miércoles, 16 de septiembre de 2009

AQUEL FARAONICO BANQUETE DE 1910

Ahora que se halla en pleno auge todo lo referente a la próxima celebración, en 2010, de dos importantes aniversarios históricos: el bicentenario del movimiento de iniciación de la Independencia, ocurrido en 1810, y del centenario de la Revolución Mexicana, cuyo comienzo tuvo lugar en 1910, me parece conveniente recordar un extraordinario banquete ofrecido en 1910 a Porfirio Díaz, quien se eternizó en la silla presidencial de México durante tres décadas.

Es prudente agregar que cuando el “Porfiriato” se hallaba en su pleno apogeo, se respiraban en la capital mexicana los refinados aires de un afrancesamiento general. No deja de parecerme curioso que aquel presidente, quien había sido un valeroso militar en la guerra contra la intervención francesa, haya sucumbido, y con él todos los llamados “científicos” que encabezaban el gabinete presidencial, a la influencia cultural emanada de Francia (la gastronomía estaba incluida en este importante renglón de la vida cotidiana nacional). En aquellos lejanos días la cocina mexicana estaba notoriamente influenciada por la coquinaria gala. Los cocineros venidos de aquel país europeo eran vistos en la sociedad capitalina como verdaderos artífices del arte del bien comer.

Aquel banquete se llevó a cabo la noche del 3 de julio de 1910, cuando en la capital mexicana y en muchísimas ciudades del interior se hacían grandes preparativos para celebrar, con bombo y platillo, el primer centenario de la proclamación de la independencia. El chef francés Silvain Daumont (quien había llegado a México en 1891, para dar claras muestras de su quehacer culinario entre la “jeunesse dorée”, nombre que recibía ese selecto grupo de aristócratas) fue el creador de ese multitudinario ágape, ya que él era el chef de mayor renombre en aquellos días, previos a la proclamación de la Revolución Mexicana.

El escritor Artemio de Valle-Arizpe describió, con su impar estilo arcaizante, aquel festejo gastronómico, del cual escribió lo siguiente: “”Ofrecieron esta comida un numerosísimo grupo de banqueros, comerciantes, agricultores, industriales, propietarios, amigos particulares y un sin fin de amigos políticos, así como los clubes reeleccionistas que había instalados en todo el país. Nunca antes se había instalado en la capital mayor número de comensales, pertenecientes a todas las fuerzas vivas de la nación“”. Y yo agrego lo siguiente: las fuerzas muertas, o casi muertas de hambre, eran los campesinos, el peladaje, la plebe, quienes algunos meses más tarde integrarían la muchedumbre heterogénea de quienes se lanzarían a la revolución, contra el inequitativo sistema político encabezado por Díaz.

Vuelvo al texto de Valle Arizpe, quien escribió lo siguiente: “”El periódico capitalino “México Daily Record” hizo la crónica de aquel festejo, y para despertar el interés entre sus lectores publicó un reportaje previo al convivio, en el que señalaba lo siguiente: “Mañana, domingo en la noche, en los espaciosos salones de la antes (sic) Cigarrera Mexicana, será servido uno de los banquetes más suntuosos que haya sido servido en la capital, con el cual será obsequiado el primer magistrado por sus amigos, personales y políticos, en señal de admiración por el éxito de sus treinta años de administración””.

En la crónica de tan faraónico agasajo al dictador de México, Artemio del Valle Arizpe señaló que ”En ese banquete, para mil seiscientos invitados, se hizo derroche de magnificencia, ya que fueron servidas dos mil ochocientas ochenta botellas de Jerez de Cadiz, tres mil trescientas de vino blanco Pouilly. Otras tantas de vino tinto Mouton Rothschild, seiscientas de tinto Corton, de Borgoña, cinco mil cuatrocientas botellas de Champagne Mumm Cordón Rouge y poco más de tres mil botellas de Cognac Martell. Para atender a los comensales había trescientos cincuenta camareros, y el personal de cocina ascendía a dieciséis primeros cocineros, veinticuatro segundos cocineros y sesenta ayudantes.

”El brindis oficial fue pronunciado por Fernando Pimentel y Fagoaga, presidente del Ayuntamiento de la ciudad de México y autor de la idea de este monumental banquete. En el discurso manifestó que “se confiaba en el extranjero en la estabilidad de nuestra paz, y en la cordura y el patriotismo del pueblo mexicano para no armar revoluciones, y que el desorden ocurrido en Valladolid, en Yucatán, había procurado dos útiles enseñanzas: que desórdenes de este tipo no pueden propagarse en la República, porque a ellos se oponen las actuales condiciones del país y su amor por la paz, y que el gobierno tiene fuerza y poder bastante para sofocarlos.

”Al contestar estas palabras, el presidente Díaz puntualizó: “La base principal del gobierno será la conservación de la paz, y estaré siempre alerta para dar a la sociedad completas garantías. Por fortuna, la paz es el medio natural en que vivimos: forma la convicción del pueblo mexicano...pero si, contra estas previsiones, ocurre alguna perturbación del orden público, como puede acontecer en cualquier pueblo civilizado, tiene el gobierno los elementos necesarios para combatirla en el acto, como lo ha demostrado en el caso reciente de Valladolid”.

Hasta aquí la cita al texto de Artemio de Valle-Arizpe.

De aquel solemne y lujoso banquete, bañado con exquisitos caldos etílicos venidos de Francia, salieron los comensales muy satisfechos y complacidos. La felicidad invadía su espíritu. Engolando la voz hablaban con palabras melifluas de la cabal tranquilidad que reinaba en el país. Seguramente que no se percataban que en el horizonte ya se vislumbraban los primeros relámpagos de la tormenta que se avecinaba.

Apenas cuatro meses más tarde de ese regio festín estallaba, el 20 de noviembre de 1910, la Revolución Mexicana.

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