrado sesudos conceptos, certeras sugerencias y cautivantes consejos en torno a la plural materia gastronómica. Por ejemplo, veamos esta premisa fundamental de José Fuentes Mares: “El arte de comer y beber es la manifestación más elevada de la cultura, noble fórmula que nuestra especie tiene a su alcance para definir su nivel de humanidad”. En otra parte de su ensayo afirma: “Mientras se piense que el siglo XVIII fue importante porque produjo la Revolución Francesa, y no porque en ese siglo se conocieron el azúcar y el aguardiente, se crearon los licores y se popularizaron el cacao y el café, seguiremos en la onda de esta cultura miserable que culmina con los excesos de la bomba atómica, y en los más horrendos todavía del “quick lunch” y del “fast drink”.....No quiero engañar a nadie, y el que me lea sabrá que esta “Nueva Guía de Descarriados” tiene un fin proselitista. Cuando Erasmo de Rotterdam escribió que “hay más diferencia entre tales y tales hombres que entre tales hombres y tales bestias” pensaba sin duda en el hombre a la hora de comer y beber, momento que nos permite seguir el curso de su historia, y dividir sus etapas desde la pobre aurora en que los hombres comieron y bebieron como canguros, hasta el medio día luminoso de las trufas hojaldradas, de la salsa de mole poblano, del gazpacho, de los callos a la madrileña, del huachinango a la veracruzana, de los chiles en nogada y del champán”.

Cada uno de los capítulos de este libro de José Fuentes Mares es un aleccionador recorrido por los diversos asuntos referentes al arte de comer y beber. A lo largo de las páginas de “Nueva Guía de Descarriados” analiza las múltiples facetas inherentes a esta ciencia-arte, de tanta trascendencia para la humanidad, y a manera de deliciosas gotas de ambrosía van cayendo sus conceptos acerca de manjares y de vinos, y entona sus mejores cantos al exaltar la dionisiaca bebida, el vino, que con maestría elaboran los enólogos de Francia y de España (¿por qué razón se habrá olvidado el autor de este hermoso libro de otros vinos, como de los de Italia, cuando ya desde los tiempos de los decadentes césares ya se elaboraban vinos de alcurnia, como el Falerno?). Y concluye su meritorio estudio con una guía gastronómica de España, país de prosapia en las lides culinarias, por el cual José Fuentes Mares tenía sin igual preferencia.

miércoles, 12 de enero de 2011

LOS VINOS DE PROLONGADO REPOSO EN BOTELLA


El vino maduro, de buena calidad,
mejora la sangre de quien diariamente lo bebe.

Código de Salud de la Escuela de Salerno
(Régimen Sanitario Salernitano. Siglo XIII)

Al igual que los amigos, es mejor el vino viejo que el nuevo.

Charles Kingsley (1819-1875

Iniciadas las catas “ciegas” del Grupo Enológico Mexicano en enero de 1995, al cumplirse una década de estas degustaciones, en las cuales se evaluaban ---y se sigue haciendo esta deleitable práctica gustativa--- vinos de reciente lanzamiento en el mercado, digamos de cosechas de tres o cuatro años anteriores a la fecha de su apreciación sensorial, en noviembre de 2005, se adoptó la costumbre de realizar, una vez al año, una cata con vinos tintos de prolongada guarda en botella, que hubieran estado en óptimas condiciones de conservación en una cava, durante un lapso de unos tres a cuatro lustros.

Cabe en este momento citar, brevemente, lo que en otras ocasiones he expresado, a propósito de este tipo de catas: “La finalidad es la de evaluar los visibles cambios ---en el color, en el aroma y en el sabor--- que tienen lugar en esos caldos al paso de los años. La degustación de esta clase de vinos suele resultar sorprendente, en cuanto a que hay vinos que «se resisten a envejecer», y manifiestan, transcurridos tres o cuatro lustros, gran vitalidad y una «juventud prolongada» que a los catadores no deja de parecer en extremo interesante, a más de que saborear esos vinos de cierta « ancianidad » (como alguna vez expresó Don Quijote de la Mancha) resulta muy deleitable al paladar, como experiencia gustativa poco frecuente.

Considero conveniente transcribir un par de párrafos del libro titulado El Vino, una extraordinaria obra de consulta, de 928 páginas, de la cual es compilador André Domine. En el capítulo “Los Vinos Añejos” ---de su autoría---, leo lo siguiente: ““La denominación de “vino añejo” no está claramente definida ni química ni organolépticamente. No hay ningún criterio para definir el tiempo mínimo que una botella de vino debe madurar en la bodega. De igual modo hay pocas indicaciones acerca de cómo debe oler y saber un vino añejo. “Cada vino tiene un potencial de envejecimiento distinto, que depende fundamentalmente del tipo de uva y de la cuvée, y en menor medida de la cosecha, del método de elaboración, de los factores alcohol, azúcar y acidez y, finalmente, del almacenamiento una vez embotellado. Los sedimentos de la botella son fundamentales para determinar el estado de los vinos tintos en proceso de maduración, considerando también el tipo de cerpa y la cosecha. Los sedimentos rojizos y marrones están compuestos de fenoles polimerizados, es decir, de tanino y sustancias colorantes. Estos producen enlaces tan fuertes que no pueden mantenerse diluidos en el líquido. Cuanto más poso se forme y más claro se vuelva el color del vino, más suave será éste. Un Cabernet Sauvignon rico en tanino y en sustancias colorantes durante su juventud, formará considerablemente más heces que un sedoso Pinot Noir.

“Los vinos blancos maduros también cambian de color. Sin embargo, durante la estancia en la botella, el vino blanco no se tornará más claro sino más bien amarronado, a causa de la oxidación progresiva de los fenoles. En este caso hay que tener en cuenta que los vinos dulces y generosos pueden madurar mucho más tiempo que los vinos secos. A su vez, entre estos últimos maduran mejor los vinos previamente fermentados y elaborados en barricas, que aquellos que proceden de tanques de acero inoxidable””.

Abundando en este tema diré que la palabra envejecimiento (ageing en lengua inglesa, que tiene por sinónimo el término maturing) equivale al vocablo vieillisement, en francés. En italiano corresponde al término invecchiamiento (vecchio se traduce por viejo), mientras que en portugués se dice envelhecimiento, fácilmente traducible como envejecimiento.

Acerca de este asunto a mi parecer muy interesante, --el de los vinos que han sido guardados de manera idónea en una cava, por un periodo prolongado de tiempo--, voy a transcribir ahora un breve texto publicado, en fecha reciente, en el portal Vinos Kupel, de España (autodenominado blog para amantes del vino), ya que enfatiza el atractivo que tiene la degustación de vinos que han sido guardados por varios años en su recipiente natural, la botella: “El prestigio del que suelen gozar los vinos viejos tiene mucho de mito. La cuestión radica en la carga emotiva que provoca esa aureola de historia con que el tiempo sella una botella del pasado. Es difícil saber con exactitud cuanto dura el vino.
Los vinos evolucionan positivamente en la botella durante un período determinado de tiempo. Superado éste, el vino inicia un proceso de declive. Un tinto de la Rioja, por ejemplo, experimenta durante 10 años aproximadamente una evolución creciente, seguido de un período estacionario, no inferior a 5 años, para continuar con una caída lenta y progresiva. Pasado este tiempo lo mejor que puede pasarle a un vino es que tenga las mismas características que un vino de 20 ó 30 años más, siempre que se conserve en inmejorables condiciones.
Todos los vinos de mesa no envejecen de igual forma. Los ciclos pueden ser más o menos distintos dependiendo de factores como la variedad de uva utilizada, las características de una cosecha determinada, o los métodos de elaboración. Así, por ejemplo, un cariñena es un vino de duración corta pues no tarda mucho en enranciarse y tornarse ajerezado. De igual forma, su plenitud es también más temprana que la de un vino de Rioja o de Burdeos, ambos de ciclos evolutivos más lentos y, por consiguiente, más largos. Esto significa que las posibilidades de envejecimiento de un vino van en función de que su evolución sea más lenta.

Hay vinos que son auténticas obras de arte más por lo que simbolizan que por ellos mismos. Son aquellos que jamás saldrán de las silenciosas bodegas convertidas casi en museos. Su etiqueta tiene más valor sentimental que el propio vino y su destino: ser coleccionado, guardado celosamente como curiosidad o recordatorio y, de ser bebido, sólo lo será en una ocasión muy especial. En lo más profundo de las bodegas españolas siempre hay rincones oscuros, generalmente lóbregos, donde reposan un determinado número de botellas emblemáticas. A través de ellas se pueden reconstruir sus avatares históricos y sus mejores vendimias. No está totalmente comprobado que el vino con el tiempo mejora, ya que entre el principio y el fin no dejan de suceder cosas.
El fervor por el vino viejo es una cuestión de gusto mediatizado por esa ineludible subjetividad que se genera ante el bien escaso o raro, frente a lo abundante o cotidiano. En definitiva se puede afirmar que gusta lo viejo. Y ese gusto puede alcanzar lo sublime si se trata de un vino antiguo e irrepetible, cuyo descorche ha privado al resto del mundo de disfrutar una sensación parecida. Ante este espectáculo, el equilibrio calidad/precio deja de ser considerado y el precio se dispara a medida de que los compañeros de viaje de esa marca son bebidos en el transcurso de los años.

Además de la uva, la cosecha y los métodos de elaboración, hay que contar con una serie de factores externos que también pueden alterar la vida de un vino: la temperatura, la humedad del recinto y el estado del tapón. Lo ideal es una temperatura fresca y estable, alrededor de 18ºC, una humedad del 75-80%, una buena ventilación y la sustitución del tapón cada 15 años aproximadamente. En cualquier caso, lo que hay que tener en cuenta es que la edad del vino no es siempre garantía de calidad, que no todos se prestan a la crianza y que en los vinos más viejos no siempre hay que fiarse de la añada a la hora de elegirlo.

No hay que perder de vista que hasta agosto de 1979 en España no existía una legislación para el control de las añadas ni una reglamentación adecuada para el Reserva y Gran Reserva. Hasta entonces los menos escrupulosos no dudaban en poner en la etiqueta un año que no se correspondía con la realidad, hasta el punto que ciertas cosechas famosas parecían inagotables, e incluso casos en los que se omitía el año, jugando con la incertidumbre del consumidor” Hasta aquí esa cita..
A la que ahora hago referencia es la sexta ocasión en que los catadores del Grupo Enológico Mexicano degustan esta categoría de vinos “añosos” (de ninguna manera podría yo decir que fuesen decrépitos, y sin ningún interés desde el punto de vista de la apreciación de sus características organolépticas), que han resultado, las más de las veces, sorprendentes, por las cualidades que presentan esos caldos, aún encomiables al paso de los años.

La cata “ciega” mensual número 201, correspondiente a enero de 2011, del Grupo Enológico Mexicano, se llevó a cabo el martes 11 de enero de 2011 en un salón privado del restaurante “Valkiria”. Para esta degustación analítica fueron seleccionados ocho vinos tintos, más o menos añosos pero de ninguna manera caducos, procedentes de la cava privada de tres de los Miembros de Número. La procedencia de los vinos fue, por orden alfabético, Chile, España, Estados Unidos de América y Francia.

La Mesa de Catadores estuvo integrada esa tarde por los siguientes enófilos: Patricia Amtmann, Alejandra Vergara, Carlos Ruíz, José Del Valle Rivas, Joaquín López Negrete, Manuel García, Eoberto Quaas Weppen y Miguel Guzmán Peredo.

Las calificaciones están basadas en los parámetros que maneja el Grupo Enológico Mexicano. Aquellos vinos cuya calificación oscila entre los 50 y los 59 puntos son considerados “no recomendables”. Si la puntuación se halla comprendida entre los 60 y los 74 puntos, son juzgados “bebibles”. Una calificación entre los 75 y los 84 puntos permite evaluarlos como “buenos”. Si el puntaje oscila entre los 85 y los 94 puntos, son juzgados “muy buenos”. En el caso de que la calificación esté comprendida entre los 95 y los 100 puntos, entonces alcanzan la categoría de “extraordinarios”.

Es prudente señalar que en esta ocasión no se consignan los precios de cada uno de los vinos, porque se trata de añadas que no se encuentran en el mercado.

Antes de comentar los resultados de la cata número 201, considero conveniente mencionar que, previamente a la evaluación de los ocho vinos motivo de esta cata, fue degustado un vino blanco francés, de la región de Borgoña, de la cosecha 1959: Pouilly-Fuisse Clos Reissier. Viene en una botella de 509 ml. (La etiqueta señala un contenido de una pinta y una onza líquida), y aparece la leyenda “Appellation d’Origine Controlée”, que hoy en día es “Appellation Pouilly-Fuisse Controlée”. En internet aparece una mención a esta marca mencionando que se trata de un vino existente desde hace mas de 200 años.

Este vino fue obsequiado a uno de los Miembros de Número del Grupo Enológico Mexicano, y al observar el nivel del líquido se infiere que estuvo mal guardado, por la acentuada merma del vino que mostraba la botella, la cual, a mi parecer, es un modelo antiguo utilizado en Borgoña.

El color de este vino era francamente ambarino, con tonalidades caoba, lo que resulta natural por su prolongado reposo en botella,. Al olfato se percibían aromas de frutos pasificados, y el comentario de los catadores fue que recordaba el aroma del Jerez Oloroso Viejo. A la boca mostró cabal decrepitud, con sensaciones gustativas de ácido acético. Este vino no fue incluido entre los otros vinos degustados en esa ocasión, ocho vinos tintos de las siguientes cosechas: 1980, 1991, 1993, 1996, 1997 y 1998, .. .

Los resultados fueron los siguientes:

1.- Cabernet Sauvignon Reserva Errazuriz, cosecha 1998. 14.0% Alc. Vol. Viña Errazuriz. Panquehue, San Felipe, Chile. Calificación: 81.67 puntos.

2.- Murrieta’s Well, cosecha 1993. Coupage de 60% Cabernet Sauvignon, 16% Cabernet Franc, 12% Merlot y 12% Zinfandel. 13.5% Alc. Vol. Livermore Valley & Estate Vineyards. Wente Bros. Winery. California. Estados Unidos de América. Calificación: 81.17 puntos.

3.- Coto de Imaz Gran Reserva, cosecha 1991. Denominación de Origen Calificada Rioja. 12.5% Alc. Vol. Coto de Rioja, S.A., Oyón, Rioja Alavesa, España. Calificación: 80.83 puntos

3.- (empate) Viña Pedrosa, Crianza. cosecha 1997. Denominación de Origen Duero. 13.0% Alc. Vol. Bodegas Hnos. Pérez Pascuas, S.L. Pedrosa del Duero, Burgos, España. Calificación: 80.83 puntos.

4.- Faustino I Gran Reserva, cosecha 1996. Denominación de Origen Calificada Rioja. 13.0% Alc. Vol. Bodegas Faustino. Oyón, Rioja, España. Calificación: 80.67.

5.- Casillero del Diablo Reserva Especial, cosecha 1980. Monovarietal 100% Cabernet Sauvignon. 12.5 Alc. Vol. Viña Concha y Toro. Maipo, Chile. Calificación: 77.67 puntos.

6.- Gran Sangre de Toro, Reserva, cosecha 1991. Denominación de Origen Penedés. 13.0% Alc. Vol. Miguel Torres, S.A. Vilafranca del Penedés, Cataluña, España. Calificación: 76.83 puntos.

7.- Chateau Plagnac, cosecha 1998. Appellation Medoc Contrtolée. Cru Bourgeois. 12.0% Alc. Vol. Ets. Cordier. Blanquefort, Francia. Calificación: 75.50 puntos.

Me parece conveniente señalar que las calificaciones de los ocho vinos están comprendidas entre los 75 y los 84 puntos, lo que los ubica en la categoría de “buenos”, y esto después de una prolongada guarda en botella habla muy bien, a mi juicio, de la calidad y sabor de dichos caldos báquicos.

Al finalizar la evaluación degustamos una deliciosa cena, preparada por Christian Martínez, el chef del restaurante “Valkiria”. Inicialmente saboreamos la Ensalada Valkiria. A continuación una exquisita Crema de Champiñones, y el plato fuerte fue Bacalao con miel de azafrán, Jerez y espinacas. El postre consistió en Pastel de elote y nieve de mamey. Con una taza de Café de la Olla concluyó esta cena, cuyos manjares fueron acompañados con dos vinos igualmente de cierta edad: Chardonnay Reserva Errazuriz, cosecha 1996. 13.0% Alc. Vol. Viña Errazuriz, Valle de Casablanca, Chile, y Remelluri Reserva, cosecha 1991. Denominación de Origen Calificada Rioja. 12.5% Alc. Vol. Granja de Nuestra Señora de Remelluri, S.A., Labastida, Rioja Alavesa, España.



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viernes, 7 de enero de 2011

EN MEMORIA DE JOSE MILMO: CREADOR DE CASA MADERO


El miércoles 22 de diciembre de 2010, a la edad de 72 años, falleció José Milmo Garza-Madero, creador de la empresa vitivinícola Casa Madero, la bodega más antigua del continente americano.
Con este texto rindo un homenaje de profundo aprecio a quien fue un magnífico amigo, todo un señor, en la cabal acepción de la palabra, quien me distinguió con su amistad y por ello presento mis condolencias (y las de todos los integrantes del Grupo Enológico Mexicano) a su viuda, la señora María Elena ---Maye--- Rangel de Milmo, y a sus hijos varones Daniel y Brandon Milmo, quienes ahora tienen ante sí el hermoso reto de continuar adelante con la extraordinaria tarea iniciada por su padre.
A manera de remembranza de tan preclaro personaje de la vitivinicultura mexicana transcribiré el discurso que pronuncié el día 23 de febrero de 2005, en el salón “Terraza”, de la Hacienda de los Morales. En esa ocasión el Grupo Enológico Mexicano hizo entrega de la presea “Racimo de Platino” a José Milmo, y de las preseas “Racimo de Oro” a sus tres colaboradores más cercanos: los ingenieros Francisco Rodríguez González, Alfonso Cárdenas Aguirre y Daniel Muñoz Muñiz, a quienes yo llamé en mi alocución “los tres brazos derechos de José Milmo”.
Teniendo a mi lado a José Milmo dije las siguientes palabras: “ Desde 1961, hace ya 44 años, José Milmo ha dedicado su pasión enológica y ha volcado sus mejores esfuerzos para hacer de la empresa Casa Madero, la bodega vitivinícola más antigua del continente americano (ya que fue fundada en 1597, en el Valle de Parras, Coahuila), un modelo a seguir en la producción de vinos de extraordinaria finura y calidad.
Teniendo como aspiración fundamental la de elaborar los mejores vinos de México, capaces de ser parangonados con los vinos de mayor calidad en el mundo entero, José Milmo estableció desde la década de los años 60 la modalidad de que el viñedo de Casa Madero tuviese su óptimo desarrollo contando con la asesoría de los expertos enólogos de los países tecnológicamente más avanzados del orbe.
Para ello concertó diversos convenios de asesoría técnica con las Universidades de Montpellier, en Francia, y Davis, en Estados Unidos de América, con la finalidad de que los más distinguidos enólogos de esas instituciones académicas brindasen sus conocimientos al personal mexicano de casa madero, para que el arte de elaborar vinos de señalada categoría estuviese cimentado en los más sólidos conocimientos tecnológicos, como lo acostumbran hacer aquellos países tradicionalmente los principales por su producción y calidad vinícola.
Es conveniente mencionar que el personal de Casa Madero conectado con la producción de vinos ha realizado numerosas visitas a las Universidades de Montpellier, Burdeos y Davis, para actualizar sus conocimientos y enterarse de cuáles son las innovaciones más recientes en la industria de la vitivinicultura. igualmente han participado, en las respectivas temporadas de vendimia, en países como Sudáfrica, Australia, Chile y Argentina, dándose cuenta del notorio progreso alcanzado, en lo concerniente a la producción y exportación de vinos, que esos países llevan a cabo.
Por todo lo anterior, a nadie escapa que el lugar cimero que ocupa hoy en día Casa Madero en el mundo del vino en México es el resultado lógico de los esfuerzos desplegados por José Milmo Garza al frente de esa bodega vitivinícola
Y antes de continuar con la lectura de esta breve alocución, quiero señalar que otra faceta de la brillante personalidad del Ingeniero José Milmo Garza, que me parece digna de encomio, es su filantrópica actitud --- meritoria en grado superlativo — que permite que instituciones benéficas de la Ciudad de Parras, Coahuila, se vean favorecidas por su generoso desprendimiento, al contribuir de manera substanciosa a esas obras pías en pro de la colectividad.
Contemplando – mejor dicho, admirando — la forma como ha sabido José Milmo dar fiel cumplimiento a sus ideales y aspiraciones, y aquilatando su dinamismo y entusiasmo, aunados al conocimiento y a la laboriosidad que en todo momento despliega, me viene al pensamiento la frase de Jean Jacques Rousseau, filósofo helvético, quien dijo: “”no han necesitado de maestros aquellos a quienes la naturaleza destinó para tener discípulos”.
Este es el caso de José Milmo, quien ha sido un auténtico pionero en la vitivinicultura mexicana contemporánea, y tiene, además, la encomiable tarea de dejar tras de sí una fructífera huella, e inculcar en sus discípulos esa misma pasión por hacer, cada día, de mejor manera su trabajo enológico.
Esa plausible actividad vitivinícola ha permitido que esta empresa nacional haya sido galardonada, hasta el día de hoy, con 127 medallas de oro, plata y bronce, en concursos enológicos celebrados en 13 países del mundo. A esas medallas se agregan numerosos diplomas y reconocimientos, que avalan la finura y la clase sobresaliente de los vinos elaborados por la empresa Casa Madero, en el Valle de Parras, Coahuila.
Si bien los trofeos recibidos son claro testimonio de la gran calidad de esos vinos, igualmente lo es el hecho de que en el año 2004 Casa Madero haya exportado casi tres millones de botellas de vino (245 mil cajas) a 24 países del mundo.
Enlistar brevemente dichos países nos permite calibrar la finura de esos vinos, atinadamente apreciados en las siguientes naciones: Alemania, Australia, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos de América, Estonia, Finlandia, Holanda, Hong Kong, Islandia, Italia, Japón, Lituania, Malta, Noruega, Nueva Zelanda, Polonia, Reino Unido, República Checa, Rusia, Singapur, Suecia y Suiza.
Uno de los logros más recientes, que a José Milmo llena de justo orgullo, es la presentación del vino Casa Grande Shiraz Reserva Parras Estate, Cosecha 2001, el cual apenas presente, a partir del año pasado, en varios certámenes internacionales, ha sido galardonado ya con una medalla de oro, en Bélgica; dos medallas de plata; una en el Reino Unido y otra en Estados Unidos de América; y con una medalla de bronce, en otro certamen que tuvo lugar, igualmente, en Estados Unidos de América.
Vino Casa Grande Shiraz Reserva Parras Estate, Cosecha 2001
A continuación el Grupo Enológico Mexicano hará entrega de las preseas racimo de oro a tres colaboradores de José Milmo en la empresa Casa Madero.
La primera es para el Ingeniero Agrónomo Daniel Muñoz Muñiz, el Responsable del Viñedo de Casa Madero. Esta presea le será entregada por 3 miembros del Grupo Enológico Mexicano: los señores Roger Patrón Luján, Philippe Seguin y Gerardo Vazquez Lugo. En esta placa queda señalado que les es otorgada por su valiosa contribución como viticultor.
La siguiente presea racimo de oro es para el Ingeniero Alfonso Cárdenas Aguirre y le será entregada por tres miembros del grupo enológico mexicano: la señora Patricia Amtmann y los señores Darío Negrelos y Gustavo Riva Palacio Gámez. En esta placa se consigna que le es concedida por su valiosa contribución como Jefe de Planta de Casa Madero.
La tercera presea racimo de oro es para el Ingeniero Francisco Rodríguez González. Los señores Alejandro Guzmán Galán, Alejandro Kuri y César Augusto Ruiz, del grupo Enológico Mexicano, le harán entrega de esta presea. En esa placa queda consignado que le es discernida por su valiosa contribución como Enólogo Titular de Casa Madero, y al igual que en las dos preseas anteriores, en estos tres reconocimientos queda asentado que la actividad desplegada por estas tres personas, ameritados pilares de Casa Madero, ha permitido que esta empresa, la más antigua bodega vitivinícola del continente americano, sea una de las más prestigiadas de México.
Ahora, en compañía de los señores Raymundo Vázquez Estévez, Roberto Quaas Weppen y de Lorenzo Rafael (el escultor que diseñó e hizo físicamente estas bellas preseas en bronce, donde se conjuga el arte escultórico con el medallístico de tan notable artista de la plástica mexicana), tengo el honor de entregar a José Milmo Garza la presea “Racimo de Platino” que el Grupo Enológico Mexicano le confiere “”por su invaluable aportación a la industria vitivinícola mexicana, ya que su dinamismo, entusiasmo y vasta experiencia enológica se han conjuntado atinadamente para hacer de Casa Madero, la bodega más antigua del Continente Americano, una empresa de gran prestigio, tanto a nivel nacional como internacional, cuyos vinos de extraordinaria calidad han sido galardonados con 127 medallas de oro, plata y bronce, en numerosos certámenes celebrados en 13 países del orbe””.
Hasta aquí las palabras pronunciadas en aquel homenaje a José Milmo Garza-Madero, a quien hoy recuerdo con profunda emoción.
Cabe anotar que, hasta el presente, enero de 2011, la presea “Racimo de Platino” no ha vuelto a ser concedida por el Grupo Enológico Mexicano.