lunes, 11 de abril de 2016

UNA CHARLA CON CAYO PETRONIO TURPILIANO



Nota Bene


A principios del año 1956 apareció mi primer
artículo  periodístico, publicado en el
semanario Argos, a  la sazón publicado en
mi ciudad natal, La Piedad, Michoacán, y
en el cual seguí publicando, durante algunos
años, infinidad de artículos.
Seis décadas más tarde mi actividad como
periodista continúa de manera activa, y
en este tiempo he publicado varios miles
de artículos, de los cuales 2.448  ---aparecidos
de enero de 1986 a diciembre de 2015--- versan
acerca de diversos temas de gastronomía y
enología.
Para celebrar esas seis décadas  de ejercer
tan fascinante tarea, aparecerán ahora, en el
blog El Legado de Dionisios  dieciséis artículos
de la serie que lleva por título Conversaciones
Gastronómicas Intemporales, ya que en
esos textos recojo los comentarios ---alusivos
al arte del biencomer y del bien beber---, que  
diferentes personalidades del mundillo de la
gastronomía y la enología (todas ellas moradoras
de otros espacios siderales, pues hace tiempo
las Parcas las llevaron consigo) vertieron durante la
charla intemporal que sostuvieron conmigo.
Cada semana, a partir de hoy, lunes 11 de
abril de 2016, publicaré en este blog una de

éstas pláticas.











CONVERSACIONES GASTRONOMICAS INTEMPORALES (I)




Eran casi las dos de la tarde, de un soleado día de verano, cuando vi llegar a las termas, próximas a la Vía Apia (una de las calzadas más importantes de la ciudad de Roma, considerada como la primera carretera de la historia), donde yo me encontraba en el frigidarium, atemperando un poco al acentuado calor que se dejaba sentir sobre la ciudad de las siete colinas, a Cayo Petronio Turpiliano (¿?—65 DC), con quien hacía tiempo yo deseaba charlar acerca de diversos temas gastronómicos.  Mientras que sus sirvientes lo despojaban de la lujosa indumentaria que lo cubría, recordé lo que Cornelio Tácito ( c. 55-120 D.C.), quien  fue historiador, senador, cónsul y gobernador del Imperio romano, había dicho de él.  “Era un cortesano voluptuoso,  refiere el autor de los anales, tan apto para el placer como para los negocios. Durante el día se dedicaba a dormir y consagraba la noche a los asuntos importantes, a las mujeres y a los banquetes.  Idolatrado por una corte corrompida, a la cual admiraba por su ingenio, su amabilidad y su esplendidez, fue en ella durante largo tiempo el árbitro del buen gusto y de la elegancia, y el predilecto del emperador Nerón”.

Con uno de los esclavos que servían en esos marmóreos baños romanos mandé decir a Petronio que me dispensase unos momentos de su tiempo, a lo que accedió de buen grado.  Así es que de inmediato me aproximé al tepidarium donde se hallaba, y tras de saludarlo con afabilidad le dije:

--Arbiter Elegantiae, usted describe en su libro El Satiricón (obra que la posteridad habría de considerar “el mayor clásico de la pornografía romana”), el decadente mundo de la sociedad romana.  Allí muestra las licenciosas costumbres y los más bajos apetitos del ser humano.  Uno de los personajes en esa obra retratados es Gayo Pompeyo Trimalción, uno de cuyos fastuosos y extravagantes banquetes describe con lujo de detalles.  Dígame, ¿Cómo fue esa comida?

--Una vez llegados a la mansión de este acaudalado y crapuloso anciano nos instalamos en la mesa, y seguidamente esclavos egipcios nos lavaron las manos con agua nieve.  Vinieron luego otros a hacernos un pediluvio, así como a limpiarnos con destreza las uñas, mientras cantaban en nuestro honor.  Cuando trajeron el primer plato, que por cierto tenía aspecto de muy exquisito y agradable, estábamos a la mesa de todos, menos Trimalción.  En una de las fuentes veíase un borriquillo de bronce de Corinto cargado con unas alforjas que contenían aceitunas verdosas y negras.  Veíanse más allá salchichas asadas en parrillas de plata, y debajo de éstas, ciruelas de Siria y granos de granada

---¿En qué momento llegó Trimalción?

---En ese momento apareció Trimalción. Se le transportaba al son de la música y fue depositado en medio de pequeñísimos cojines. Lo imprevisto de la escena nos hizo soltar la carcajada, y no era para menos: su cráneo afeitado sobresalía de su palio escarlata. En sus hombros cargados con el vestido se había puesto una servilleta con laticlavia, llena de flecos que colgaban por todos lados. En el meñique de su izquierda tenía un gran anillo ligeramente dorado y, en la última falange del anular, otro más pequeño que, según se veía, era de oro macizo pero con una especie de estrellas de hierro engastadas, y como no le había parecido bastante exhibir todo este lujo,
mostraba desnudo su brazo derecho para lucir un brazalete de oro y una pulsera
de marfil abrochada con una placa de esmalte.

---¿Qué vinos bebieron en esa ocasión?

---Trajeron luego frascos de cristal, sellados cuidadosamente, cada uno de los cuales llevaba una etiqueta que decía “Falerno opiniano de cien años”.  Habiendo todos leído los rótulos, exclamó Trimalción, dando palmadas.  “Verdad es, por desgracia, que vive más el vino que el hombre, de modo que debemos empaparnos como esponjas.  El vino es la vida, y el que os ofrezco es opiniano legítimo. Si no os gusta ese vino, os traerán otro.  Si os agrada, demostradlo bebiendo a todo pasto.  No tengo que comprarlo.  Gracias a los dioses lo cosecho en una de mis haciendas que aún no he visto.  Dicen que está cerca de Terracina y de Tarento.  Por cierto que tengo ganas de adquirir la Sicilia, para anexionarla a unas tierras que poseo por allí”.

---¿Qué manjares les fueron ofrecidos a los hedonistas comensales reunidos en la residencia de Trimalción?

---En la fuente destinada a las entradas habían colocado un pequeño asno de
bronce corintio, con una albarda, que contenía aceitunas verdes en una alforja
y negras en la otra. Encima del asnillo había dos bandejas de plata en cuyos bordes se había grabado el nombre de Trimalción y el peso del metal. Se habían soldado unas pasarelas de las que colgaban lirones aderezados con miel y adormidera. Se veían también unos salchichones humeantes en un anafe de plata y, debajo de este anafe,
ciruelas de Siria con pepitas de granada. Estas magnificencias nos tenían deslumbrados.

---Supongo que quien hacía gala de su esplendidez, así como de su mal gusto, no quiso privarse de hacer ostentación de su riqueza. ¿Hizo algo al respecto?

---Después de mondarse los dientes con un alfiler de plata , Trimalción nos dirigió estas
palabras:  “No me apetecía todavía, amigos míos, venir al triclinio pero lo he hecho para no incomodaros más con mi ausencia. Por vosotros me he abstenido de todas mis
diversiones. Me permitiréis, empero, terminar la partida”. El siervo lo seguía con un tablero de terebinto y unos dados de cristal. Todo traslucía un refinamiento exquisito. En lugar de peones blancos y negros, tenía monedas de oro y plata. Al jugar soltaba todo el repertorio de groserías propias de tejedores.

---Supongo que los invitados continuaron saboreando los deliciosos manjares que les eran servidos.

 ---Todavía no habíamos acabado las entradas cuando se nos sirvió un gran
repositorio con una cesta encima. En ella había una gallina de madera con las
alas desplegadas en torno, como suelen hacerlo las cluecas. Luego se
aproximaron dos esclavos y, al son de la música, se pusieron a rebuscar en la
paja, y sacaron de abajo varios huevos de pavo real que fueron distribuidos a los
comensales. Trimalción, contemplando esta escenificación, nos dijo: “ Amigos, he hecho incubar huevos de pavo real por una gallina y me temo, por
Hércules, que ya estén empollados. Probemos, sin embargo, si todavía están
Sorbibles”. Para ello recibimos unas cucharas  que por lo menos pesaban media libra cada una, y cascamos los huevos que estaban muy bien hechos de pasta. Casi arrojé mi
porción pues creí que ya estaba formado el pollo, pero oí decir a una vieja
comensal: -No sé qué delicia debe de haber aquí. Continué, pues, descascarándolo con la mano y me encontré con un gordísimo
papafigo arrebolado en salsa de yema de huevo y pimienta.

---Me gustaría saber si tan ostentoso anfitrión comió las delicias que eran servidas a sus invitados

---Sí, Trimalción suspendió la partida y también se hizo servir todo lo antedicho. En voz
alta nos autorizó a escanciar, si queríamos, más vino-miel. De pronto a una señal de la orquesta, un coro de cantores retiró los platos de la entrada. En el ajetreo se cayó casualmente un azafate, y un esclavo lo recogió del suelo. Al mirar esto, Trimalción ordenó castigar a puñetazos al muchacho y tirar otra vez al suelo el azafate. Apareció el analectario,  quien empezó a barrer con una escoba la vajilla de plata junto con todos los restos de comida.

---Estábamos absortos con un interminable desfile de platillos, a cual más de refinados y exquisitos, cuando de pronto crujió el techo con tal estruendo que tembló la sala.  Me levanté espantado, temiendo que algo se viniera abajo, y los otros convidados, no menos sorprendidos, alzaron los ojos para ver qué nueva aparición descendía de los cielos.  Entreabrióse el artesanado y  bajó un gran redondel desprendido de la cúpula, ofreciéndonos coronas de oro y vasos de alabastro llenos de perfume: invitados a aceptar aquellos obsequios, dirigimos la mirada a la mesa y vimos a ésta cubierta como por ensalmo, de una grandísima bandeja repleta de pasteles.  Ocupaba al centro una figurilla de Príapo hecha de pasta, y, según la costumbre, llevaba una cesta colmada de uvas y otras frutas.

---¿Otros anfitriones solían ser igualmente espléndidos con sus invitados?

---Scisa celebró con gran magnificencia el novenario de Miselo, esclavo suyo, y sirvió en un banquete un cerdo con morcillas y salchichas, mollejas bien condimentadas, calabazas y pan moreno.  El segundo servicio consistió en una tarta fría, con miel española, exquisita por demás.  Trajeron, asimismo, garbanzos, altramuces y nueces en abundancia.  Nos han servido una ración de osezno, del cual todos comimos opíparamente, ya que parecía jabalí.

Cuando me disponía a preguntarle  a Cayo Petronio cuál había sido el fin de este crapuloso sujeto, de nombre Trimalción, una juncal esclava, quizá venida de Etiopía, por la negritud de su piel, se acercó al triclinio donde se hallaba mi interlocutor,  y tomándolo de la mano lo invitó a seguirla. Cayo Petronio me sonrió, y con un leve gesto de la mano se despidió de mí. 

1 comentario:

Juan Carlos Chávez Fdez. dijo...

Genial estimado Miguel. Estaré esperando la siguiente conversación intemporal