domingo, 28 de junio de 2009

LOS PLACERES EFIMEROS DEL GUSTO




Epicuro de Samos (341-270) fue un filósofo ateniense quien fundó la corriente filosófica denominada epicureismo, cuyos seguidores recibieron el nombre de epicúreos. Esa doctrina preconizaba que la presencia del placer era un sinónimo de la ausencia de dolor o de cualquier otro tipo de aflicción. Acerca de los postulados de Epicuro la Academia de Ciencias Luventicus de Argentina, señala lo siguiente: “El fin de la vida es lograr el placer y evitar el dolor. “El placer es el principio y el fin de la vida feliz.” Lo moralmente bueno es buscar el placer. Llamamos bueno a lo que nos gratifica, nos da placer. La salud del cuerpo y la imperturbabilidad del alma es el fin de una vida feliz. De todos modos, la palabra "placer" no debe confundirnos. Epicuro no promovía una vida de desenfreno, de búsqueda irracional del placer. Por el contrario, proponía buscar la ataraxia (ausencia de dolor y paz del alma), el reposo”.

La palabra placer deriva del vocablo griego “hedoné”, con el mismo significado. Del término hedoné surgieron los términos hedonismo y hedonista, referentes a una conducta vital en a cual el placer juega un papel primordial en la existencia. Por otro lado,. Roque Barcia, autor del libro Sinónimos Castellanos, dice que “el nombre placer significa la idea general de todo aquello que produce sensaciones agradables, así en nuestro cuerpo como en nuestra alma”, y anota los siguientes términos como sinónimos de placer: alborozo, deleite, gozo, regocijo y regodeo. Y consigna ---a mi parecer con todo tino--- que los principales placeres corporales son los de la mesa y los del sexo”..

Otra definición de placer es la siguiente: “es la sensación agradable que produce la satisfacción de un deseo material o inmaterial”. Tomando en cuenta que placer es “la sensación agradable que produce la satisfacción de un deseo material o inmaterial”, entre los primeros incluyo los placeres del gusto, que están dados por el deleite de saborear ---primeramente al contemplarlas, antes de ingerirlas--- exquisitas viandas y deliciosos vinos, así como alcanzar el clímax amoroso en una apasionada relación coital. Entre los segundos menciono el gozo de escuchar una sinfonía que nos cautiva, contemplar una pintura que nos fascina, o bien admirar una policroma puesta de sol a la orilla del mar.

Para abundar en este asunto, diré que Ignacio Medina consigna en su libro Los ritos del lujo que “después del placer sexual, quizá sea la comida el más sensual de todos los goces, pues pone en juego un mayor número de sentidos”.

Es innegable que casi todos los placeres ---por no aseverar que la mayoría--- son fugaces, efímeros, pasajeros y temporales. La emotividad que nos invade, tanto corporal como espiritualmente, cuando disfrutamos de placeres materiales e inmateriales no puede prolongarse indefinidamente, ya que de existir esa remota posibilidad en lugar de disfrutar de un placer, de un estimulante deleite, estaríamos arriesgándonos a una desagradable y poco placentera sensación de hastío.

Al referirme a los placeres de la mesa diré que la palabra edible proviene del vocablo latino edilis, “perteneciente a la comida” y, por lo tanto, hace referencia a aquello susceptible de convertirse en comida, por lo tanto comible, lo que es punto de partida, en casos muy especiales de sibaritismo gastronómico, de un auténtico placer del gusto.

A mi parecer, este preámbulo me permite enfocar, de manera atinada, la atención en una comida de características excepcionales, tanto por la diversidad y exquisitez de los manjares degustados, como por la extraordinaria finura de los vinos bebidos ese día. Pues resulta que conozco a un refinado epicúreo --- él me sugirió no decir su nombre, cuando le comenté que publicaría un artículo acerca de ese singular yantar--- quien emula a Anfitrión, aquel legendario rey de Tirinto, célebre en la mitología griega por su buen gusto y generosidad al brindar a sus invitados opíparos convivios. (Conviene tener presente que hoy en día solemos dar el apelativo de Anfitrión a “la persona que tiene convidados en su mesa y los agasaja con espléndidos banquetes”).

Esta persona reunió en fecha reciente a ocho comensales en su mesa, y haciendo suyo el postulado de Jean-Anthelme Brillat-Savarin (quien en su libro Fisiología del gusto, que lleva por subtítulo Meditaciones de gastronomía trascendente, preconiza que “convidar a una persona es encargarse de su bienestar durante todo el tiempo que permanece en nuestra casa”), preparó él mismo una abundante y deliciosa selección de platillos. Inicialmente bebimos, para mitigar el acentuado calor canicular que se dejaba sentir ese día, vino espumoso Brut Nature Doña Dolores, acompañado con unas sabrosas “tapas” de jamón ibérico de Jabugo, llamado por algunos jamón de “Pata Negra”.La sinfonía de aromas y sabores continuó con Tacos de mixiotes acompañados de Champagne Esterlin Brut Selection Non Vintage. Después sirvieron Tostadas con camarones, maridadas con un Cava de Cataluña, de la marca Reserva Real. Momentos más tarde vinieron unas crepas de angulas (los alevines --–crías recién nacidas— del pez llamado anguila), armonizadas con Cava Brut Barroco.

La orgía gulosa prosiguió, primero con guisado de chuletas de cordero y luego con pato rostizado con mole. Estas dos viandas tuvieron una formidable armonización con tres vinos tintos de gran clase: Chateau Lafite Rothschiuld, cosecha 1971; Chateau Moulin de Carruades, cosecha 1981; y, finalmente, con Chateau Mouton Rothschild, cosecha 1957. Estas tres gemas etílicas mostraron cuán deliciosos resultan los vinos añosos, que han sido perfectamente guardados en una cava. Acerca del corcho, que permite la guarda de estos vinos provectos quiero recordar que Hugh Johnson menciona en su libro Historia del Vino que “”en cuanto a su duración, el corcho se torna quebradizo con el paso del tiempo, entre 25 y 30 años. Las bodegas cuidadas con todo esmero (algunos de los grandes chateaux de Burdeos, por ejemplo) substituyen los corchos de los vinos cada 25 años, aproximadamente, y otras, inclusive, envían personal experto a cambiarlos a las bodegas de sus clientes. No obstante, muchos corchos aguantan mas de medio siglo”” La concordancia entre los manjares y los vinos despertó comentarios en extremo laudatorios acerca de tan provectos caldos, cuya degustación, en una misma comida, es punto menos que extraordinaria.

El festín que brindó a los golosos comensales ese sibarita, fiel seguidor del precepto de Oscar Wilde: “Tengo el más simple de los gustos. Sólo me gusta lo mejor”, siguió con el Champagne Gran Vintage Moët & Chandon, cosecha 2000, y después con Champagne Dom Perignon, cosecha 1976 ---de sorprendente aroma y sabor, y fina burbuja---. para acompañar un ponche de frutas.

Este placentero ágape, que dio comienzo a las 14:30 horas, se acercaba a su fin cinco horas más tarde, cuando fueron servidos los digestivos: una tríada de tequilas añejos: “Don Julio Real”, “1800 Reserva Especial” y “Reserva de la Familia”.

Llegado el momento postrero degustamos un café espresso doble y un puro de la marca “Cuaba”, un Habano de clase superior, cuyas volutas de azulado humo parecían elevarse al infinito.

Las palabras para describir el “caleidoscopio de sabores” (frase de Alfonso Reyes) que significó esta extraordinaria manducatoria, serán siempre exiguas, pues de la misma manera que describir la impactante hermosura de un atardecer es, a mi parecer, bastante difícil, así resulta en el caso de referirse a un convivio en el cual los manjares y los vinos alcanzaron niveles de excelencia. Quede, pues, en la memoria de quienes disfrutaron ese día de los placeres efímeros del gusto, el recuerdo de esos deleites palatales. .

A manera de colofón transcribiré un aforismo de Brillat-Savarin: “ El placer de la mesa es para todas las edades, para todas las condiciones, para todos los países y para todos los días. Puede asociarse a todos los demás placeres, y se queda el último para consolarnos de la pérdida de los otros”

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