lunes, 23 de mayo de 2016

CONVERSACIONES GASTRONOMICAS INTEMPORALES (VII)







UNA CHARLA CON FRANCISCO DE QUEVEDO

Nacido en Madrid en el mes de septiembre de 1580, Francisco de Quevedo y Villegas fue un esclarecido humanista que hablaba griego, latín, italiano y francés, a más de su lengua natal, el castellano.  Tras de cursar los estudios respectivos se graduó en Teología en la Universidad de Alcalá  ---fundada en el año 1499 por el Cardenal Francisco Giménez de Cisneros---, sita en la población de Alcalá de Henares.  Cabe agregar que en la escuela de la vida adquirió,  a más de llevar estudios teóricos y  prácticos del manejo de la espada,  suma destreza para convertirse en un avezado espadachín.  De esta habilidad dice Luis Astrana Marín lo siguiente: “Defendiendo, caballeroso, a una dama, a quien abofeteó un petulante en el atrio de la iglesia de San Martín,   mató al ofensor de un volapié hasta los gavilanes, sin que por ello recibiera ovación alguna, sino la persecución de unos corchetes y la saña de unos hombres de toga”. 

Escribió Quevedo, con incomparable dominio del idioma, lo mismo prosa que verso.  Por igual incursionó, llevado por su prodigioso talento literario, en la novela, la biografía y los temas políticos y religiosos, mostrando su preclara erudición y su deslumbrante cultura.  Su libro El Buscón (cuyo título completo es Historia de la vida del Buscón llamado Pablos, ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños)  es, al lado de El Lazarillo de Tormes, impar modelo de la novela picaresca.
Resulta que no hace mucho, paseando por España, visité la encantadora ciudad manchega de Almagro (en la Provincia de Ciudad Real, no lejos de Madrid), cuya fundación data quizá del siglo XII, si bien se tienen noticias de que en la Edad del Bronce fue habitada por los primeros pobladores de Hispania.  Tras de visitar los principales atractivos turísticos de esta urbe,  cuya plaza principal es en extremo cautivante por su impar arquitectura, abrumado por el tórrido calor del medio día,  entré al Corral de Comedias, sito en la Plaza Mayor. Este recinto, construido en 1628  ---hace casi cuatro siglos--- ,  ha sido declarado Monumento Nacional. Año con año aquí tiene lugar el Festival Internacional de Teatro Clásico, donde se presentan numerosos grupos teatrales llegados de los cuatro puntos cardinales del orbe. 
Cuando recorría este edificio vi a un hombre alto y menguado de carnes, de prominente nariz, poblado mostacho y rala mosca en el mentón.  Iba ataviado con el elegante uniforme de Caballero de la Orden de Santiago, lo que contribuía a resaltar su esbeltez.  Delante de sus ojos, pícaros y vivaces, llevaba unos pequeños quevedos.  (Recibían este nombre unos pequeños lentes, que fueron muy populares en España entre los siglos XV y XVII, que estaban  “formados por dos cristales redondos unidos por una montura simple de hierro sin patillas que se ajustaban en el tabique nasal y que podían estar sujetas por un lateral a un cordón para impedir su pérdida o rotura”, cuyo nombre proviene del literato español Francisco de Quevedo”). Estaba yo frente al virulento y mordaz Francisco de Quevedo, considerado por los estudiosos de las letras españolas uno de los más importantes escritores del siglo XVII. 
Me acerqué a él y le pedí venia para conversar  acerca de ese pícaro y socarrón  personaje de su novela El Buscón, y él, con un gesto de aquiescencia, aceptó de inmediato charlar conmigo.
---Una vez que don Alonso Coronel de Zúñiga puso a su hijo Diego Coronel en pupilaje, Pablos, también llamado El Buscón,  se tornó su sirviente.  ¿Qué tal suerte conocieron ambos jóvenes con el licenciado Cabra, cuyo oficio era educar a los hijos de los caballeros?

---Este sujeto, claro ejemplo de los tacaños,  era un clérigo largo sólo en el talle, sus dientes le faltaban, no sé cuántos, y pienso que por holgazanes y vagabundos se le habían desterrado.  La cama tenía en el suelo y dormía siempre de un lado, por no gastar las sábanas.

---Y ¿qué comieron la  primera noche,  cuando entraron a la pensión del licenciado Cabra?

---Trajeron  caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer en una de ellas peligrara Narciso más que en la fuente.  Y mientras decía Cabra a cada sorbo: “Cierto que no hay mejor cosa como la olla, digan lo que dijeren: todo lo demás es vicio y gula”.

---Ese engendro del infierno les recomendaba a sus pupilos que fuesen parcos en el comer, ¿no es así?

---Si acaso había un nabo aventurero decía: “¿Nabos hay? No hay para mi perdiz que se le iguale.  Coman, que me huelgo de verlos comer.  Todo esto es salud.  Coman buenos mozos, que me huelgo de ver sus buenas ganas”

---Y al caer la noche, ¿qué les recomendaba ese avaro preceptor?

---“Es muy provechoso y saludable cenar poco, para tener el estómago desocupado”.

---Este licenciado Cabra, que tenía muertos de hambre a los pupilos, ¿cómo se portaba con los criados de los jóvenes educandos?

---Cuando eran acabados de comer, y quedaban algunos mendrugos en la mesa, y en el plato dos pellejos y unos huesos, decía el pupilero: “quede esto para los criados; no lo queramos todo”.

---Una vez que fueron liberados el hijo de don Alonso y el criado Pablos de tan infernal prisión; ¿cómo pudieron recuperar las fuerzas perdidas después de padecer varias semanas de inanición?

---Esos dos hambrientos fueron colocados en las camas con mucho tiento; para que no se les desparramasen los güesos  de puro roídos por el hambre.  Luego vinieron los médicos, y éstos mandaron que les diesen sustancias y pistos.  Los levantaron a los cuarenta días, y aún parecían sombras de otros hombres.

---Algún tiempo más tarde Pablillo se topó con un presunto hidalgo, y llegó a pensar que a su lado su suerte mejoraría.  ¿Qué pasó con aquél caballero?

---Cuando Pablos le preguntó a dónde iba, ese hijodalgo le contestó que se dirigía a la corte, que  era  la patria común, adonde caben todos y adonde hay mesas francas para estómagos aventureros.  “La hacienda de mi padre, dijo, se perdió en una fianza, y sólo el don me ha quedado por vender; y soy tan desgraciado que no hallo a nadie con necesidad de ese título”.

---Estos pícaros, quienes padecían privaciones y siempre estaban hambrientos, solían buscar la forma de ser convidados a las casas ajenas, para saciar en ellas la terrible hambre que los agobiaba, ¿no era así don Francisco?

---En efecto, conociendo a uno se sabe la ubicación de su casa.  Le iban a ver y siempre a la hora de mascar, cuando se sabe que puede estar a la mesa.  Si acaso preguntan si se ha comido, si ellos no han empezado se les responde que no; si ellos convidan, no se aguarda a un segundo envite,  porque de estas aguardadas han ocurrido grandes vigilias.  Si han empezado a comer, decimos que sí, para tener oportunidad de engullir unos bocados.

Unos instantes más tarde, cuando iba yo a comentarle a don Francisco de Quevedo mi sentir acerca de la triste condición de aquella miserable gente, que tan apremiantes necesidades y hambrunas no bien satisfechas, padecían en una época de brutales carencias sociales para España, vi que mi interlocutor se levantaba de la silla que ocupaba, y haciendo un breve saludo con la cabeza no tardó en alejarse presuroso de mi lado.  Un momento después, cual intangible sombra, la cual se difuminaba ante mis ojos, desaparecíó  de mi vista.



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