lunes, 9 de mayo de 2016

CONVERSACIONES GASTRONOMICAS INTEMPORALES (V)





UNA CHARLA CON FRANCOIS RABELAIS

 
En el pequeño poblado de Chinon,  en la parte central de Francia, vino al mundo Francois Rabelais, en 1594, hoy en día reconocido de manera unánime como uno de los escritores más importantes del siglo XVI en el país galo.

Mientras que muchos historiadores lo consideran, de  un modo superficial, un hombre de vida escandalosa, ebrio consuetudinario y frenético de placeres reprobables, Anatole France, seguido de muchos otros estudiosos de la obra de aquel formidable humanista francés, juzga que Francois Rabelais llegó a ser, por su vastísima cultura un “gran filósofo, teólogo, matemático, jurisconsulto, músico, aritmético, astrónomo, pintor y poeta”.

Tras de haber cursado estudios en el seminario de los monjes franciscanos, a los veintiséis años de edad recibió las órdenes religiosas, haciendo luego su ingreso en el convento de Fontenay.  Allí se dedicó con ahínco al estudio de la cultura helénica, y en pocos años llegó a dominar plenamente la lengua griega.  Más tarde, no contento con sus tareas en el claustro, abandonó Rabelais la vida monástica y se inscribió, el 18 de septiembre de 1530, en la Escuela de Medicina de Montpellier.  Allí se graduó de bachiller, truncando sus estudios sin haberlos concluido. Otros biógrafos suyos aseveran que alcanzó el doctorado en medicina en el año 1537.

En 1532 publicó su primer libro Pantagruel, y dos años más tarde vio la luz su segunda obra: Gargantúa, que son magnífico ejemplo de su notable vena humorística y de su fina ironía, describiendo la socarronería e irreverencia de los personajes de sus novelas, unos bonachones gigantes de extraordinario y nunca bien saciado apetito, que desde entonces  recibió el calificativo de pantagruélico.

Una mañana de invierno, no hace muchos meses, me encontré a Francois Rabelais en la población de Castelnaudary, a donde  yo había ido desde la cercana ciudad  de Toulouse para saborear la especialidad regional:  el cassoulet,  maridado con el delicioso vino de Corbieres. En el restaurante “La Belle Epoque”, de esa primorosa ciudad de la región de Languedoc-Rosellon,  lo vi saboreando  este suculento guiso, considerado la especialidad  culinaria emblemática de la cocina de Toulouse. Se trata de un manjar elaborado con alubias blancas de la región, carne de cerdo, confit de pato, salchicha de Toulouse,  tocino y grasa de oca. Su cocción es a fuego muy lento. Lleva ese nombre  por el hecho de estar cocinado en una cazuela de barro (en francés cassole). 

 Mientras yo saboreaba una suculenta ración de este platillo, uno de mis preferidos dentro de la  cocina francesa, acompañado con el delicioso vino de Corbieres, esperé a que Francois Rabelais  terminara la ración que le habían servido  ---muy abundante por cierto--- antes de acercarme a su mesa. Tras de saludarlo le pregunté si me permitía conversar con él.  Accedió de buena manera a mi petición, y habiéndome instalado en su mesa dio comienzo nuestra charla.

---Cuénteme, doctor Rabelais, ¿Cómo fue el nacimiento de Gargantúa, el colosal hijo de Grandgousier y de la hermosa Gargamella?

---Tras de un prolongado embarazo de once meses dio a luz Gargamella a un infante, cuyas palabras, al ver la luz primera, fueron ¡De beber! ¡De beber! Entonces, para tranquilizarlo, le dieron de beber a chorro.  Se le prepararon diecisiete mil novecientas tres vacas de Pautillè y de Brehemond para su ordinaria lactancia, porque no hubiera sido posible encontrar una nodriza suficiente en todo el país, dada la gran cantidad de leche  que necesitaba para su alimentación.

---Casado Gargantúa con Badedec;  ésta diò a luz a Pantagruel.  Tengo entendido que en la cuna hizo cosas verdaderamente admirables.

---En efecto, quiero decir que se sorbía en cada uno de sus tentempiés la leche de cuatro mil seiscientas vacas y su sopa se hizo en una gran campana, que todavía existe en Bourges; los dientes del muchacho eran ya tan fuertes y crecidos, que mordió un buen pedazo de dicha campana, como todavía puede comprobarse hoy en día.

---Doctor Rabelais, ¿En qué opinión tiene usted a Noé, nieto de Matusalén y padre de Jafet, de Set y de Cam, a quien las Sagradas Escrituras considera que fue el primer hombre que elaboró vino?

---Noé fue un santo hombre a quien estamos tan obligados, porque plantó la viña de donde viene ese nectárico, delicioso, precioso, celestial, gozoso y deífico licor que se llama vino.

---¿Quisiera decirme qué piensa de aquellos que beben vino en exceso?

---Con el abuso del vino padece el cuerpo humano alteraciones de los nervios, disipación de la semilla germinativa, embotamiento de los sentidos  perturbación de los movimientos.  Así vemos que a Baco, dios de los borrachos, lo pintan sin barba, en ropa de mujer, como afeminado; eunuco o castrado.  Otra cosa sucede con el vino tomado de manera moderada.  Nos lo dice claro el antiguo proverbio:  Venus se aburre sin la compañía de Ceres y de Baco.  Esta es también la opinión de los antiguos, como dice Diódoro Siciliano, y de los lamsacierses, como atestigua Pausanias, cuando dice que Maese Priapus fue hijo de Baco y Venus.

---Habiendo llegado Pantagruel a la isla donde se levantaba el templo a la diosa Bacbuc, que en la fachada lucía la inscripción:  “En el vino, la verdad”, con letras de oro, encontró allí una prodigiosa fuente de la cual, a la vista, manaba agua cristalina.  Dígame, ¿qué virtud encerraba esa fantástica fontana?

--Quienes bebían de esa agua e imaginaban que se  trataba de un licor mirifico en particular, así tenían el gusto de ese vino.  Antes de beber el agua pensaban en un vino en especial y ese mismo gusto tenía.  “Bebed, les dijo la pontífice Bacbuc  a Pantagruel y a sus acompañantes, una, dos o tres veces.  Cambiando cada vez de imaginación, lo encontraréis del gusto, sabor y aroma del licor que hayáis imaginado”.

Quise, en seguida, hacerle otra pregunta a Fraancois Rabelais, con el objeto de conocer otros pormenores de los hábitos gastronómicos de Gargantúa y de Pantagruel.  Mi interlocutor me hizo silente seña de seguirlo hacia la Colegiata Saint Michel (un hermoso edificio estilo gótico meridional, construido hacia el año 1200),  y cuando cruzábamos el recio portón de esa iglesia súbitamente desapareció de mi vista, dejando en mi ánimo una indefinible sensación de frustración y contento.








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