miércoles, 29 de agosto de 2012

WINE SPECTATOR PREMIA AL RESTAURANTE CANTINETTA DEL BECCO


Wine Spectator es el nombre de la revista estadounidense especializada en el tema del vino. Fundada en 1976, a partir de 1981 instituyó tres tipos diferentes de Reconocimientos, que son otorgados cada año a aquellos restaurantes, en todo el mundo, cuya cava fuese motivo ---a juicio de un comité de evaluación—  de una señalada distinción, tanto  por el número como por la calidad de los vinos que están a la disposición de los comensales. Esos tres Reconocimientos llevan la denominación, en lengua inglesa, de  Award of Excellence (el básico), Best of Award of Excellence (el intermedio) y Grand Award (el principal). La diferencia estriba en el número de etiquetas, debidamente enlistadas, que contiene la cava. Para el premio Award of Excellence el restaurante debe contener como mínimo cien botellas. Para obtener el premio Best of Award of Excellence el requisito es que haya un mínimo de cuatrocientas botellas. Para el premio principal, Grand Award , se requiere que la cava guarde por lo menos mil quinientas botellas.

El restaurante Cantinetta del Becco  (restaurante de cocina italiana,  considerado como el segundo mejor en Latino América por la Guía San Pellegrino) ubicado en la zona de Santa Fé, en la ciudad de México, recibió en fecha reciente, el Reconocimiento Best of Award of Excellence, en la edición 2012 de esos premios, que ponen de manifiesto la calidad y amplitud de las cavas de los restaurantes de todo el mundo. 

En el boletín de prensa emitido para dar testimonio de esta distinción al restaurante Cantinetta del Becco, leo lo siguiente: “El Best of Award of Excellence se caracteriza por calificar las cartas con 400 o más etiquetas de vinos, la presentación, la descripción detallada de la región, la variedad de añadas, las colecciones o verticales, el plan integral de vinos que incluye el servicio profesional en mesa y el resguardo, así como, el plan anual para el incremento de la cultura del vino. Este distintivo sólo lo ostentan los restaurantes más selectos del mundo; actualmente son 878, de los cuales cuatro están en México”

De esa excelente colección de magníficos vinos opinó Johan Valderrábano, Wine Director del  citado restaurante, lo siguiente:  "Nuestra cava se compone de 500 etiquetas de vino Italiano de todas las regiones vinícolas, desde el norte hasta el sur de Italia. En estas etiquetas se encuentran todo tipo de vinos: espumantes, blancos, rosados, tintos y de postre. Además, contamos con las más selectas grappas Italianas y destilados exclusivos de talla mundial”

Para celebrar el Reconocimiento otorgado a este hermoso establecimiento de restauración,  se llevó a cabo una cena maridaje en verdad extraordinaria, ya que los comensales  --una docena de personas— degustamos siete platillos acompañados de siete vinos italianos de gran calidad. Juzgue el lector la siguiente relación: Para abrir boca fue servido el primer platillo: Callo de garra de león rostizado, con botarga de lisa y espárragos frescos a la vainilla, acompañado del vino espumoso Millesimato del Presidente Valdo, cosecha 2010 (un vino Prosecco di Valdobbiadene , Denominazione di Origine Controllata e Garantita, de la región del Veneto).

En seguida: Tártara de ternera en salsa de tomate, con el vino blanco Ca  Dei Frati Brolettino Lugana, cosecha 2010, un vino Denominazione di Origine Controllata,  elaborado con uva Trebbiano, en la zona de Lombardía A continuación: Estofado al Barbaresco, maridado con el vino tinto Vietti Masseria Barbaresco, cosecha 2004, elaborado con uvas Nebbiolo de viñas de gran antigüedad.

El siguiente manjar fue Pappardelle con ragú de jabalí, y para armonizarlo sirvieron el vino tinto Valdicava Madonna del Piano, cosecha 2004, un Brunello di Montalcino  (Denominazione di Origine Controllata e Garantita), elaborado con uva Sangiovese, en la región de Toscana. A continuación sirvieron T-bone de cordero salteado con perfume de romero, y el vino tinto elegido fue Le Macchiole, cosecha 2003. Se trata de un vino elaborado con la variedad Cabernet Franc, y  producido en la región de Toscana, adscrito a la categoría IGT, (Indicazione Geografica Tipica).

El penúltimo guiso fue Risotto al Amarone con queso Gorgonzola, que acompañamos con el vino tinto Zenato Amarone Riserva, cosecha 2004. Es un vino Amarone della Valpolicella (Denominazione di Origine Controllata e Garantita), resultado de un coupage de tres variedades: Corvina, Corvinone y Rondinella. El postre fue un melindre tradicional de Sicilia: Cantucci (también llamado cantuccini, ´llamado en lengua castellana Bizcocho de Prato). El vino de postre seleccionado para armonizarlo fue Florio Malvasia delle Lipari Passito, cosecha  2007. Es un espléndido vino (Denominazione di Origine Controllata), elaborado en la isla de Lipari, al norte de Sicilia, con unas Malvasía.

Por la relación anterior, de platillos y vinos, es posible advertir que se trató de una insólita (el Dicconario define esta palabra como no común ni ordinario, poco frecuente, y un vocablo sinónimo es extraordinario) celebración gastronómica, de la cual disfrutaron grandemente quienes a ella fueron invitados.  


 




miércoles, 22 de agosto de 2012

LOS CHILES EN NOGADA EN EL RESTAURANTE "NICOS"


No hay amor más sincero que
el que  sentimos por la comida.

GEORGE BERNARD SHAW (1856-1950)

  
Una de las suculencias más características de la cocina angelopolitana son los chiles en nogada, que constituyen, por su exquisitez y hermosa presentación, uno de los platillos más representativos de la gastronomía mexicana, correspondiendo a la ciudad de Puebla de los Ángeles  el mérito de haber sido (al igual que en el caso del Mole) la cuna de este apetitoso manjar. Comenzaré por decir que es un guiso de temporada, propio de los meses de agosto y septiembre, ya que en este tiempo los nogales, cuajados de tan sabroso fruto, brindan el ingrediente necesario para la nogada, y los granados proporcionan  el rubicundo grano que decora vistosamente a los chiles bañados de un níveo y sápido manto. La deliciosa nogada y la granada constituyen el toque definitivo de estos chiles, los cuales, de otra manera, serían, simple y sencillamente, chiles rellenos.

María Stoopen, en su libro El universo de la cocina mexicana, afirma que “los chiles en nogada se yerguen sobre sus antecesores, los cotidianos chiles rellenos, no sin agradecerles su filiación. Además, en esa insólita mezcla de chile poblano capeado, picadillo de carne, con aderezo de almendras, acitrón y  piñones, salsa de nuez y granada desgranada, se conjugan con todo éxito las herencias prehispánicas, árabes, orientales y española de la gran cocina mexicana”.
    
De este guiso, que combina sápida y armoniosamente, a la vista y al paladar, las cualidades de sus variados ingredientes, existen diferentes versiones respecto a su génesis. Artemio del Valle Arizpe refiere, en su libro Sala de Tapices, que fueron cocinados por primera vez en agosto de 1821, por tres damas de la sociedad angelopolitana, que con ellos quisieron agradar a sus respectivos novios, oficiales que militaban en el ejército trigarante de Agustín de Iturbide. Para ello, queriendo emular los tres colores de la bandera que los cobijaba, una de esas damas pensó en un guisado que reuniese el verde, el blanco y el rojo de ese lábaro. Tras muchas elucubraciones, y habiendo se encomendado a San Pascual Bailón, el patrono de las cocineras,  crearon un platillo preparado con chiles poblanos rellenos  de picadillo de lomo de cerdo, sazonado con trocitos de durazno, piña, manzana, pera, acitrón, pasas y almendras, bañados tras el capeo con una rica nogada hecha con nueces de Castilla, jerez, queso fresco y  lechas, sobre la cual pusieron granos de granada, que refulgiesen cual granates o rubíes.

Otra versión permite conocer que el 21 de agosto de 1821 la aristocracia poblana quiso honrar, en su cumpleaños,  a Agustín de Iturbide, quien hacía poco había firmado los Tratados de Córdoba. Para ello, varias cocineras confeccionaron este platillo (al cual se aficionó tanto quien era el jefe del Ejército Trigarante y no tardaría mucho en convertirse en Emperador de México) que, al paso de los años, habría de ser considerado uno de los mejores representantes del arte coquinario nacional.

No falta, tampoco, la opinión de que los chiles en nogada fueron hechos por primera vez por las monjas del convento de Santa Mónica,  en la Angelópolis (dejando volar la imaginación veo en las espaciosas cocinas conventuales a unas risueñas mujeres de rubicundos rostros, regordetas manos y voluminosa corpulencia), ya que a las religiosas de esa ciudad se les han atribuido, merecidamente, por cierto, grandes méritos como autoras de un sin fin de sabrosuras.

En el libro Diccionario enciclopédico de gastronomía mexicana  --extraordinaria obra de consulta,  fruto de la paciente investigación del chef Ricardo Muñoz Zurita--- queda asentado que “se trata de una especialidad de la cocina de Puebla que se considera ya platillo nacional   Consiste en un chile poblano relleno de picadillo de cerdo, bañado con salsa de nogada y adornado con perejil y granada roja..Este platillo es motivo de festejo en septiembre , el llamado “mes de la Patria”.  La mejor época para comerlos va de julio a principios de octubre,  porque las frutas:  la nuez y la granada se consiguen de mejor calidad”.

De los chiles en nogada, como del mole, existen múltiples recetas, algunas de las cuales son poco acertadas por el hecho de incorporar ingredientes ajenos a la finura de tan singular guiso. Unos aseguran que la receta original (¿en cuál libro de cocina estará conservada esa “auténtica” receta?) hace saber que los chiles en nogada deben ir capeados. Otros no son partidarios de esa espumosa envoltura. Hay quienes prefieren la nuez encarcelada, con la que se obtiene una nogada ligeramente morena, mientras que la mayoría recurre a la nuez de Castilla, que debe ser fresca e ir pelada, lo que permite que la nogada tenga un aspecto marfileño. Los más ortodoxos aseguran que los chiles deben ir rellenos con carne de res o de ternera, en picadillo, mientras que no faltan los que prefieren la carne de cerdo, asegurando que debe estar deshebrada. Finalmente diré que hay quienes son tan ignaros que en lugar de utilizar la nuez emplean pistache, y entonces no elaboran una nogada sino una pistachada (amén de no sé qué otros cambios realizan en los ingredientes), y de esta manera ofrecen ---como una muestra de su creatividad y talento culinario (¿?)   “chiles en nogada todo el año”

Apenas ayer disfruté de una exquisita comida en “Nicos”, un excelente restaurante fundado hace cincuenta y cinco años por Raymundo Vázquez Estévez y María Elena Lugo de
Váz quez, que ahora es atinadamente dirigido por el chef Gerardo Vázquez  Lugo,  quien desde hace quince años se ha hecho cargo de la cocina y de la dirección de este feudo culinario. Al presente son numerosas las ya de por sí nutridas presentaciones que, por años,  han venido caracterizando al “Nicos”, como las muestras de cocina de Cuaresma, de “Muertos”, y varias otras igualmente exitosas, a más de que este chef ha cimentado la bien ganada categoría de  que “Nicos” es un restaurante donde la cocina mexicana tradicional está muy bien representada.

El motivo de esta nueva visita a tan recomendable salón comedor (sito en Avenida Cuitláhuac 3102, en Azcapotzalco) fue saborear los chiles en nogada, ya que la temporada
en la cual estas delicias son preparadas en “Nicos” ---utilizando para ello los productos de mayor calidad--- ya ha dado comienzo, y se extenderá hasta fines de septiembre.

Para abrir boca probamos queso de oveja tierno envuelto en acelgas baby de colores, una interesante versión de esta hortaliza producida en una parcela que suministra al chef Gerardo Vázquez productos frescos. El resultado de esta combinación me pareció muy apetitosa.

En seguida fue servido el manjar principal: chiles en nogada en sus dos versiones, capeados y sin capear, según el gusto y la preferencia de los cinco comensales allí reunidos. Se trata de un platillo en extremo delicioso, confeccionado con los ingredientes requeridos, para que al degustarlo se experimente la sensación de una verdadera ambrosía. Cabe agregar que fue servido en vajilla de Talavera de Puebla, y advertí que los cinco platos (para los cinco que compartíamos la mesa) eran del mismo tamaño, pero de diseño, colores y decoración diferente, lo que, a mi parecer significa un toque de refinada elegancia en el servicio.

Y como estamos en el mes de agosto, el restaurante “Nicos” lleva a cabo, desde el año 1967, la promoción denominada “Agosto: el mes del vino”, en que esta báquica bebida es ofertada a los clientes a precios reducidos, como una acertada forma de promover su consumo acompañando los alimentos. A este particular agregaré dos palabras: cuando casi nadie, en la capital mexicana, se preocupaba por promover una verdadera cultura gastronómica y enológica, sustentada en el placer que está dado por el hecho de acompañar las comidas con vino, Raymundo Vázquez Estévez tuvo la feliz idea de instituir esta promoción, que después de cuarenta y cinco años continúa vigente.

Ahora en la carta especial de vinos (para esta temporada) aparece la leyenda “Cuando pienses en vino, decide por vino mexicano”, y allí figuran diecinueve bodegas, de Baja California, Coahuila y Querétaro, y a este respecto Gerardo Vázquez Lugo comentó que si la cocina de este restaurante está consagrada a las excelencias de los guisos nacionales, justo es que la carta de vinos muestre los productos  de las principales regiones vitivinícolas de nuestro país, así como también una amplia gama de destilados, tequilas y mezcales, principalmente, de Sonora, Chihuahua, Durango, Zacatecas, San Luis Potosí, Tamaulipas, Guerrero, Guanajuato, Michoacán, Jalisco y Oaxaca. Suman 41 los mezcales de esta carta especial, que muy pocos restaurantes de la ciudad de México pueden igualar. 

miércoles, 15 de agosto de 2012

UN REFINADO GOURMET Y UN INSACIABLE GLOTON


La primera satisfacción del apetito debe
servir siempre como medida para el
comer y beber, y el apetito mismo es
la salsa del placer.

EPICTETO (55-135)

Hace apenas dos días, el 13 de agosto, se cumplieron cuatrocientos noventa y un años de la caída de la capital mexica, la opulenta ciudad de Tenochtitlan, en poder de las huestes de Hernán Cortés. Ese día fue apresado el tlatoani Cuauhtémoc (quien era primo de Moctezuma Xocoyotzin)  por el capitán ibero García Holguín, cuando trataba de escapar ---a bordo de una embarcación-- del cerco impuesto por los bergantines de los españoles. Dicha efeméride es motivo más que suficiente para recordar ahora los hábitos manducatorios de dos poderosos monarcas, uno europeo y el otro americano, quienes gobernaron casi simultáneamente en el siglo XVI.

Cuando los españoles llegaron a la capital del imperio mexica no dejaron de asombrarse del refinamiento mostrado por el monarca azteca. Moctezuma Xocoyotzin  (Moctezuma II, nacido en 1466, ya que Moctezuma I fue llamado Ilhuicamina),  el Tlatoani que gobernó el vasto imperio azteca de 1502 a 1520, quien era  –de acuerdo a la minuciosa descripción que hizo Bernal Díaz del Castillo, en su obra Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España  un gourmet en la cabal acepción de la palabra. Así dice el cronista de aquella gesta épica: “”En el comer, le tenían sus cocineros sobre treinta maneras de guisados, hechos a su manera y usanza, y teníanlos puestos en braseros de barro chicos debajo, porque no se enfriasen, y de aquello que el gran Moctezuma había de comer guisaban más de trescientos platos, sin más de mil para la gente de guarda; y cuando habían de comer, salíase Moctezuma algunas veces con sus principales y mayordomos y le señalaban cuál era el mejor, y de qué aves y cosas estaba guisado....cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de la tierra, codornices, patos mansos y bravos, venados, puerco de la tierra, pajaritos de caña, y palomas, y liebres y conejos y muchas maneras de aves y cosas que se crían en esta tierra......él sentado en un asentadero bajo, rico y blando, y la mesa también baja, y allí le ponían sus manteles de mantas blancas y unos pañizuelos algo largos de lo mismo, y cuatro mujeres muy hermosas y limpias le daban agua a manos en unos como a manera de aguamaniles hondos, que se llaman xicales, y le daban sus toallas, y otras dos mujeres le traían el pan de tortillas......mientras que comía, ni por pensamiento habían de hacer alboroto ni hablar alto los de su guarda, que estaban en las salas. Traíanle frutas de todas cuantas había en la tierra, mas no comía sino muy poca de cuando en cuando””. Hasta aquí la cita de Díaz del Castillo.

Moctezuma II sorprendió a Cortés y a sus lugartenientes por la elegancia de la que hacía gala en sus hábitos manducatorios. En la Segunda Carta de Relación, dirigida al monarca español (Carlos I de España y V de Alemania), Hernán Cortés refiere que a Moctezuma,  “al principio y al fin de la comida y cena siempre le daban agua a manos. Y con la toalla que una vez se limpiaba, nunca se limpiaba más”. El conquistador extremeño ignoraba que la educación que el antepenúltimo emperador azteca había recibido en el Calmecac establecía, entre varios otros rígidos preceptos educativos, lo siguiente: “quiero que adviertas, hijo mío, la manera que has de tener en el comer y en el beber. Se templado en la comida y en la cena...la honestidad que debes tener en el comer es ésta: cuando comieres, no comas con demasiada desenvoltura, ni des grandes bocados en el pan, ni metas mucha vianda junta en la boca, porque no te añuzgues, ni tragues lo que comieres como perro. Comerás con sosiego y con reposo, y beberás con templanza cuando bebieres...mira que no te hartes de comida, sé templado, ama y ejercita la abstinencia y el ayuno”.

Salvador Novo, en su libro Cocina Mexicana o historia gastronómica de la ciudad de México, menciona lo siguiente: “”En términos muy parecidos describe Cortés, en su Segunda Carta de Relación, la comida de Moctezuma. También al capitán le sorprende que “al principio y al final de la comida y la cena, siempre le daban agua a manos y con la toalla que una vez se limpiaba nunca se limpiaba más, ni tampoco los platos y escudillas en que le traían una vez el manjar se los tornaban a traer, sino siempre nuevos, y así hacían con los braserillos””

Todo lo contrario a Moctezuma II era la “Sacra, Católica e Imperial Majestad” de Carlos I de España y V de Alemania, hijo de Felipe el Hermoso y Juana la Loca (ésta última hija de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón), (a quien Hernán Cortés y sus soldados nunca pudieron haber observado cuando comía),  quien abdicó en 1557 a favor de su hijo Felipe II, para recluirse en el monasterio de Yuste, sito en la Provincia de Cáceres, donde continuó con sus pantagruélicas comelitonas, hasta que expiró el imperial glotón, el más representativo de los guzgos, en septiembre de 1558, agobiado su cuerpo por infinidad de dolencias. 

Pedro Antonio de Alarcón dijo de él que “fue el más comilón de los emperadores habidos y por haber. Maravilla leer el ingenio, verdaderamente propio de un gran jefe de Estado Mayor, con que resolvía la gran cuestión de vituallas, proporcionándose en aquella soledad de Yuste los más raros y exóticos manjares; con decir que comía ostras frescas en el centro de España, cuando en España ni siquiera había caminos carreteros, bastará para comprender las artes de que se valdría a fin de hacer llegar en buen estado a la sierra de Jaranda sus alimentos favoritos”.

Manuel M. Martínez  Llopis, en su documentado libro  Historia de la Gastronomía Española”, menciona lo siguiente: “Cansado de gloria y harto de recibir los honores que correspondían al soberano más poderoso del orbe, decidió retirarse ---el 3 de febrero de 1557--- a Yuste para velar por la salvación de su alma, recluido en una celda y alejado de toda pompa, pero sin olvidar del todo el regalo del cuerpo, pues desde que el egregio huésped ocupó su  camareta monacal los monumentales fogones del monasterio se encendían con gran actividad para satisfacer el buen apetito del Emperador”.

Otro escritor, Emilio Castelar, señala que “tenía un apetito voraz, parecido a un hambre continua. Este apetito le constreñía de suyo a comer muchísimo, y este comer excesivo le causaba si no indigestiones sí desarreglos en el estómago. Agréguese a esto la configuración de sus mandíbulas y la imposibilidad absoluta de masticar bien sus alimentos diarios. No se moderó gran cosa en la mesa después de su abdicación y su retiro. Apartado del mundo para satisfacer sus propensiones individuales, interrumpidas por los públicos negocios,  debía darse todo entero a la más natural y más fácil de satisfacer: a la propensión a la comida y la mesa”. 

El cosmógrafo mayor de Carlos I de España y V de Alemania, Alonso de Santacruz,  dejó el siguiente testimonio: “Su mayor fealdad era la boca, porque tenía la dentadura tan desproporcionada con la de arriba, que los dientes no se encontraban nunca, de lo cual se seguían dos daños: el uno tener el habla en gran manera dura, y lo otro tener en el comer mucho trabajo, por no encontrarse los dientes no podía masticar lo que comía, ni bien digerir, de lo cual venía muchas veces a enfermar. En el tiempo de su comida casi no hablaba palabra y tampoco en la sala donde estaba. Los manjares que más le agradaban eran de venados y puercos monteses, de avutardas y grúas. No era amigo de comer potajes, sino de asado y cocido, ni jamás le servían lo que hubiese de comer, sino que él mismo se lo había de tomar”.

Roger Asma, por su parte, escribió que había bañado su abundante comida con generosos tragos de vino. “Sumergió su cabeza en un gran vaso de plata y en cada ocasión bebió por lo menos un cuarto de galón –casi un litro—  de vino del Rin”.

Otro testimonio es el de Van Meale, ayuda de cámara de aquel regio personaje que vivió sesenta años (y quien al morir presentaba el aspecto de un decrépito anciano), quien pensaba que el hambre exagerada que padecía era “el manantial antiguo y muy profundo de las numerosas enfermedades del Emperador”.

De ese rey ibero menciona Néstor Luján las siguientes frases: “Aún no ha cumplido los cincuenta y seis años cuando renuncia en Flandes a todas sus dignidades, y meses más tarde marcha hacia el monasterio donde acabará sus días. La retirada del Emperador sorprendió al mundo entero, y tiene su origen en un estado anímico derivado posiblemente de sus agudas dolencias. Y es que semejaba ya un anciano a los cuarenta y cinco años de edad....La imagen del césar Carlos montado a caballo ante sus tropas, con la pierna en cabestrillo por la gota, es de una feroz y majestuosa vitalidad. Aparece en ella el acusado prognatismo de su rostro, que le obligaba a tener la boca abierta, tanto más cuanto que su labio inferior era extraordinariamente grueso, como suele suceder en la familia Habsburgo....Es evidente que su masticación era muy deficiente, amén de tener, desde muy joven, una dentadura escasa y mala. Cerrando la boca, no podía juntar los dientes. Así pues, no es raro que digiriese dificultosamente, sobre todo si consideramos que engullía con una voracidad ansiosa e irreprimible”

A continuación agrega el ameno escritor que es Néstor Luján, autor de preciosos libros en torno a la gastronomía: “Carlos V no se corrigió jamás. En Yuste siguió devorando sus manjares predilectos a pesar del refrán español que dice “la gota se cura tapando la boca”. El monasterio y su maravilloso y sosegado paisaje no gustaron a ninguno de sus acompañantes, aunque vivían con gala y lucimiento y no se privaban de ningún manjar. Las relaciones de su secretario Gaztelu y su mayordomo Luis Méndez Quijada, quien hacía treinta años que le servía, expresan la preocupación de no poder satisfacer en todos los puntos a la portentosa y abismal glotonería de Carlos V. Y, sin embargo, conocemos los manjares que llegaban hasta el monasterio: ostras vivas o picadas, anchoas en salazón, sardinas, mariscos de toda especie conservados en unas cajas con hielo o nieve, pasteles de lamprea, la enigmática jalea de anguilas, perdices, liebres y venados, las frutas de Yuste, los espárragos.

Carlos I había llevado al retiro a su propio cervecero y acompañaba sus pantagruélicas comidas con grandes cantidades de cerveza helada, a pesar de las hemorroides y de la gota que le atormentaron sus últimos días”.

Es muy probable que si tuviéramos la oportunidad de revisar la historia clínica del emperador español Carlos I, quien, al decir de sus contemporáneos  (sobre todo de quienes estuvieron cerca de él,  en sus años de retiro en el cenobio de Yuste, y fueron testigos de los estragos que las enfermedades de origen metabólico hicieron en el maltrecho organismo del otrora poderoso césar),  padecía de numerosas enfermedades atribuibles a su desenfrenada gula, nos daríamos cuenta que esas notas médicas  mostraban   estrecha similitud con la descripción del estado de salud  del rey inglés Enrique VIII, el padre de Isabel I. Este obeso monarca sufrió, igualmente, de múltiples dolencias físicas, debidas, seguramente, a sus excesos en el comer y en el beber. Su obesidad le produjo, entre otros muchos  problemas, impotencia sexual, lo que para un rey que anhelaba, de manera ardiente,  tener descendencia masculina,  era un trastorno mayúsculo. Al llegar la muerte a ambos monarcas sus organismos mostraban una acentuada decrepitud,  que es posible apreciar en los retratos que de ellos hicieron varios pintores, a pesar de que los estragos del tiempo, visibles sobre todo en el rostro de esos regios personajes, fuesen  suavizados por los artistas que dejaron a la posteridad la imagen caduca de esos aristócratas.




martes, 14 de agosto de 2012

LOS VINOS DE FREIXENET DE MEXICO


El vino es la bebida dietética más importante
de  uso continuo en la historia de la humanidad.

ANDRÉ TCHELISTCHEFF
(1901-1994)

El Grupo Enológico Mexicano ha realizado, desde enero de 1995 y hasta el día 13 de agosto de 2012,  doscientas veintiún catas “ciegas” de vinos,  de diecinueve países. En  ese crecido número de degustaciones, tendientes a conocer las cualidades y características organolépticas de los caldos evaluados, se han registrado repeticiones en la presencia de las empresas participantes. Este es el caso de la bodega vitivinícola Freixenet de México ---sita en el municipio de Ezequiel Montes, en el estado de Querétaro---, cuyos vinos han sido analizados previamente en cinco ocasiones, siendo la sexta la correspondiente a la cata número 221, celebrada el lunes 13 de agosto de 2012, a la cual hago referencia en este artículo. El hecho de que hayan tenido lugar estas seis catas señala, de manera ostensible, la confianza que los sucesivos directivos de esta bodega mexicana, ubicada en las proximidades de la población de Tequisquiapan, han tenido en las evaluaciones realizadas por los catadores del Grupo Enológico Mexicano. Igualmente son numerosas las visitas a la hermosa Finca Doña Dolores  --sede de Freixenet de México---, realizadas por los miembros de esta agrupación de enófilos, en ocasión de diversas festividades enológicas, en las cuales han sido degustados los vinos de esta acreditada empresa vitivinícola mexicana.  

Esta es la relación de esas degustaciones analíticas. En la cata “ciega” número 114, celebrada el domingo 13 de febrero de 2005, fueron degustados cuatro vinos a la orilla de Lago de la Luna, en el cráter del Nevado de Toluca, a una altitud de 4.216 metros sobre el nivel del mar. Esta fue la segunda cata (de las quince que han tenido lugar hasta ahora)  en la alta montaña de México, en un paraje geográfico cuyas coordenadas fueron registradas en el aparato denominado General Positioning System (G.P.S.) con estas cifras: 19°07’57.2’’ Latitud Norte y 98°38’58.7’’ Estas catas a grandes alturas han permitido apreciar los cambios que tienen lugar en los vinos, ya que al disminuir el peso de la atmósfera en el interior de la copa (en esos elevados parajes montañosos la presión barométrica corresponde a un sexto de la que existe a nivel del mar) los ésteres y los aldehídos de los vinos se liberan de manera más acentuada, y con ello es posible detectar que los aromas son percibidos por los catadores con  mayor intensidad. En esta degustación participó Josep Antón Llaquet, a la sazón enólogo y gerente de Freixenet de Mèxico.   

Un año más tarde, en la cata número 131, que tuvo lugar en un salón del hotel Marquis Reforma, el lunes 27 de marzo de 2006, fueron catados seis vinos. En la cata 158, del martes 25 de marzo de 2008, realizada en el mismo sitio,  la degustación fue de ocho vinos. Para la cata número 169, la décimo segunda en la alta montaña, el paraje montañoso elegido fue el que lleva por nombre Altzomoni, frente a la Iztaccíhuatl, a una altitud de cuatro mil metros sobre el nivel del mar. El domingo 8 de febrero de 2009 allí catamos cinco vinos de esta bodega mexicana, y uno de los catadores fue Jordi Fos, a la sazón enólogo y gerente de Freixenet de México.

Un mes más tarde, el sábado 21 de marzo de 2009, se llevó a cabo la cata número 171, que vino a ser la Primera Cata en México en Globo Aerostático, en la población de Tequisquiapan, Querétaro. En cuatro globos los catadores del Grupo Enológico Mexicano, acompañados por Jordi Fos, ascendieron a una altura de mil metros sobre el nivel del suelo, y a bordo de esos vehículos aéreos efectuaron la cata de tres vinos: un espumoso, un blanco y un tinto.

Cabe agregar que el día 10 de noviembre de 1986 fue  inaugurada la planta Freixenet de México, sita en las goteras de la población de Ezequiel Montes, en el kilómetro 40.5 de la carretera San Juan del Río a Cadereyta. Las cavas subterráneas ocupan una parte del predio rural de cincuenta hectáreas, (sembradas de las siguientes variedades; Ugni Blanc, Macabeo, Merlot, Cabernet Sauvignon, Chardonnay y Pinot Noir), y se ubican a una profundidad de veinticinco metros, donde la temperatura es casi constante de doce grados centígrados durante todo el año. Allí reposan aproximadamente cuatro millones de botellas.

La producción de los vinos tranquilos representan el 5 % del total (75.000 litros), y el de vinos espumosos (elaborados conforme al Método Tradicional, antaño denominado Método Champenoise) corresponde al 95% (cantidad equivalente a 1.5 millones de litros.

La cata “ciega” mensual número 221  del  Grupo Enológico Mexicano, correspondiente al mes de agosto de 2012, tuvo lugar en el salón “Decanter”, del hotel St. Regis México City. Ese día fueron degustados  ocho vinos de Freixenet de México, bodega de la cual es ahora gerente el enólogo catalán Lluis Raventós Llopart, recién llegado a México, en substitución de Jordi Fos, quien retornó a su natal Cataluña a ocupar un puesto directivo en la empresa matriz Freixenet..

La Mesa de Catadores estuvo integrada esa tarde por los siguientes enófilos: Patricia Amtmann,  Alejandra Vergara, Raymundo López Castro, José del Valle Rivas, Gustavo Riva Palacio, Darío Negrelos, Mauricio Romero, Carlos Ruíz, Roberto Quaas Weppen y  Miguel Guzmán Peredo.

Las calificaciones están basadas en los parámetros que maneja el Grupo Enológico Mexicano. Aquellos vinos cuya calificación oscila entre los 50 y los 59 puntos son considerados “no recomendables”. Si la puntuación se halla comprendida entre los 60 y los 74 puntos, son juzgados “bebibles”. Una calificación entre los 75 y los 84 puntos permite evaluarlos como “buenos”. Si el puntaje oscila entre los 85 y los 94 puntos, son juzgados “muy buenos”. En el caso de que la calificación esté comprendida entre los 95 y los 100 puntos, entonces alcanzan la categoría de “extraordinarios”.

Los resultados fueron los siguientes:

Vinos espumosos:
1.- Viña Doña Dolores Chardonnay Brut Nature. S/A  Monovarietal 100% Chardonnay. 12.5%  Alc. Vol. Crianza mínima de 12 meses en botella, sobre las lías, después de la segunda fermentación. Calificación: 85.00   puntos. Precio: $230.00

2.- Viña Doña Dolores Brut Nature Gran Reserva. S/A Coupage de 40% Saint Emilion, 40%  Macabeo, 15% Chenin Blanc y 5% Pinot Noir. 11.5% Alc. Vol.  Crianza mínima de 24  meses en botella, sobre las lías, después de la segunda fermentación.. Calificación:  84.50  puntos. Precio: $185.00

2.- (Empate) Viña Doña Dolores Dulce. S/A  Coupage de 40% Saint Emilion, 40%  Macabeo, 15% Chenin Blanc y 5% Pinot Noir. 11.5% Alc. Vol.  Crianza mínima de 18  meses en botella, sobre las lías,  después de la segunda fermentación. Calificación:  84.50    puntos. Precio: $131.00

3.- Viña Doña Dolores Rosé Brut Nature.  S/A  Coupage de 90% Pinot Noir y 10% Macabeo. 12.5%  Alc. Vol. Crianza mínima de 18 meses en botella, sobre las lías, después de la segunda fermentación.  Calificación:  82.50   puntos. Precio: $146.00

Vino Blanco:
1.- Viña Doña Dolores Chardonnay, cosecha 2009. Monovarietal 100% Chardonnay. 12.5% Alc. Vol. Crianza de 1 a 3 meses en barrica. Calificación: 88.40  puntos. Precio:  $125.00

Vinos Tintos:
1.- Viña Doña Dolores  4 Regiones, cosecha  2009 Coupage de Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Malbec, Tempranillo, Merlot y Syrah (uvas procedentes de Aguascalientes, Guanajuato, Querétaro y Zacatecas). 12.5% Alc. Vol. Crianza de 4 meses en barrica nueva francesa y estadounidense.  Calificación: 86.40    puntos. Precio: $ 297.00

2.- Viña Doña Dolores Gran Reserva, cosecha 2006 Coupage de 60% Cabernet Sauvignon y 40% Malbec. 12.5% Alc. Vol.  Crianza de 14 meses en barrica de roble estadounidense y posterior reposo en botella durante 10 meses. Calificación: 84.70     puntos. Precio: $ 233.00

3.- Viña Doña Dolores Crianza, cosecha 2009  Coupage de 60% Cabernet Sauvignon y 40% Malbec. 12.5% Alc. Vol. Crianza de 8 meses en barrica estadounidense y posterior reposo en botella durante 8 meses. Calificación. 82.70   Puntos. Precio: $184.00

Al finalizar la cata evaluativa los catadores disfrutaron de una exquisita cena, preparada por Sergio Esquivel, Sous chef del hotel St. Regis México City. Primeramente un Amuse Bouche. A continuación una delicia,  Caracoles en mantequilla de perejil y estragón. El platillo principal fue Filete Mignon a la parrilla, con salsa de pimienta, Spätzle y champiñones rostizados (un manjar de señalada sabrositud) , Concluimos con el postre: Coco Cassis con pan de especias, mousse de caramelo, sorbete de coco y jarabe de marrasquino, y con un aromático café express. Los vinos para acompañar estos guisos fueron Viña Doña Dolores Chardonnay Brut Nature,  Viña Doña Dolores Chardonnay, cosecha 2009, y Viña Doña Dolores  4 Regiones, cosecha  2009.  

miércoles, 1 de agosto de 2012

BREVE HISTORIA DEL VINO EN MEXICO


El vino, cuando se bebe con inspiración sincera,
sólo puede compararse al beso de una doncella
NICANOR PARRA (1914)


ANTECEDENTES

Se tiene conocimiento de que hace seis o siete mil años dio comienzo en Sumeria, el país de mayor antigüedad en Mesopotamia  ---flanqueado por los ríos Tigris y Eufrates---, el cultivo de la vid y la consecuente elaboración de vino. De aquí se propagó la actividad agrícola que tiene por finalidad la vitivinicultura a las regiones vecinas y los valles limitados por los ríos Tigris y Eufrates, para más tarde desarrollarse en sitios más distantes. En Ur, la antigua capital de Mesopotamia, fueron descubiertas numerosas tablillas de barro cocido con una edad estimada de 2 750 años, en las cuales, en escritura cuneiforme, quedan descritos diversos episodios de la elaboración del vino.

Otros especialistas en lo concerniente a la antigüedad del vino, refieren que la vitivinicultura en Georgia (un país ubicado en los límites de Europa y Asia, que antaño formó parte de la Unión Soviética) dio comienzo hace aproximadamente siete mil años. De acuerdo al dictamen de los paleobotánicos ---quienes analizan las características de las plantas de tiempos muy remotos--- han sido encontradas en territorio georgiano hojas de parra de edades geológicas prehistóricas. Ello los lleva a asegurar que la elaboración del vino era conocida para los moradores de esa región, que se localiza en la costa del Mar Negro. La palabra en lengua georgiana que designa al vino es gvino. En el blog español Top Cuina leí que la primogenitura del vino en Georgia “se pone de manifiesto en la exposición permanente que encontramos en la primera planta del Museo del Vino de Londres (Vinopolis), cuyo recorrido comienza precisamente relatando el papel de Georgia en el origen del vino”.

Otros historiadores del vino señalan que hace poco más de cinco milenios, en algún punto ribereño del Mar Negro, fue  donde por primera vez, quizá en forma accidental, los hombres comenzaron a elaborar vino, al producirse la fermentación espontánea del jugo fresco de uvas contenidas en vasijas o ánforas, en las cuales era almacenados para ser consumidos como frutos frescos.

Del Medio Oriente, la tierra donde se presume nació la vitivinicultura, la vid fue llevada a Grecia, y más tarde los romanos se convirtieron en los máximos propagadores ese cultivo, ya que al mismo tiempo que las legiones de Roma llegaban a los cuatro puntos cardinales del mundo entonces conocido, se sembraban viñedos en Germania, Britania, Galia, Iberia, Lusitania y la península italiana, a la cual 30 siglos atrás los griegos habían dado el poético nombre de Oinotria, que significa “la tierra del vino”.

También en Egipto, la tierra de los faraones, floreció el cultivo de la vid, y por ende la elaboración del vino, hace aproximadamente tres mil años. Recordemos que en la tumba de Tutankamón, fallecido en el año 1354 A.C., a la edad de 18 años, fueron encontradas tres ánforas que, en su momento, contenían vino de tres tipos diferentes; blanco, tinto y uno dulce, según pudo conocerse merced las recientes investigaciones de María Rosa Guasch, de España.  En esos recipientes se lee la palabra Irep, que designa a ese delicioso néctar etílico. La Bodega española Santalba, de la Denominación de Origen Calificada Rioja, elabora hoy en día un vino tinto de este nombre.

DIVINIDADES DEL VINO

Era tan señalada la importancia del vino para los pueblos de edades pretéritas, especialmente para aquellos del Medio Oriente y el archipiélago helénico, que muy pronto surgieron numerosas figuras tutelares, a quienes los habitantes de esas regiones otorgaron el rango de divinidades del vino. Los indoarios consideraban que Soma era el numen que les había enseñado la manera de elaborar vino.  Para los egipcios era Osiris  (el esposo de Isis) quien les transmitió ese conocimiento. Los vedas daban el nombre de Brama a un dios similar, mientras que los frigios lo llamaban Sabacio. El pueblo iraní denominaba a esa deidad Haoma, en tanto que los caldeos consideraban a Xiutros el numen tutelar del vino. Para los sumerios esa divinidad era Gestin, y los etruscos dieron el nombre de Fufluns a esa deidad del vino.

Los nombres más conocidos del dios del vino, de acuerdo a otras mitologías, son  Dionisios y Baco. En la civilización griega estaba muy difundido el culto a Dionisios, considerado hijo de Zeus  --el padre de los dioses, quienes moraban en el Olimpo--- y de Sémele, la diosa de la Tierra. Las festividades en honor de Dionisios recibían el nombre de Dionisiacas. Para los romanos, herederos directos de la prodigiosa cultura helénica, el dios del vino era Baco, hijo de Júpiter y de Sémele. Los festejos en su honor eran llamados Bacanales.

En Mesoamérica no se conoció el vino en la época previa a la llegada de los conquistadores españoles. Los pobladores de estas regiones conocían y saboreaban el pulque, una bebida fermentada obtenida del aguamiel, extraído del maguey. A esa néctar etílico le dieron el nombre de Octli, o de Iztac Octli. Los primeros pobladores de estas tierras tenían como deidades vinculadas al pulque a Mayáhuel, a Ometochtli y a Tezcatzontécatl.

EL VINO EN EL CONTINENTE AMERICANO

Pasados los siglos, cuando tuvo lugar el descubrimiento de América, en 1492, se fue tornando considerable el envío, en los cargamentos de los barcos que se dirigían al Nuevo Mundo, de importantes cantidades de barricas con vino, ya que los españoles incluían, de manera señalada, esta saludable bebida en su dieta cotidiana. Las flotas que salían de Sevilla o de Cádiz con destino a las Indias Occidentales  ---como solía designarse a las tierras recién descubiertas---,  transportaban gran cantidad de barricas con vino, que viajaban sujetas a todos los accidentes ocasionados por una prolongada navegación transatlántica. Por esta razón, se pensó en la necesidad de intentar el cultivo de la vid en aquellos lugares donde las condiciones climáticas fuesen apropiadas para la vid, como primer paso para obtener vino.

A este particular asienta Luis Hidalgo en su ensayo Notas históricas sobre los orígenes españoles del cultivo de la vid en América: El vino constituía en los siglos XV y XVI un complemento indispensable en la dieta del pueblo español, y por ello, desde el primer momento está su presencia en los bastimentos de las expediciones del descubrimiento y colonización de América. Se hacía necesario e imprescindible para los tripulantes, gentes de armas y colonizadores que tomaban parte en las mismas, pues el vino se consumía como alimento, como medicina y como reparador de fuerzas”.

En América, y sobre todo en la Nueva España, los colonizadores encontraron uvas silvestres diferentes de la Vitis vinífera europea (de la cual, se asegura, se han derivado más de seis mil variedades), la especie más apropiada para producir vinos de buen sabor y calidad. En las Indias Occidentales había otras especies, como la Vitis rupestris, la Vitis berlandieri, Vitis cinerea y la Vitis labrusca, con las cuales  llegaron a elaborar vinos ásperos y poco gratos al paladar.

EL VINO EN MEXICO HACE CINCO SIGLOS

Juan de Grijalva es considerado el primer europeo que bebió vino acompañado de varios señores aztecas en tierras que hoy llevan el nombre de México. El navegante español, siguiendo los pasos de Francisco Hernández de Córdoba   –quien en 1517 había explorado parte de la costa de Yucatán–, encabezó una expedición ordenada por Diego Velázquez, gobernador de Cuba. En enero de 1518 zarpó Grijalva de la ciudad de Santiago de Cuba y recorrió la costa de la isla de Cozumel y una parte del litoral de la península yucateca hasta llegar a ”las playas de la actual San Juan de Ulúa, a la que llamó Santa María de las Nieves, primer nombre español en México”. Antes, en el río Banderas, recibió a los emisarios de Moctezuma  Xocoyotzin, noveno señor mexica. Algunas referencias bibliográficas mencionan que el 24 de junio de 1517 se bebió vino por primera vez en México en una comida ofrecida por Juan de Grijalva a cinco enviados del monarca azteca. Lo más probable es que ese ágape haya tenido lugar ---si acaso ocurrió dicho encuentro entre aztecas e hispanos--- en junio de 1518, fecha en la cual Grijalva se encontraba en la zona de influencia del tlatoani mexica.

De la misma manera, sin que quienes lo aseguran ofrezcan certeras pruebas testimoniales, se afirma que el 17 de agosto de 1521, una vez caída la capital del imperio azteca en poder de las huestes de Hernán Cortés, el capitán extremeño dispuso un banquete para celebrar su victoria sobre Cuauhtémoc, así como que en ese festín se consumió mucho vino. Tengo la certeza de que en ese condumio, si acaso se realizó, no se bebió vino, y para ello argumento lo siguiente: Cortés llegó en abril de 1519 a Veracruz y después de todas las peripecias registradas para apoderarse de Tenochtitlán, el 13 de  agosto de 1521  –incluida la trágica huida de la mal llamada “noche triste” y el enfrentamiento con el ejército de Pánfilo de Narváez–,   muy dificultoso sería que dispusiese de vino para tal comilona, que afirman tuvo lugar apenas caída la capital azteca en poder de los conquistadores españoles.  
 
En un texto periodístico de 1992,  publicado en Revista de Revistas, Jorge Laso de la Vega menciona que “La Nueva España se convirtió en el principal destino para los vinos y licores de la península ibérica. Tan sólo durante el gobierno de Cortés dieciséis barcos hispanos llegaban cada año procedentes de Cádiz cargados hasta las bordas con Jerez de Chiclana y Puerto Real y licores de Sanlúcar de Barrameda y Sevilla.... Se ha establecido con certeza que no menos de cincuenta navíos de alto  bordo, cargados con toneles de vinos arribaban cada año a la Villa Rica de la Veracruz, además de las dieciséis embarcaciones de Cádiz”.

Corresponde a Hernán Cortés el mérito de haber sido el primer promotor del cultivo de la Vitis vinífera en México, el primer sitio del continente americano donde comenzó a ser cultivada regularmente la vid. El 20 de marzo de 1524  –otros dicen que el 24 de marzo del mismo año–  firmó las Ordenanzas de buen gobierno dadas por Hernán Cortés para los vecinos y moradores de la Nueva España. Luis Hidalgo, enólogo español, afirma que estas Ordenanzas se hallan  en el Archivo del Duque de Terranova y Monteleone, en el Hospital de Jesús, de la ciudad de México. En el decreto signado por Cortés queda asentado que “cualquier vecino que tuviese indios de repartimiento sea obligado a poner en ellos en cada año, con cada cien indios de los que tuviera de repartimiento, mil sarmientos, aunque sean de la planta de su tierra, escogiendo la mejor que pudiera hallar. Entiéndase que los ponga y los tenga bien pesos y bien curados,  en manera que puedan fructificar,  los cuales dichos sarmientos pueda poner en la parte que a él le pareciere, no perjudicando tercero, y que los ponga en cada año, como dicho es, en los tiempos en que convienen plantarse, hasta que llegue a dicha cantidad con cada cien indios cinco mil cepas; so pena que por el primer año que no las pusiere y cultivase,  pague medio marco de oro. (Ítem) que habiendo en la tierra plantas de vides de las de España en cantidad que se pueda hacer, sean obligados a engerir las cepas que tuvieren de las plantas de la tierra” (sic).

  Resulta admirable advertir el método empleado por los españoles para hacer de la profusión de vides silvestres el cultivo de la Vitis vinífera.  Es  evidente que sobre las cepas silvestres se procedió a injertar las vides españolas. Por ello el juicio de Luis Hidalgo es certero al afirmar: “Es indudable la gran visión de Hernán Cortés al llegar a establecer, en el año 1524, la injertación de la Vitis vinifera como práctica vitícola, cuando ello no se realizaba en el resto del mundo, con más de 350 años de anticipación a cuanto la mencionada práctica se hizo necesaria en el cultivo de la vid, como consecuencia de la invasión filoxérica en Europa”.

Hacia 1531 el emperador Carlos I de España y V de Alemania (1500-1558) ordenó que todos los navíos con destino a las Indias llevasen “plantas de viñas y olivos”, pues se consideraba conveniente que los viñedos y olivares se multiplicasen por doquier  en la extensa superficie de las colonias hispanas en América. Por esta razón se mostraba muy prometedor el cultivo de la vid en la Nueva España, cuyos principales propagadores eran los misioneros, quienes requerían de las uvas para elaborar el vino necesario para oficiar las misas. De esta manera, los viñedos crecieron en torno a los conventos en forma semejante como había ocurrido en Europa siglos atrás.

Cabe agregar que el cultivo de la vid en la Nueva España tiene sus orígenes en el viñedo de la península ibérica, a donde había sido llevado, hace unos veintisiete siglos, por los fenicios y por los griegos. De España se propagó luego al continente americano, siendo nuestro país el primero en América donde se cultivó regularmente la milenaria planta de la vid. Posteriormente desde México sería llevada a Perú, a Chile y después a Argentina. En alguna otra crónica acerca del devenir secular de la industria vitivinícola nacional escribí que el viñedo de la Nueva España comenzó a extenderse a partir de la ciudad de México, la capital del virreinato más floreciente de la metrópoli hispana en América, hacia las regiones septentrionales: Querétaro, Puebla, Oaxaca, Guanajuato y San Luis Potosí, Más tarde fue llevado a  tierras septentrionales de las provincias de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya, Nueva Extremadura y Baja California, alcanzando igualmente un gran desarrollo en el Valle de Parras.  La Misión de Santa María de las Parras, en tierras de la Nueva Extremadura, fue fundada en 1568 por fray Pedro de Escobedo, pero debido a la belicosidad de los aborígenes de esa región fue abandonada a los pocos años.  Lorenzo García, después de “haber sentado allí sus lares”, construido su casa y vivir de los frutos y cosechas de esa tierra, solicitó una “Merced” al Rey de España, misma que recibió en agosto de 1597. A tan  lejanos años se remonta la historia de la primera  vitivinícola del continente americano, que hoy en día lleva el nombre de Casa Madero”.

En un artículo periodístico publicado hace varios años asenté que “Se tiene la certeza, como  asevera José Milmo (QEPD), quien fuera por muchos años Director General de Casa Madero,  que “El primer vino americano fue hecho por el grupo de colonizadores españoles  que, en 1574,  llegó al Valle de Parras en compañía del Jesuita Pedro de Espinareda. Ellos, al ver los manantiales de agua y la profusión de parras silvestres de la región, decidieron establecerse en el valle y fundar la Misión de Santa María de las Parras, en donde elaboraron el vino con las uvas cosechadas de las parras silvestres de la región”.
  
Tiempo después los misioneros jesuitas llevaron, a finales del siglo XVII, el cultivo de la vid, a la Baja California. En 1697 el misionero jesuita Juan María Salvatierra fundó la Misión de Nuestra Señora de Loreto Conchó, en la costa del Gofo de California. Esta fue la primera misión permanente en aquellos distantes parajes, que fungió, durante varios siglos, como ciudad capital de ambas Californias, la Baja y la Alta, desde donde se habría de irradiar ese cultivo hasta las tierras más septentrionales. Fray Juan de Ugarte trasladó parras de Vitis vinifera a la Misión de San Javier, en los primeros años del siglo XVIII, y desde allí los religiosos de esa orden difundieron esta actividad agrícola a regiones más septentrionales, donde fundaron ocho misiones. Se asegura que fue en la Misión de San Javier, hoy en día en la vecina entidad de Baja California Sur, donde se elaboró vino por primera vez, en aquellas lejanas tierras peninsulares.

Fray  Junípero Serra, monje franciscano, llevó desde Loreto ese cultivo a la Alta California, en 1769, donde fundó la Misión de San Diego de Alcalá, en torno a la cual creció la ciudad de San Diego. Los viñedos sembrados por este monje mallorquino constituyen el antecedente directo de la pujante industria vinícola del estado de California, ya que estableció nueve misiones desde San Diego hasta San Francisco,  en tierras ahora pertenecientes a Estados Unidos de América. En su tarea, encomiable en grado superlativo, lo mismo atendía  las necesidades espirituales de los naturales que evangelizaba, cultivaba las viñas y elaboraba vino.

Si bien a Junípero Serra se le tiene por el pionero de la vitivinicultura en California ---y, por ende, de esta industria en el vecino país del norte---, es preciso mencionar que los historiadores aseveran que en 1619  –150 años antes de la llegada del monje franciscano a San Diego–, lord Delaware hizo llevar a la colonia de Virginia vides procedentes de Francia y Alemania, lo mismo que viñadores europeos para promover la elaboración del vino. En 1623 la Junta Colonial de Virginia dictó una ley que obligaba a cada colono residente a plantar diez viñas con miras a difundir su cultivo. También he encontrado noticias acerca de que en 1609 los misioneros franciscanos llevaron a Nuevo México  (a la sazón territorio sujeto a la hegemonía del virreinato de la Nueva España)  el cultivo de la vid con la finalidad de elaborar vino, para celebrar la ceremonia de la misa.

La inicial bonanza registrada por la vitivinicultura novohispana en el siglo XVI,  y  la consiguiente disminución de la exportación de vinos hispanos, de Andalucía, principalmente, hacia las tierras recién conquistadas e incorporadas a la corona española,  despertó profundo disgusto a los productores españoles, quienes vieron amenazados sus intereses por la merma que se venía registrando en los envíos hacia la Nueva España. Por tal motivo, Felipe II  (1527-1598),  hijo y sucesor de Carlos I de España y V de Alemania,  prohibió, en 1595, que fuesen plantados nuevos viñedos en América, y también ordenó que fuesen destruidos los ya existentes. Siglos más tarde, en el año 1803, el virrey José de Iturrigaray recibió instrucciones del rey Carlos IV (1748-1819), en el sentido de que debían ser arrancadas las viñas de la Nueva España, “porque el comercio de Cádiz se queja de la disminución en el consumo de vinos de España”.

Miguel Hidalgo y Costilla, iniciador de la guerra de independencia, promovió la vitivinicultura en la Intendencia de Guanajuato. Durante su gestión como párroco del poblado de Dolores, de 1803 a 1810, fomentó el cultivo de la vid y la consecuente producción de vino. He  leído en algún libro que el vino elaborado por Miguel Hidalgo gozaba de señalado aprecio por quienes lo degustaban.

Cuando Agustín de Iturbide fue emperador de México trató de fomentar la incipiente industria vitivinícola nacional, para lo cual en 1824   –tres siglos después del decreto expedido por Hernán Cortés–,  ordenó que se aplicasen impuestos hasta de 35% a los vinos importados como una forma de estimular  la producción en México. En 1843 Antonio López de Santa Anna, atendiendo las recomendaciones de Lucas Alamán, ministro en su gabinete, fundó la Escuela Nacional de Agricultura, en Chapingo, desde donde se procuró favorecer la difusión de las viñas en territorio mexicano

 En 1870 fue fundada la Bodega de San Luis Rey, en la población de San Luis de la Paz, en el estado de Guanajuato. De esta bodega (de la cual ignoro donde estaban ubicados sus viñedos) conviene decir que su actividad era en extremo polifacética, ya que a más de un vino tinto “tipo Rioja” y de un vino blanco seco, elaboraban Vermouth, Amontillado, Málaga, Jerez, Oporto, Moscatel, Brandy y Aguardiente Blanco, así como diversos “vinos de frutas”.  Seguramente contaba con un extraordinario enólogo, experimentado lo mismo en la elaboración de vinos tranquilos y vinos fortalecidos que en destilados y licores de la más diversa índole. En el año 1970 visité esta bodega, propiedad de Rafael Gamba, cuyas cavas están localizadas en los túneles (que recorrí y me sorprendieron por su extensión) que partiendo de la iglesia parroquial llegaban hasta las goteras de la población. En el año 2009, en una nueva visita a esa población guanajuatense, fui informado que ya había desaparecido tan singular bodega. 

Las Bodegas de Santo Tomás se remontan a 1888, y fueron establecidas en el sitio donde en 1791 José Loriente fundó la Misión de Santo Tomás de Aquino. Y en 1907 un grupo de familias venidas de Rusia se asentaron en un predio de la ex Misión de Guadalupe, fundada en 1834 por fray Félix Caballero con el nombre de Misión de Nuestra Señora de Guadalupe del Norte, y allí sembraron trigo para después cambiar ese cultivo  por vides. Estos molokanes fueron los iniciadores de la producción de vino en el Valle de Guadalupe, ubicado a corta distancia al noreste de Ensenada, área geográfica donde se elaboran algunos de los mejores vinos de México.

A  partir de la tercera década del siglo XX comenzó un cierto auge en la vitivinicultura nacional. Abelardo L. Rodríguez, presidente de México de 1932 a 1934, compró las Bodegas de Santo Tomás e instaló en la ciudad de Ensenada una planta vinificadora. En 1936 se establece la Vinícola Regional y un italiano llegado a México, Angelo Cetto,  comienza a elaborar vinos de calidad en el Valle de Guadalupe.

El desenvolvimiento de la industria vitivinícola en México, al paso de los siglos, ha sido en extremo irregular, pasando de unas épocas de incipiente desarrollo ---que permitía avizorar un promisorio auge vinícola---   a otras en las cuales la elaboración de vino ha sido en extremo raquítica, debido a múltiples factores, que incidieron, repetida y negativamente, en lo que  pudiera haber sido una pujante actividad agrícola.  Estos frecuentes altibajos, que han estado presentes en la vitivinicultura nacional, desde el siglo XVIII hasta el XX, han sido los adversos condicionantes a los que han estado sometidos los productores de vino en nuestro país, a diferencia de lo ocurrido con sus homólogos en Chile, Argentina o Estados Unidos de América, donde situaciones de mayor estabilidad política, social,  económica, o simplemente de carácter fiscal, han permitido que esas industrias hayan florecido de manera sorprendente, y por ello, hoy en día, esas naciones ocupan envidiable lugar en el concierto de los países vitivinícolas más importantes del mundo.

EL APOGEO DEL VINO EN MEXICO

Es casi seguro que pueda fijarse en la década de los años noventa del siglo pasado el comienzo del más reciente ---y espero sea el más prolongado y duradero---   florecimiento de la vitivinicultura mexicana. Ya habían quedado atrás los aciagos días en que de ochenta y tres empresas productoras de vinos, destinados a catorce firmas comerciales (que había en 1983), para 1989 únicamente quedaban veintitrés empresas, que elaboraban vino para once firmas comercializadoras. A mi parecer, a partir de 1990 los consumidores de vino mexicano pudieron advertir la encomiable calidad que empezó a caracterizar a estos caldos etílicos. Resultado de un  tenaz esfuerzo, de la aplicación de cuantiosos recursos y sirviéndose para ello de la más moderna tecnología, los productores nacionales lanzaron al mercado, tanto nacional como internacional, vinos de mesa de una nueva generación, que muy pronto se distinguieron por su sorprendente calidad, exquisita finura y delicioso sabor.
En el mercado interno los enófilos pudieron degustar vinos de plausible categoría, que no tardaron en competir ventajosamente con otros llegados de países tradicionalmente exportadores, como Francia, Italia, España,  Chile, Argentina y Estados Unidos de América. Y si esta era la circunstancia que privaba en el comercio nacional, en la esfera internacional los vinos mexicanos comenzaron a incursionar exitosamente. Al principio fueron tímidos balbuceos, al participar algunos productores en los más importantes concursos internacionales, pero al cabo de unos pocos años los premios y reconocimientos a la calidad de  nuestros vinos fueron más frecuentes. Considero conveniente señalar que, al presente, suman ya más de doscientas las medallas, de oro, plata y bronce, que los vinos mexicanos han alcanzado en infinidad de certámenes enológicos del mayor renombre mundial

Actualmente la industria vitivinícola mexicana se encuentra en un momento de señalada pujanza y encomiable crecimiento. Lo que hasta hace poco más o menos una década eran tímidos balbuceos, se han convertido ahora en sorprendentes realidades. El número de las bodegas vitivinícolas se ha incrementado ostensiblemente en los años más recientes,  y, lo más importante a mi parecer, hoy en día es innegable que los nuevos vinos mexicanos poseen atributos organolépticos de gran clase, que los distingue de una manera muy especial, como ópimo  ---escribí ópimo--- resultado del amoroso cuidado que los enólogos nacionales han desplegado   ---sirviéndose para ello de la tecnología más avanzada---  para elaborar tan exquisitos caldos etílicos.

En el momento actual florece  la vitivinicultura en  diversas entidades del país: en Querétaro (la  región vinícola más meridional de nuestro país), en la zona de Ezequiel Montes, la empresa Freixenet de México produce magníficos vinos. Al igual de Vinícola La Redonda y Viñedos Los Azteca. Igualmente es promisoria la vitivinicultura en los estados de Aguascalientes, Chihuahua, Guanajuato y Zacatecas. En Coahuila se localiza, en el Valle de Parras,  Casa Madero, prestigiada empresa cuyos excelentes vinos han merecido numerosas preseas en múltiples certámenes enológicos internacionales. En ese mismo estado producen vinos de mesa otras tres compañías: Bodegas del Vesubio, Bodegas Capellanía y Bodegas Ferriño. En las proximidades de la  bajacaliforniana ciudad de Ensenada, a una distancia de cuarenta kilómetros, en los Valles de Guadalupe ---, de San Antonio de las Minas,  de San Vicente Ferrer, de Ojos Negros, de las Palmas y de  Santo Tomás, funciona un creciente número de compañías vitivinícolas, entre las cuales enlisto, por orden alfabético, a las siguientes: Adobe de Guadalupe, Barón Balché, Bodegas San Rafael , Bodegas de Santo Tomas, Casa de Piedra, Cavas Valmar, Chateau Camou,  Domecq,  L.A.Cetto,  La Llave Cru Garage,  Montefiori,  Mogor Badan, Monte Xanic, Vinícola Tres Valles, Vinisterra, Vinos Bibayoff, Viñas Pijoan, Viñedos Lafarga  y  Vinos y Vides Bajacalifornianas.
Es interesante consignar que al concluir el siglo XX, en el año 2000, había siete bodegas en los valles aledaños a Ensenada, el epicentro de la vitivinicultura estatal, y que doce años más tarde funcionan más de setenta, la mayoría de ellas denominadas “bodegas boutique”, cuya producción vínica es el llamado vino artesanal. Se estima que las mismas, también denominadas “bodegas garage”, o “de autor”, alcanzan, cada una producción inferior a las cinco mil cajas  (sesenta mil botellas), cada año.
 De aquellos lejanos tiempos a nuestros días han transcurrido casi ocho décadas. La industria vitivinícola mexicana ha sorteado infinidad de obstáculos y superado numerosas vicisitudes hasta consolidarse de una manera ostensible. La finura y excelencia de los vinos elaborados en nuestro país son reconocidas tanto nacional como internacionalmente. Las numerosísimas medallas de oro, plata y bronce alcanzadas en concursos internacionales por las mencionadas empresas vitivinícolas, constituyen el mejor testimonio del reconocimiento que en otras latitudes se le  otorga a estos néctares báquicos nacionales.

El relato anterior constituye la esencia de la plática dictada por Miguel Guzmán Peredo, Director General del Grupo Enológico Mexicano, en ocasión de la trigésimo quinta cena de la serie Gastrónomos y Epicúreos, de dicha agrupación de enófilos. En el salón “Diamond A”,  del hotel St. Regis México City, se llevó a cabo esta disertación

Mientras daba comienzo la charla los asistentes degustaron, a manera de aperitivo, el vino Pinot Gris Reserva, cosecha 2008, que es un monovarietal de esa cepa elaborado en el Valle de Uco, en la Provincia de Mendoza, Argentina. Este delicioso caldo báquico es elaborado en la bodega Francois Lurton, ubicada en esa ciudad argentina.

Al concluir la plática los asistentes pasaron al salón comedor “Diana”, de dicho hotel ubicado en el Paseo de la Reforma, de la ciudad de México, donde fue servida una exquisita cena, diseñada por Guy Santoro, el Chef Ejecutivo de ese establecimiento, y confeccionada por Sergio Esquivel, sous chef.  Antes de dar principio a tan deleitable manducatoria escuchamos las palabras de Fernando Cano,  Gerente Comercial de la empresa La Selección del Sommelier, cuyos vinos fueron degustados esa noche. Hizo referencia a que Francois Lurton tiene bodegas en Francia, Argentina, España, Portugal y Chile. Uno de sus vinos es el Pinot Gris, degustado inicialmente. Después mencionó a la bodega chilena Viña Ventisquero, productora del vino Ramirana Merlot Gran Reserva, cosecha 2001,  que ostenta la Denominación de Origen Valle de Maipo, de Chile. Es un vino untuoso, aterciopelado, resultado de la crianza de catorce meses en barrica de roble francés. Con este vino y con el blanco, previamente evaluado, acompañamos los exquisitos platillos. Como entrada: Ensalada de Hongos y Ejote con Vinagreta Antigua, Láminas de Foie Gras y Jamón de Pato Ahumada. En seguida sirvieron Sopa de Mejillones al Azafrán, Juliana de Verduras. El platillo principal fue Lechón Lechal Crujiente Confitado Con Frutos Secos, Pera con Arándano, Polenta de Maíz, Apio Confitado. Y el postre, un exquisito Bizcocho de Cacahuates y Chocolate al Caramelo Blando, Helado de Vainilla. Como remate de esta sibarítica cena, una taza de aromático café express.