jueves, 28 de febrero de 2013

ROSSINI: MUSICO Y GASTRONOMO



El estómago es el maestro que dirige la gran
orquesta de nuestras pasiones. Comer, amar,
cantar y digerir son los cuatro actos de esta
ópera cómica que es la vida

GIOACCHINO ROSSINI
1792-1868


Si el presente año de 2013  fuese bisiesto, el mes de febrero tendría 29 días, y en esa fecha se cumplirían doscientos veintiún años del natalicio de Gioacchino Rossini, quien nació el 29 de febrero de 1792, en la italiana ciudad de Pésaro, contigua al Mar Adriático.
A la temprana edad de seis años comenzó a estudiar música, aprendiendo a tocar el violín y la espineta, y a los ocho compuso su primera música sacra. A los doce años ya tocaba en diversas orquestas, que realizaban giras artísticas por varias ciudades del Estado Pontificio, y un año más tarde hizo su debut, como cantante, en la ópera “Camilla”, del compositor Paër.
Rossini fue un músico en extremo precoz, puesto que en 1806, cuando apenas tenía catorce años, ya había compuesto su primera ópera “Demetrio y Polibio”, estrenada en Roma, en 1812. Al correr de los años desplegó intensa actividad musical, ya que entre los años 1812 y 1815 estrenó doce óperas, siendo el año siguiente, 1816, el que marcase una etapa muy brillante en su actividad musical, ya que fueron estrenadas “El Barbero de Sevilla”, “Otello” y “La Cenicienta”. En los años siguientes la frenética producción operática de Rossini habría de continuar con “La Gazza Ladra”, “Ermione”, “Zelmira”y  “Semiramide”, las que le habrían de conferir gran fama y popularidad por doquier.
He querido recordar este día a Gioacchino Rossini por el aniversario número doscientos veintiuno de su natalicio, y por la doble actividad vital que desarrolló durante muchos años de su prolongada existencia. Este músico-gourmet falleció el 13 de noviembre de 1868, a la edad de setenta y seis años (antes de que hubiesen transcurrido cuatro meses habría cumplido setenta y siete), y fue inhumado en el cementerio de Pere Lachaise, en Paris. En uno de los discursos pronunciados durante esa ceremonia, un orador, exaltando la memoria del compositor, dijo “Es posible substituir a un rey, pero un gran artista es insubstituible”.
Acerca de Rossini hay un  libro, escrito por Alessandro Falassi, que fue publicado en 1993 en conmemoración del bicentenario de su nacimiento. Su título es En la mesa con Rossini, el cual constituye, a mi parecer, un precioso documento  ---el calificativo que yo pensaría más atinado para esta obra es sabroso, en grado superlativo---  respecto a la pintoresca, hedonística y divertida existencia de quien hizo honor a una frase que sería acuñada muchos años después de su tránsito vital: “el violín de Ingres”, que suele emplearse en el mundo del arte y de la ciencia para referirse a la afición de una persona por una actividad diferente de su profesión o actividad principal. Recuérdese que el pintor francés Jean Auguste Ingres se mostraba más orgulloso de su afición por tocar el violín que por su talento, destreza y maestría como pintor, cuando ya en esta tarea había ganado merecido renombre en Francia. En el caso particular de Rossini, habiendo ganado fama en Europa sentíase más satisfecho por sus habilidades en la cocina, que por los éxitos que obtenían sus óperas, en los teatros donde eran representadas.
En las primeras páginas del libro que ahora comento (su versión en lengua castellana fue editada en Barcelona, España, por Círculo de Lectores) aparece un párrafo sumamente ilustrativo de lo que he venido señalando en los párrafos anteriores. A la letra dice: “La cocina italiana es como una ópera cuyo entrechocar de platos resuena donde los hubiera puesto el compositor, escribió Waverly Root, gran historiador de la gastronomía, poniendo como ejemplo a Rossini, “quien podría haber sido famoso como gourmet si su talento gastronómico no hubiese sido superado por su genio musical”. Y a continuación Falassi agrega: “La biografía de Rossini, entre historia y leyenda, está salpicada de anécdotas gastronómicas que, verdaderas o en todo caso bien inventadas y presentes en la tradición,  son contrapunto de los acontecimientos de su aventura musical.....En su madurez, como lo demuestra su epistolario, Rossini comparte música y gastronomía con sus mejores amigos. A los músicos les hablaba de gastronomía y discutía sobre música con gastrónomos”.
Otra frase que me parece muy descriptiva (incluida en el libro En la mesa con Rossini), del interés del músico de Pésaro por los placeres de la buena mesa, es la siguiente: “La música y la gastronomía también se funden en las veladas gastronómicas y musicales que Rossini celebraba en su villa de Passy,  y en su residencia parisina de Chausée d’Antin, donde recibía al gran mundo de su tiempo. Y mientras que sus últimas obras (“Guillermo Tell”, por ejemplo) rendían homenaje al gusto musical francés, la gran cocina francesa dedicaba platos a su gusto culinario....Auguste Escoffier, el cocinero de los reyes y el rey de los cocineros, fue quien contribuyó más que ningún otro al éxito gastronómico de Rossini, ya que recogió diez grandes recetas del genial compositor, desde las mollejas hasta los tournedos”, en su libro Le Guide Culinaire, editado en 1913”.
En los libros de cocina más importantes de toda Europa aparecen las recetas de los platillos diseñados por Rossini, o bien aquellos que le fueron dedicados al afamado músico de Pésaro.  Una breve lista de esos guisos debe, por fuerza, incluir las siguientes exquisiteces: Consomé a la Rossini, Tournedos Rossini, Jamón trufado a la Rossini, Canelones Rossini, Risotto a la Rossini, Sopa de avellana a la Rossini, Huevos Rossini, Filete de lenguado Rossini, Suprema de Faisán a la Rossini, y como los anteriores una docena más de manjares ( sopas, pastas, quesos, ensaladas y postres)  dedicados a su innegable mérito de gourmet.


    
 

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