lunes, 18 de abril de 2016

CONVERSACIONES GASTRONOMICAS INTEMPORALES (II)



UNA CHARLA CON OMAR KHAYÀM

Dentro de la poesía cuyo asunto principal es el vino, dionisíaca bebida celebrada lo mismo en las Sagradas Escrituras que en Las Mil Noches y una Noche, y ponderada por Cervantes, Shakespeare y Baudelaire  --entre muchos otros literatos--, figuran poetas de todas las latitudes y de todas las épocas. Desde Anacreonte hasta Alfonso Reyes, pasando por Hafiz, Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, Rabelais, Moliere, Pablo Neruda y Sor Juana Inés de la Cruz, infinidad de escritores han cantado hermosas loas al vino (entendiendo por vino únicamente el producto que se obtiene de la fermentación del jugo proveniente del prensado de las uvas), el báquico néctar llamado por el enófilo hispano Luis Fernández Olaverri “la única obra de arte que se puede beber”.



Uno de los libros consagrados por entero al vino es el “Rubaiyat”, escrito por el sensual literato persa Omar Khayam. De este volumen se ha dicho que es “un exquisito poema, formado por un conjunto de cuartetas o redondillas,  obra de un epicúreo que canta los placeres del amor, para los cuales no quiere más acompañamiento que “unas gotas de vino rubí, un trozo de pan y un libro de versos”, y que prefiere eso al lujo, al boato y al imperio de un sultán”.

Nacido en el año 1040 de nuestra era, en la ciudad de Nishapur, una urbe que entonces formaba parte de Persia, una región histórica del Oriente Medio,  y que hoy en día pertenece a Irán, su nombre fue Ghiaz-ed-din-Abdul Teda Omar ibn-lbrahim-al-Kahayàm.  Atraído por el estudio de las más diversas disciplinas, incursionó lo mismo en la astronomía que en la poesía, y, como lo afirma Nuria Parés, estudiosa de su obra,  “fue hombre de interés abierto a todas las cosas, el nombre de  Kahayàm  brilló entre los matemáticos, exégetas, jurisperitos, astrónomos, poetas e, incluso, médicos de su época.  A él se debe la reforma del calendario musulmán, obra que muchos consideran superior a la que siglos después, emprendería el Papa Gregorio XIII, al reformar el calendario juliano”.

Omar Khayàm  ---como también es escrito su nombre---  es ampliamente conocido en el mundo occidental por haber escrito más de cuatrocientas cuartetas, reunidas en una obra denominada “Rubáiyat  (esta  palabra significa en lengua persa cuarteta).  Su precisión en la rima es admirable, así como la concisión de sus palabras, para expresar en sólo cuatro líneas un hermoso pensamiento.  Con el mágico e invisible malabarismo de la palabra, como dijo Félix Martí Ibáñez, el poeta persa volcó sus más íntimos sentimientos, esculpiendo en esas frases ideas preñadas de regocijo, angustia, placer y esperanza.  Es Omar Kahayàm, sin duda alguna, un excelso cantor del vino y del amor, un hedonista absoluto, que supo referirse tanto al fruto de la vida como a la pasión carnal por la mujer amada, con los términos exactos, sin falsos eufemismos que disimularan el verdadero significado de las palabras de las cuales él se servía para plasmar, en bellos términos, su epicureista sensibilidad.

A este singular humanista de la Persia islamizada del siglo XII tuve el placer de encontrarlo en la ciudad de Shiraz  (a donde había yo llegado con el objeto de conocer la vitivinicultura de la región  –muy renombrada desde hace muchas centurias—,  tras de recorrer detenidamente las ruinas de Persépolis), en la zona meridional de la actual Irán.  Seguramente que el hecho de haber estado pensado en que me hallaba recorriendo la tierra de Omar  Khayám propició que, en un momento dado,  estuviésemos frente a frente.  Habiendo él dejado por algún rato el Paraíso de los musulmanes, poblado de gráciles huríes, que el profeta Mahoma prometió a los seguidores de Alá, pude conversar durante una hora con tan hedonista personaje, tras de haberme identificado como sincero admirador de su obra poética.

---Dígame, Omar Khayám, ¿cuáles eran para usted los elementos que en mayor grado contribuían  a brindarle placer, como seguidor de los pasos de Epicuro?, quien alguna vez dijo que “Así como el sabio no escoge los alimentos más abundantes, sino los más sabrosos, tampoco ambiciosa la vida más prolongada, sino la más intensa”.

---Lo que yo pedía era una botella de vino rojo, un libro de poesía, un poco de reposo y un pedazo de pan.  Y además el hecho de que pudiera descansar junto a la mujer deseada, en un lugar solitario, me haría sentirme más feliz que un sultán en su reino.

---Omar, usted llamó al vino “el soberano alquimista, que en un instante puede transmutar en oro el metal plomizo de la vida”.  ¿Quisieras decirme por qué motivo en sus composiciones poéticas alabó tanto al vino?

---Y bien, si el vino es obra de Dios, ¿Quién se atreve a blasfemar contra las guías entrelazadas de la vid, como si fueran una trampa?  Si el vino es una bendición, debemos usarlo., ¿Por qué no?  Si es una maldición… bueno, entonces, ¿Quién lo trajo?  Bebe vino, porque el vino acabará con tus inquietudes, y evitará que te preocupes por cosas fútiles.  No renuncies a ese elíxir, porque si bebes una sola medida te quitará mil penas.

---Se podría suponer que su agnosticismo le hizo escribir con aparente frialdad acerca de la vida y la muerte, a usted, que tan apasionadamente cantó el placer sensual.  ¿Qué puede decirme de esa inclinación tan característica de su sensibilidad?

---El Ayer preparó la locura de Hoy, el Mañana es silencio, triunfo o derrota.  ¡Bebe , pues no sabes por qué te vas, ni a donde!  Ten cuidado, amigo, porque serás separado de tu alma, tendrás que ir atrás de la cortina de los secretos de Dios.  Bebe vino, porque no sabes de dónde viniste; alégrate, porque no sabes a dónde irás.

---Me parece, Omar, que gozabas infinitamente al jactarte de tu propensión al vino, que por lo demás es una deliciosa ambrosía que los dioses concedieron a los hombres.

---Así es, en efecto. De la vid brotó una fibra que se adhirió a mi ser, aunque el Dervis se burlara.  Si bebo vino, y todo el que como yo sea vidente encontrará que eso es insignificante a los ojos de Dios.  Desde la eternidad Dios ha sabido que yo bebería vino.  Si no lo bebiera, su previsión sería pura ignorancia.

---En los momentos de tristeza, ¿Cómo lograbas atemperar el pesar que invadía tu corazón?

---Bebía vino, el remedio para mi triste corazón.  Vino perfumado con almizcle.  Vino del color de las rosas.  Vino para apagar el incendio de mi tristeza.

---Hubieras estado dispuesto, Omar, a realizar cambios en tu conducta, buscando siempre lo verdaderamente valioso?

---¡Siempre lo estuve!  Todos los reinos por una copa de vino.  Todos los libros y toda la ciencia de los hombres por el aroma suave del vino.  Todos los himnos del amor por la canción del vino.  Toda la gloria de Féridum por el reflejo del vino en un cántaro.

---Cuáles fueron tus postreras indicaciones que formulaste a tus seres queridos?

---¡Oh, mis queridos compañeros!  Servidme vino, para volver así a mi cara amarilla como ámbar, el color del rubí.  Cuando yo esté muerto, lavadme con vino, y que hagan m ataúd con madera de la vid.  Que hasta de mis cenizas sepultadas se exhale y suba el aire tal fascinación de vendimia, que ni un verdadero creyente que pase por allí deje de embriagarse sin advertirlo.  Más todavía, amigos míos, cuando yo haya partido para siempre, concertad una cita, y una vez reunidos, alegraos juntos, y cuando el escanciador levante en su mano una copa del vino añejo, recordad al pobre Khayam y bebed en su memoria.

---Omar, puedes decirme, con ánimo verdadero, ¿alcanzaste la felicidad en tu vida?

---De la felicidad sólo sabemos el nombre.  Nuestro mejor amigo es el vino nuevo.  Acaricia con la vista y con la mano ese único bien que jamás falla: el ánfora llena de la sangre de la vid.

En ese momento, ofreciéndome una copa de vino de Shiraz, que escanció de una pequeña ánfora helénica, hizo el gesto de beber a mi salud, y en seguida se disipó  su figura al ser alcanzada por un brillante rayo de luz solar.





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